Legion: Lo nunca visto

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Is this real life? ¿O estamos en Matrix? ¿Podéis estar completamente seguros de que lo que ven vuestros ojos es la realidad? ¿Cómo sabéis que no estamos viviendo en el sueño de una babosa gigante que flota sobre el espacio? ¿O en el delirio psicótico de Buffy Summers? ¿Por qué el amarillo es amarillo? ¿Es posible tener series de superhéroes que puedan sumarse al drama de calidad propio de la Peak Television? No, no estáis viviendo un sueño (que sepamos). Después de las series de Netflix que conforman el mundo de Los Defensores, nos llega Legion, la primera serie de Marvel y Fox perteneciente al universo mutante de X-Men, una ficción que se suma a la corriente más ambiciosa y adulta de la televisión superheroica, y cuyo piloto nos ha volado completamente la cabeza.

Legion está basada en el cómic de Chris Claremont y Bill Sienkiewicz, y viene de la mano de Noah Hawley, el creador de la aclamada Fargo, con producción ejecutiva de Bryan Singer y sus sospechosos habituales de Fox/Marvel. Ver el nombre de Hawley asociado a una adaptación de Marvel ya era motivo de entusiasmo suficiente, gracias a su excelente labor en FargoPero al ver el resultado, podemos decir con satisfacción que se han dinamitado las expectativas: Legion es completamente diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora en su género, un producto elegante que ya desde el principio manifiesta una personalidad muy definida y una seguridad en sí mimo que solo se da cuando las personas que están al cargo saben lo que están haciendo.

Entrar en Legion es entregarse a la incertidumbre y la posibilidad. La serie nos cuenta la desquiciada historia de David Haller (Dan Stevens), un hombre con extraños poderes psíquicos al que se le diagnosticó en la adolescencia esquizofrenia paranoide. Internado en un hospital psiquiátrico, David vive sus días encerrado en la rutina de la vida hospitalaria, viendo el tiempo pasar junto a su amiga Lenny, una chiflada drogadicta (grande Aubrey Plaza). Sin embargo, todo cambia con la llegada de Sydney (Rachel Keller), una nueva paciente con aversión a ser tocada, por la que David se sentirá inevitablemente atraído, y que como él, también podría ser algo más que humana. Ambos entablarán una amistad dentro del hospital que desatará una complicada trama cuyas ramificaciones se desarrollarán entre la realidad y la fantasía, sin saber dónde está la frontera entre ambas.

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Y ese es uno de los mayores atractivos de la serie, el juego que plantea al espectador, que como su protagonista, se cuestiona constantemente si lo que está viendo está teniendo lugar en la realidad o en la cabeza de David mientras este vegeta en una silla del hospital. Esto convierte a la serie en una pizarra en blanco en la que es posible dibujar cualquier cosa, una que Hawley utiliza para explorar el alcance de la imaginación y llevar a cabo uno de los productos televisivos más visualmente estimulantes que podemos ver en la actualidadLegion derrocha inventiva y energía por los cuatro costados y su acabado estético a lo ’60s es impecable. Los efectos digitales, la fantástica iluminación y paleta de colores, el simbolismo y la simetría, los planos aberrantes, incluso los cambios de frame, todo indica una inquietud máxima por convertir la serie en un espectáculo visual acorde a la atormentada y bulliciosa mente de David.

Por no hablar de la música. Un intenso score electrónico por pare de Jeff Russo (Fargo, The Night of) que recuerda a la obra de Cliff Martinez (The Knick), salpicado de temas rock perfectamente puestos al servicio de la imagen y el espíritu psicodélico de la serie. De hecho, Hawley ha reconocido que una de sus principales inspiraciones para Legion es el disco de Pink Floyd Dark Side of the Moon, continuando así la visión de Claremont y Sienkiewicz (no en vano, el nombre de Sydney es un homenaje al fundador de esta mítica banda, que se dice que padeció esquizofrenia). Y salta a la vista. El “Chapter 1” de Legion está plagado de momentos excéntricos (genial número de baile incluido), inquietantes, incluso terroríficos, en los que se utilizan las herramientas fantásticas para contar una historia humana y reflexionar sobre qué es “lo normal”, y hasta qué punto ser diferente conlleva estar loco o ser un freak (“¿Y si los problemas no están en tu cabeza? ¿Y si no son problemas?”). Discurso que, como en las películas de X-Men, llevará a la formación de un grupo de mutantes opuestos al sistema que los persigue por ser distintos, en este caso reunido bajo la supervisión de la misteriosa figura de Melanie Bird (Jean Smart).

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El primer episodio de Legion es la mejor carta de presentación posible, un aperitivo abundante (70 minutos de delicioso desvarío) donde ya podemos ver lo mucho que podría dar de sí la serie si juega bien sus cartas (y sinceramente, yo ya creo en Hawley a pies juntillas). Con solo un capítulo, la de Dan Stevens ya es una de las mejores interpretaciones del Universo Marvel/mutante (esperemos que vaya a más, y no al contrario) y la serie no es solo un regalo para los sentidos, sino que su historia es sólida y da alicientes de sobra para atraparnos: un camino de autoconocimiento, una trama conspiranoide, un precioso chico-conoce-chica-mutante (el beso en el reflejo del cristal es uno de los planos más bonitos que he visto en mucho tiempo), y la acción más imaginativa (esa literalmente explosiva y mágica fuga del hospital, magníficamente filmada). Lo que hemos visto hasta ahora no podría ser más prometedor. Pero queremos más, mucho más. Este solo el principio del viaje alucinante de David Haller. Nosotros también le estrechamos la mano, y que nos lleve adonde quiera.

Nuevas series 2016: Parte I

Aquí estamos un año más. Un nuevo curso escolar que viene cargado de series de estreno. Pilotos que se suman a las series que ya seguimos y a las que tenemos acumuladas para convertir el mes de septiembre en el más estresante del serieadicto. ¿Qué nuevas series deberíamos catar? ¿Cuáles descartar antes de caer en la espiral de “ya que he visto X capítulos, voy a seguir aunque no me guste demasiado”? ¿Cuáles no tocar ni con un palo?

Este año, como los dos o tres anteriores, he hecho criba para ver solamente los pilotos que más me interesaban, ya fuera por su equipo creativo y artístico, su género, el hype o el buzz que han generado en Internet. Por ahora he probado con casi una decena de series, de las que selecciono cuatro para empezar a desmenuzar la nueva oferta catódica (en breve, la segunda parte). Y aunque los resultados varían bastante, en general se puede decir que está siendo un buen comienzo de temporada, lo que me hace pensar dos cosas. Uno, las cadenas, tanto networks como de cable o por Internet, se siguen poniendo el listón más alto y la burbuja de series de calidad continúa haciéndose más grande, sin saber cuándo explotará. Y dos: este 2016 me voy a quedar con más nuevas series que el año pasado, que cayeron como moscas, por lo tanto tendré que reducir mis horas de sueño a cuatro.

Sin más dilación, empiezo mi repaso a las nuevas series de la temporada. Estas primeras cuatro las pienso seguir viendo, así que podéis tomarlas como recomendaciones.

This Is Us

Drama al estilo de las historias corales de vidas cruzadas con un punto buenrollista y con mimbres para tocar la fibra más sensible y golpear duro al estómago. Habla de la conexión entre varias personas que nacieron el mismo día, lo que a priori recuerda inevitablemente a Sense8. Pero This Is Us no contiene ningún elemento fantástico (así como ninguna orgía, por ahora), así que se aleja bastante de la serie de las Wachowski. El reparto es una de sus mayores bazas: Milo Ventimiglia (que rompió Internet este verano enseñando el culo en el trailer) tiene una química adorable con Mandy Moore (que nos va a demostrar que es mejor actriz de lo que creíamos, ya veréis); Justin Hartley sorprende con un personaje con más aristas de lo que parece (y no lo digo solo porque se pase el episodio sin camiseta), un actor de sitcom harto de la vacuidad que define su vida; y creo que voy a emocionarme mucho con Chrissy Metz y su trama sobre la lucha contra la obesidad. Los protagonistas tienen 36 años, y estar más cerca de los 40 que de los 30 sin tener tu vida en orden (es decir, lo que le pasa al 90% de la humanidad) da para historias muy jugosas (y potencialmente deprimentes).

El piloto ha encantado al público y los índices de audiencia han sido muy buenos. A mí no me ha gustado tanto como al resto de Internet (me ha parecido un poco pastel), pero sí lo suficiente para ver unos cuantos capítulos más y hacerme una idea más clara de si es mi tipo de serie o no. Gustará seguro a los fans de Parenthood.

The Good Place

Serie creada por Michael Schur, que está detrás de algunas de las mejores comedias televisivas de la historia, The OfficeParks and Recreation The Comeback, protagonizada por Ted Danson y nuestra querida Kristen Bell, y con piloto dirigido por Drew Goddard (La cabaña en el bosque, Daredevil). Con esas credenciales, como para perderse The Good Place. Aunque tenga mucho que mejorar, la premisa es bien alocada y tiene potencial para rato: Después de morir, Eleanor Shellstrop (Bell) va a parar al “Buen Sitio”, algo así como el Cielo, pero nada que ver con lo que las religiones nos han vendido. Allí le espera una eternidad viviendo en una comunidad apacible y con todas las comodidades del mundo (yogur helado por encima de todo). El problema es que ha habido un error, y en realidad Eleanor no debería estar en el Buen Sitio, sino en el Malo, porque en vida fue básicamente la peor persona del mundo. Su presencia en el paraíso hace que el tejido de la realidad que lo sostiene empiece a resquebrajarse y ocurran fenómenos extraños (mariquitas gigantes, gambas voladoras) que amenazan con destapar el secreto de Eleanor.

El piloto (doble) de The Good Place es un work-in-progress. Mucho mejor la primera mitad que la segunda (salta demasiado a la vista que pasó bastante tiempo entre el rodaje de ambas) y en general algo inconsistente. Repleto de ideas muy creativas, ocurrencias visuales muy ingeniosas y coloristas, y diálogos inteligentes, pero que no funcionan al mismo nivel. Eso sí, imprescindible para los fans de Parks and Rec. Aunque son personajes hasta cierto punto opuestos, Eleanor tiene prontos a lo Leslie Knope, y el humor es muy afín al de la serie de Amy Poehler. Solo que en este caso la propuesta es mucho más disparatada y surrealista (atención a los fantásticos efectos digitales del primer episodio, todo un alarde de originalidad). Auguro una gran interpretación cómica por parte de Danson y Bell, y un reparto estupendo cuando la serie tome forma (la NBC ha encargado directamente 13 episodios, por cierto). Espero que no le pase como a Brooklyn Nine-Nine y sepa sacarse partido.

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Atlanta

Donald Glover se marchó de Community dejando desolado a Abed y a todos los espectadores de la comedia de Dan Harmon. Supuestamente, el actor se marchaba porque estaba teniendo una crisis artística y necesitaba concentrarse en su música y encontrarse a sí mismo. Después de un pequeño papel en Magic Mike XXL (gran cambio de aires donde los haya), Glover estrena su primera serie como creadorAtlantaY lo hace la cadena que nos está dando algunas de las mejores comedias de los últimos años, FX (hogar de LouieIt’s Always Sunny in Philadelphia).

Atlanta lleva pocos capítulos emitidos, pero son los suficientes para reconocer el gran talento de Glover como guionista y productor. No podría ser de otra manera, se formó en 30 Rock. Pero Atlanta no tiene nada que ver con la serie de Tina Fey. Es una comedia dramática sobre dos primos intentando sobrevivir en la escena rap de Atlanta mientras se enfrentan a sus decepcionantes vidas. La serie tiene diálogos brillantes y momentos divertidos, pero el tono es más cercano al del drama contemplativo, y es de esas series en las que parece que no está pasando mucho, pero está pasando todo. Glover está fantástico interpretativamente hablando y creo que vamos a conectar mucho con su Earn. La inteligencia y puntos de vista de su personaje (“la sexualidad es un espectro”), así como su actitud ante la vida (entre la apatía y la resignación, y con un adorable deje ganso a lo Troy Barnes), prometen muchas alegrías (y tristezas, que en este tipo de series también son alegrías).

Atlanta se puede adscribir a la nueva comedia millennial que tantas buenas series nos está dando (Girls, Master of None), pero ofrece un punto de vista distinto dentro de este género, el de la comunidad negra, la pobreza y el mundo del rap. No solo me quedo, sino que estoy seguro de que va a ser una de las mejores series de 2016.

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Better Things

Y para terminar, nos quedamos en FX, con la serie creada por Pamela Adlon (CalifornicationLouie) y el incombustible Louis C.K.Better Things. C.K. dirige el piloto, que muestra todas señas de identidad del genial humorista, por encima de todo esa fusión de acidez y dulzura, y el rechazo al convencionalismo narrativo (cualquiera diría que C.K. es el Godard de la tele actual). Better Things está hecha a base de viñetas, momentos sin necesaria correlación que se yuxtaponen libremente para contar una historia. Concretamente la de Sam, una actriz cuarentañera que sobrevive en Hollywood aceptando papeles de mierda mientras educa ella sola a sus tres hijasBetter Things se suma a la corriente de comedias feministas y nos demuestra (una vez más) el gran talento cómico de Adlon, solo que esta vez además le otorga una voz que tiene muchas cosas que decir. Algunas son chorradas que te harán reírte de las cosas más pequeñas, otras te tocarán la fibra existencial como hace Louie. Tan solo por la escena en la que Sam rompe el tabú de la regla y se adueña de él durante un discurso motivacional en el colegio de su hija, la actriz ya se merece una ovación en pie. Pero no solo ella, sino también las tres niñas que interpretan a sus hijas, que parecen de la escuela de los prodigios infantiles de LouieBetter Things ya me parece interesante, pero me quedo para ver lo buena que puede llegar a ser.

FX ya ha renovado Atlanta Better Things para el año que viene, así que la cadena confía plenamente en ellas, y después de ver sus primeros episodios, nosotros también deberíamos.

American Horror Story Roanoke: Una nueva pesadilla

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Este año pocos artículos tipo “Todo lo que sabemos de…” os habréis encontrado con respecto a la sexta temporada de American Horror Story. Y si habéis visto alguno, poco o nada os habrá desvelado de la nueva iteración de la exitosa serie de FX, porque toda información sobre su historia, reparto, personajes, subtítulo y tema central se ha mantenido bajo estricto secreto hasta la mismísima noche del estreno en Estados Unidos. Esa ha sido la ingeniosa base de la campaña promocional del regreso de AHS, hecha este año más que nunca para confundir y despistar. Hasta 36 teasers con un centenar de referencias a películas de terror que han hecho que Internet se estruje la sesera para adivinar de qué iba este año la serie. Un esfuerzo en vano, porque como decía, todo ha sido un señuelo, un juego para aumentar la expectación y obligar al espectador a acudir a la inauguración para ser testigo de la retirada del velo.

La sexta temporada de American Horror Story se estrenó el pasado 14 de septiembre, y para sorpresa de todos los que esperábamos una nueva locura desfasada al estilo de las anteriores, la serie de Ryan Murphy y Brad Falchuk regresaba con un formato novedoso, muchos cambios, y un título… que no nos quedaba claro de buenas a primeras: American Horror Story: My Roanoke NightmareMy Roanoke Nightmare: An American Horror Story, o como la conoceremos oficialmente American Horror Story: Roanoke. La confusión reinaba durante la season premiere, porque nos encontrábamos con algo radicalmente distinto a lo que habíamos visto en las decepcionantes Freak ShowHotel. Además del cambio de estilo, esta temporada tendrá menos episodios, diez en concreto, haciendo que la historia se cierre antes de Acción de Gracias y evitando así el parón de Navidad. Por otro lado, los episodios se titulan simplemente “Chapter 1”, “Chapter2″… y no hay títulos de crédito propiamente dichos. Está claro que después del exceso de las anteriores temporadas, Murphy y Falchuk han optado por simplificar, por el “menos es más” (les habrá costado la vida), y el resultado, aunque desorientador, es muy refrescante dentro del universo AHS.

Al menos esto es lo que ocurre en el primer episodio de la temporada, que viene con un formato interesante. Roanoke está rodada al estilo del falso documental, en la tradición de los seriales de crímenes reales. En ella, los protagonistas “reales” de la historia narran su terrorífica experiencia en la colonia de Roanoke, con testimonios mirando a cámara, mientras que por otro lado vemos una reconstrucción ficticia de los hechos con actores. Los primeros están interpretados por Lily Rabe, André Holland y Adina Porter, mientras que sus alter egos ficticios están encarnados respectivamente por Sarah Paulson, Cuba Gooding Jr. y Angela Bassett, que protagonizan la recreación de los eventos para el documental My Roanoke Nightmare. Al principio puede resultar bastante desconcertante ver a estas parejas de actores interpretando al mismo personaje, pero eh, aunque venga con un envoltorio distinto, esto es American Horror Story, y no sería la misma serie sin su buena dosis de meta.

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Roanoke es en realidad un sencillo regreso a los orígenes de AHS que nos recuerda a la primera temporada de la serie, Murder House, la que (nunca mejor dicho) puso los cimientos de este universo en constante expansión y cada vez más conectado. La historia de Roanoke también parte de una mudanza, la de un matrimonio que se va a vivir a Carolina del Norte, concretamente a un viejo caserón situado en medio de un tenebroso bosque y cuyos vecinos más cercanos son una familia de rednecks que no les dan la bienvenida más cálida precisamente. Es decir, el destino ideal para empezar una nueva vida. Allí, Shelby Miller (Paulson), prototípica blanca privilegiada yogamaníaca, empieza a experimentar acontecimientos extraños en ausencia de su marido, amenazas terroríficas y presencias fantasmales fuertemente ligadas a la tormentosa historia del lugar. Comienza el clásico dilema: huir de allí o reclamar el lugar como “nuestra casa” y no dejarse intimidar (para que la serie continúe). Se han gastado todos sus ahorros en ella, así que la decisión se toma sola. Está claro: nos quedamos.

Así comienza Roanoke, una temporada que, a priori, parece haberse acordado de que también puede dar miedo y recurrir al terror tradicional, un elemento que en los tres años anteriores ha brillado por su ausencia en la serie la mayor parte del tiempo. En “Chapter 1” hay claros (por no decir atronadores) ecos de El proyecto de la bruja de BlairLa matanza de Texas, películas que, como Roanoke, hunden sus raíces en la América más profunda, la del folklore colonial y los paletos de dentaduras carniceras rodeados de moscas, y en las que la serie se inspira para definir su imaginería decididamente macabra (el hombre con cabeza de cerdo, cadáveres de animales, la lluvia de dientes). Es decir, aunque sea muy pronto para sacar conclusiones, Roanoke es por ahora la temporada de AHS más “American” y más “Horror”. Pero es que se podría decir que es incluso la más “Story” en mucho tiempo. Ya sabemos que las series de Murphy suelen divagar my pronto y, con alguna excepción, acaban perdiendo el norte. Pero Roanoke parece más interesada en narrar la historia de forma más tradicional, ciñéndose únicamente a lo necesario. El buen resultado de American Crime Story y la decepción del público ante las anteriores temporadas de AHS parece haber empujado a Murphy a reformular su serie antológica de forma inteligente y oportuna. Quizá por eso la carta de presentación de Roanoke es tan austera y la temporada comienza con solo tres personajes principales (con breve y contundente primera toma de contacto con los de Kathy Bates y Denis O’Hare, que prometen), sin violentos saltos temporales o geográficos, sin número musical (todavía). Lineal, sobria, contenida.

Aunque la confusión aun nos dure y no debamos comernos de vista a la serie con un solo capítulo, el primer episodio de Roanoke ha hecho algo de manera formidable: presentar una historia atractiva sin gastar demasiados cartuchos, recordarnos que se puede pasar miedo viendo una serie y dejarnos con ganas de saber qué pasa después. Un arranque sólido e intrigante para una serie que necesitaba urgentemente un cambio de dirección.

The Bastard Executioner: La degeneración de las series “para adultos”

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FX quería su propia Juego de Tronos, y ya la tiene. Se llama The Bastard Executioner y viene de la mano de Kurt Sutter, creador de uno de los mayores éxitos de audiencia de la cadena, Sons of Anarchy. Había mucha expectación en torno al estreno de esta serie la semana pasada, pero no se tradujo en cifras espectaculares para la cadena. El piloto, de doble duración (90 minutos), fue la retransmisión original de cable más vista de la noche, pero quedó por debajo de varias reposiciones de The Big Bang Theory Family Guy, con un discreto 0.8 en la demográfica de espectadores entre 18 y 49 años (Sons of Anarchy se solía poner por encima del 2.0 en su última temporada, para que os hagáis una idea). Las reacciones del público ante el estreno no fueron muy positivas, así que se espera que la audiencia siga cayendo en próximas semanas.

Y no será sin razón. The Bastard Executioner es un producto televisivo muy pobre en casi todos los sentidos, una serie que, a juzgar por su piloto (y esto podría cambiar, pero lo dudo), no tiene nada que ofrecer que no podamos encontrar en muchas otras ficciones. TBE es una historia medieval ambientada en la tumultuosa Gran Bretaña de Eduardo I (siglo XIV) protagonizada por un leal caballero del rey, Wilkin Brattle (el australiano Lee Jones), que después de recibir un mensaje divino decide dejar atrás su vida de sangre derramada en la batalla para, azarosos caprichos del destino, acabar convirtiéndose en verdugo en el pueblo del enemigo (oscura e impersonal figura, secundaria en este tipo de historias, que Sutter pretende explorar en la serie). TBE cuenta con un reparto que mezcla actores desconocidos con populares rostros televisivos, como Stephen Moyer (True Blood), Matthew Rhys (The Americans), y por supuesto la musa y esposa en la vida real de Sutter, Katey Sagal, que interpreta a la curandera mística Annora, personaje que debería haber ido a parar a alguien que al menos supiera imitar el acento galés, destreza que Sagal claramente no domina (viva el nepotismo).

The Bastard Executioner no está basada en ninguna novela, pero es exactamente igual que todas las historias medievales pseudo-fantásticas que hemos visto en los últimos años (intrigas políticas, héroes grises, castas, batallas, torturas y “magia”), recordando sobre todo a la mencionada Juego de TronosOutlander (aquí también hay villano degenerado con el que parece vincularse sadismo y prácticas homosexuales), pero mucho más cutre que cualquiera de las dos. Y aunque prometí no abusar del adjetivo “gratuito” en mis críticas (es un concepto delicado que varía según el producto y el consumidor), es imposible no hacerlo al hablar de esta serie, probablemente la más desvergonzadamente gratuita del año (no nos extraña viniendo de quien viene). La historia y los personajes de TBE son mediocres, sus diálogos parecen copiados de un manual anticuado, uno tipo “frases de stock para historias medievales”, y las interpretaciones son planas. Pero lo peor es que la serie es básicamente un continuo de “shock value”, es decir, sexo y sobre todo violencia gráfica cuyo único propósito es impactar.

Katey Sagal Bastard

El piloto de The Bastard Executioner es uno de los más cafres que hemos visto recientemente en una cadena no premium (está a la par con lo más explícito que se puede ver en HBO, Showtime o Starz). La violencia es tan sensacionalista y frecuente que acaba saturando demasiado pronto. Sutter y su director, Paris Barclay (uno de los realizadores televisivos más prolíficos de la era dorada de la TV), no han reparado en gore, y la orgía de sangre, huesos rotos y vísceras de TBE incluye: [spoilers] cuchillos y espadas atravesando cráneos como si fueran mantequilla caliente, un niño degollado on camera, las imprescindibles decapitaciones, un hombre aplastando la cabeza a pisotones a otro (sí, como en IrreversibleEl Laberinto del Fauno), y el plato fuerte, una embarazada destripada con el feto fuera, aun unido por el cordón umbilical, en lo alto de una pila de cadáveres, salvaje asesinato que por supuesto también hemos presenciado antes [fin de spoilers]. Todo un alarde descerebrado de casquería (como Spartacus pero menos digital) que entierra por completo la historia y que además, como explica la historiadora Kathleen E. Kennedy, poco tiene que ver con la realidad de la Edad Media.

Seguramente el piloto de The Bastard Executioner haya potenciado su lado más brutal y depravado para enganchar al espectador ávido de televisión “para adultos” (si lo hacen en GoT, nosotros también), creyendo que ahí reside la clave para hacer una serie moderna y de prestigio. Pero The Bastard Executioner no es adulta, al contrario, es una ficción profundamente inmadura (y encima aburrida) que, si tiene pensado crecer en algún momento, no contará conmigo para presenciar su rito de paso.

Un repaso a la 2ª temporada de ‘The Americans’

Phillip Elisabeth The Americans

“Esta guerra se ha vuelto personal”

La tercera temporada de The Americans acaba de dar comienzo en Estados Unidos (la emite la cadena FX, cuya oferta de ficción es cada vez más sólida e interesante), así que antes de ponerme con ella he decidido hacer un repaso a la segunda temporada en DVD, que Fox Home acaba de editar en España. Estamos ante una de las ficciones más destacables del momento, una serie que pasa más desapercibida de lo que debería, y que en un año se ha afianzado como uno de los dramas más impecables de la televisión.

The Americans, creada por Joseph Weisberg, es la historia de Phillip y Elisabeth Jennings (Matthew Rhys Keri Russell), un matrimonio de espías rusos infiltrados en Estados Unidos durante los primeros años de la década de los 80, y nos introduce de lleno en la Guerra Fría, mostrándonos el desarrollo del conflicto desde los puntos de vista de estadounidenses y rusos en suelo norteamericano. Una de las mayores bazas de The Americans desde que comenzó es su intachable aproximación a las cuestiones morales del enfrentamiento. En esta serie no hay héroes y villanos, no hay malos malísimos y buenos beatificables. The Americans transcurre en todo momento en la zona gris, evitando proclamas ideológicas y presentando a todos sus personajes -espías, agentes del FBI, informantes, diplomáticos- como seres complejos con motivaciones y conflictos internos reales.

En este sentido (y en todos), la segunda temporada supone un considerable salto de calidad con respecto a la primera. Weisberg eleva el listón y todo el segundo año de la serie adquiere mayor empaque e impacto. Para empezar, los actores están más entregados a sus papeles (Rhys y Russell se implican al máximo) y los personajes empiezan a lidiar de verdad con las consecuencias de sus actos (sus dobles identidades se están confundiendo y ya no tienen tan claro quiénes son o cuál es su vida real), lo que resulta en escenas sorprendentes y desconcertantes a lo largo de toda la temporada. En ella vemos cómo el matrimonio y la familia de los Jennings se empieza a resquebrajar, paradójicamente cuando Phillip y Elisabeth comienzan a desarrollar sentimientos genuinos de amor, deseo y pertenencia, lo que hace que los golpes sean más brutales y el miedo aumente. En estos episodios, The Americans nos habla de los inevitables daños colaterales de sus trabajos como espías, y de cómo la familia que confeccionaron como coartada para vivir en América sin levantar sospechas se convierte poco a poco en la prioridad, incluso por encima de la patria por la que luchan.

Elisabeth Jennings

Otro de los aspectos en los que la segunda temporada ha mejorado con respecto a la primera es en la estructura de los episodios. El primer año de la serie funcionó, salvando las distancias, como un procedimental en el que los Jennings se enfrentaban a una amenaza distinta en cada episodio (una misión de la semana podríamos decir), sin embargo la segunda temporada está construida de forma más lineal (aunque igualmente llena de giros a cada paso), introduciendo progresivamente el conflicto en el futuro (ordenadores y aviones invisibles se introducen en el relato), y rebajando lo episódico para dar énfasis a los grandes arcos narrativos de la serie: la investigación por parte del agente del FBI Stan Beeman (Noah Emmerich) y su relación furtiva con la espía de la KGB Nina Sergeevna Krylova (la fantástica Annet Mahendru da vida a uno de los personajes femeninos mejor caracterizados de la tele), el conflicto internacional al que se suman otros “jugadores” como la contra nicaragüense, el desarrollo de las identidades falsas de los Jennings, especialmente el matrimonio de Phillip y Martha (Alison Wright), o la cada vez más difícil tarea de mantener la fachada familiar de la pareja, sobre todo cuando su hija, Paige (Holly Taylor) empieza a sospechar del extraño comportamiento de sus padres.

El primer capítulo nos da el hilo conductor de la temporada, con el asesinato de un matrimonio de espías con el que los Jennings han trabajado en varias ocasiones, y que como ellos, tenían dos hijos (un niño y una niña). El brutal homicidio siembra el terror y la incertidumbre en Phillip y Elisabeth, y hace que el espectador sienta que el peligro al que se exponen ellos y exponen a sus hijos es mayor que nunca. Así, los 13 episodios de la temporada exploran las ramificaciones del asesinato (la búsqueda del culpable y las represalias) y nos proporcionan una historia absorbente y emocionante que crece hasta llegar a un clímax lleno de revelaciones y sorpresas. El excelente último episodio, “Echo“, augura un futuro lleno de posibilidades para la serie (no desvelaré por qué para no estropearos el final a lo que no la habéis visto).

Y hablando de los hijos de los Jennings, Paige y Henry (el adorable Keidrich Sellati) también adquieren mayor presencia en la segunda temporada. Lejos de resultar irritantes, como la mayoría de hijos prepúberes y adolescentes de los dramas norteamericanos, los dos niños (más naturales y sensatos de lo que nos tienen acostumbrados las series) aportan equilibrio y son indispensables para construir una de las ideas centrales de The Americans: ¿Conocemos realmente a las personas que tenemos a nuestro lado? Paige en concreto es quien empieza a unir las piezas, lo que le lleva a plantearse quiénes son sus padres en realidad, a la vez que se encuentra en la etapa de su vida en la que se pregunta quién es ella misma. Las implicaciones personales son cada vez mayores, y los Jennings no pueden educar a sus hijos con éxito sin que su trabajo como espías salga perjudicado, y viceversa.

The Americans Henry Phillip Jennings

Por último, The Americans puede presumir de ser uno de los dramas más detallistas y consistentes actualmente en emisión. Una serie de estas características tiene que andar con mucho cuidado de los agujeros de guión, y The Americans mima este aspecto con lógica y suma atención al detalle (si algo os chirría, no os preocupéis, tendrá su explicación). Por otro lado, se agradece que en esta segunda temporada no se haya explotado el juego del gato y ratón con el que comenzaba la serie. Sería simplemente insostenible poner continuamente a los protagonistas en la situación de estar a punto de ser pillados por su vecino (el agente Beeman), y si no que se lo digan a Dexter, que explotó este recurso hasta perder por completo su credibilidad. The Americans no solo es verosímil, sino que, como nos asegura Weisberg en el making of que incluye el DVD, también es real. Y es que lo que vemos en la serie, por muy rimbombante que pueda parecer, está basado directamente en casos que tuvieron lugar durante la guerra secreta en los años 80.

En resumen, la segunda temporada de The Americans ha consolidado una ficción que ya comenzó con pies de plomo, pero que el año pasado supo llevar su historia al siguiente nivel, convirtiendo esta serie inteligente, emocionante, y por qué no decirlo, sensual, en una de las imprescindibles del panorama catódico.

 

The Americans DVD T2En esta nueva temporada, la pareja protagonista supera en cierta manera sus diferencias y está más unida que nunca, son sus hijos los que empiezan a estar fuera de control. A esto se le une, el asesinato de dos compañeros de la KGB, Phillip y Elisabeth intentarán dar con los asesinos de sus amigos.

Audio: Castellano DD 5.1, inglés DD 5.1, francés DD 5.1
Subtítulos: Castellano, inglés para sordos, danés, holandés, finés, noruego, sueco

Contenidos adicionales del DVD

– Escenas eliminadas
– Bobina de tomas falsas
– Operación “Historias de fantasmas”: El verdadero directorio “S”
– Los tonos de rojo: La moralidad de The Americans

American Horror Story Freak Show: Lo monstruoso y lo sublime

Jessica Lange Life on Mars

Solo ha hecho falta una escena: Jessica Lange, es decir, Elsa Mars, en el centro de su carpa de circo, ataviada con un traje azul pastel y maquillada con carmín fucsia, rubor circense y sombra de ojos también azul, look homenaje a la leyenda británica David Bowie, interpretando una catártica versión de “Life on Mars” del Duque Blanco. Esta poderosa interpretación, en la que Lange lo da todo a pesar de haber quedado más que patente que lo suyo no es cantar, es el gran número final de “Monsters Among Us“, el esperadísimo primer episodio de American Horror Story Freak Show, una secuencia mágica, eléctrica, icónica que sirve como colofón al que es quizás el mejor comienzo de temporada de la serie. Como decía, solo ha hecho falta una escena para que Freak Show nos conquiste (y eso que las expectativas estaban por las nubes), sin embargo, en este “Monsters Among Us” hay más, mucho más. Damas y caballeros, pasen y vean. El mayor espectáculo televisivo del año ya ha comenzado.

Como ya sabéis, American Horror Story es una anthology series, y por lo tanto, (en un principio) sus diferentes temporadas son independientes entre sí, con una nueva historia comenzando cada año. Sería fácil achacar a Ryan Murphy y Brad Falchuk la repetición de esquemas, arquetipos y lugares comunes temporada tras temporada, sin embargo, Freak Show es la prueba de que los productores no están especialmente interesados en innovar y ofrecer con cada temporada algo diametralmente opuesto a la anterior, sino en ir construyendo año tras año un discurso que se va desplegando y solidificando con ayuda de diferentes personajes, situaciones y localizaciones. En este sentido, Freak Show podría entenderse como la gran tesis final de AHS (aunque no sea ni de lejos su última entrega ni sepamos por qué derroteros irá el año que viene). AHS siempre ha sido “the freakiest show“, como canta Elsa Mars, pero esta es la temporada que convierte en literal la idea que siempre ha servido de engranaje central para la serie: la monstruosidad, lo diferente y extraño percibido como abominable, rechazado por no adherirse a la norma, y aquí convertido en pasatiempo de feria. Freak Show tiene por tanto más en común con Asylum que con Coven -no en vano, ahí está Pepper ejerciendo como nexo de unión entre ambas temporadas.

Jimmy Darling

El primer episodio nos presenta a la plantilla de fenómenos del “Fraulein Elsa’s Cabinet of Curiosities“: la mujer más pequeña del mundo, los hermanos microcefálicos, el hombre lagartija, la mujer barbuda (espléndida Kathy Bates, aunque no la hayamos visto mucho todavía), contorsionistas, enanos, etc. Pero atención, no hemos conocido a todos los personajes. Nos queda por dar la bienvenida a Angela Bassett, Michael Chiklis, Denis O’Hare o Emma Roberts. Esto viene a demostrar que Murphy narra desde una posición privilegiada (la del que sabe que tiene nuestra atención incondicional), sin serle necesario calzar a todos los personajes en una hora, como suele ocurrir con los pilotos televisivos. Por eso, “Monsters Among Us” se centra especialmente en la santísima trinidad de AHS: Lange, Sarah Paulson y Evan Peters. Después de una temporada como FranKENstein rubio y teen en Coven, donde no tuvo mucho que hacer, Peters vuelve a la vida con Jimmy Darling (AHS sigue teniendo los mejores nombres de la tele), un personaje que nos recuerda más a su Kit Walker (Asylum), galán (alternativo e irresistible) con enormes manos de langosta que se las lleva de calle con un solo guiño, y que explota su deformación para dar placer clandestino a las féminas (mujeres de bien que secretamente anhelan ser poseídas por lo extraño).

La primera vez que vemos a Jimmy Darling, éste va vestido como Marlon Brando en Salvaje (1953). Además de decirnos que va a sexualizar a Peters un año más (¿reconocisteis su trasero en la sex tape que le muestra Elsa a la contorsionista?), Murphy nos deja patente así que esta temporada más que nunca AHS hunde sus raíces en el cine clásico, algo que salta a la vista en la fantástica puesta en escena y el exuberante diseño de producción. El ejercicio de mitomanía y erotismo cinéfilo que supone “Monsters Among Us” es el elogio definitivo de la tele al cine, de un medio todavía fértil y en ebullición a la ya muy lejana época dorada de Hollywood. Entra Elsa Mars, vedette crepuscular, una Norma Desmond en el ocaso de una carrera que nunca empezó, mujer obsesionada con las grandes estrellas del cine, particularmente Marlene Dietrich, con la que se mimetiza constantemente. Lange vuelve a ponerse en la piel de una mujer que se enfrenta al paso del tiempo, una diva en horas bajas que lucha por sobrevivir a su obsolescencia. Y si bien lo cierto es que a grandes rasgos es lo mismo de siempre, Lange se las arregla para darle un nuevo enfoque. Mars (por ahora) no es una mujer de armas tomar como Fiona Goode (Coven), y aunque ha mostrado señas de crueldad, no es una villana ni una femme fatale, es más bien una Baby Jane patética y lastimera, y por primera vez, una freak más. Después de su monumental “Life on Mars” (cuyo publico son solo dos personas, de las que depende la supervivencia de su negocio) la vemos llorar como una niña, consciente de la farsa que se ha construido, y de que la carpa del circo es para ella lo único que aún sostiene esa ilusión. Esto es lo que convierte a Elsa Mars en el personaje ideal para que Lange se marche de la serie por todo lo alto.

Sarah Paulson AHS Freak Show

Por otro lado tenemos a la atracción principal de Freak Show, la mujer de dos cabezas, Bette y Dot Tattler, interpretada por partida doble por Sarah Paulson. Las siamesas Bette y Dot (una seria y desconfiada, otra ingenua y risueña) son la última esperanza de Mars para salvar su circo (y su sueño) en tiempos de cine, y suponen el mayor reto hasta la fecha para Murphy y Falchuk (y Paulson, claro). La jugada podía haber salido mal (y a mí desde luego me tenía inquieto), pero “Monsters Among Us” nos demuestra que a estos señores les sobra inventiva y creatividad para sacar a flote algo tan complicado desde el punto de vista técnico, recurriendo a mil y una triquiñuelas visuales para no tener que depender del ordenador todo el tiempo (que lo queramos o no, siempre acaba chirriando): pantallas partidas, planos aberrantes y expresionistas (la pobre Paulson terminará con torticolis), planos generales con dobles y Paulsons de látex… Eso sí, todo siempre al servicio de la historia y coherente con el consolidado estilo de la serie, sin duda una de las más visualmente estimulantes del panorama reciente.

Pero este nuevo viaje murphyano al subconsciente americano estaría incompleto sin esa presencia terrorífica en forma de asesino en serie que acecha en todas las temporadas, en este caso, como no podía ser de otra manera, un payaso asesino. Twisty the Clown es junto a Bloody Face la creación más pesadillesca de Murphy y Falchuk, una visión demoníaca que rapta niños y masacra a plena luz del día (esa primera aparición bebe directamente del primer asesinato del Asesino del Zodiaco en la película de David Fincher). La Júpiter (un pequeño pueblo de Florida) de los 50 que recrea Freak Show es vibrante, exultante, y se nos presenta “in glorious technicolor!!!” (el humor, como el dolor, siempre proviene de los lugares más inesperados), por eso Twisty ejerce un contraste muy llamativo, y supone la garantía de que, después de Coven, este año quizás sí pasemos algo de miedo. Claro que a estas alturas nos debería quedar claro que el “horror” de AHS no se refiere tanto al miedo en el sentido del cine de terror moderno. Murphy lleva cuatro años desvelándonos el terror que forma parte de cada ser humano, engendro o persona “normal”, humanizando al monstruo y hallando lo macabro bajo la belleza y la perfección, convirtiendo la intolerancia y el temor a lo diferente en la verdadera fuente de los horrores de la serie: ahí tenéis a los freaks descuartizando a su “bully” al final del episodio, para salvaguardar su refugio y comenzar un levantamiento contra sus opresores (“If they wanna call us monsters, fine. We’ll act like monsters”). De esta manera, con su cuarta entrega American Horror Story se reafirma en su potente discurso, y lo hace habiendo alcanzado la perfección formal, como la serie en la que el disparate y la trascendencia van de la mano, y lo monstruoso y lo sublime son lo mismo.

Wilfred: Puerta al sótano

Elijah Wood Wilfred

“La felicidad no depende de acontecimientos externos, sino de cómo los percibimos”
León Tolstói

Wilfred es una de esas series que comienzan en un lugar, y acaban en otro completamente distinto, un viaje impredecible que ha merecido la pena completar. La comedia creada por Jason Gann y David Zuckerman a partir de la ficción australiana del mismo nombre empezó su andadura como una simple neo-sitcom gamberra y alucinada, la historia de un joven a punto de suicidarse (Elijah Wood) que ve al perro de su vecina como un hombre disfrazado (Gann) y desarrolla una amistad disfuncional con él, lo que le hace cuestionarse su cordura. Wilfred era una suerte de fusión de Infelices para siempre (Wilfred recuerda mucho al conejo Floppy) y Ted, de Seth MacFarlaneNo en vano, Zuckerman es uno de los guionistas de Padre de familia, y esto es algo que salta a la vista, y mucho, durante los primeros capítulos de Wilfred. Es por eso que resulta aún más sorprendente, echando la vista atrás, que la serie fuera rebajando ese humor de fumados, ligero y descerebrado, para dar lugar a un tipo de comedia más sofisticada y un tono cada vez más serio y oscuro.

A medida que la serie se adentraba más y más en la psique de Ryan Newman, y su agitado mundo interior iba tomando forma en alucinaciones y ensoñaciones cada vez más surrealistas, Wilfred se acercaba a terreno David Lynch, convirtiéndose así en una serie de misterio (a ratos reminiscente de Lost) con toques de comedia negra y tintes existencialistas (además de una auténtica oda continuada al mejor amigo del hombre, todo hay que decirlo). En otras palabras, Wilfred empezó siendo una serie de la factoría MacFarlane sobre un tipo echado a perder y su colega-mascota, y acabó siendo Donnie Darko. El misterio de la identidad de Ryan, y el enigma de su ¿enfermedad? se fue retorciendo a lo largo de las cuatro temporadas que componen la serie, de manera que la broma dio paso a un juego psicológico (y paranoico) muy estimulante, una historia que iba acumulando capas, desvelando secretos e incorporando datos que reconfiguraban constantemente un relato más amplio de lo que creíamos, y nos hacían cuestionarnos qué era verdad y qué un producto de nuestra imaginación, tal y como le ocurre a Ryan.

Wilfred Puerta al sótano

Con un total de 49 episodios, Wilfred logra mantenerse centrada la mayor parte de tiempo, desarrollando una historia concisa y disponiendo una mitología sucinta pero muy organizada (dentro de la confusión que caracteriza a la vida de Ryan) en la que ningún detalle está ahí por azar. Al final, todas las piezas encajan, todos los enigmas reciben una solución más o menos concreta, pero se deja la puerta abierta (nunca mejor dicho) a múltiples interpretaciones y teorías alternativas sobre lo que ha ocurrido (del tipo “el sótano es el Cielo”). ¿Qué le ha pasado a Ryan? ¿Quién es en realidad Wilfred? Aunque podemos razonar múltiples hipótesis, en realidad la serie nos da las respuestas en el sublime desenlace que es “Happiness” (4.10), en el que conecta todos los acontecimientos a la infancia de Ryan, tejiendo una capa subconsciente de caras conocidas, improntas y recuerdos suprimidos al más puro estilo lynchiano que dotan de sentido completo a lo que hemos visto, convirtiendo la serie en una historia idónea para su consumo en sesiones continuas.

“Todo el mundo piensa en cambiar el mundo, pero a nadie se le ocurre cambiarse a sí mismo”.

Wilfred es una obra rebosante de simbolismo, una serie que utiliza la enfermedad mental para hablarnos de la naturaleza misma de la felicidad, y de las múltiples vías para alcanzarla. Sectas, manicomios, tratamiento de shock, el deseo de morir, la delgada línea entre la realidad y la fantasía. Estos son los elementos que la serie arroja a su protagonista y a aquellos a su alrededor para que descubran ese camino. ¿La conclusión? Muy clara: para ser felices a todos nos hace falta un poco de locura. En el caso de Ryan en concreto, más que un poco. Al final de la serie, el personaje de Elijah Wood (ya especializado en dar vida a tipos raros gracias a sus últimos papeles en cine) acepta su condición de maníaco depresivo, abraza su enfermedad y celebra su locura. La felicidad para él proviene de la manera en la que uno ve las cosas, y Ryan decide quedarse en la realidad que le hace feliz, rechazando así la vida “normal”, la que los demás eligen para existir en perpetua desdicha (es decir, la que elige Jenna). Es un desenlace tan triste como bello, una coda perfecta a una serie fácilmente catalogable como marcianada, y que ha resultado ser el precioso retrato de una enfermedad, la locura de estar vivo.

You’re the Worst: De amor y odio en tiempos modernos

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-What did you do today?
-Nothing.
– Oh my God, me too!

¿Quién ha dicho que el romanticismo ha muerto? Eso es justo lo que uno podría sacar en conclusión al adentrarse en la nueva comedia de FX You’re the Worst, creada por Stephen Falk (ex guionista de Weeds Orange Is the New Black), pero nada más lejos de la realidad. You’re the Worst parte del clásico boy-meets-girl, un encuentro y algo-así-como-emparejamiento que tiene lugar en el sitio más tópico de todos: una boda (la de la ex prometida de él). Los protagonistas son dos jóvenes de Los Ángeles, Jimmy (Chris Geere) y Gretchen (Aya Cash), un engreído escritor británico, suerte de Larry David versión joven, que solo ha publicado un libro, y una desastrada publicista que representa estrellas musicales emergentes. Como desvela el título de la serie, el “giro” en esta historia es simplemente que son lo peor. Pero lo peor de lo peor. No lo peor como pueden serlo Jess de New Girl o Mindy Lahiri. Jimmy y Gretchen son lo peorcísimo (si no lo creéis, atreveos a acompañarlos al cine). Autodestructivos, egoístas, cerdos, tóxicos, la cara más irredenta y desagradable de la generación millenial.

Por eso, tras ver los primeros capítulos de You’re the Worst lo más fácil es clasificarla como la anti-comedia romántica definitiva. Pero no os dejéis engañar por las apariencias. Lo que Falk está haciendo con su serie no es rechazar las convenciones de la rom-com, sino más bien todo lo contrario, celebrarlas mediante la reconfiguración de los clichés, y llevando el género al siglo XXI, tal y como han hecho Stefan Golaszewski con esa joya que es Him & Her o Lena Dunham con Girls (que, como no podía ser de otra manera, se lleva su mención en la serie de Falk). You’re the Worst es comedia romántica hasta la médula, pero debidamente disfrazada con una sucia capa de cinismo, misantropía e incorrección política que la convierte en fiel representante de nuestro tiempo.

You're the Worst posterA pesar de la resistencia de Jimmy y Gretchen, que se vanaglorian constantemente de ser lo peor y aseguran no querer pareja, Falk los pone a ambos en contexto romántico para torturarlos con su atracción mutua y en última instancia enamorarlos perdidamente, porque sí, son lo peor, pero en el fondo los quiere muchísimo. Ambos son tan reacios a convertirse en una pareja normativa, a claudicar como todos esos idiotas que se exponen voluntariamente al dolor que conlleva el amor, que resultan ser compatibles al 100%, tanto que les aterroriza. A partir de ahí, You’re the Worst nos muestra paso por paso, y con honestidad brutal, la evolución de una relación incipiente, haciendo paradas en todos los lugares comunes del género: el miedo al compromiso, el dilema de pasar a ser “exclusivos”, conocer a los padres, irse a vivir juntos, la llave, el anillo… Sin embargo, Falk logra, a través del explosivo carácter de sus personajes, hallar una nueva perspectiva, un enfoque fresco y corrosivo para contar la misma historia de siempre.

Alrededor de Jimmy y Gretchen gira un plantel de personajes secundarios que también son lo peor, formando junto a ellos un esperpéntico desfile de disfuncionalidades. De hecho, casi todos son (mucho) peores que los protagonistas (mención especial al personaje más nihilista de la serie, Lindsay). La “pandilla” de You’re the Worst, atrapada sin salida en la adolescencia prolongada, viene a representar a la generación perdida de manera similar a las chicas de Girls, solo que algo más inmersa en la caricatura y la farsa. La serie hace gala de una gran puntería retratando a estos jóvenes y el idiosincrásico mundo moderno en el que habitan. Un mundo de plena liberación sexual, desprovisto de verdaderas responsabilidades de adulto, preocupado por la economía, pero a su manera (-¿Tienes un cigarrillo? -¡Estas cosas son caras!), amenazado por lo efímero de las modas y la presión de destacar en un océano de clones (muy ácida la perspectiva angelina sobre el movimiento hipster de Brooklyn), y donde los empleos tradicionales han desaparecido (“No estoy buscando un trabajo de verdad”). Nunca la búsqueda de la identidad propia fue tan complicada.

Este empeño en satirizar el universo del veinte-treintañero moderno hace que los primeros episodios de la serie resulten un tanto forzados y artificiales. Al comienzo, You’re the Worst tiene aspecto de web serie (nada en contra de ellas), tanto por su factura y sus diálogos en ocasiones acartonados, como por sus interpretaciones (especialmente las de los secundarios), cercanas a la parodia y al “proyecto fin de carrera”. Sin embargo, y aunque esto se diga de todas las series (porque casi siempre es cierto), pasados unos cuantos capítulos empieza a tomar forma y los personajes adquieren entidad, transformándose finalmente en personas. Para cuando llegamos al excelente último episodio de la temporada (diez en total), esos despojos humanos que son Jimmy y Gretchen se han ganado nuestros corazones y You’re the Worst se ha convertido en una de las propuestas más redondas e interesantes de la temporada.

¡Sorteo! Consigue la primera temporada de ‘The Americans’ en Blu-ray

Este sorteo ya ha finalizado. Atentos a fuertecito no ve la tele para futuros sorteos.

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Desde el 29 de enero de 2014 está a la venta en España la aclamada primera temporada de The Americans en Blu-ray y DVD. Para celebrar el lanzamiento, 20th Century Fox Home Entertainmentfuertecito no ve la tele os queremos dar la oportunidad de conseguir un pack en Blu-ray de la serie totalmente gratis.

PARA ENTRAR EN EL SORTEO de un pack de la primera temporada de THE AMERICANS en formato Blu-ray lo único que tenéis que hacer es dejarnos un comentario en esta entrada respondiendo a la siguiente pregunta:

¿Qué nuevo nombre te podrías si fueras un espía de la KGB infiltrado en un barrio residencial?

También podéis participar desde la página de Facebook de fuertecito no ve la tele. Para que vuestra participación cuente tenéis que dejarnos vuestra respuesta en ESTA FOTO y después compartirla en vuestro muro. Participar en ambos sitios duplica las oportunidades de conseguir el premio.

De entre todos los participantes en el blog y en Facebook se elegirá un ganador al azar que recibirá en su casa un pack de la primera temporada de The Americans en Blu-ray, sin gasto alguno por su parte. No olvidéis incluir vuestro correo electrónico en el formulario de respuesta del blog (no aparecerá público). En Facebook no es necesario. Solo contará una participación por dirección IP, las respuestas desde la misma IP con distinto nombre serán marcadas como spam.

El sorteo finaliza el domingo 2 de febrero de 2014 a las 23:59 (hora peninsular española). El ganador será anunciado a lo largo del lunes en nuestra página de Facebook (aseguraos de que sois seguidores para estar al tanto de todo; No es un requisito para participar, pero seguro que no os arrepentís :P ).

Importante: concurso exclusivo para residentes en territorio español. ¡Mucha suerte!

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La guerra oculta entre la CIA y la KGB llega a los hogares españoles.Twentieth Century Fox Home Entertainment estrena la 1ª temporada de The Americans en Blu-ray y DVD, uno de los mejores thrillers del momento.

La serie, ambientada en la década de los 80, relata las aventuras y desventuras de un matrimonio de dos espías del KGB que se hacen pasar por estadounidenses en un apacible barrio residencial de Washington DC. La pareja, formada por Phillip (Matthew Rhys) y Elizabeth Jennings (Keri Russell, galardonada con un Globo de Oro a la Mejor Actriz de Serie Dramática por Felicity), tiene además dos hijos que desconocen por completo la verdadera identidad de sus padres. La tensión permanente, el doble juego y las sospechas forman parte del particular modus vivendi de The Americans.

El éxito de esta ficción de espionaje no se ha hecho esperar, los críticos de cine no han dudado en denominarla “la nueva Homeland” y en su palmarés figuran dos nominaciones a los Premios Emmy y el TCA Award al Mejor Nuevo Programa del Año en 2013, otorgado por la Asociación de Críticos de Televisión. Asimismo, en su estreno congregó en el canal FX a más de 5,1 millones de espectadores convirtiéndose en el mejor debut de una serie en el canal de cable estadounidense.

Disfruta de la intriga, el amor, el honor y la emoción de esta serie creada por Joe Weisberg y de los exclusivos contenidos adicionales en Blu-ray y DVD.


The Americans Blu rayLos contenidos adicionales que se incluyen son:

  • Escenas eliminadas
  • El Coronel: comentario con Joseph Weisberg, Joel Fields y Noah Emmerich
  • Tomas falsas
  • Decreto ley  2579: descubriendo The Americans
  • Perfeccionando el arte del espionaje
  • La ingenuidad por encima de la tecnología

EPISODIOS:

  1. Piloto
  2. El reloj
  3. Gregory
  4. Yo ostento el control
  5. Inteligencia de comunicaciones
  6. Confía en mí
  7. El deber y el honor
  8. Destrucción mutua asegurada
  9. Piso franco
  10. Sólo tú
  11. Guerra encubierta
  12. El juramento
  13. El coronel

It’s Always Sunny in Philadelphia: Demented Forever

Hay un pequeño rincón en televisión en el que siempre sale el sol, los pajaritos cantan y la vida te sonríe cada vez que pones un pie en la calle. Es Filadelfia, más común y cariñosamente conocida como Philly, el paraíso de Liz Lemon. Cultura, arte, historia, tardes en el parque, deporte y oportunidades. Pero el hogar de Benjamin Franklin es también la casa de Frank, Dee y Dennis Reynolds, Charlie Kelly y Mac (cuyo nombre completo no osaré desvelar). Ellos viven a su manera la experiencia Philly. Rara vez ven salir el sol porque se pasan las horas muertas en Paddy’s, el bar irlandés que regentan, o en las alcantarillas, o debajo de los puentes (el paraíso particular de Frank y Charlie). Para ellos no hay pajaritos que valgan, más bien una desgarbada y asquerosa pájara, Sweet Dee, y por supuesto las palomas de Charlie, manjares exquisitos (¿por qué gastarse el dinero en faisán si la calle está llena de palomas perfectamente comestibles?) La única historia que ellos conocen es la que se han inventado para promover su bar como lugar de interés histórico nacional y su relación con el arte se limita a un cuadro pintado por Hitler, de la colección personal del abuelo Reynolds, un nazi moribundo. A esta pandilla no les sonríe la vida, sino los vagabundos sin dientes, y el deporte nunca es para ellos una actividad saludable o un pasatiempo, sino una oportunidad para conseguir dinero fácil (que al final nunca consiguen, claro). Frank, Dee, Dennis, Charlie y Mac son el paradigma de la basura blanca, o peor aun, su hipérbole. Son la mayor escoria que os encontraréis en televisión. Apenas poseen cualidades redentoras, y a pesar de esto, es tremendamente difícil no adorarlos. Quizás sea porque en el fondo no son más que cinco niños aburridos buscando desesperadamente un juego con el que ocupar el día.

It’s Always Sunny in Philadelphia (en España “conocida” como Colgados en Filadelfia) se iba a llamar muy apropiadamente Jerks. La serie se ajusta tanto a las normas de la sitcom tradicional como las transgrede. No hay nada parecido en televisión, si acaso series de animación para adultos como South Park. Always Sunny lleva ya ocho temporadas involucrando a sus protagonistas en las aventuras más atroces y aberrantes. La corrección política es el demonio y no hay tema, por escabroso o delicado que sea, que se libre de tener su capítulo especial. Racismo, aborto, cáncer, armas, drogas: eso no es más que el principio. La cantera de ideas es inagotable, porque el ser humano es un gran contenedor de miserias. La serie no flirteó con lo serial hasta su sexta temporada, en la que el misterio sobre el embarazo de Dee dio para alargar las tramas y experimentar con el formato. Sin embargo, Always Sunny es esencialmente episódica, como los cartoons o las comedias de los noventa, y sutilmente formulaica: cada semana, los cinco urden un plan para matar el tiempo, mejorar su economía o demostrar al mundo que no son la chusma que todos saben que son. Ni que decir tiene que el éxito se les resiste en todas sus empresas. Por regla general, no importa si uno se encuentra un capítulo al azar, se podrá ver y disfrutar como una pieza independiente del resto. Solo una cosa: evitar la serie si se está comiendo. Por si acaso.

A pesar de esto, Always Sunny contiene caracterizaciones muy consistentes, gags recurrentes, estupendos secundarios y un gran componente autorreferencial (después de todo es una comedia del siglo XXI), que evidencian un magnífico trabajo por parte de sus guionistas (casi siempre los propios actores). Huelga decir que estamos ante una serie que maneja la estupidez con suma inteligencia. Jackass meets 30 Rock. Y así lleva ocho temporadas, sin perder un ápice de su frescura, haciendo que nos riamos de lo más deplorable del género humano. Es más, mejorando año tras año, y llegando a generar auténticas maravillas en sus temporadas más tardías, en las que el resto de comedias ya se han quedado secas: “The Gang Buys a Boat”, “Who Got Dee Pregnant” (probablemente el mejor episodio de toda la serie), “The Gang Gets Stranded in the Woods”, “The Gang Goes to the Jersey Shore”, “How Mac Got Fat”, “Thunder Gun Express” (probablemente el segundo mejor capítulo), o “The Gang Gets Analyzed”. Todos estos episodios forman parte de las temporadas más recientes, que han mostrado un claro interés por experimentar narrativamente y jugar con la -muy sólida- mitología de la serie. De una película de zombis (la familia McPoyle, paletos que solo se reproducen entre sí) a una sesión de terapia a la pandilla, Rob McElhenney (creador de la serie) y sus locos se las han arreglado para evolucionar sin perder su esencia y mantenerse en forma ininterrumpidamente a lo largo de los años.

El excelente -y exigente- ejercicio interpretativo de McElhenney, Charlie Day, Glenn Howerton, Kaitlin Olson y Danny DeVito (que se incorpora a la serie en su segunda temporada) combina un meticuloso trabajo de diálogo con una alta dosis de improvisación: histriónicos y geniales, insoportables y mocosos, no hablan, gritan hasta dejar los tímpanos del espectador destrozados y la cabeza a punto de estallar (mucho después de ver un episodio, seguimos oyendo el eco de sus voces), y se funden terroríficamente con sus personajes -Charlie y Mac se llaman como los actores que los interpretan, el resto prefirió poner una distancia prudencial entre ellos y sus personajes, quizás para mantener la cordura. It’s Always Sunny in Philadelphia es una de las propuestas más osadas de la televisión de la última década. Refugio para el buen mal gusto y joya trash en la que hemos visto con horror y fascinación cosas como al inconmensurable Danny DeVito emerger desnudo y empapado en sudor de un sofá de polipiel. Una serie que es toda una -temeraria- declaración de amor y compromiso y también un potente negocio familiar (Mac y Dee, y Charlie y la Camarera, son matrimonios en la vida real). Alcemos nuestras cervezas (o nuestra sopa podrida, o nuestro tubo de pegamento) y brindemos por que salga el sol en Filadelfia muchos años más.

The Americans: Desde Suburbia con amor

Olvidémonos de smartphones, GPS, mensajes encriptados y virus informáticos, o de investigaciones que transcurren casi íntegramente delante de la pantalla de un ordenador. The Americans nos transporta a una etapa anterior a todos estos artefactos y toda esa jerga informática y científica que facilita la tarea de los agentes televisivos, pero complica exponencialmente la de los guionistas. El año es 1981, los vaqueros se llevan a la altura de las axilas y los niños hacen puzles en la mesa, no en una tablet. El nuevo drama de FX propone una historia de espías a la vieja usanza. A través de una excelente ambientación, y un tono acertadamente desafectado, el piloto recurre a los ingredientes que dieron forma al género: dobles identidades, malas pelucas, desfasadas peleas con movimientos de artes marciales. Una propuesta que nos pide que descontaminemos nuestra mirada televisiva y nos dejemos llevar.

Efectivamente, The Americans requiere un pequeño esfuerzo por parte del espectador y la aceptación de una serie de reglas.[1] Es como si realmente estuviéramos viendo una película de hace unas cuantas décadas. No le exigimos el mismo grado de verosimilitud que a un producto esencialmente contemporáneo. Y por ello debemos suspender la incredulidad en más de una ocasión y hacer caso omiso de las inconsistencias del guion o de alguna que otra dudosa elección artística. Como por ejemplo el hecho de que los dos protagonistas aparezcan en flashbacks a comienzos de los 60 y apenas haya cambio físico con respecto al tiempo presente de la historia. Desde un principio, el piloto de The Americans abraza el estereotipo y el lugar común, pero lo maneja con soltura y savoir-faire, para una mejor digestión del espectador. Todo se antoja muy ficticio y fortuito- el agente del FBI que se muda ¿casualmente? enfrente de los agentes de la KGB- pero de eso se trata. Es posible, y muy recomendable, librarse de todo prejuicio y dejarse llevar por la interesante historia de Phillip y Elisabeth Jennings:

Los Jennings son un matrimonio de espías de la KGB que viven en un barrio suburbano de Washington D.C. Llevan 20 años infiltrados en la sociedad norteamericana, haciéndose pasar por una pareja normal y corriente, con dos hijos pre-adolescentes que no saben nada sobre la doble vida de sus padres. Elisabeth (Keri Russell) es glacial e implacable, un androide programado para servir a su país. La Sra. Jennings puede parecer (y es) una zorra agria y huraña (Felicity who?) pero es ante todo una mujer rota, con un gran peso a sus espaldas y unos principios que le impiden deshacerse de él. Antes la muerte que traicionar a Rusia. Su falso marido, sin embargo, es más humano, más… americano. Phillip (Matthew Rhys) ha asimilado la cultura yanqui y ha comprobado que no es tan mala después de todo -recordemos que los rusos son los malos, y siempre lo serán, y si vamos a humanizarlos, mejor será hacerlos decir de vez en cuando lo gloriosa que es, oh, América la grande. Le gustan las botas de cowboy, baila country en un centro comercial y canta el himno nacional con claros sentimientos de pertenencia. Como veis, las caracterizaciones de los personajes son directas y obvias, y la ambigüedad que los define es muy precisa.

Al matrimonio se le presenta la oportunidad de escapar hacia una nueva vida, entregando a un traidor a las autoridades norteamericanas. Un dilema que será resuelto a base de fuerza bruta (¿le ha metido Felicity la cabeza por la pared de una patada?) y que dejará al descubierto los verdaderos sentimientos de los Jennings. Un nuevo punto de partida para estos dos y una válvula de escape para ella, que encuentra analgésico para su dolor donde lo ha tenido siempre. Este es sin duda uno de los temas centrales de The Americans, una reflexión sobre la intimidad y la desconfianza dentro de la pareja. Pero también sobre el miedo a lo ajeno, a lo exógeno, a lo desconocido. La paranoia y la sobreprotección del núcleo familiar norteamericano. Y el clásico “¿conoces a la persona que duerme en tu cama?” más su variante “¿conoces a tus vecinos?” -el recién llegado al barrio promete momentos de tensión los-pillará-o-no-los-pillará, al más puro estilo de Dexter. Elisabeth y Phillip inician así una nueva etapa en la que por fin se permiten mostrarse tal y como son, y las dudas y revelaciones sobre sus sentimientos empiezan a aflorar. En otras palabras, los Jennings se abren el uno al otro, y de paso, también abren la caja de Pandora.

El de The Americans es un piloto de manual. Y al contrario de lo que ha sucedido este año con la mayoría de estrenos televisivos, esta serie tiene todo lo que hace falta para ir más allá de su premisa. De hecho, articula esta intención hacia el final, con toda la elocuencia y el descaro del mundo: “La Guerra Fría acaba de empezar, y va ser una guerra larga”, que es básicamente como decirnos, “quedaos con nosotros, que esto da para muchísimas temporadas”. Lo cierto es que The Americans tiene material de sobra para construir una serie longeva (y dos, y tres), y además cuenta con la ventaja de estar ambientada en un pasado que justificará convenientemente el estiramiento, y que proporciona un contexto socio-político del que se puede sacar mucho jugo. Con lo debidos ajustes de cara a los próximos episodios (la duración del piloto es excesiva y las escenas se alargan innecesariamente), The Americans podría convertirse en la serie revelación de la temporada, gracias en gran medida a que es la serie más serie de este año.

 

[1] De hechose encarga desde el principio de dejar claras algunas de las normas que definen a estos agentes y la mitología que los rodea, como si fueran vampiros, o gremlins. Por ejemplo, en una de las primeras escenas ya se nos avisa de que tienen completamente prohibido hablar en ruso una vez han pisado suelo americano. Esto soluciona la papeleta del idioma y evita que nos preguntemos en el futuro por qué estos actores, una americana y un galés, que interpretan a rusos que se hacen pasar por americanos no hablan ruso en ningún momento.

American Horror Story Asylum: La balada de Lana Winters

“Recuerda. Si miras al mal a la cara, el mal te devolverá la mirada”. No hay mejor manera de condensar lo que ha sido la inmensa segunda temporada de American Horror Story que con esta frase, pronunciada por una luminosa Hermana Jude en un sublime primerísimo primer plano, rompiendo la cuarta pared. Jude nos dice básicamente “Mis niños, todos tenéis un lado malvado, y yo lo estoy viendo, alguien siempre lo ve, aseguraos de que vosotros también lo hacéis”. Vuelta al comienzo para cerrar un ciclo. La posterior sonrisa de Lana Winters es el verdadero punto y final a esta historia de horror en la que las criaturas deformadas y abominables han dado paso a otro tipo de monstruo, al de apariencia totalmente humana, el diablo vestido de Prada, y en la que al final, los ángeles han derrotado a los demonios.

Lana ha resultado ser la protagonista indiscutible de Asylum, el motor del relato. Por eso es justo que el último episodio se centre en su personaje, el único capaz de cerrar definitivamente tanto las puertas de Briarcliff como las historias de sus empleados y pacientes. Después de dos episodios desconcertantes y anticlimáticos en los que se ha optado por dejar atrás el psiquiátrico para hacer avanzar la historia de Lana y Kit Walker fuera de él, “Madness Ends” funciona como perfecta coda en la que se nos ha permitido despedirnos de estos personajes sin conocer sus historias completas (no había tiempo y no era necesario), pero sí con la sensación de conocerlos a ellos plenamente. Tras ver el final de Asylum, la decisión de abandonar los mugrientos pasillos de Briarcliff y cegarnos con la luz del exterior tenía su razón de ser: dar un final hermoso y optimista a tres supervivientes, Lana, Kit y Judy. Uno que nos llevase hasta el final del viaje para todos ellos, al más puro estilo “Everyone’s Waiting”, el último episodio de A dos metros bajo tierra. Una última oportunidad para la redención que sirve como precioso homenaje a estos fascinantes personajes y de paso nos proporciona las imágenes más bellas que hemos visto en mucho tiempo en televisión.

“A los hombres les gusta el sexo y nadie les llama locos. Odio esa palabra. Es feísima. A mí me gusta el placer. Desde que me metí los dedos por primera vez a los cinco años”. Desde el comienzo, Asylum ha insistido en la dualidad del ser humano: ni completamente loco, ni completamente cuerdo, esencialmente capaz de ser bueno y malo. Pero también nos ha hablado del poder del otro (la sociedad, el hombre blanco heterosexual, la ignorancia, el diablo) a la hora de definir y modificar la personalidad, de hacernos tomar un camino u otro. Y se ha centrado particularmente en la lucha de la mujer contra la opresión y las convenciones sociales establecidas que actúan como su verdugo. Con la falta de sutilidad que le caracteriza a la hora de plantear discursos moralizantes, pero ejerciendo mayor control sobre los personajes que los emiten, Ryan Murphy ha arrojado luz sobre cuestiones aun vigentes: la libertad sexual de la mujer (fantástico el personaje de Chloë Sevigny, ninfómana y orgullosa de ello) y los derechos de los homosexuales. Como si fuera Mad Men hasta arriba de metanfetaminas.

“It was one hell of an ending, just not the one that I wanted”. El final del trayecto nos lleva de la mano de tres personajes que se han ido deshaciendo de las aberraciones que han sufrido en el pasado, en busca de una vida nueva. La paz llega para Kit y Judy antes que para Lana. Después de la muerte del doctor Arden y la Hermana Mary Eunice (esta última la verdadera revelación de Asylum), y la marcha del monseñor Timothy Howard, Briarcliff es un agujero incluso más cruel e inmundo que cuando estaba bajo la administración de la Iglesia (¡Iglesia, mala!, anotado queda, Ryan). Kit y Lana regresan voluntariamente al infierno. Kit, ahora dedicado plenamente al cuidado y la educación de sus hijos, busca a la Hermana Jude. Lana busca justicia. Y fama. Ambos consiguen lo que se proponen. Briarcliff cierra sus puertas, Lana se convierte en la periodista más famosa de todos los tiempos (o algo parecido), y Kit se convierte en el padre de la década al acoger a Judy y comprometerse a cuidarla como si fuera su madre. El tiempo los pone a todos en su sitio. La conmovedora despedida de Judy nos remite al feminismo latente de Murphy: “Julia, no dejes que un hombre te diga lo que eres. Es 1971, puedes hacer todo lo que quieras”. El adiós a Kit nos muestra a un hombre que se marcha prematuramente, porque ha logrado alcanzar la plenitud de espíritu -la trama de las abducciones queda pertinentemente abierta para proporcionar al personaje una poética despedida que habría sido arruinada con una sobre-explicación. A Lana, por el contrario, le persiguen sus fantasmas hasta nuestros días. El enfrentamiento final de Lana Banana con su hijo, el Bloody Face moderno, es el verdadero propósito de que la historia de Asylum enlace pasado y presente tan precipitadamente. La muerte del asesino, que la mira a los ojos a a escasos centímetros de su rostro, deja a Lana como la única superviviente de esta historia, condenada a revivir las decisiones que ha tomado para llegar hasta donde está, y como metáfora definitiva de la imposibilidad de separar completamente el bien y el mal.

American Horror Story Asylum supone un salto de calidad enorme con respecto a la primera entrega de esta antología de terror. Más seria, poética y trascendental, preciosista y estéticamente arriesgada, pero también más demencial (lógicamente), bizarra y excesiva, Asylum es la prueba del éxito del formato. 13 episodios que conforman una historia cerrada, muy intensa, y sin cabos sueltos, que ha dominado el arte televisivo de la hibridación de géneros: nos ha sobresaltado, nos ha hecho retorcernos del asco, nos ha golpeado en las entrañas y en la conciencia, ha provocado la carcajada más loca, y en última instancia nos ha hecho partícipes del recorrido vital completo de unos personajes inolvidables. Celebración de la vida y la libertad, de la complejidad de la mente humana, de los derechos universales, y crítica al mal que aun sobrevive en nuestra sociedad, Asylum ha supuesto la consagración de Ryan Murphy -con la inestimable ayuda de su segundo de abordo Brian Falchuk– como algo más que un provocador y una fábrica de ideas. American Horror Story Asylum es la serie que lo ha revelado como un verdadero esteta, pero sobre todo, un excelente cuentacuentos.

Sons of Anarchy: secretos y mentiras

Bobby: Has tenido una oportunidad de ser diferente.
Jax: Quizás no sea tan diferente.

Se suele decir que la quinta temporada de una serie es la de mayor inflexión, en la que los defectos del producto se hacen más evidentes, el cansancio se apodera de la historia y la repetición se convierte en norma (¿cuántos montajes musicales al final de cada episodio puede uno aguantar?). Sons of Anarchy ha finalizado su quinta entrega mostrando estos preocupantes síntomas. Sin embargo, se las ha apañado para hacer lo que hace siempre: enganchar con una gran trama de mil y una ramificaciones que fluye sin dar tregua al espectador y escarba en todos sus recovecos narrativos pasados para no dejar ningún cabo suelto. Con todo, la serie de Kurt Sutter necesita revitalizarse. Sus personajes siguen siendo de los más interesantes del panorama catódico actual, pero sus circunstancias comienzan a clonarse, y en consecuencia, a cansar. “J’ai Obtenu Cette”, la season finale, debería haber reorientado la historia, pero en lugar de eso, la resetea una vez más, como si Charming fuera la mansión de El Ángel Exterminador y sus habitantes no pudieran escapar de ella. Para la sexta temporada esperad más de lo mismo.

Jax Teller ha sido el protagonista absoluto de esta temporada. En las cuatro entregas anteriores lo vimos crecer, convertirse en un hombre. Como diría Shirley Bassey, la historia se repite. Siempre. La de Jax Teller es la historia de John Teller. Una reescritura más o menos fiel por parte de su hijo, que después de seguir los pasos de papá e intentar sacar al club del tráfico de armas (y ya de paso del de drogas), se da cuenta de que tiene dos opciones: seguir siendo su padre y sufrir el mismo destino que él, o entregarse al lado oscuro y convertirse en Clay Morrow. Inicialmente, su idealismo parece llevar a SAMCRO hacia una edad dorada cimentada en los valores de John Teller: “Estoy harto de ser aplastado por el peso de hombres avariciosos que no creen en nada” / “Hoy voy a ser el hombre que mi padre intentó ser. Hoy os voy a hacer sentir orgullosos”. Sin embargo, Jax lo tiene difícil para cumplir su promesa. El asiento del presidente acaba corrompiéndolo. Jax se convierte en un personaje profundamente dual. No abandona del todo su empresa de redefinir los parámetros del club, pero se ve forzado a actuar de manera implacable, por el bien de los suyos y del club. Jax comienza a matar sin contemplaciones, cruel y vehemente, se lleva por delante a todo aquel que le estorba, a todo el que ponga en peligro a su familia, o sus planes. “Opie tenía razón, el mazo corrompe. No puedes sentarte en esta silla sin convertirte en un salvaje”, reconoce en “Darcy” (5.12) después de amenazar a la madre de su primer hijo, Wendy, y clavarle una jeringuilla. Antes de esta epifanía, lo habíamos visto en “Ablation” (5.08) asesinando a sangre fría a un chaval negro ante la mirada perpleja de sus compañeros moteros. Dos episodios más tarde, en “Crucifixed”, hacía lo mismo, pero en lugar de ser el verdugo, ordena a Chibs ejecutar a la víctima. “¿Quién coño eres tú?”, le preguntan.

‘¿Quién es Jax Teller?’ es efectivamente la cuestión que mejor resume esta temporada. En cierto modo podríamos decir que Charlie Hunnam es Jax Teller. El viaje del personaje es el viaje del actor. El joven intéprete de Newcastle ha declarado recientemente que las dos primeras temporadas de Sons of Anarchy fueron para él un campo de pruebas. La carga dramática y la tensión que desprende su personaje provenían principalmente de su preocupación por el acento. Charlie estaba incómodo y no fue hasta la tercera temporada cuando se convirtió realmente en Jax. A partir de entonces, hemos visto cómo el actor se ha mimetizado con el personaje al que da vida. Lo de Hunnam en la quinta temporada ha sido verdaderamente meritorio (y también ha dado algo de miedo). Hemos sido capaces de sentir el asco y el odio extremo que ha dominado al personaje, lo hemos visto en su mirada y en sus muecas. Era real. Y hemos compartido con él su lucha y la frustración que esta conlleva. Hunnam haría sentir muy orgulloso a Stanislavski.

Y no solo Jax ha alcanzado una fase definitiva e irreversible en su transformación. Tara ha evolucionado al compás. “I’m an old woman and I’m protecting my man” (5.09). Quizás de manera más evidente y forzada, la mujer de Jax se ha convertido en la mujer de John. Hemos visto a Tara coger el cigarro como lo hace Gemma. Por el amor de Dios, hasta se puso mechas en un episodio (discretas, pero mechas al fin y al cabo). Tara lleva varias temporadas mutando en old lady, sacrificando su personalidad, o más bien redefiniéndola, por adoptar el exigente papel que ha elegido. Como Jax, Tara roza la corrupción y pierde el control sobre sí misma: la vemos despertar a Thomas pisando el piano de juguete con una mirada fría, impasible, como si estuviera vacía, y más tarde asistimos a un episodio oscuro en su historia, cuando se masturba pensando en su encuentro con Otto Delaney en la cárcel, perfume de Luann mediante (con olor a semen y patchouli). Tara entra en contacto directo con su yo más terrorífico. Pero es el precio a pagar. Los gajes del oficio.

Sin embargo, lo de la nueva esposa de Jax Teller no es nada comparado con la espiral de autodestrucción en la que se sume Gemma esta temporada. “Creo que nuestra madre está un poco perdida” (Chibs, “Crucifixed). La reina de SAMCRO se entrega por completo a la mala vida sin ningún tipo de control (como el que, paradójicamente, le proporcionaba su marido y maltratador Clay). Drogas, sexo y rock’n’roll. Y un nuevo amor, interpretado por un adorable Jimmy Smits. A Jax no le hace gracia nada de esto, especialmente cuando pone en peligro a sus hijos. Es por ello que inicia una desagradable dinámica con su madre basada en la autoridad y la superioridad. El cachorro se convierte en el rey de la manada, y hasta su madre tiene que doblegarse y mostrarse mansa ante él. Jax la utiliza como herramienta contra Clay, obligándole a volver con él. Es el castigo que le impone desde su endiosada posición. “¿Y qué pasa si no puedo estar con él?”, le pregunta Gemma. A lo que él responde “Estarás con él, te acostarás con él”. Hace dos temporadas Gemma le habría cruzado la cara. Ahora es él quien manda.

Clay se ha mantenido al margen, viviendo su discreta y (siempre) falsa historia personal de redención. Hasta ha reforzado su relación con un miembro del club, el “inocente” Juice. Lo de estos dos esta temporada ha sido un romance en toda regla. Qué manera de acercarse el uno al otro. Cuánto amor. Pero como siempre, y como todos, Clay sigue mintiendo. Y esa es la verdadera protagonista de Sons of Anarchy. La mentira. Ocultar información, engaños y manipulaciones, dolorosos secretos, y el pasado que vuelve a moder a todos en el culo. Según Clay, la verdad no beneficia a “la mesa”. La solución no es destapar lo que se ha hecho ante el club, sino confesarlo a uno de sus miembros, compartir ese secreto con un colega, para reforzar un vínculo y crear una amistad más profunda, como la suya con Juice. Los secretos definen a estos personajes, sus interacciones y sus destinos. Todos ocultan algo a alguien, todos creen poder vivir con la verdad que solo ellos conocen, a pesar de que la experiencia les debería hacer pensar lo contrario. Pero Clay tiene razón en algo, compartirlos establece alianzas y genera lealtad, algo que el espectador aprecia porque permite conocer mejor a los personajes y estrecha su propio vínculo con ellos. No obstante, estos secretos complican todo, y por ello precisamente son la base de esta enrevesada historia. En una comunidad tan férrea y unida, en la que los “te quiero” salen sin esfuerzo (solo los machos lo dicen tantas veces), y se valora la honradez dentro de un “código“, todas las relaciones están lastradas por la mentira y la traición. En última instancia, los secretos sirven a Jax para elaborar su plan maestro y poner a Clay Morrow en el punto de mira por todos sus crímenes pasados. ¿Hay salvación para Jax Teller ahora que se ha deshecho de Clay o por el contrario acabará sustituyéndolo definitivamente? “No se trata de mí. Es esa silla”, que le habría dicho su padrastro.

La quinta temporada de Sons of Anarchy ha concluido dejando claras dos cosas: en primer lugar, que no pretende (o no puede) cambiar -terminamos con la vieja cantinela de Gemma “No te vas a llevar a mis niños a ninguna parte” y con otro personaje en la cárcel, esta vez Tara, que no pasará mucho tiempo en el trullo; y en segundo, que es una de las series más violentas de la televisión. Muertes cada vez más brutales y sangrientas (aquí nadie está a salvo, que se lo digan a Opie), planos diseñados meticulosamente para que el espectador vea todo de la manera más gráfica posible, sesos por todas partes, auto-mutilaciones (¡Otto, por Dios! ¿Qué haces?! ¡Mi lengua!). Y después de todo eso, los personajes se escandalizan al ver una pila de perros muertos después de un círculo de peleas clandestinas. “Esto está muy mal”, dice Tig conmocionado. Tiene su gracia, ¿no?

Wilfred: acabo de conocerte y ¿ya te quiero?

Se supone que encariñarse de un perro es muy fácil, pero a mí me ha costado mi tiempo aprender a querer a Wilfred. Será que soy un hueso duro de roer, o que soy demasiado perro viejo para aceptar nuevas series (sobre todo si son comedias, con las que suelo ser mucho más exigente). No sé. Con la de FX -que ha concluido su segunda temporada y prepara ya la tercera- me ha ocurrido algo que me suele pasar con series que a priori no me convencen, pero a las que doy una y mil oportunidades por si acaso: no sé si ha cambiado ella o he cambiado yo. La respuesta probablemente sea “las dos cosas”.

Wilfred comenzó como una comedia sin demasiadas pretensiones que se apoyaba principalmente en el gag gamberro y hacía gala de un humor algo deprimente y nihilista. O quizás sea más adecuado llamarlo “humor de fumados” (deprimidos y nihilistas, eso sí). Jason Gann es el responsable junto a Adam Zwar de la serie homónima australiana estrenada en 2007 en la que se basa Wilfred. Para la tarea de adaptar su obra a la televisión norteamericana, el tándem recurrió a David Zuckerman, uno de los principales guionistas de Padre de familia (Family Guy). Y he ahí la clave. Servidor nunca ha sido muy fan de la serie de Seth McFarlane, ni de ninguna de sus obras (es más, podéis llamarme hater si gustáis, no os lo voy a negar), y Wilfred desprendía un insoportable halo mcfarlaniano (o en su defecto, zuckermaniano) en sus primeros episodios.

Elijah Wood es Ryan Newman, un joven abogado que cree que su vida no va a ninguna parte y por ello decide suicidarse. Tras planear su última noche meticulosamente y justo en mitad del gran momento, la vecina de Ryan, Jenna (Fiona Gubelmann) le pide que cuide de su perro Wilfred. Para para sorpresa de Ryan, Wilfred es un humano vestido con un disfraz de perro (el propio Gann, que también fue Wilfred en la versión australiana), y al parecer, Ryan es el único que puede verlo, mientras los demás lo perciben como un perro normal y corriente. A partir de ahí, ambos desarrollarán una profunda y disfuncional amistad que mostrará a Ryan el valor de la vida, y todas esas cosas. Imaginaos Infelices para siempre (Unhappily Ever After) protagonizada por una versión adulta y descarrilada de Doug de Up. Wilfred es físicamente similar al conejo Floppy, y el grueso de sus escenas con Ryan transcurre principalmente en un sofá del sótano de su casa. También podemos encontrar paralelismos indiscutibles precisamente con la primera película de Seth McFarlane, Ted, no hace falta que os cuente por qué.

¿Qué hace que Wilfred me acabe pareciendo una propuesta interesante a pesar de sus similitudes con otras obras y mi reticencia inicial? Precisamente es el abandono progresivo de ese humor deliberadamente agrio y extraño el que va conquistándome a medida que la historia se complica. Está claro que hacia la mitad de la primera temporada, y especialmente durante la segunda, yo ya me he encariñado con estos personajes, pero es que Wilfred muestra claros síntomas de evolución más allá del caca-culo-pedo-pis y el humor-entre-humos, y acaba transformándose en una serie de misterio que bien podría haber perpetrado David Lynch (si no estuviera muerto en vida desde hace años). Las cuestiones existenciales que se plantea Ryan y el “¿qué será real y qué no?” con el que se marea al espectador se intensifican en una segunda temporada que se adentra por completo en terreno alucinógeno. La serie encuentra así su razón de ser y su continuidad, todo sin abandonar del todo la pipa de marihuana, por supuesto. Pero al final, su mayor virtud es sin duda la exquisita e introspectiva caracterización de Wilfred, un perro de verdad se mire como se mire. Ni los enigmas, ni los excelentes cameos, ni los chistes que te hacen gracia pero no te sacan la carcajada en ningún momento. Es precisamente ese perro avieso y manipulador, y sobre todo su hermosa amistad con ese humano desastrado con la cara de Frodo Bolsón y el cuerpo de un hipster prototipo, lo que hacen que me comprometa a cuidar a Wilfred más allá del capricho inicial.

American Horror Story: la Lady Gaga de las series

Excéntrica y autoconsciente. Polémica a pesar de no innovar ni arriesgar demasiado. Abanderada de los socialmente discapacitados y amante de la diferencia. Extremadamente gay-friendly y mecenas del cuerpo masculino. Excesiva y descentrada al condensar demasiadas ideas y conceptos. Agotadora y saturante. Así es Stefani Joanne Angelina Germanotta, más conocida como Lady Gaga. Y así es exactamente American Horror Story, la nueva serie de Ryan Murphy (creador de Nip/Tuck y Glee) para la cadena de cable básico FX. La influencia de la artista norteamericana en Murphy es evidente. Su otra serie en antena, Glee, promueve exactamente el mismo discurso pro-freak y anti-bullying que Gaga, y el piloto de American Horror Story parece dirigirse en el mismo camino, mostrándonos el lado monstruoso de todos sus personajes desde el principio. Es más, uno de los adolescentes de la serie aparece maquillado a imagen y semejanza de Rick Genest, el Zombie Boy de “Born This Way”. Que el personaje interpretado por Jessica Lange diga la frase “that girl is a monster” refiriéndose a su hija con síndrome de down no nos parece accidental.

Es difícil apartar la vista de American Horror Story un solo segundo. Sin embargo, esta cualidad atrayente se revela insuficiente, como ya ocurriera con Nip/Tuck o Glee, productos fáciles de vender y comprar, pero agotados más allá de su premisa. Murphy ha logrado labrarse una carrera como vendedor de ideas, más que como creador de historias (la NBC acaba de comprarle una sitcom familiar cuyos protagonistas son una pareja homosexual, sus hijos y su madre de alquiler), y su éxito se mide en base al impacto inicial de sus estrenos en lugar de la durabilidad de sus propuestas. American Horror Story es la serie que confirma la imparable creatividad de Murphy, así como también la que pone de manifiesto (de nuevo) sus limitaciones. Los clichés y referencias con las que construye la historia de esta familia-disfuncional-que-se-muda-a-casa-encantada no revelan verdadero conocimiento del género en el que se adentra esta vez, evidenciando un amateurismo que suple astutamente con el exceso y el impacto.

Concebida como perfecta sustituta de True Blood para la temporada otoñal, American Horror Story muestra numerosos paralelismos con el éxito de Alan Ball. Sin ir más lejos, su forzado bizarrismo parece decirle a Ball: “mira, yo también sé hacerlo, y además puedo ir más allá”. Por otra parte, como ocurre con la serie de HBO, American Horror Story hace del homoerotismo una de sus principales armas para captar audiencia. De esta manera, Murphy no tiene ningún reparo en poner a Dylan McDermott en cueros en casi todas sus escenas (incluido icónico plano saliendo del baño con toalla tapando mínimamente las partes pudendas). Es más, tiene la poca vergüenza de poner al actor comiéndose un plátano en primer plano durante una de las escenas clave del piloto. Sí, Murphy está más salido que Ball. Pero por supuesto, eso no es suficiente.

La enorme plasticidad del piloto remite directamente a la aséptica insalubridad de Nip/Tuck, pero se diluye en un guión tropezado e infantil (aquí no importa lo que cuentas, ni cómo lo cuentas, sino lo que enseñas). Como decíamos antes, el primer episodio de American Horror Story es un saco lleno de lugares comunes del género, agitado fuertemente. Reconocemos a Stephen King, las antologías televisivas de principio de los 90, American Gothic, pero dudamos que estos referentes sean conscientes, al igual que viendo Glee nos preguntamos si Murphy ha visto alguna vez El club de los cinco. Pasando lista, no echamos de menos ninguno de los tópicos que definen el sub-género de casas encantadas: pasado con experimentos extraños (tenemos frascos con cabezas de bebé, uuuh), perros y niños que ven lo que los adultos no pueden, sótano y desván (ambos desempeñan la misma función, emparedar a la familia en un constante estado de tensión fantasmal), vecina críptica y fisgona que pone de los nervios (Jessica Lange es sin duda lo mejor de la serie) y ama de llaves que conoce todos los secretos de la casa (Frances Conroy intentando superar en excentricidad a nuestra querida Ruth Fisher con cada personaje que interpreta).

El atractivo de American Horror Story es innegable, sin embargo (atención, momento BRAVO aproximándose), ser guapo y llamar la atención es inútil si cuando nos acercamos no hay nada más. El enrevesado (que no complicado) argumento de la serie de Murphy garantiza una media altísima de momentos WTF por episodio y, por ahora, la propuesta resulta medianamente refrescante. El problema llegará cuando a mitad de temporada estemos todos cansados y queramos algo distinto, algo que Murphy no podrá darnos. Es entonces cuando será oportuno estrenar otra de sus series. Aquí tienes una idea, Murphy: una space opera con historia de amor entre alienígena cachondo y astronauta macizo. No te resistas, sé que te gusta.

Patty te mira de reojo

Después de un fin de semana casi maratoniano para acabar la segunda temporada de Damages y poder empezar con la tercera y seguirla al ritmo EEUU, puedo decir que llevo a Patty Hewes y a Ellen Parsons debajo de la piel. La segunda temporada es más confusa que la primera, toca muchos palos y se le va un poco todo de las manos, pero acaba, como la anterior, con una recta final de vértigo. Los guionistas de esta serie se merecen todos los premios del mundo. Llegar al último episodio y que en gran medida esté formado por una reconstrucción de lo que hemos visto en los doce anteriores a modo de flash-forward completamente desfragmentado, y que aún así lo veamos todo como si nos lo estuvieran enseñando la primera vez, es de ovación en pie y reverencias infinitas. Bravo por los Kessler.

A pesar de que el guión de esta serie por sí solo ya es motivo de admiración, Damages no sería lo mismo sin Glenn Close y esa plantilla de secundarios de lujo. No solo la reputación de los actores que participan en la segunda temporada contribuye al carisma de sus personajes, sino que de nuevo, las caracterizaciones de guión son para quitarse el sombrero. Y eso se demuestra de nuevo en los dos primeros episodios de la tercera temporada. Ya estamos completamente inmersos en la trama familiar de los Tobin, y como no podía ser menos, todos los miembros de esta familia resultan interesantes, enigmáticos y poderosamente caracterizados (especialmente el hijo, Joe Tobin). La tensión dramática que desprende cada escena de esta serie es uno de sus puntos fuertes. No hablo solo de los enervantes encuentros entre Patty y Ellen, sino que todos los secundarios ponen de su parte para crear una sensación continua de tensión y pre-clímax que hacen de Damages un visionado casi de infarto.

Estoy deseando asistir al desarrollo de esta temporada, y ver adónde nos llevan los guionistas con esta nueva historia, este gran peliculón de trece horas, en el que ahora más que nunca, los protagonistas están más implicados, y las relaciones más intrincadas. Damages en vena, por favor.

Pesadillas

Los minutos iniciales del estreno de la cuarta temporada de Nip/Tuck son un perfecto ejemplo de por qué esta serie es horrenda. Christian Troy (Julian McMahon) se lleva a la cama a una madre (en la foto, Tracy Scoggins, provocando auténticas pesadillas para el resto de mi vida) y a su hija, a la vez. Un trío incestuoso lleno de momentos “memorables” como cuando la madre aparta a la hija del aparato de Troy para enseñarle cómo se hace. “¿Es que no te he enseñado nada?” le dice mientras desaparece de plano y la hija se une a Troy en la almohada para quejarse de su madre, que está ahí abajo dando su lección magistral. Cuando la hija le dice a Christian que llevan haciéndolo desde que ella cumplió los 16, y se estrenaron con su padrastro, el cirujano siente que ha tocado fondo. EN FIN.

Yo soy de todo menos puritano, pero es que esta serie es gratuita solo porque puede. Hace ya tiempo que las series de las cadenas de pago empezaron a ofrecer algo más que sexo y violencia. El caso de Nip/Tuck es para llevarse las manos a la cabeza. Y no porque cada episodio esté lleno de escenas de este tipo, que no aportan nada. Sino porque aunque pueda parecer lo contrario, la serie se toma muy muy en serio a sí misma, y en numerosas ocasiones, este tipo de escenas pretende contar algo, darnos alguna lección, o revelar algo sobre los personajes (algo que ya se ha machacado hasta la saciedad en episodios anteriores, por lo general). La escena que os he contado termina con un primer plano de Troy, preocupadísimo, porque la señora de la foto le dice que va a morir solo. Por si esto no fuera suficiente, más tarde, la nueva psicóloga del doctor (Brooke Shields) le vuelve a preocupar haciendo que se plantee si va de mujer en mujer porque en realidad está enamorado de su compañero, Sean, y no puede tenerlo. Para echarse a llorar. (Por cierto, luego se la tira, obviamente). Uno puede imaginarse la sala de guionistas incompetentes decidiendo darle a Christian una trama gay, porque se les van agotando las ideas “impactantes”. Es como el típico episodio de serie cutre de los 90 en el que un personaje tenía un sueño sexual con otro y se pasaba el episodio evitándolo, y pensando que quizás estaba enamorado. En ese terreno se mueven los de Nip/Tuck, en el de Salvados por la campana (con mis respetos a Zack Morris y su troupe), solo que ellos quieren darle un trasfondo serio y reflexivo a algo que no se presta a ello.

Nip/Tuck es una serie dañina. No es ni siquiera adictiva, ni un guilty pleasure. No quiero ni pensar en cómo serán las siguientes temporadas. Sin embargo, me quedaré a verlas porque a) veo las series en compañía, y esta es una de las pocas que me dejan ver solo (lógicamente) y b) disfruto despellejándola como se merece.