Crítica: Star Wars – Los últimos Jedi

Star Wars: El despertar de la Fuerza marcó el inicio en 2015 de la nueva etapa de la saga galáctica de George Lucas bajo el techo de Disney. Distanciándose de la anterior trilogía de precuelas, J.J. Abrams dirigía una película que se apoyaba fuertemente en la primera entrega de la saga original, recuperando así el espíritu y el estilo del Episodio IV. Claro que, como inevitablemente va a ocurrir siempre con un estreno de tal magnitud, El despertar de la Fuerza no convenció a todo el mundo. El mismo uso de la nostalgia que conquistó a tantos no casó con tantos otros, que acusaron a Abrams de falta de riesgo y originalidad al limitarse a reproducir el esquema narrativo de Una nueva esperanza.

Pues bien, seguramente Lucasfilm y Disney acometieron la secuela de El despertar de la Fuerza con esto muy presente. Si el anterior Episodio transcurría por terrenos conocidos y dejaba un contradictorio sabor a déjà vu, Star Wars: Los últimos Jedi opta por el camino contrario, llevando la historia hacia lugares inesperados, pulverizando expectativas y arriesgando constantemente para sorprender al espectador, todo sin separarse nunca de lo que es Star Wars. Bajo la batuta de Rian Johnson (Brick, Looper), la saga Skywalker se dirige irrefrenablemente hacia el lado oscuro con una aventura mucho más osada en la que por fin sabemos por qué Luke Skywalker ha estado desaparecido todo este tiempo. El personaje de Mark Hamill se convierte en el centro de una trama muy fragmentada que nos muestra a nuestros héroes, los de siempre y los nuevos, luchando por sobrevivir y mantener viva la llama de la esperanza ante el asedio de un Imperio bajo el mando del Líder Supremo Snoke (Andy Serkis), que desea acabar por todos los medios con los últimos resquicios de la Resistencia, liderada por la general Leia Organa (Carrie Fisher).

Como decía, la historia se divide en numerosos frentes. Por un lado tenemos a Rey (Daisy Ridley), que viaja hasta el remoto planeta de Ach-To para convencer a Luke Skywalker de que regrese; por otro a Leia aguantando el fuerte mientras el malvado general Hux (Domhnall Gleeson) le pisa los talones; Finn (John Boyega) y Poe Dameron (Oscar Isaac) se separan para llevar a cabo sendas misiones con el objetivo de escapar del Imperio, el primero emparejándose con Rose (nueva heroína del pueblo interpretada por la encantadora Kelly Marie Tran) y el segundo chocando por sus métodos poco ortodoxos con las dirigentes de la Resistencia, Leia y la almirante Holdo (una Laura Dern, como siempre, inolvidable); y finalmente, se continúa explorando la compleja relación de Kylo Ren (Adam Driver) con el lado oscuro, lo que llevará a desvelar secretos del pasado que sacuden fuertemente los cimientos de la saga.

Uno de los puntos fuertes de esta nueva trilogía es sin duda su reparto, que en esta ocasión brilla con especial intensidad. Mark Hamill nunca ha estado mejor, Daisy Ridley vuelve a demostrar el gran talento dramático que posee, al igual que Adam Driver, con el que comparte algunas de las escenas más escalofriantes de la película. El carismático Oscar Isaac desempeña un papel mucho más extenso que en el anterior film, lo cual es todo un acierto (aunque mantengan a su irresistible Poe separado de Finn casi todo el metraje para decepción de los fans de StormPilot), mientras que Dern, como hemos adelantado, se come la pantalla y compone a un personaje redondo en muy poco tiempo (no hay papeles pequeños, solo actores pequeños). Y por último, todas las intervenciones de Carrie Fisher (que también tiene más tiempo en pantalla que en El despertar de la Fuerza) son conmovedoras, en concreto una escena que pasa instantáneamente a la historia como uno de los momentos más icónicos de los 40 años de saga y con la que es físicamente imposible no romper a llorar (sabréis enseguida a cuál me refiero). Sin duda, la perfecta despedida a nuestra querida princesa y mamá espacial, que nos dejó el año pasado.

El amplio reparto (a los personajes ya mencionados se suman un sinfín de secundarios y algún que otro cameo que hará estallar de felicidad a más de uno), junto al gran número de tramas que se entrelazan sin descanso en Los últimos Jedi dan lugar a la película más larga de la saga, y esto se nota sobre todo en su tramo final, con un clímax impresionante, pero excesivamente alargado. La historia no deja en ningún momento de saltar, los acontecimientos y revelaciones importantes se suceden uno detrás de otro, y el guion está lleno de giros y vueltas de tuerca con los que se busca desconcertar a un espectador que se las sabe todas, y que quizá en esta ocasión no pueda predecir todo lo que va a suceder en la película. Esto resulta en una experiencia consistentemente satisfactoria, inesperada y emocionante, pero también agotadora, a pesar de los abundantes (y a menudo muy geniales) golpes de humor que alivian la tensión. Pasan tantas cosas en el transcurso de dos horas y media que cuando Los últimos Jedi acaba, es difícil digerir todo lo que se ha visto. Ojo, esto no es necesariamente negativo (si acaso, multiplica por mil su ya de por sí intrínseco valor de revisionado), aunque es muy posible que el hecho de que la saga tome otra dirección contraríe a muchos espectadores y divida a la audiencia. Si El despertar de la Fuerza era demasiado igual a la trilogía original, quizá Los últimos Jedi sea demasiado distinta.

Ahora, la valentía con la que Johnson y el equipo de Lucasfilm continúan la mitología (homenajeando mucho, pero mirando siempre al futuro, destruyendo para crear algo nuevo) y preparan a sus personajes para el Episodio final da como recompensa una película grandiosa, en todos los sentidos y de principio a fin; un espectáculo increíblemente épico e intenso, tanto en el apartado técnico y visual como a nivel dramático y emocional, en el que las historias personales de nuestros héroes son tan excitantes como las explosivas batallas en las que se ven envueltos.

Cada recoveco de Los últimos Jedi está cuidado hasta el milimétrico detalle, dejándonos momentos de creatividad y plasticidad desbordante (el uso de la luz y el color, en concreto los contrastes rojo-blanco-negro, es brutal), impecables e inmersivas secuencias de acción e incontables planos de una belleza absoluta. La película hace gala de un refinadísimo sentido de la estética para presentarnos extraordinarias nuevas localizaciones, criaturas insólitas (muchas de ellas marionetas y animatronics, continuando el revival de lo analógico que llevó a cabo El despertar de la Fuerza) y un sinfín de imágenes para enmarcar -como por ejemplo las de la batalla en las minas de sal roja, de las secuencias de acción más asombrosas de toda la saga-, resultado de una nivelada fusión de los efectos digitales más punteros y una dirección artística magistral.

Pero lo que mantiene en pie la descomunal estructura de Los últimos Jedi es el perfecto equilibrio que existe entre la acción y la evolución psicológica (y mística) de unos personajes que están grabados a fuego en el imaginario colectivo, y cuyos tumultuosos conflictos internos y relaciones nunca dejan de ser el (enorme) corazón de la película. A través de ellos y de la guerra que protagonizan, Los últimos Jedi cuenta una historia que, como Rogue One, se antoja muy pertinente a nuestra realidad presente, una versión de Star Wars más multicultural y empoderadora (aunque desilusione al no atreverse todavía a dar visibilidad a la comunidad LGBT) que celebra la humanidad y la dualidad de sus imperfectos héroes, nos vuelve a hablar de la lucha contra el sistema que oprime y nos inspira a pelear hasta el final para impedir su avance y legar la opción de un futuro mejor a las nuevas generaciones.

Por mucho que este Episodio VIII se adentre en rincones sombríos y ponga duras pruebas a sus personajes (y con ellos al espectador), la esperanza siempre prevalece. Por eso, Los últimos Jedi no es solo una de las mejores entregas de Star Wars y un evento cinematográfico sin igual, también es una gran película de y para nuestro tiempo.

Pedro J. García

Nota: ★★★★½

Crítica: Star Trek – Más Allá

null

En 2009, la longeva saga de ciencia ficción y aventuras Star Trek recibía un lavado de cara con un reboot capitaneado por el solicitado J.J. Abrams. Sin dejar de rendir homenaje y ser fiel a la Star Trek clásica, la nueva película y su muy notable secuela, Star Trek: En la oscuridad, conducían la propiedad creada por Gene Roddenberry hacia el campo de las superproducciones actuales para rejuvenecer la saga e insuflar nueva vida a sus populares personajes. Con la tercera entrega de esta etapa moderna (decimotercera en total), Star Trek: Más Allá (Star Trek Beyond), la franquicia continúa su evolución hacia el puro blockbuster veraniego de acción bajo la batuta de un nuevo director, Justin Lin, conocido sobre todo por la saga Fast & Furious, de la cual ha dirigido cuatro películas.

Como adelantaban los tráilers, el humor y el tono han virado hacia terreno Guardianes de la Galaxia (no es solo una ilusión de la campaña promocional, hasta hay una escena análoga al “dance-off” de Star-Lord, pero más a lo grande y con los Beastie Boys de fondo, una secuencia formidablemente vistosa pero algo fuera de lugar). Y como también era de esperar, Más Allá da más énfasis a la acción desmedida y el despliegue espectacular, lo que en este caso juega en detrimento de la estructura de la película y los personajes, que están puestos al servicio de la acción, y no al contrario, como ocurría en las entregas previas.

En este nuevo capítulo, la tripulación de la USS Enterprise es atacada por una avanzada alienígena en forma de colmena que destruye la nave y deja a los héroes atrapados en un planeta hostil, donde se enfrentan a un nuevo enemigo, Krall (Idris Elba), que amenaza con destruirlos a ellos y a la Federación por razones que solo él conoce (énfasis en esto, porque aunque él tenga muy claro su plan y podamos intuir de qué va la cosa, la mayor parte del tiempo no sabremos qué está haciendo o por qué). La separación de la tripulación al “naufragar” en el planeta facilita la creación de “parejas”, cuyas interacciones son la base de la mitad del metraje. Y si bien las combinaciones Bones-Spock, Kirk-Chekov o Uhura-Sulu nos dejan buenos momentos (la mayoría cómicos), el esquema general de la historia y la evolución de los personajes sufre por un tratamiento más ligero y superficial.

null

Es decir, Más Allá antepone la acción y el humor facilón al verdadero desarrollo de sus personajes, con chistes a base de topicazos, frases lapidarias que hemos oído en infinidad de ocasiones (y que aquí suenan más vacías que de costumbre), y diálogos del montón. Así, Uhura (Zoe Saldana) queda relegada a un muy distante segundo plano, y hace (o dice) más bien poco durante la película; las interacciones entre Kirk y Spock (el núcleo emocional de las dos anteriores películas) se mantienen al mínimo, y a cambio Más Allá se convierte por momentos en una buddy film con el vulcano (Zachary Quinto) y McCoy (Karl Urban) como “la extraña pareja” de Star Trek, y el siempre simpático Scotty (Simon Pegg, del que esperaba más al guion) con la flamante nueva incorporación de la saga, Jaylah (Sofia Boutella), sin duda lo mejor de Más Allá. En este sentido, hay momentos divertidos aislados, pero en general falta cohesión, y aunque el reencuentro de los tripulantes y la puesta en marcha del plan contra Krall hace que el ritmo mejore, la visión global falla y huele a refrito, el villano flojea (Elba, como Oscar Isaac en X-Men: Apocalipsis, es otro actor de gran talento desaprovechado y sepultado bajo kilos de látex) y el guion funciona a base de una aturullada acumulación de momentos desconectados, multitud de guiños para los trekkies de siempre y set pieces que cuesta dar forma en la cabeza. El resultado es una película sin duda enérgica, pero visiblemente descentrada.

Ahora bien, si la analizamos como puro espectáculo y pasatiempo escapista, que parece ser la intención, Más Allá puede considerarse un éxito dentro de este género o modalidad del cine comercial. Es vertiginosa, es visualmente apabullante, los efectos digitales están muy por encima de la media (increíble la llegada a la base estelar Yorktown, la destrucción de la Enterprise o las batallas espaciales), y aunque la acción resulta excesivamente mareante, la película contiene imágenes para sacar los ojos de las órbitas y además funciona muy bien en los combates cuerpo a cuerpo, haciendo gala de un gran empaque visual y una contundencia física de la que la mayoría de aventuras hiper-digitales de hoy en día carecen -es decir, aunque lo digital lo domine casi todo, Más Allá no parece un videojuego todo el ratogracias en parte a su lealtad a los efectos de maquillaje y a la importancia del diseño de producción.

Pero claro, el despliegue técnico y visual y la diversión evasiva no lo es todo, como nos demostró Abrams con las dos anteriores películas (o con la nueva Star Wars, o Joss Whedon con Los Vengadores). Hace falta algo más, y Más Allá parece haber perdido lo que le había hecho conectar con los nuevos espectadores, suponiendo un paso atrás con respecto a sus predecesoras, para seguir el camino del blockbuster sin exigencias, del cine que no se molesta en ir “más allá” de su condición de evento. No hay nada de malo en una superproducción como esta, que ofrece aventuras sin pretensiones y sin engaños, y por suerte siempre nos quedará el buen hacer del excelente reparto (aunque aquí esté peor empleado) liderado por un segurísimo Chris Pine interpretando a un no tan seguro Kirk. Pero la decepción es inevitable si se busca ese “algo más”. Algo que sabes que puede darte, porque lo ha hecho anteriormente.

Pedro J. García

Nota: ★★★

11.22.63: El tiempo perdido

11 22 63 1

11/22/63 es una de las novelas más leídas y veneradas del prolífico Stephen King. Según cuenta el autor, este libro llevaba gestándose desde 1971, justo antes del lanzamiento de su primera novela, Carrie. Por esta razón, se podría decir que 11/22/63 es un proyecto de toda la vida, uno de los más importantes para la carrera del famoso escritor estadounidense. King aparcó la preparación de la novela durante muchos años, porque esta requería un trabajo de documentación exhaustivo que el autor no estaba preparado para llevar a cabo al inicio de su carrera, pero nunca abandonó del todo el proyecto, que, al igual que ocurrió con Under the Dome, retomó más tarde, cuando las circunstancias fueron más propicias.

El libro, que se publicó finalmente en 2011 con gran éxito de ventas (como no podía ser menos) y un recibimiento entusiasta por parte de los lectores, cuenta la historia de un hombre que viaja en el tiempo a través de un portal oculto en un típico diner para prevenir en asesinato de John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. Sin dejar de lado el género fantástico, King se distanciaba del tipo de novelas que le habían otorgado la fama, para adentrarse en el drama histórico. Vestida de historia sobre viajes en el tiempo y relato romántico11/22/63 es en cierto modo la crónica de un periodo de tiempo muy importante en la historia de Estados Unidos, una época de cambio, entre finales de los 50 y mediados de los 60, donde el idealismo de los años felices daba paso a una etapa de tumulto social e incertidumbre. Con más de 900 páginas, 11/22/63 es una lectura absorbente que, como casi todo lo que escribe King, clamaba por una adaptación audiovisual.

La plataforma de vídeo online Hulu es la encargada de trasladar las páginas a la pantalla (a España nos la trae la cadena Fox), con una miniserie de ocho episodios producida por el propio King, en colaboración con el imparable J.J. Abrams11.22.63 (cambiamos las barras por puntos para la versión televisiva y ponemos el día primero para el título oficial en España, 22.11.63), tiene la difícil tarea de adaptar una obra monumental, repleta de información y giros, que transcurre a lo largo de cinco años y se cuece a fuego lento. Durante un tiempo se pensó en convertirla en película, pero esto habría sido una empresa imposible. El formato miniserie era el idóneo para este libro en concreto, y el nivel de la ficción dramática de los canales alternativos auguraba una adaptación a la altura que esquivase la maldición de King, cuya obra pocas veces se ha llevado a la pantalla de manera satisfactoria.

11 22 63 2

Bridget Carpenter (Friday Night LightsParenthood) se encarga de desarrollar el proyecto, para lo que, como es lógico, ha tenido que efectuar cuantiosos cambios con respecto a la novela. En esencia, 11.22.63 se mantiene muy fiel al libro, pero la naturaleza del medio televisivo obliga a esquematizar y el formato serial a reordenar los puntos de inflexión del relato. Por eso, la historia comienza en 1960 en lugar de 1958, por eso se reducen los viajes de su protagonista, Jake Epping (James Franco), se cortan muchos pasajes o se cambia el papel de algunos personajes, para ajustarse a la narración episódica televisiva. Lo que viene siendo cualquier adaptación de un libro de esta envergadura. Carpenter da comienzo a la miniserie de forma acertada, estableciendo el tono con certeza, y extrayendo la esencia de la novela para contar lo más importante. Pero a medida que avanza, 11.22.63 va perdiendo fuelle, y no consigue brillar tanto como prometía, yendo de más a menos para convertirse en una decepción. Y no ya solo como adaptación, porque tenemos que ser capaces de separar ambos medios, sino como serie. 11.22.63 no está a la altura, simplemente no logra la trascendencia y el impacto que su historia podía haber propiciado, no está bien planificada desde el punto de vista narrativo, y se queda en el terreno de lo convencional. Podría haber sido extraordinaria, pero se conforma con ser correcta.

Carpenter no dosifica bien la información, no parece saber siempre cuándo pausar o acelerar, provocando que la serie adolezca de un ritmo muy irregular, y la historia pierda interés paulatinamente, cuando debería ser al contrario. Pero el problema principal de 11.22.63 es otro, aunque está derivado de lo mismo: su práctica falta de desarrollo de personajes. A nivel interpretativo, la serie cumple (olvidémonos de la lamentable pero afortunadamente breve participación de T.R. Knight): Sarah Gadon está encantadora, George MacKay es muy buen sidekick (acertadamente, el papel de Bill Turcotte gana peso con respecto al libro), y el protagonista, James Franco, está mejor de lo que se esperaba. Claro que, por desgracia, su personaje apenas muestra síntomas de evolución durante los años que permanece en el pasado (y esto es culpa suya y del guion), lo que hace que sea difícil involucrarse emocionalmente con su historia (simplemente no se nos muestra bien el vínculo que Jake desarrolla con el mundo de los 60, clave para entender su viaje personal). Tampoco ayuda que se pase de puntillas por los temas sociales, aunque entendemos que no hay tiempo para entretenerse con ellos, o que no explore de forma interesante a los personajes de Lee Harvey Oswald (Daniel Webber) y su mujer, Marina Oswald (Lucy Fry). Al final, la serie se queda en la superficie en todos los aspectos, no logra expresar la relevancia de la época que retrata y sus personajes no transmiten demasiado. Por eso, aunque su final (afortunadamente fiel al del libro) sea ciertamente bonito, habría sido más conmovedor si los protagonistas y la historia hubieran tenido más aristas.

11 22 63 3

A nivel técnico, 11.22.63 está a la altura de lo que se espera de un drama televisivo actual. La ambientación de los años 60 es fantástica, la factura es notable, y en general es un producto muy cuidado. Sin embargo, desaprovecha una oportunidad de oro al no hallar el núcleo emocional de la historia y no hacer que sus personajes apenas crezcan a lo largo de sus ocho capítulos. Mientras, pierde el tiempo estirando tramas que no aportan demasiado para acabar apresurando los acontecimientos en los dos últimos episodios (que al menos remontan con respecto a los anteriores para dejar con mejor sabor de boca). Si bien ha escapado de la maldición de King, 11.22.63 supone una desilusión, sobre todo por lo bien que arranca. Como le dice Sadie a Jake en una escena clave de la serie: “La película nunca es mejor que el libro”. Es un tópico muy facilón (aunque también un guiño muy simpático teniendo en cuenta el historial audiovisual de King), pero esta miniserie corrobora que es cierto.

Crítica: Calle Cloverfield 10

10 cloverfield lane

Escribir una crítica sobre esta película sin contar nada de su argumento es difícil, pero también es lo más adecuado. Calle Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane) se disfruta más cuando menos se sabe sobre ella, entrando a la sala de cine (o dando al play en casa) a ciegas, sin saber exactamente qué nos espera en la oscuridad. Claro que, aunque no conozcamos detalles de la trama, será fácil imaginarnos qué tipo de propuesta es Calle Cloverfield 10 conociendo los datos externos a la historia. Veamos.

Se trata de una secuela “en espíritu” de la película de 2008 Monstruoso (Cloverfield), una suerte de continuación no lineal de su universo, que nos propone una historia completamente nueva bajo el paraguas de la denominación, ya convertida en marca, “Cloverfield”. Es decir, Calle Cloverfield 10 sería como un nuevo capítulo de una antología fantástica y de ciencia ficción, con actores nuevos y sin continuidad narrativa. Es decir, un nuevo episodio de “The Cloverfield Limits”.

10 Cloverfield Lane 2

La palabra “Cloverfield” es prácticamente sinónimo de J.J. Abrams y Bad Robot (su productora), un concepto que aúna los mismos principios y leit motivs que han caracterizado la (ya extensa) producción del creador de Perdidosy que se resume una vez más en la idea de la caja de Abrams: la caja representa una historia de la que no conocemos sus contenidos, y lo emocionante es ir descubriendo lo que hay en ella. Es decir, que el viaje es más importante que el destino. Esta es la noción sobre la que se sustentan la mayoría de historias producidas por Abrams, y eso es también lo que nos encontramos en Calle Cloverfield 10, donde el desconocido Dan Trachtenberg toma el relevo de Matt Reeves, y Damien Chazelle (Whiplash) se encarga de completar el guion de Matthew Stuecken y Josh Campbell, mientras que Abrams, Reeves y Drew Goddard (guionista de Monstruoso) siguen en la producción ocupándose de que “la visión” prevalezca.

Sin embargo, en el caso de Calle Cloverfield 10, la fórmula de la caja ha sido perfeccionada. Este tipo de narración, donde las preguntas y las sorpresas incentivan la historia pero a menudo también la lastran, ocurre que en muchas ocasiones la expectación se traduce en decepción o anticlímax cuando llega la conclusión y esta no está a la altura (o queda inacabada, como un puzle al que le faltan piezas, guiño más que autoconsciente de la película al estilo de Abrams). Afortunadamente, esto no ocurre en Calle Cloverfield 10, donde la historia es algo más que una acumulación de ideas, enigmas y “shocks”. Puede que su desenlace no convenza a muchos, pero es uno de los más coherentes de la producción “misteriosa” de Bad Robot, un final con el que deja los cabos justos por atar, que ofrece clausura emocional satisfactoria para su protagonista (Mary Elizabeth Winstead) e incluso tiene mimbres para convertir la película en saga; algo que seguramente no pasará, porque seguirán explorando el concepto “antología”, pero que, si así fuera, podría dar muchísimo de sí.

10 Cloverfield Lane 1

Aunque esto no ocurra, Calle Cloverfield 10 quedará como una obra bastante redonda, una excelente cinta de suspense que demuestra el poder de las ideas sobre la pirotecnia. Con un magnífico trabajo de cámara que saca el máximo partido al reducido espacio con el que cuenta, un orgánico acompañamiento musical a cargo del exhaustivo Bear McCreary y un guion que se retuerce con giros que nos mantienen alerta en todo momento, Calle Cloverfield 10 maneja la tensión con maestría. La película deja al espectador continuamente en el borde del asiento, obligándole a desear saber más, haciendo que se involucre en la historia (y el juego abramsiano que plantea) y adopte el (desinformado y desorientado) punto de vista de Michelle (Winstead) para intentar dilucidar qué es verdad y qué es mentira. Pero lo mejor es que, además de ese juego (salpicado de un humor negro que recuerda a la reciente La visita de Shyamalan), el film ofrece varias lecturas más allá del simple “cuento post-apocalíptico”, componiendo un (otro) relato sobre el miedo a “los otros” (con la paranoia post-11S aun resonando) y el terrorismo doméstico de la masculinidad patriarcal, temas perfectamente representados en dos de los mejores personajes que nos ha dado el género últimamente. Una mujer que toma posesión de sí misma para dejar de huir de sus problemas (perfecta Winstead), y un lunático memorable al que da vida un extraordinario John Goodman.

Calle Cloverfied 10 es un thriller claustrofóbico y desconcertante que divierte enormemente sin por ello sacrificar la seriedad de sus temas y el desarrollo de sus personajes (“Yo veo Cloverfield por los personajes”). El éxito de la película plantea una nueva forma de hacer blockbusters fantásticos, otro tipo de “cine evento” que es posible con un presupuesto reducido, gracias a una campaña publicitaria inteligente y por encima de todo, ideas “fuera de la caja”.

Valoración: ★★★★

Crítica: Star Wars – El Despertar de la Fuerza

Star Wars: The Force Awakens

La adquisición de Star Wars por parte de Disney en 2012 fue recibida con recelo por gran parte del público, que temió que la compañía exprimiese demasiado la gallina de los huevos de oro (como si no se llevara haciendo desde hace décadas) y la saga galáctica se acabase desvirtuando. Entre quejas, miedos y especulaciones, no se reparó demasiado en lo más importante de esta muchimillonaria transacción: el hecho de que alguien por fin le quitaba Star Wars de las manos a George Lucas. La persona que creó este venerado universo de ficción fue la misma que escupió sobre él con una infame trilogía de precuelas que, tal vez salvando la tercera entrega, resultaron ser un engendro nacido de la fiebre digital que Lucas atravesó durante el cambio de siglo. Con la tercera trilogía que da comienzo en 2015, Disney sabía exactamente qué no tenía que hacer para evitar repetir el fiasco de la anterior. Y lo primero era alejar a Lucas lo máximo posible de las nuevas películas. Así, la labor de dirigir el Episodio VII recaía en J.J. Abrams, discípulo aventajado de Spielberg que ya había demostrado su pericia a la hora de casar lo nuevo con lo antiguo en otra saga de las estrellas, Star Trek.

Star Wars: El Despertar de la Fuerza tenía ante sí una tarea muy fácil, superar a las precuelas de Lucas, y una algo más difícil, recuperar el espíritu de la saga original. ¿Y cuál es el veredicto? Más allá de la indescriptible sensación que provoca volver a ver en el cine esos rótulos iniciales (sin alterar) acompañados de la fanfarria inmortal compuesta por John Williams, no hay más que ver los primeros diez minutos de la película para comprobar que Abrams lo ha conseguido. El director ha logrado devolver el brillo (polvoriento) a la franquicia con una película de estructura y aspecto visual similar a Una nueva esperanza. Dejando atrás los escenarios íntegramente digitales de las precuelas, que parecían salidos de una aventura gráfica de los 90, y esos actores que olvidaban actuar desorientados y perdidos en interminables cromas, Abrams vuelve a hacer que los personajes de Star Wars pongan los pies en la tierra y se ensucien, asegurándose de que el espectador sienta que están ahí de verdad, que pueden ver y tocar todo lo que hay a su alrededor. Huelga decir que los efectos digitales ocupan un lugar muy importante en El Despertar de la Fuerza, pero afortunadamente no se abusa de ellos hasta eclipsar todo lo demás, sino que están al servicio de la historia, como debe ser (de hecho, hay más retoque digital en el rostro de Carrie Fisher para quitarle kilos y arrugas que en el resto de la película, pero eso es otro tema que dejaremos para otra ocasión).

Rylo

El guion de El Despertar de la Fuerza está escrito por Abrams y Michael Arndt (Toy Story 3, Los Juegos del Hambre: En llamas) junto a Lawrence Kasdan, guionista de El imperio contraataca El retorno del Jedi, un dato que habla por sí solo. La intención era escribir una continuación directa que aunara la aventura espacial clásica con la sensibilidad del mejor blockbuster actual, y en este sentido, El Despertar de la Fuerza es un triunfo, una película en la que todo es exactamente como debía ser. Desde el reparto, con un acertado casting de talentos jóvenes recogiendo el testigo de los veteranos de la saga, hasta la partitura de Williams, que ha rodeado las piezas más icónicas de Star Wars con nuevas composiciones que esta vez sí parecen nuevas y no un refrito de otros de sus scores, pasando por supuesto por los apartados de diseño de producción, vestuario y criaturas. Todo desprende un aroma inconfundible a La guerra de las galaxias, incluso a la magia artesanal de las creaciones de Jim Henson. Se nos traslada de nuevo a esos desiertos castigados por los soles del Episodio IV, a los pasillos y el mítico puente de mando del Halcón Milenario, a las cantinas abarrotadas de bichos de todas las especies y colores (para nuestro gozo, con mayor presencia de animatronics y menos extras realizados por ordenador, como se nos prometió). Todo esto hace que la película sea puro asombro, nostalgia y emoción, un espectáculo desbordante calibrado al detalle con la finalidad de contentar a los fans, que entrarán en éxtasis con las referencias a los Episodios IV-VI, sin por ello descuidar a los espectadores casuales en busca de evasión.

Para trazar ese puente entre generaciones (aunque Star Wars no necesita ser “traducida” para los nuevos públicos, porque no ha dejado de formar parte del imaginario colectivo), El Despertar de la Fuerza se centra principalmente en los nuevos héroes de la saga, Rey (Daisy Ridley), Finn (John Boyega), y en menor medida Poe Dameron (Oscar Isaac), además del villano Kylo Ren (Adam Driver) y por supuesto el adorable droide esférico BB-8. Por edades y perfiles, el nuevo reparto de protagonistas es análogo al original, con personajes que no son recortes planos sin emociones e intérpretes infinitamente mejores que los de las precuelas (solo chirría Domhnall Gleeson como dictador intergaláctico). Ridley y Boyega se convierten en el alma de la película, aportando una gran carga de energía y un sentido del humor excelente, Isaac tiene una presencia muy carismática, con un deje canalla a lo Han Solo, y Driver clava a un villano joven y confuso que existe demasiado a la sombra de Darth Vader. Por otro lado nos reencontramos con viejos amigos, como la mencionada LeiaC-3PO y R2-D2 en papeles más bien testimoniales, o Luke Skywalker, cuya trama  vertebra el film. Pero aquí el que se lleva de nuevo el gato al agua es Harrison Ford, que decidió que esta vez se lo iba a pasar genial haciendo la película, y salta a la vista. Rey y Finn aguantan muy bien el peso de la historia (sobre todo ella, la verdadera protagonista), pero cuando aparecen Han Solo y Chewbacca es cuando la fuerza despierta de verdad.

Leia Han Solo

La película no está exenta de problemas, principalmente en lo que respecta al ritmo, que se resiente al entrar en el tercer acto (en el fondo esto es un nuevo primer capítulo y se nota). Pero aun así, y exceptuando quizá alguna sorpresa arriesgada que cuesta saber cómo tomársela, El Despertar de la Fuerza cumple holgadamente las (desorbitadas) expectativas, llevando a cabo una perfecta síntesis de lo clásico y lo nuevo con la que se consigue algo singular: rejuvenecer y modernizar la saga apoyándose fuertemente en la trilogía original. Se trata de una película hecha con tanto mimo por su mitología como buen ojo mercantil, una superproducción ante todo divertida, en la que la comedia destaca tanto como la acción, y la historia y los personajes no son fagocitados por la pirotecnia. En definitiva, Abrams ha orquestado con éxito la película-evento que esperábamos ver, haciendo así que Star Wars recupere la vida que perdió hace quince años y dejándonos con ganas de más. “Chewie, estamos en casa”. Ahora sí.

Valoración: ★★★★

Crítica: Misión Imposible – Nación Secreta

TAURUS

Existe una línea temporal en la que Tom Cruise sigue siendo una estrella revienta-taquillas que cae bien al público. Esa realidad es la extensión de un universo de ficción que cumple ya casi dos décadas, el de la saga cinematográfica Misión: Imposible. Ethan Hunt vuelve en M:I – Nación Secreta (Mission: Impossible – Rogue Nation), quinta entrega de las improbables aventuras del espía de la FMI y su equipo de chiflados especialistas. Tras los acontecimientos de Protocolo fantasma, Hunt es el fugitivo más buscado por la CIA, un agente “rebelde” que opera desde la clandestinidad para erradicar al Sindicato, organización de asesinos sin identidad similar a la FMI que está liderada por el megalómano Solomon Lane (Sean Harris). Nación Secreta nos devuelve todos los ingredientes que convierten esta saga en una de las más icónicas del cine de acción (mensajes que se autodestruyen en 5 segundos, imposibles artilugios y dispositivos informáticos, ¡máscaras!), garantizando dos horas de secuencias trepidantes, brutales combates físicos, persecuciones explosivas y rebuscadas tramas de espionaje que conforman el blockbuster veraniego por excelencia.

En Nación Secreta, Ethan Hunt debe salvar el mundo una vez más, ahora con el objetivo añadido de recuperar la confianza del servicio de inteligencia de su país, lo que altera la dinámica de la saga, aunque no tanto como para cambiar la estructura clásica de estas películas, que se mantiene intacta: sucesión de espectaculares set pieces de un lado al otro del globo y misiones de infiltración/extracción que obligan a aguantar la respiración. Por supuesto, Hunt no lleva a cabo su arriesgado trabajo en solitario, sino que cuenta con la inestimable ayuda de un equipo formado por ex colegas del FMI, ahora recolocados en distintos puestos dentro del sistema, desde los que ayudan al espía a moverse sin ser detectado. Así, Nación Secreta continúa acentuando la dinámica de grupo en oposición a la figura del protagonista único que podría ser Hunt. Cruise se reserva para él solo las escenas de riesgo más impactantes (y además sigue insistiendo en no usar dobles), pero también comparte el escenario con sus compañeros de reparto e incluso se retira cuando lo cree oportuno, lo que contribuye a esa sensación de grupo cohesionado donde la camaradería y la lealtad se anteponen a todo (viene a la mente Fast & Furious, saga con la que M:I empieza a tener mucho en común). Una decisión inteligente que evita que la delicada relación del público con el actor a causa de su dañada imagen pública acabe aguando la fiesta.

MI5Nación Secreta potencia la coralidad del reparto y acierta al dar mayor protagonismo al simpático personaje de Simon Pegg, Benji Dunn, alivio cómico y prolongación del experto informático Marshall Flinkman que J.J. Abrams incorporó cuando se hizo con las riendas de la franquicia para convertirla en Alias 2.0. Jeremy Renner (notable intérprete que se empeña en hacer el mismo personaje una y otra vez) también explota su vis cómica ya como miembro fijo del equipo, en esta ocasión formando dúo con el siempre acartonado Alec Baldwin, que hace de su sombra durante todo el film. Y la llegada de la sueca Rebecca Ferguson (que aunque no lo creáis, no tiene parentesco con Ingrid Bergman) como la agente Ilsa Faust añade el componente femenino (intercambiable entre una película y otra) a una saga eminentemente masculina. Y lo cierto es que, a pesar de un par de planos aislados que la reducen a un trozo de carne, Ferguson construye uno de los personajes más interesantes de una película que no destaca precisamente por la profundidad de sus caracterizaciones. De hecho, uno de los puntos fuertes de Nación Secreta es su relación con Ethan, desconcertante tira y afloja que da lugar a un excitante juego de engaños evocador del Hitchcock de Con la muerte en los talonesEncadenados (sin ir más lejos, Ferguson se inspiró en la interpretación de Bergman en esta última y en Casablanca para dar forma a su personaje).

Desde que Abrams revitalizó la saga (tras aquella infame segunda parte), M:I ha progresado hasta convertirse en un infalible pasatiempo cinematográfico cuyo objetivo principal (casi diría el único) es divertir al respetable, que sabe exactamente lo que le espera nada más escuchar las célebres notas de la sintonía compuesta por Lalo SchifrinMisión Imposible no está especialmente interesada en la evolución de sus personajes, tampoco pretende innovar en ningún sentido, y no hace falta prestar mucha atención para darse cuenta de que detrás de la acción no hay nada. Pero ni esto, ni Tom Cruise, han impedido que la saga se adapte con soltura al paso del tiempo. Es más, si ha sobrevivido hasta ahora (y si aun le queda mecha) es porque ha abrazado su naturaleza de simple espectáculo de fácil digestión y ha decidido reírse de su inverosimilitud. En Nación Secreta Christopher McQuarrie (que nos impresionó recientemente con el guion de ese excelente blockbuster de auteur llamado Al filo del mañana) recoge el testigo de Abrams y Bird para seguir definiendo la etapa moderna de M:I, caracterizada por su sofisticada fusión de comedia, pirotecnia, ciencia ficción e intriga, y por demostrar una vez más que se puede hacer cine de acción que no menosprecie la inteligencia del espectador. No importa lo tonta que la película en cuestión pueda llegar a ser.

Valoración: ★★★½

Crítica: Star Trek: En la oscuridad

J.J. Abrams puede regodearse de tener actualmente una de las marcas autoriales más definidas y reconocibles del panorama catódico y fílmico. La ha cultivado durante mucho tiempo en series de televisión, pero ya lleva años dedicado en cuerpo y alma al cine. Si bien ya había demostrado que era un nombre a tener en cuenta gracias a series como Felicity o Alias, fue con el hito de la cultura popular, Perdidos, con el que llegó al lugar privilegiado de la industria en el está instalado ahora. Abrams ya no está interesado en la tele como antes. Está claro que las series eran para él una plataforma hacia la gran pantalla. Si Super 8 le granjeó reconocimiento más allá de Lost, con Star Trek ha logrado confirmar que tiene madera de fabricante de blockbusters con alma, al estilo de su mentor Steven Spielberg.

La marca Abrams sigue vinculada a un tipo de narración muy particular que se fundamenta en la manipulación de las expectativas del espectador. Enigmas, preguntas sin respuesta, anticipación, fragmentación. Sin embargo, con la primera entrega de la nueva era cinematográfica de Star Trek, el autor se alejaba considerablemente del escondite narrativo y visual al que jugaba en Monstruoso y Super 8, dejando en herencia este particular estilo a su segundo de abordo, Damon Lindelof -que con Prometheus confirmaba el hastío del espectador ante la fórmula. Para acometer la importante tarea de relanzar la franquicia Star Trek, Abrams debía dejar atrás sus vicios como narrador. Había de encontrar la manera de conservar el espíritu trekkie y a su vez adaptarlo a las nuevas sensibilidades cinéfilas. Afortunadamente, tanto la primera entrega, como su secuela, Star Trek: En la oscuridad, confirman que Abrams es capaz de contar una historia de corte clásico sin marear al espectador (quizás solo en algunas secuencias de acción), de convertirse en un cuentacuentos contemporáneo, algo que sin duda le cualifica para emprender su próxima odisea pop, ponerse al frente de la primera entrega de la nueva trilogía de Star Wars. Abrams mucho abarca, y de momento, afortunadamente, mucho aprieta.

Star Trek: En la oscuridad supone una continuación orgánica y natural de la primera entrega, estrenada en 2009. Otra vertiginosa, colorista y emocionante aventura a bordo de la nave Enterprise, que funciona como secuela y a su vez como enlace con el pasado de la creación de Gene Roddenberry -materializado con la presencia, de nuevo, de Leonard Nimoy como el Spock del futuro pasado. Abrams repite fórmula, solo que esta vez pule los defectos de la primera parte logrando una cinta igualmente efectiva pero más redonda, más explosiva e impactante, y en definitiva, más satisfactoria. El primer acierto de Star Trek: En la oscuridad con respecto a su predecesora es la incorporación de un villano carismático, un Benedict Cumberbatch cuya abrumadoramente magnética presencia es suficiente para olvidar que alguna vez existió el Nero de Eric Bana (aunque seguro que a muchos no les hacía falta Cumberbatch para olvidarlo).

Sin embargo, el idolatrado Sherlock de BBC y su profunda voz gramofónica no es lo mejor de Star Trek: En la oscuridad. Como en la primera película, la gran química entre Chris Pine y Zachary Quinto como Kirk y Spock -dos de los mayores aciertos de casting del cine reciente- continúa siendo la espina dorsal del proyecto. En esta secuela se sigue profundizando en la complicada pero gratificante amistad entre estos personajes, haciendo que esta culmine en un sorprendentemente emotivo, e incluso desgarrador, clímax. Pero no solo de Spock y Kirk vive Star Trek. De hecho, la mayor virtud de esta nueva etapa de Star Trek es haber reclutado a un estupendo elenco coral que aporta una dinámica de grupo magnífica. Kirk y Spock aprenden juntos a ceder en lo que respecta a sus férreas convicciones y rasgos de personalidad, y lo hacen en gran medida gracias a una tripulación que les muestra la posibilidad de complementarse y explotar la diferencia por el bien común, algo que el espectador percibe claramente. No hay nada más importante que hacer ver que los personajes se preocupan los unos por los otros para que la audiencia estreche el vínculo con ellos y con la historia.

Star Trek: En la oscuridad es todo un triunfo del cine de aventuras y sci-fi, un intenso y trepidante viaje a través de los rincones más hermosos y peligrosos de la galaxia, en el que la acción más espectacular complementa el desarrollo de personajes, en lugar de eclipsarlo. Abrams firma así un producto de gran empaque visual -el bellísimo prólogo lo evidencia- en el que salta a la vista el amor hacia los personajes, un nuevo capítulo dentro de una macro-historia -y obsesión- de casi cinco décadas en el que el autor saca provecho de su experiencia televisiva para seguir conquistando el cine.

Pilotos 2012-13: Parte III – Revolution

 

Los lunes en NBC
Puntuación: 3/10

Más bien Repetition

Cada vez me cuesta más creer y aceptar que las productoras y cadenas sigan adelante con cosas como esta. Si FlashForward y Terra Nova fueron un fracaso, ¿qué les hizo pensar que algo como Revolution, que es una mezcla exacta entre esas dos series (menos los dinosaurios) podría funcionar? No sé qué tal le irá en los índices de audiencia, pero desde luego Revolution poco va a revolucionar. Sería verdaderamente impactante si la serie llegase a tener una segunda temporada. La gente está hastiada de este tipo de historias que Abrams, inexplicablemente, ha convertido en su marca personal. Creador de ideas (cada vez más clónicas, cada vez más perezosas e impersonales), al productor se le lleva viendo el plumero desde hace ya años. Está en esto (o sea, en la televisión) por el dinero. Poco le interesa aprender a contar historias, evolucionar, ‘crear’. Lo suyo es manufacturar. La producción en cadena. Por eso el espectador ducho en ficción televisiva se aproxima a Revolution con recelo. Con razón. Y lo que obtiene es justo lo que cabía esperar: más de lo mismo.

La historia se desarrolla en una Norteamérica postapocalíptica, quince años después de que un apagón eléctrico deje el mundo sumido en la oscuridad, sin aparatos electrónicos, sin vehículos a motor, incomunicado. Al comienzo del piloto asistimos a este fatídico acontecimiento. Son apenas dos minutos, porque hay que dosificar los momentos importantes (a modo de flashback) a lo largo de una temporada. Lo que viene a continuación empieza ya siendo relleno. En quince años, el mundo se ha convertido en una gran jungla y sus habitantes sobreviven bajo regímenes autoritarios locales tras la caída de los gobiernos, en aldeas prácticamente amish que nos enseñan -y aleccionan sobre- la posibilidad de una vida sin tecnología (ay los palos que se llevó Shyamalan con El bosque, y lo mucho que ha calado). Tras la irrupción de Los Otros en una de estas pacíficas comunidades, una joven inicia una partida en busca de su tío, que está directamente relacionado con el apagón. Revolution hace uso de todos los clichés de este tipo de historias, los que tanto ha bastardeado Abrams: símbolos, macguffins, enigmas, migración, conspiración. Pero no es justo atribuir todo el mérito del espanto a Abrams. Eric Kripke (Sobrenatural) es el verdadero padre de la criatura, el responsable de escribir este refrito sin interés.

Por si no fuera suficiente con una historia gastadísima que no ofrece alicientes para enganchar al respetable, el piloto de Revolution no logra tampoco entrar por la vista. Es decir, no se han gastado una millonada como en el de Lost, o al menos no lo parece -“ponemos una columna de cartón piedra partida sobre la escalera, lo llenamos todo de verde, y ya está”. Ni siquiera la presencia de Jon Favreau en la silla del director sirve para animar un poco el cotarro. El director de las dos primeras entregas de Iron Man no saca partido de su experiencia, y el mediocre guión de Kripke se traduce en un mediocre producto audiovisual. Quizás sea cosa suya que las peleas estén tan pasadas de rosca, y un golpe de flecha tenga fuerza como para lanzar al herido tres metros atrás, pero ni eso hace que Revolution resulte atractiva o divertida. Como nota positiva, se agradece que Kripke no se vuelva loco introduciendo referencias bíblicas, numéricas y demás chorradas que solo sirven para distraer y embaucar al espectador (claro que tiempo al tiempo). Sin embargo, da igual que inicialmente a Kripke no le preocupen tanto esas tonterías como a Abrams o Lindelof, la historia sigue fallando, los personajes son planos, la acción estática, y no hay nada, ni siquiera Juliet Burke, que pueda salvar a Revolution de su apagón.

Pilotos 2012-13: Parte I – Animal Practice, Go On y The New Normal
Pilotos 2012-13: Parte II – Ben and Kate, Guys With Kids y The Mindy Project 
Pilotos 2012-13: Parte III – Revolution
Pilotos 2012-13: Parte IV – Elementary
Pilotos 2012-13: Parte V – Last Resort y The Mob Doctor
Pilotos 2012-13: Parte VI – The Neighbors y Partners
Pilotos 2012-13: Parte VII – 666 Park Avenue y Vegas
Pilotos 2012-13: Parte VIII – Chicago Fire, Made in Jersey y Nashville

Perdidos, "The Candidate" (6.14)

La muerte os sienta tan bien

Poco podemos reflexionar tras un episodio como “TheCandidate“, donde la acción más pura recoge el testigo de la relativa calma y el enredo argumental de los anteriores. La segunda mitad del episodio es un [insertar expresión equivalente a tour de force, pero que esté menos trillada] en el que tememos por la vida de todos y cada uno de los personajes. Otra prueba más de que los guionistas nos tienen atrapados en sus redes. Una de las claves de su trabajo es el manejo astuto de las certezas del espectador, las que ellos mismos nos imprimen. Me explico. Con cada episodio, nos conducen hacia teorías sobre la isla, los personajes, sobre lo que está pasando, y nos hacen llegar a (ilusas) conclusiones que ellos mismos refutarán convenientemente uno, dos, o veinte episodios más tarde (sin restar coherencia al conjunto). Es el caso de los seis candidatos. No sé si soy el único, pero esos nombres en la cueva me transportaron a un lugar cómodo y seguro en el que yo sabía que ninguno de ellos iba a morir, al menos hasta el final. Pero me equivocaba. Precisamente porque es una de las pocas cosas que podemos tener seguras en Perdidos (porque ellos se encargan de convencernos), los guionistas juegan con más soltura que nunca la baza de la sorpresa y el golpe de efecto, que tan agotada ha llegado a estar en la serie. Cuatro muertes. Jin, Sun y Sayid, tres de los protagonistas desde el primer episodio (y tres candidatos), y Lapidus, uno de los secundarios-extras más simpáticos (que yo creía que los sobreviviría a todos). Nos han pillado con la guardia por los suelos, y ¡zas!

Y la culpa de todo la tiene No-Locke. Ahora ya no quiere reunir a todos para marcharse de la isla y dejar la botella abierta, sino que se los quiere cargar, porque según la teoría de Jack, no puede salir de la isla a menos que estén todos muertos. Yo, a estas alturas, confío en Jack, aunque no ostente el récord de aciertos en la isla. Sawyer, por desgracia, no. La escena del submarino, que ocupa el último cuarto de hora de “The Candidate” es una de las escenas más emocionantes de toda la serie. El manejo de la tensión es ejemplar, y a esto contribuye sin duda… ¡la bomba con cuenta atrás! (cómo me he acordado de Buffy, y de Alias, por supuesto). Con todos los personajes atrapados, apenas tres minutos para que la bomba explote, con Kate gravemente herida y sin tiempo para salir a la superficie, Jack vuelve a pedir un acto de fe. Pero Sawyer es un hombre de acción, y si antes no confiaba en Jack, ahora que es un Locke reencarnado, menos aún.

Menos mal que zombiSayid andaba por ahí. La muerte de Jarrah pasa sin pena ni gloria (es uno de los momentos más endebles técnicamente del episodio), a pesar de suponer varias cosas muy importantes para el personaje: como Reyes teorizaba, se puede salir del lado oscuro por voluntad propia, y Sayid lo hace en un acto de sacrificio redentor que debe bastar para hacer descansar en paz al ex torturador. Pero la muerte de Sayid se ve pronto eclipsada por todo lo que desencadena la explosión. Y sobre todo, por el momento ¿lo digo?… venga, el momento Titanic protagonizado por Jin y Sun. Cómo me equivocaba cuando dije en mi anterior review que después del ansiado reencuentro de los Kwon, lo que pasase después sería lo de menos. Muchos pensaron que el reencuentro del matrimonio se iba a ver frustrado por algún balazo de los de Widmore o por las vallas electrificadas. Parecía obvio que ese sería el golpe de efecto maestro del episodio, reunir a Jin y Sun para matarlos en la misma escena. Pues bien, aunque esto no ocurrió, la teoría no andaba desencaminada. Un episodio después, los dos mueren ahogados en el submarino. Aunque los veamos con toda seguridad en los sideflashes (y aunque nos quede la remota posibilidad de que alguien los salve en el ultimísimo momento), no es como una de tantas muertes que nos han insensibilizado a lo largo de la serie, sino que se siente definitiva, y por eso duele más. Más unidos que nunca (idea que viene a representar en cierta manera el idioma inglés, ya en común, lo que más los distanciaba en la isla antes de separarse), se dicen “I love you“, después de que Jin vuelva a prometer a Sun que no la dejará nunca más (esta vez en koreano), mientras suena la pieza musical más triste de la banda sonora de Perdidos. Y para rematar, uno de los planos más devastadores que recuerdo: solo la muerte será capaz de separar a los Kwon.

Por lo demás, Perdidos sigue completando ciclos. Lo vemos en las continuas regresiones a las primeras temporadas, y en los sideflashes, donde Jack comienza a deducir que algo raro ocurre (sin necesidad de amor, ni experiencia cercana a la muerte). El doctor Shephard crea lazos con su hermana Claire, y ambos se miran al espejo (Pocoyó tiene la teoría de que al final, tendrán que atravesar un espejo, y no me parece descabellada). Después, Jack trata de recomponer a un Locke destrozado (gran Terry O’Quinn, no me convencía así desde la primera temporada), intentando ilusamente convencerle para que siga su filosofía de vida, que ni él mismo entiende:

Jack: What happened, happened. And you can let it go.
John: What makes you think letting go is so easy?
Jack: It‘s not. In fact, I don’t really know how to do it myself. And that‘s why I was hoping that maybe you could go first.
John: Goodbye, doctor Shephard.

Y mientras Jack intenta salvar sin éxito a Locke en la realidad alternativa (mirad la descorazonadora sonrisa de ilusión y certeza después de darle el consejo a John), consigue salvar de la muerte a Sawyer en la isla (verás cuando se despierte y vea la que ha liado). Como veíamos en el capítulo anterior, el doctor sigue cumpliendo paso a paso el manual para convertirse en héroe. Y permitidme que una semana más haga referencia al tema, pero es que en “The Candidate“, Jack llora también, y además, llora mucho. Y lo que es mejor, no solo él llora. Se agradece una escena dedicada exclusivamente a mostrar el dolor de los personajes tras una muerte, algo que no se suele hacer (también es verdad que ni hay tiempo, ni todas las muertes conllevan una reacción de este tipo. Jin y Sun eran especiales, para nosotros, y para ellos). Lo más gracioso es que mientras Kate y Hurley lloran por la muerte de Jin y Sun (a Sayid que le den), Jack se retira a la orilla a sollozar como un niño sin que lo vean los demás (nosotros sí lo vemos, total, estamos muy acostumbrados a ver al héroe de la película lloriquear). Y a todo esto, con todas las emociones provocadas por los eventos del submarino, nadie se acuerda de la pobre Claire después de que Sawyer cerrase el submarino dejándola tirada (a él no le bastaba con intentarlo una vez). No puedo con lo mal que la están tratando. Niña, saca el hacha, que se enteren de quién es Crazy Claire.