Una vez empiezo una serie suelo comprometerme a verla hasta el final. Obviamente esto es un problema. Cada vez más grave. Soy de los que piensa que para adquirir una visión completa de una serie es necesario verla hasta el final. Sigo sosteniendo esa teoría, porque es de cajón (si quieres una visión completa, debes completar, d’uh!). Sin embargo, la apabullante cantidad de series que se estrenan al año en Estados Unidos me ha obligado finalmente a saltarme la norma, empujándome a ser más crítico y menos permisivo. Pocas veces he abandonado una serie una vez empezada (sin ir más lejos, el año pasado vi Are You There, Chelsea? entera) (Dios mío), pero los estrenos de otoño de las networks americanas han dejado mucho que desear estos últimos dos meses, y después de ver muchos pilotos desastrosos, me niego a dar segundas oportunidades. Es eso o no tener tiempo para ver las series que de verdad quiero ver hasta el final, o para tener algo de vida (que no es que la necesite mucho, pero no viene mal tampoco). Dicho esto, ¿qué hago con las series que sigo por inercia, las de planchar o las que no abandono por pena? Es hora de ser implacable y archivarlas, por mucho que me duela hacerlo con episodios pendientes. “No eres tú, soy yo”. He decidido que se puede adquirir una visión global de la serie con pocos episodios vistos. Es la ‘visión global personal’, la que se obtiene de lo que se ha visto, sea mucho o poco. Punto. Ya no hay tiempo para esperar a que una serie se vuelva buena. Tiene que serlo, o como mínimo prometerlo, desde el principio.
El caso de Happy Endings es especial. Un “no soy yo, eres tú”. Hay series a las que das segundas, terceras y vigesimoquintas oportunidades basándote en el feedback que te da la gente en cuyo criterio confías casi a ciegas, en las críticas de las publicaciones especializadas o incluso en su estatus de serie-de-culto (esto es lo que a mí me pierde realmente): si a tanta gente gusta, algo tiene que tener, ¿no?. “La primera temporada de Happy Endings es floja, y además se emitió desordenada”. “Podrías saltarte la primera y empezar directamente en la segunda, que es cuando la serie se pone genial”. “Los personajes al principio no están bien definidos, en la segunda se vuelven enormes, sobre todo Penny y Max”. Es todo lo que se me dice cada vez que veo un episodio de la primera y digo que me parece horroroso. OK. Me fío. Muy receloso, pero me fío. Os juro que quiero que me guste. Vamos a ver la segunda a ver si es cierto todo esto. Nada. Creo firmemente que la segunda temporada de Happy Endings es muy similar a la primera. Puede que aumente ligeramente la autorreflexividad y las referencias a la cultura pop. ¿Pero a qué serie de sus características no le ocurre eso? Y es cierto que emitir los primeros episodios desordenados hacía que la serie pareciera más descentrada (aún) y sus personajes mal definidos. Pero esto no es justificación suficiente. Podemos ordenarlos nosotros, y para mí el resultado será el mismo, solo que tendré más claro antes que Alex y Jane son hermanas. Lo que no cambiará es que Penny y Max me caigan como una patada en la entrepierna.
Mi principal problema con Happy Endings son sus personajes. Me resultan extremadamente repelentes, irrealmente cool e insoportablemente (im)perfectos. Son de ese tipo de personas que en la vida real evitaría a toda costa. De esos que sacarían lo peor que hay en mí. Seis personajes que solo se soportan entre ellos. Y ni eso. Una chupipandi de idiotas que reconocen su idiotez pero no se cansan de decir lo geniales que son. Su patetismo latente pretende buscar la simpatía, e incluso a veces la compasión por parte del espectador. Pero lo que yo experimento cada vez que uno de ellos abre la boca para soltar la gracieta de turno con el típico tono de voz irritante o acento intencionadamente ridículo es pura y dura vergüenza ajena. “Ahí está la gracia, en que son lo peor”, me dicen. De acuerdo, entiendo cuál es la intención. Pero el resultado, desde mi punto de vista, es un fracaso absoluto. Mirad por ejemplo Friends. Seis personajes con incontables imperfecciones, neuras e inseguridades que sin embargo me resultan queribles y entrañables. Y no hace falta recurrir a clásicos consagrados de la televisión. Community, 30 Rock, Girls, Parks and Recreation, It’s Always Sunny in Philadelphia, Don’t Trust the B—- in Apartment 23 o incluso Cougar Town. Todas estas series están plagadas de personajes insoportables, exagerados y poco realistas de los que me gusta reírme, y que hacen que reírme de mí mismo sea muy divertido. Quizás la clave esté en que los de Happy Endings se esfuerzan demasiado. Eso es, Happy Endings es el amigo gracioso del grupo que no soporta que nadie sea más gracioso que él. El que interrumpe para hacer un chiste y los demás apartan la mirada mientras suenan los grillos. El que se cree guay y no sabe que lo critican a sus espaldas. Al que dan ganas de decirle: “tío, relájate un poco, que esto no es un concurso”. Y yo con esas personas intento pasar el menor tiempo posible. Por eso Happy Endings queda archivada. Lo he intentado, y mucho, pero está claro que no podemos ser amigos.