Llaman a la puerta: El sacrificio del ciervo sagrado

David Lastra

Toc, toc. Llaman. Toc, toc. Insisten. Toc, toc. Abro. En una película de M. Night Shyamalan (Tiempo), las opciones ante lo que nos podemos encontrar al abrir la puerta son infinitas. Desde un chaval iluminado que dice ver muertos a un extraterrestre hidrofóbico, pasando por una musa desubicada o una de las mil y un personalidades que residen en la cabeza de James McAvoy. En la vida real, pegaríamos un vistazo por la mirilla y no abriríamos a ninguno de esos personajes. Como hacemos con los comerciales de alguna de esas organizaciones religiosas de turno que aparecen de vez en cuando pisoteando nuestros felpudos. Pero esto es una película y el show debe continuar, por lo que no tenemos otra opción que abrir la puerta y apechugar con las consecuencias. Llaman a la puerta es la nueva pesadilla de la factoría Shyamalan, una de las mentes narrativas más interesantes y polarizadoras del género en lo que llevamos de siglo. ¿Nos convencerá el horror que nos espera al abrir la puerta o gruñiremos hasta la saciedad ante su propuesta como nos ha pasado más de una vez?

Wen (Kristen Cui) pasa sus horas muertas con su tarro gigante lleno de saltamontes. Habla con ellos, los alimenta, los observa y lleva un exhaustivo control de sus conductas y actividades. Incluso caza algún que otro ejemplar al que unir en su experimento sociológico. Puede que no quiera ser entomóloga de mayor, pero de fijo que su futuro le lleva a terrenos no muy alejados de la veterinaria. Por ahora bastante tiene con seguir sus estudios de primaria y seguir siendo una buena persona. Ella está pasando un fin de semana en una cabaña en medio de la nada junto a sus dos  progenitores, papá Andrew (Ben Aldridge, Fleabag) y papá Eric (Jonathan Groff, Mindhunter). Ahora mismo, ellos están en el porche trasero de la casa disfrutando de un piscolabis, experimentando el maridaje entre un queso estadounidense sin sabor y un vino peleón disfrazado con etiqueta de delicatessen. Una verdadera postal que se ensombrece, literalmente, cuando la figura de un gigantesco desconocido aparece frente a Wen y su tarro de saltamontes…

Mal rollo. No se ha hecho esperar ni un solo segundo. El mal rollo hace acto de aparición desde el momento en que la sombra de Leonard (Dave Bautista, Guardianes de la galaxia) aparece ante Wen. Puede que no hayamos visto nunca a Bautista comportarse de manera tan educada dentro de una película como la primera vez que oímos hablar a Leonard, pero hay algo que nos escama ante tanta amabilidad hacia la pequeña Wen… Eso, y porque sabemos que estamos ante una obra de Shyamalan. A diferencia de otras de sus obras, el director de El sexto sentido muestra sus cartas encima de la mesa desde el comienzo. Leonard y sus tres acólitos (Nikki Amuka-Bird, Tiempo; Abby Quinn, Loco por ti; y Rupert Grint, Servant) son los elegidos para comunicar una escabrosa propuesta a los tres habitantes de la cabaña: en menos de 24 horas, los habitantes de la cabaña deberán realizar el sacrificio mortal de uno de ellos para salvar con ello a toda la humanidad del Apocalipsis.

WTF!? La primera reacción, tanto de los padres de Llaman a la puerta como de nosotros como espectadores, es un sonoro pero qué dices. Tanto ellos como nosotros no tenemos ninguna duda de que todo es una broma de mal gusto. Una cámara oculta de esas tan pasadas que tanto éxito tenían años ha y que ahora solo aparecen anualmente por Navidad. El problema es que tanto la voz y la tenacidad de Leonard, así como las armas que portan sus compañeras, parecen bastante reales. Ante semejante situación, no se nos escapa ni una pequeña risa nerviosa. Como buen ser sibilino, Shyamalan acierta al colocar en el centro de esta extraña amenaza a un coloso invencible como Bautista. Su presencia resulta completamente aterradora, algo acrecentado por su educación. Su otro gran acierto es introducir al espectador de lleno en el dilema moral. Desde la inicial y lógica respuesta negativa actual hasta los mareos y los nuevos ángulos que nos va presentando. Nunca en toda su obra, Shyamalan ha sabido jugar tan bien con la información que nos va dando como en esta ocasión. Resulta una verdadera delicia el comprobar cómo se va adelantando a todas y cada una de las pegas y contraargumentaciones que tendríamos nosotros mismos ante una situación tan radical como la que viven los dos padres de Wen. En el caso en que no nos tirásemos todo el rato llorando durante un allanamiento de este calibre, como sería mi caso.

Aunque la historia se preste bastante a ello, Shyamalan abandona una de sus grandes marcas de autor. Uno de esos aspectos que le han labrado un nombre dentro del género y una legión, tanto de admiradores como de detractores acérrimos: sus alocados giros de guion. En esta Llaman a la puerta hay sorpresas, desde la llegada de los cuatro intrusos más incómodos que hemos conocido desde Paul y Peter de Funny Games, a la propuesta iluminada que nos traen, pero no existen esos grandes giros sorprendentes que ponen todo patas arriba a cinco minutos del final de la película. Realmente, Shyamalan ha optado por eliminar un par de acontecimientos dramáticos que aparecen en la novela original en la que se basa la película (La cabaña del fin del mundo, de Paul Tremblay) que, a pesar de ser unos giros bastante similares a los que aparecen habitualmente en el cine del director de El bosque, hubiesen podido ahogarnos en demasía con tanto sadismo. Esa simplificación de los hechos y apuesta por un desarrollo más cotidiano y normal, dentro de que toda esto no deja de ser una situación completamente surrealista y antinatural, hace que la trama en Llaman a la puerta avance como un tren imparable, que va arrollando todas y cada una de las cortapisas y convenciones morales que compartimos con los dos padres protagonistas, como seres civilizados y cultos que somos, y que hace que el nuevo devenir de los acontecimiento en su adaptación cinematográfica resulten aún más atroces.

Dave Bautista vuelve a apuntarse otro tanto interpretativo en su haber y consigue que queramos ver cada vez más su imponente figura 2×2, ya sea en una rom com como él pide o en la mastodóntica Dune: parte 2. Su Leonard desquicia y aterra a partes iguales, gracias a su cadencia, sus incongruencias y su peste a meapilas iluminado chiflado que alimenta sus creencias en los foros apocalípticos y conspiranoicos de internet. Destacable igualmente resulta la labor de los dos sufrientes padres, Groff y, especialmente, Aldridge, reflejando a la perfección nuestro desquicio y desasosiego ante los acontecimientos que van viviendo ellos en sus carnes y nosotros como espectadores.

Shyamalan logra con Llaman a la puerta su obra más juguetona y, atención, más profunda de su filmografía, gracias a su firme manera de cuestionar nuestros valores y nuestra inteligencia, y a no darnos ni un solo minuto de respiro, sin usar ninguno de sus tramposos giros de guion.

Nota: ★★★½

[Crítica] Dune: Una nueva esperanza

David Lastra

… y por fin llegó el gran acontecimiento cinematográfico del año. La pandemia nos mareó con su fecha de estreno y la apuesta por los estrenos exclusivos en plataformas nos hizo temer que la primera toma de contacto con el Dune de Denis Villeneuve (Prisioneros) fuese a ser en nuestros pequeños televisores. Pero los peores presagios no se han cumplido y ya podemos disfrutar en gran pantalla de nuestro retorno a Arrakis. Retorno, porque nunca podremos olvidar nuestra primera visita al planeta de las dunas de la mano de otro de nuestros cineastas favoritos: David Lynch (Mulholland Drive). Una aventura bastante marciana que contaba con alguna que otra cosa buena, como era ese pelazo de un hasta entonces desconocido Kyle MacLachlan, el futuro agente Cooper; pero con muchas más cosas malas, como ese ritmo que provocaba somnolencia severa y cierto tono telenovelesco que le funcionaría años después en las escenas más costumbristas de las dos primeras temporadas de Twin Peaks pero que aquí desquician y hacen que la película sea completamente insoportable.

Menos mal que ese estropicio no hundió la carrera de Lynch, el cual supo resarcirse poco después con la icónicas Terciopelo azul Corazón salvaje. Más maltrechos quedaron los sueños de convertir las novelas de Frank Herbert en una saga cinematográfica en toda regla. Solo hemos tenido que esperar casi cuarenta años para que otro director y otro estudio se atrevan a volver a adaptar la obra de culto que lo ha inspirado todo y no morir en el intento

Ha tenido que ser él. El hombre que osó hacer una secuela de Blade Runner (Blade Runner 2049) y no caer en la trampa de la nostalgia. El genio que es capaz de salir airoso tanto de un tête à tête entre Amy Adams y un cefalópodo del espacio exterior (La llegada), como de adaptar a José Saramago y lograr sacar mejor que nunca a Jake Gyllenhaal (‘Enemy’), así como aportar su granito de arena a la leyenda de Emily Blunt (Sicario).

¿Quién mejor que Denis Villeneuve para terminar de una vez por todas con la maldición de Dune? El director más en forma del momento se une a un reparto de ensueño para llevar a cabo la adaptación definitiva. ¿Está el producto a la altura de las circunstancias? Respuesta corta: sí. Respuesta larga: Por supuesto.

Apabullante y atronadora. Esas son las dos palabras que mejor definen el espectáculo que es la Dune de Villeneuve. Apabullante en cuanto a la belleza de sus habitantes, sus vestimentas (los diseñadores Jacqueline West y Bob Morgan ya tienen su Oscar asegurado), residencias y dramatismo. Atronadora en cuanto a pasión, ritmo, música (otra gran colaboración de Hans Zimmer y Liz Fraser) y efectos sonoros. Puede que cierto clasicismo de aroma shakesperiano lastre un pelín las escenas introductorias, llegando a transmitir una completa y absoluta frialdad, pero en el momento en que la película despega, tiene un ritmo más endiablado que un gusano de arena cruzando el desierto de Arrakis

Dune sigue a rajatabla los cánones y giros de una película de ciencia ficción clásica. Nada resulta sorprendente, pero ese pecado de ser altamente predecible acaba siendo completamente insignificante e irrelevante ante su grandeza. Todo en Dune es vibrante, en sentido literal, si es que la sala de cine tiene buenos graves

Pero Dune no solo vive de golpes de sonido y efectos visuales, sino que su estelar reparto está a la altura de su renombre y de la calidad plástica de la propia película. Timothée Chalamet es el Paul Atreides perfecto. No es ninguna novedad que el intérprete de Call Me By Your Name se salga de la pantalla, pero es que su trabajo como heredero de la casa Atreides resulta espectacular y su pelo debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad.

Igualmente acertados resultan Oscar Isaac (Ex Machina) como el patriarca de los Atreides, papel con el que revalidada el título de galán del espacio que ganó como Poe Dameron en la nueva trilogía de Star Wars; Rebecca Ferguson lleva gran parte del peso de la cinta con la distinción y secretismo que la caracteriza y vuelve a confirmarnos su potencial como heroína de acción; y Jason Momoa (Aquaman), canalizando su Iñigo Montoya interior para dar vida a su Duncan Idaho. Nos quedamos con muchas ganas de más de un animalístico Javier Bardem (No es país para viejos), un sanguinolento Dave Bautista (Guardianes de la galaxia) y una venenosa Zendaya (Euphoria) como Chani, un personaje con mucho peso (y pocas frases) en este primer capítulo y que, de llegar a realizarse, tendrá un papel completamente protagonista en la segunda.

También nos quedamos con ganas de conocer más a esa pérfida y enigmática Reverenda Madre de las Bene Gesserit que da vida Charlotte Rampling (Portero de noche) y las voces de ultratumba que la rodean (siendo una de ellas de la mismísima Marianne Faithfull). Y tampoco debemos olvidarnos de esos grandes robaescenas que son los gigantescos gusanos de arena que lo arrasan todo. Una verdadera delicia para los sentidos y una pequeña muestra de lo que deberíamos ver en el Duneverso de Villeneuve. 

Esta primera parte de Dune resulta completamente embriagadora, bastante más que un buen chute de esencia, y un precioso acto de amor al espectador más exigente al que tanto ha hecho de rogar. Ahora solo queda rezar a la venida del gran Mesías del que hablan las Bene Gesserit para que nos traiga no solo la prometida segunda parte, sino muchas más de este potentísimo universo…. o un montaje aún más extenso de esta primera entrega.

Nota½

‘Vengadores: Infinity War’: Un acontecimiento de proporciones titánicas

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Todo está conectado y todo ha conducido hasta aquí. El principio del fin. El final de un principio. Después de una década, tres fases y 18 películas, da comienzo la culminación del Universo Cinematográfico Marvel tal y como lo conocemos con Vengadores: Infinity WarAunque técnicamente sea la tercera entrega de Vengadores (la cuarta si contamos Capitán América: Civil War), esta vez es distinto, y se siente en cada fotograma. Se trata del clímax de todo un universo de ficción construido con admirable paciencia y planificación, un desenlace que promete sacudir fuertemente sus cimientos antes de iniciar la siguiente etapa.

Si La era de UltrónCivil War ya contaban con repartos multitudinarios, lo de Infinity War es la macro-reunión más impresionante que nos ha dado el cine de superhéroes hasta la fecha. Parecía imposible, pero Marvel lo ha conseguido. A Los Vengadores se suman los Guardianes de la Galaxia y otros muchos aliados para enfrentarse a la mayor amenaza de su historia, Thanos. El Titán Loco planea hacerse con las Gemas del Infinito para llevar a cabo su ambicioso plan de transformar y dominar el cosmos entero. Los héroes deberán proteger las Gemas de su familia de secuaces, la Orden Negra, para evitar que su enemigo se convierta en un ser todopoderoso y ponga fin al universo.

Un argumento relativamente sencillo para describir una historia que lleva desarrollándose a lo largo de tanto tiempo con múltiples frentes y ramificaciones. Los hermanos Russo, que dirigieron las dos anteriores entregas del Capitán América, El soldado de invierno y Civil War, se hacen cargo del reto más complicado de los diez años de Universo Marvel, unificar todo lo visto hasta ahora y hacer que confluya en dos horas y media de película. El resultado es sin duda satisfactorio, en especial para aquellos que hayan seguido devotamente el Universo Marvel (los espectadores casuales probablemente no se enterarán de nada). En recompensa a la fidelidad de los marvelitas, Infinity War les da todo lo que querían. Y después mucho más.

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Porque en realidad, más que una película, Infinity War es un evento. Uno orquestado para hacer que los fans de Marvel se queden pegados a su asiento y no pestañeen ni una vez, por miedo a perderse algo importante. Infinity War redefine el término “épico”. Es grande. Enorme. Tanto que puede ser difícil abarcar todo lo que pasa en ella y acabar siendo una experiencia abrumadora. Pero eso es justo lo que esperábamos, un acontecimiento como ninguno otro en el cine reciente, un aluvión de información y sensaciones, el crossover para acabar con todos los crossovers.

En Infinity War coinciden por primera vez (casi) todos los personajes principales de Marvel a los que hemos conocido en anteriores películas. Los Vengadores, los Guardianes, Spider-Man, Doctor Strange, Black Panther… La historia transcurre en multitud de emplazamientos, recorriendo toda la galaxia conocida para (re)introducir a los héroes, conducirlos los unos hacia los otros y formar varios grupos con ellos. A pesar de que esto causa la inevitable fragmentación y el amontonamiento que suele lastrar este tipo de reuniones superheroicas, los Russo consiguen que todo encaje, conservando los estilos individuales y las voces de los personajes, lo cual ayuda a unificar un todo disperso y muy bullicioso. Además, gran parte de la acción transcurre en el espacio o alejada de núcleos urbanos, dando a la película una dimensión cósmica aglutinadora y ya de paso evitando volver a caer en el hastiado recurso de la destrucción de una ciudad.

Por supuesto, tantos personajes y tramas entrelazadas provocan los consabidos problemas: unos héroes quedan irremediablemente desplazados por otros (sorprende el poco peso que tienen Capitán América y Viuda Negra, seguramente reservados para la próxima) y el constante ajetreo al viajar de un rincón a otro de la galaxia puede llegar a agotar. Además, algunas escenas de batalla, por muy espectaculares que sean (y lo son, mucho), son tan vertiginosas y abarrotadas que corren el riesgo de saturar al espectador -nada a lo que no estemos habituados, por otro lado.

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Aun así, hay que elogiar de nuevo a los Russo porque, pese a todo esto, logran mantener el interés de principio a fin y que la película no tenga bajones de ritmo. Lo hacen cumpliendo a rajatabla el decálogo de Marvel, combinando acción, humor, épica y emoción de forma infalible. En Infinity War no hay minutos desaprovechados ni pasos en falso. Acierta dosificando bien la comedia (aunque sobra el product placement de los diálogos), sacando partido de las interacciones (y choques) entre personajes para dejarnos chistes verdaderamente inspirados y momentos muy divertidos a pequeña escala que suponen un respiro en contraposición a la magnitud de la película, y siempre teniendo en cuenta los vínculos que los unen y los motivan. De hecho, los héroes tienen el poder de derrotar a Thanos, pero es la lealtad y el amor que se profesan lo que dificulta su tarea de acabar con el villano y salvar el universo. Y ese es quizá el mayor acierto del film. Y del Universo Marvel en general. Que nunca pierde de vista el corazón que lo bombea y la importancia de anclar la acción en los personajes y sus relaciones.

Otro aspecto en el que Infinity War se salda con éxito es en la construcción del villano. Llevábamos mucho tiempo esperando ver a Thanos en acción y lo cierto es que no defrauda. Josh Brolin (a quien se puede identificar claramente tras el CGI) crea un antagonista grandioso y carismático cuyas apariciones en pantalla transmiten la tensa amenaza e imprevisibilidad que caracteriza al gigante púrpura, magnificadas por el impactante realismo de su rostro, fruto de un excelente trabajo de efectos digitales. Aunque no deja de ser el clásico monstruo con ansias de poder y control, el guion asocia su comportamiento a la compleja relación familiar que tiene con Gamora, lo que hace que presente muchas más capas que otros malos de Marvel. No tanto su séquito, la Orden Negra, que con excepción de Ebony Maw, están desdibujados y parecen personajes de World of Warcraft que se han perdido y han ido a parar a los pies del villano.

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Volviendo a Gamora, es necesario destacar la interpretación de Zoe Saldana, que comparte con Brolin el peso de la trama central, dándole un enfoque inesperadamente conmovedor a su personaje. Aunque en general, el trabajo de todo el reparto es sólido, con cada actor y actriz repitiendo aquello que tan buenos resultados les dio en películas anteriores. El descaro de Robert Downey Jr., la inocencia entusiasta de Tom Holland, la nobleza de Chris Evans, la fuerza de Elizabeth Olsen y su conexión con Paul Bettany, la afabilidad cercana de Mark Ruffalo, la fusión de gracia tontorrona y dramatismo imponente de Chris Hemsworth, la chispa impredecible de Dave Bautista… El dominio que tienen sobre sus personajes y lo definidos que estos están confirma una vez más cuál es el gancho real de estas películas, haciendo que los momentos individuales sean mejores que la suma de las partes.

En definitiva, y aun con sus defectos, Infinity War supone otra victoria para la Casa de las Ideas, una experiencia intensa, emotiva, visceral, visualmente desbordante y llena de sorpresas, en la que, por primera vez en el Universo Marvel, tenemos la sensación de que puede ocurrir cualquier cosa (y cuando lo hace, golpea tan fuerte que cuesta recuperarse). Estaremos hablando durante mucho tiempo de su escalofriante final, un cliffhanger que deja la impresión de haber visto solo la primera mitad de algo, pero también dispara hacia las estrellas la expectación y el miedo por saber qué nos deparará la segunda.

Pedro J. García

Nota: ★★★★½

Crítica: Blade Runner 2049

El futuro ya está aquí, y se parece mucho al que Ridley Scott imaginó en 1982, solo que nos lo encontramos incluso más desolado y oscuro. El proceso de gestación de la secuela de Blade Runner ha sido largo y complicado, pero por fin, la continuación del influyente clásico de la ciencia ficción llega a nuestras pantallas, 35 años después de su estrenoBlade Runner 2049 era un proyecto arriesgado y ambicioso en el que todo podía haber salido mal, y sin embargo, ha llegado a muy buen puerto, en una jugada similar a la que Mad Max: Furia en la carretera efectuó hace un par de años.

El de Blade Runner es un caso muy especial. Se trata de una película irrepetible, difícil de clonar, que se resiste a la industrialización, a pesar de que su impronta se pueda detectar en multitud de títulos sci-fi posteriores. Por eso, el reto de llevar a cabo una secuela, y además con tres décadas de diferencia con respecto a la original, era casi imposible. Afortunadamente, Scott aprendió que había más oportunidades de éxito si cedía las riendas de su creación a otro cineasta. El chiflado que asumió el desafío no es otro que Denis Villeneuve, que tras ganarse la confianza del espectador y la industria con Prisioneros Sicario, se consolidó con La llegada como uno de los cineastas más estimulantes (y solicitados) del momento. Y el canadiense, en busca del milagro, no solo ha salido airoso de tamaña empresa, sino que le ha dado la vuelta para realizar una de las mejores películas del año.

Villeneuve trabaja a partir de un guion escrito por Hampton Fancher (responsable de la original) y Michael Green (Logan) para reconstruir y expandir las fronteras del universo de Blade Runner, al que regresamos treinta años después de los acontecimientos de la primera película para conocer al oficial K (Ryan Gosling), un nuevo blade runner (recordemos, agentes de policía encargados de eliminar a los androides conocidos como replicantes) que, tras descubrir un secreto oculto durante muchos años que podría cambiar el curso de la sociedad, inicia una búsqueda para dar con Rick Deckard (Harrison Ford), desaparecido desde hace tres décadas. Y es mejor no conocer más detalles sobre la historia de antemano, ya que gran parte del encanto de Blade Runner 2049 es no saber exactamente hacia dónde nos va a llevar, sobre todo cuando creemos saberlo.

Villeneuve tenía dos opciones principales a la hora de acometer este dificultoso reboot: seguir el ejemplo de J.J. Abrams en Star Wars: El despertar de la fuerza y repetir la jugada o hacer como David Lynch en el regreso de Twin Peaks y crear algo completamente nuevo e inesperado a partir de algo conocido y venerado. Lo que ha hecho Villeneuve es una astuta combinación de ambas aproximaciones, una película que reproduce sin caer en el facsímil, que homenajea con devoción a la vez que emprende su propio camino, que maneja la nostalgia con inteligencia para que esta no la acabe fagocitando. Es decir, Blade Runner 2049 es una continuación con razón de ser, que ahonda en las cuestiones filosóficas de la película original (más profundamente, de hecho) a través de un nuevo personaje, planteando una interesante reflexión, debidamente actualizada, sobre lo que nos hace humanos, tema central de los mejores relatos de ciencia ficción. En definitiva, una secuela a la altura del clásico, que no se conforma con replicarlo.

Ni que decir tiene que Blade Runner 2049 también es un suntuoso e impresionante espectáculo cinematográfico, uno que se debe ver en las mejores condiciones técnicas posibles para apreciarse en todo su esplendor. A través de su magistral composición de planos, la increíble fotografía de Roger Deakins (que si hay justicia, esta vez se llevará el Oscar después de perderlo en 13 ocasiones), la estruendosa banda sonora de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch y el envolvente diseño de sonido, Villeneuve ha creado una experiencia inmersiva como pocas. Es cierto que para entrar, uno tiene que poner de su parte, ya que la película puede pecar de fría y distante (como hacía la primera), dificultando el proceso de conexión emocional. Pero si la propuesta de Villeneuve nos atrapa, es difícil que nos suelte en las casi tres horas que dura la película, de las que no se desaprovecha ni un solo minuto.

Además de ser una exhibición visual y sonora de una perfección y elegancia apabullantesBlade Runner 2049 es una fascinante historia en la tradición de la ciencia ficción más sugerente y cerebral, un relato sobre el alma, sobre la percepción y la necesidad de aferrarse a la realidad en un mundo que ha difuminado sus fronteras y nos ha deshumanizado (“Todos estamos buscando algo real”), ya sea a través del amor, el sexo o los recuerdos. Así podríamos definir el conflicto de K, un personaje complejo que Gosling saca adelante sin salirse de su zona de confort, poniendo su hermético estilo interpretativo al servicio de un guion imbuido de dolor contenido y romanticismo trágico. Lo hace, por supuesto, con ayuda de un reparto de excepción que da vida a un nuevo plantel de personajes (a los que se añade algún que otro cameo que es mejor no desvelar): Ana de Armas, Robin Wright, Mackenzie Davis, Dave Bautista, Jared Leto, Sylvia Hoeks (la gran revelación de la película) y por último, un Harrison Ford en plena forma. El carismático actor no solo lo da todo en las viscerales escenas de acción, sino que además lleva a cabo una de sus interpretaciones más conmovedoras de los últimos años, una que trasciende el carácter de “encargo” que suelen tener últimamente todos sus trabajos.

Villeneuve no deja nada al azar y Blade Runner 2049 es el ejemplo definitivo. Todo en ella está cuidado hasta el último detalle, haciendo que cada plano, cada línea de diálogo, cada sonoro puñetazo tenga un significado en el gran esquema de la película, un puzle narrativo en el que todas las piezas encajan cuidadosamente. Tras La llegada, el director sigue explorando los confines del mal llamado cine comercial, elevando de categoría el concepto de blockbuster. Blade Runner 2049 es una obra de belleza sobrecogedora y virtuosismo técnico, pero más allá de sus desbordantes imágenes, sus brutales secuencias de acción y su atmósfera embriagadora, también es un trabajo exigente que se niega a complacer por la vía fácil, gracias sobre todo a un brillante guion que subvierte las expectativas de la manera más audaz y que será diseccionado hasta la última coma en los próximos años.

Quizá la película no ofrezca las respuestas que muchos andan buscando, pero sí plantea nuevas preguntas, nuevos enigmas que renuevan nuestra pasión por el universo concebido por Ridley Scott. Sumergirse en Blade Runner 2049 es volver a comprobar de primera mano el poder transportador y transformador del cine. Definitivamente, la espera ha merecido la pena.

Pedro J. García

Nota: ★★★★½

Crítica: Guardianes de la Galaxia Vol. 2

“¿Starlord? ¿Quién?” Hasta hace no mucho solo los entendidos en cómic sabían quiénes eran los Guardianes de la Galaxia. Todo cambió en 2014, año en el que esta variopinta banda de forajidos e inadaptados espaciales irrumpió en el Universo Cinemático de Marvel para ponerlo todo patas arriba. Guardianes de la Galaxia fue la apuesta más arriesgada de Marvel Studios hasta ese momento, una aventura coral con personajes totalmente desconocidos por el gran público y sin apenas preparación previa, como sí tuvieron Los Vengadores. La jugada no les pudo salir mejor y el film se convirtió en uno de los más taquilleros del estudio, además de uno de los más queridos por el público. Tres años más tarde regresamos al cosmos marveliano para reencontrarnos con Starlord, Gamora, Drax, Rocket y Groot en Guardianes de la Galaxia Vol. 2, con la que James Gunn continúa por todo lo alto la franquicia con más personalidad de Marvel.

Al ritmo de la flamante Awesome Mix Vol. 2, la segunda parte de Guardianes de la Galaxia es otra epopeya intergaláctica al más puro estilo Marvel, con grandes dosis de acción, comedia, y un claro hilo conductor: la familia. El film nos devuelve a los personajes de los que nos enamoramos en la primera película, ya convertidos en un grupo asentado y leal (aunque disfuncional, por supuesto), explorando sus vínculos y hallando en ellos su razón de ser, mientras salvan la galaxia. Otra vez. La trama principal arranca con la aparición del padre de Starlord (Chris Pratt), el planeta viviente llamado Ego (Kurt Russell), que proporciona al héroe las tan ansiadas respuestas sobre su origen y sus poderes. Pero el motivo familiar se extiende hacia todos los personajes: Gamora (Zoe Saldana) y Nébula (Karen Gillan), hermanas que intentan resolver sus diferencias de manera poco ortodoxa, Rocket (Bradley Cooper) y Yondu (Michael Rooker), dos bandidos muy distintos entre sí pero con mucho más en común de lo que creían, Drax (Dave Bautista), que sigue de luto por la pérdida de su mujer e hija mientras conecta con Mantis (la revelación Pom Klementieff), y Groot (Vin Diesel), convertido en el benjamín del clan, un niño que no hace más que enredar y del que los Guardianes cuidan como si fuera el hijo de todos.

El quinteto original se amplía con antiguos conocidos y la llegada de nuevos personajes, aliados y enemigos. Los mencionados Nébula y Yondu (y su banda, otra familia a su manera) reciben una promoción y adquieren mayor protagonismo, mientras que los nuevos fichajes se incorporan de forma orgánica al universo de los Guardianes. Un carismático Kurt Russell encaja a la perfección como el padre de Peter Quill, entablando una simpática dinámica paternofilial con Chris Pratt (verlos recuperar el tiempo perdido jugando a la “pelota” es descacharrante a la vez que entrañable, puro Guardianes de la Galaxia). Elizabeth Debicki encarna a la distinguida Ayesha, villana que en esta ocasión recibe el tratamiento adecuado para que no ocurra lo de siempre: en esta entrega, la malvada se reserva a una trama secundaria, casi anecdótica (los Guardianes se encuentran huyendo permanentemente de su imperio después de una trastada de Cohete), mientras se le da una vuelta de tuerca al esquema habitual de Marvel para desarrollar su conflicto central. Y por último, pero no por ello menos importante, la aparición de Mantis llena aun más de luz la franquicia, gracias a la deliciosa interpretación de Pom Klementieff, que forma una gran pareja con Drax y construye a un personaje adorable y divertido del que se saca mucho partido.

Con tantos personajes y frentes abiertos, Guardianes de la Galaxia Vol. 2 corre el riesgo de irse por la borda, pero James Gunn logra no solo que esto no ocurra, sino que todas las tramas y arcos de personajes confluyan de manera natural y que todos los personajes principales tengan el tiempo en pantalla necesario. Nadie queda infrautilizado o explotado por encima de los demás, ni siquiera Baby Groot, indudable reclamo comercial que se maneja con mesura para conquistarnos sin llegar a saturar (no hay palabras suficientes para describir lo maravillosa que es la versión infantil del personaje). Y no solo eso, sino que de alguna manera, no me preguntéis cómo, Gunn se las arregla para ir a lo suyo y además cumplir con las normas del estudio con abundancia de easter eggs y gloriosos cameos (menos el de Nathan Fillion como Wonder Man, que tristemente tuvo que ser eliminado del montaje final).

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Una de las claves del éxito de Guardianes de la Galaxia, y en concreto de este segundo volumen, es el amor del director y guionista hacia sus personajes, que se traduce en una conexión muy evidente de los actores con el material. Gunn trata a los Guardianes y todos a su alrededor con sumo cariño, conociéndolos y ejerciendo un control sobre ellos que no siempre encontramos en el cine de superhéroes. Vol. 2 funciona tan bien porque son los personajes los que conducen la acción en todo momento (sus relaciones, sus deseos, objetivos, miedos y frustraciones bombean la historia), y también porque es mucho más que fórmula. Sí, es un crowdpleaser hecho según la receta infalible de Marvel, ya elevada a la categoría de ciencia, que repite las pulsaciones de la primera parte y nos da justo lo que esperamos. Pero también es una película de James Gunn, un proyecto muy personal y gamberro a pesar de su enorme envergadura. Y esto se nota en la voz y el estilo de la película, marcadamente distinto del resto de sus compañeras de universo, con una clara tendencia a la exageración cartoon en los planos y la acción, y cierto espíritu de serie B cercano al cine de Sam Raimi. Sin olvidar por supuesto que se sigue apoyando claramente en otras space operas como Star WarsStar Trek y la más modesta Farscape (serie que proporciona uno de los mejores cameos de la película, con el que esta se reafirma en sus influencias).

En el apartado técnico y visual, Guardianes de la Galaxia Vol. 2 no solo supera a su antecesora, sino que además sube considerablemente el listón de los efectos digitales del estudio (Cohete no puede no ser real), siendo junto a Doctor Strange la entrega más visualmente impresionante del Universo Marvel. El film es un continuo orgasmo sensorial. El sentido de la estética de Gunn vuelve a dar como resultado otra obra vibrante de luz y color, esta vez incluso más bella e iconoclasta si cabe, en la que la magnífica labor de maquillaje y las prótesis siguen teniendo una importancia capital. Y por supuesto, hay que destacar las escenas de acción, de los antológicos créditos iniciales al apoteósico clímax, pasando por Gamora disparando una metralleta galáctica gigante (!!!). En cuanto a la banda sonora, uno de los elementos más distintivos de Guardianes, no se puede negar que los nuevos temas clásicos escogidos por Gunn quedan de maravilla con las espectaculares batallas y persecuciones en el espacio (aderezadas muy socarronamente con efectos de sonidos de las maquinitas Arcade), pero puede que haya exceso de momentos musicales, con lo que se peca de repetir demasiado la jugada.

Claro que esto forma parte de la identidad del film, como ya hemos dicho, muy asentada. Ocurre algo parecido con el humor. Como en el Volumen 1, hay demasiados chistes y gags. Muchos son brillantes, otros no tanto. A veces el humor tontorrón da en la diana, a veces en la pared. Es el riesgo de tener tanta libertad para hacer el chorra (se nota que han dejado a Gunn a sus anchas). Eso sí, funcionen o no los chistes, Guardianes nunca pierde su encanto y carisma. Y esto es gracias sobre todo a un guion sólido, en el que la ramificada historia se estructura con eficiencia (insisto, muchos personajes e ideas en un todo uniformado), los diálogos dan en el clavo, los personajes nunca se pierden en favor de la acción y los acontecimientos se suceden de forma fluida y con gran sentido del ritmo, culminando en un tercer acto de órdago (quizá el mejor de Marvel hasta la fecha) y un final precioso. Y de generosa propina, hasta cinco escenas post-créditos (el secreto de Gunn: no tiene miedo a pasarse de la raya) que nos deparan unas cuantas sorpresas e indican por dónde podrían ir los tiros en el Vol. 3

Lejos de mostrar síntomas de agotamiento en el UCM, Guardianes de la Galaxia Vol. 2 supone un triunfo absoluto en todos los aspectos. Gunn nos regala otra odisea espacial ochentera con personajes inolvidables e imágenes alucinantes, rebosante de diversión (en serio, ¡¡Baby Groot!!), romance (Gamora ♥ Starlord), épica y emoción (como en la primera, su conmovedor clímax provocará más de una lágrima), con cameos para aplaudir (el de cierta estrella de los 80 se lleva la palma), respuestas satisfactorias que expanden su mitología, y por encima de todo, mucho, mucho corazón. En definitiva, otro clásico instantáneo de Marvel.

Pedro J. Gacía

Nota: ★★★★½

Crítica: Spectre

Daniel Craig

Daniel Craig vuelve a ponerse en la piel del agente 007, James Bond, después de tres entregas que han agitado la mitología alrededor del famoso personaje creado por Ian Fleming. Cuando da comienzo Spectre, la 24ª entrega de Bond, el personaje ya no trabaja “al servicio de su majestad”, sino que opera de forma independiente, ignorando las órdenes del nuevo M (Ralph Fiennes). Bond siempre se ha caracterizado por hacer las cosas a su manera, y en una época del cine de acción como la actual, en la que se imponen los supergrupos y el trabajo en equipo, él sigue insistiendo en ser un héroe solitario -sin contar la compañía femenina a la que necesita recurrir entre misiones, claro. Da igual el tiempo que pase y las reencarnaciones que experimente, Bond siempre será Bond.

Spectre es una película continuista. El director Sam Mendes y los cuatro (sí, cuatro) guionistas que han escrito el film han decidido convertir la historia en una especie de colofón de la era Craig. Esto no quiere decir que cierren la puerta a una quinta participación del rubio actor (aunque él ya se haya encargado de boicotearla en entrevistas). Es como cuando una serie clausura una temporada con un final lo suficientemente cerrado como para que sirva de conclusión en caso de ser cancelada y lo suficientemente abierto por si recibe una nueva temporada. De lo que no cabe duda es de que “James Bond regresará“, pero no sabemos hasta qué punto la siguiente entrega supondrá un nuevo reboot de la saga. Por eso, Spectre de momento funciona bien como desenlace, ya que en ella convergen las líneas argumentales de las tres anteriores, a través del enfrentamiento definitivo de Bond contra Spectre, la organización criminal detrás de los villanos de sus anteriores aventuras, presidida por el supervillano Franz Oberhauser, un Christoph Waltz en su salsa (eufemismo de “haciendo lo mismo de siempre”) eclipsado por Andrew Scott, que debería haber sido el Big Bad de la película.

Andrew Scott

Como es de esperar, Spectre está repleta de guiños y homenajes al universo Bond, no solo a las películas recientes, sino a sus más de 50 años en el cine. Esto hará las delicias de los fans del agente con licencia para matar, por supuesto, pero más allá de eso, la película ofrece pocos reclamos. Después de la oscuridad y la intensidad emocional de Skyfall, Mendes lleva a cabo una película más fría y mecánica, en la que, paradójicamente, no parece haber tanto en juego. Se trata de dos horas y media de lo mismo de siempre, pero esta vez con menos vida. La repetición de la fórmula no suele ser un problema en una saga tan asentada como esta, pero sí lo es que se ponga en práctica sin pasión. Y aquí falta pasión, falta la energía y el ardor de Casino Royale Skyfall. En ese sentido, Spectre se asemeja más a Quantum of Solace, al ser una historia menos trabajada y más ejecutada por inercia.

Lo que nos encontramos aquí es otra película de estructura episódica, construida a base de set pieces y “fases” de una gran misión que nos lleva de un lado a otro del mundo. De México D.F. durante el Día de los Muertos (fantástica secuencia de apertura de la que se obtiene la estética calaveritas de la campaña de marketing, pero que nada tiene que ver con el resto de la película) a Marruecos, pasando por Roma para una divertida persecución en coche y por supuesto Londres, donde tiene lugar el clímax. La acción es sobresaliente, como siempre, y algunas secuencias, como el prólogo o la brutal pelea de Bond contra Dave Bautista en un tren en marcha, elevan las cotas de adrenalina y espectacularidad. Sin embargo, el guion de Spectre está hecho a base de retales que se mantienen unidos a duras penas por un arco transversal algo confuso. Además, la historia resulta más superficial y previsible de lo que querríamos, dejando siempre a simple vista la tramoya que hay detrás del escenario. Se ven los trucos en todo momento, esa red que está en el sitio exacto para recoger a Bond de una caída mortal, ese coche pasando por la escena en el momento adecuado, esos personajes moviéndose en el tablero de la forma más conveniente. Cuando es para hacer comedia, funciona (Bond cayendo en el sofá), pero como ardid para resolver conflictos se le acaba viendo demasiado el plumero (se confían muchas cosas al azar, y al final no sentimos que haya verdadero peligro).

Daniel Craig;Lea Seydoux

Como decía al principio, Bond es un héroe solitario, deshumanizado, y Mendes ha respetado esta característica del personaje, como tantas otras que definen su universo. Sin embargo, sería interesante ver las reglas del mismo alteradas de verdad alguna vez. En Spectre se intenta explorar el lado vulnerable del agente hurgando en su pasado, pero no llega muy al fondo. Y esto ocurre en cierto modo porque esta vez los vínculos emocionales entre personajes no son tan importantes (uno de los puntos fuertes de Skyfall era la relación Bond-M/Judi Dench) y porque las chicas Bond de esta entrega vuelven a quedarse cortas comparadas con Eva Green. Léa Seydoux cumple con un personaje a medio camino entre la princesa en peligro y la chica de acción, pero cansa ver de nuevo a otro personaje femenino que al final solo está ahí para que Bond se haga el héroe y salve a la enésima mujer de su vida. Y no me hagáis hablar del papel de Monica Bellucci, que apenas sale en pantalla dos minutos para hacer de trozo de carne. La actriz italiana ha calificado a su personaje de “revolucionario”, porque, atención, esta vez Bond no se acuesta con una jovencita, sino con una mujer madura (casi de su edad, vamos). Qué triste. Vale que la misoginia, el edadismo y el carácter mujeriego forman parte de la personalidad y la leyenda del personaje, pero estaría bien que esto empezara a compensarse de verdad, escribiendo mejor a los personajes femeninos de la saga (Naomie Harris tampoco hace mucho) y rebajando el machismo redomado de Bond, que en Spectre alcanza cotas inaceptables para 2015.

En definitiva, Spectre ofrece todo lo que cabe esperar de una película de James Bond (elegancia, distinción y acción contundente por encima de todo) pero en esta ocasión hay menos cohesión en la historia y resulta todo demasiado rutinario, y en consecuencia, aburrido. Diálogos, desarrollo de personajes, giros argumentales, todo deja entrever cierto agotamiento y desgana, lo que pone de manifiesto la necesidad de renovarse una vez más. Craig ha sido (es) un gran Bond, pero ya es hora de pasar el testigo y darle un giro a la saga. Propongo un spin-off de Q, el (desaprovechado) personaje de Ben Whishaw, para hacer tiempo hasta que se dé con la forma de rescatar a Bond de las garras del cansancio.

Valoración: ★★★

Crítica: Guardianes de la Galaxia

Guardians of the Galaxy Star Wars

No es un secreto que Marvel llevaba ya mucho tiempo apuntando hacia las estrellas. Con las dos partes de Thor, el Universo Cinematográfico de Marvel se trasladaba a los reinos de la mitología nórdica, y con Los Vengadores echábamos un vistazo interdimensional a los confines del espacio con la amenaza Chitauri y Thanos (aunque en ambos casos pasábamos más tiempo en la Tierra). Pero este año, la Casa de las Ideas se expande oficialmente hacia el cosmos, y lo hace con una aventura absoluta y extraordinariamente marciana, una entrega del UCM que, más que una de superhéroes, es una auténtica epopeya espacialGuardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy. Con la película dirigida muy eficazmente por el cachondo James Gunn (Slither, Super), las posibilidades de esta macro-historia que comenzó en 2008 (y que no tiene final a la vista) se amplían de manera exponencial. Si una película con un mapache parlante y un extraterrestre-planta, basada además en un cómic desconocido por el gran público, se ha convertido en otro mastodóntico éxito de Marvel (hasta ahí llega la fidelidad de la audiencia), a partir de ahora todo es posible.

Aunque el cómic en el que se basa se remonta a finales de los 60, no cabe duda de que Guardianes de la Galaxia hunde sus raíces en la saga Star Wars, referente indiscutible tanto en lo que se refiere a su argumento como en su vibrante apartado visual. Pero también es fácil detectar en ella elementos de series sci-fi como Farscape o Firefly. De la primera sobre todo esa variopinta y colorida fauna extraterrestre, de las dos el hecho de que los protagonistas sean un ecléctico grupo de forajidos espaciales con pasados oscuros que unen sus fuerzas con un objetivo común. Pero si se trata de encontrar influencias, la más evidente no es otra que Los Vengadores, el éxito que proporcionó el patrón a seguir por el estudio, y que se repite una vez más con Guardianes. No falta nada: historia en tres actos, épica batalla final (con nave gigante desplomándose sobre la ciudad), énfasis en la coralidad del reparto y dosis elevadas de comedia. De hecho, Guardianes es la primera película de Marvel Studios que se puede catalogar abiertamente como “comedia de acción”.

Chris Pratt GotG

La primera parte del filme -tras el nostálgico y melodramático prólogo que nos transporta a los 80 de E.T.– resulta un tanto problemática y atropellada. La culpa la tiene un elevado número de personajes y localizaciones, entre los que la historia va saltando sin (aparente) orden ni concierto, solo cumpliendo la función de aportar los datos necesarios para cimentar la trama. Hay que decir que Gunn lo tenía más difícil que Joss Whedon. Las historias individuales de los Vengadores ya eran conocidas por todos. Las de los Guardianes no. Por eso, Gunn -y antes que él Nicole Perlman, que escribió el primer boceto del guión- tenía la complicada tarea de presentar a un puñado de personajes desde cero, desarrollarlos, enfrentarlos y finalmente convertirlos en un equipo cohesionado, sin la ventaja de contar con medio trabajo ya hecho. Teniendo esto en cuenta, y a pesar de la fragmentación que lastra el primer acto, Gunn ha salido más que airoso. Algo que sin duda se confirma al ver a los cinco héroes juntos en acción durante la segunda mitad del metraje, cuando el filme por fin coge el ritmo y no lo suelta.

Guardianes grupo

Una vez establecido el quién es quién de la galaxia y definido el macguffin de la historia (otra Gema del Infinito que no debe caer en las manos equivocadas), el relato empieza a tomar forma, y los Guardianes se apoderan de él. Lo más destacable de Guardianes de la Galaxia es que, a pesar de contar con un claro protagonista, el encantador sinvergüenza Peter Quill, no se descuida nunca al resto de personajes. Es más, en un momento u otro todos se las arreglan para eclipsar al achuchable Chris Pratt, que sí, es un Star-Lord ideal (porque básicamente es Andy Dwyer en el espacio, y eso nunca podría ser malo), pero no puede evitar que en ocasiones la superproducción le venga un poco grande. Nada que no se solvente con un buen plantel de personajes con el que complementarse:

Gamora -perfecta Zoe Saldana-, letal y robótica extraterrestre de piel verde (una Elphaba alienígena, vaya) que nos proporciona algunos de los instantes más emocionantes y entrañables de la película cuando se entrega a sus impulsos humanos (ella, Peter y Footloose); Drax, un gigante “destructor” que se ríe, literalmente (como todo lo que hace), en la cara del peligro -el luchador Dave Bautista es la verdadera revelación interpretativa de la película, con una precisión cómica sorprendentemente; Groot, adorable criatura árbol que se comunica exclusiva y muy elocuentemente usando únicamente la frase “Yo soy Groot”; y Rocket -doblado excelentemente por Bradley Cooper-, un mapache alterado genéticamente, cascarrabias y aficionado a gastar bromas pesadas, que, lejos de ser reducido a alivio cómico (que no haría falta además), está plenamente definido y tiene tanta o más entidad que sus colegas no realizados íntegramente por ordenador.

Rocket

En el apartado de villanos, Guardianes de la Galaxia no sale tan bien parada, a pesar de la divertida presencia de Michael Rooker como Yondu (que técnicamente no es un villano, solo un paleto amoral). El verdadero malo de la función es Ronan el AcusadorLee Pace le ha cogido el gusto al transformismo-, con Nebula en destacado segundo plano –Karen Gillan sobreactuada en un proyecto en el que no debería chirriar estar sobreactuado. Pero la película cuenta con más enemigos, tantos que es inevitable que estos parezcan desdibujados o desaprovechados, algo que también ocurre con la organización Nova Corps (Glenn Close, John C. Reilly). Esto, más que un problema interno, es un efecto de la acusada serialidad que caracteriza a las películas de Marvel. Estas funcionan cada vez más como una serie de televisión, y es habitual que no se nos presente a personajes “completos” y que se incluyan únicamente pequeñas píldoras de una historia que se desarrollará en posteriores capítulos. De ahí que Thanos aparezca apenas un minuto, o El Coleccionista (Benicio del Toro) protagonice una escena de transición y desaparezca sin más. Y de la misma manera, con Kevin Feige y Marvel actuando como showrunners del UCM, salta a la vista que el director, por mucha voz que haya tenido, ha debido ajustarse a una fórmula testada. Y esto es lo que más chirría de la película, que transcurre sobre seguro, repitiendo lo que ya les ha funcionado anteriormente y dejando poco espacio narrativo para la sorpresa. Aún con todo, Guardianes de la Galaxia es todo lo cerrada, uniforme e independiente que puede ser, sobre todo gracias a su fuerte personalidad y el increíblemente detallado universo que nos presenta.

Gamora y Star-Lord

Guardianes de la Galaxia es un continuo estallido lumínico y multicromático, una fantasía irresistible tanto para los fans de los cómics como para los espectadores más casuales. Conjuga con acierto el fan service propio del estudio (Howard el Pato, Cosmo, el cameo oculto de Nathan Fillion y otros tantos easter eggs) con la pleitesía al gran público, para dar como resultado una película de Marvel que es exactamente como las anteriores, y a la vez es totalmente distinta. Rebosante de descaro gamberro, carisma y socarronería, aderezada con temazos míticos de los 70 y 80 interpretados por Jackson 5, David Bowie, The Runaways…, y un altísimo contenido en one-liners y chistes bobos (algunos graciosos, otros simplemente graciosetes), Guardianes de la Galaxia se presenta como una obra exultantemente viva, musical, y sobre todo iconoclasta.

Para enmarcar planos como el de Peter y Gamora con el walkman y la galaxia como paisaje de fondo, Rocket acribillando a los malos con una metralleta a lomos de Groot, el paseo bailongo de Peter durante los créditos iniciales (y cada vez que alardea de “magia pélvica”), o una de las escenas finales, en la que la película se adentra en terreno sentimental y nos remite a una secuencia clave de Toy Story 3, con resultados igualmente efectivos (Marvel, más Disney que nunca, me vuelve a hacer derramar lágrimas de emoción). Además de todo esto, con el elogio de lo analógico y lo vintage que lleva a cabo (que no os extrañe que el cassette se ponga de moda),  Guardianes de la Galaxia nos devuelve en cierto modo a la infancia y nos recuerda lo que es ver una película de Spielberg por primera vez -no en vano, la primera secuencia en el espacio es un claro homenaje a Indiana Jones y el arca perdida. No estoy seguro de si las nuevas generaciones adoptarán Guardianes de la Galaxia como su Star Wars  (tal y como se ha empeñado la prensa en que ocurra), pero si así fuera, no seré yo quien se oponga.

Valoración: ★★★★½