Olvidémonos de smartphones, GPS, mensajes encriptados y virus informáticos, o de investigaciones que transcurren casi íntegramente delante de la pantalla de un ordenador. The Americans nos transporta a una etapa anterior a todos estos artefactos y toda esa jerga informática y científica que facilita la tarea de los agentes televisivos, pero complica exponencialmente la de los guionistas. El año es 1981, los vaqueros se llevan a la altura de las axilas y los niños hacen puzles en la mesa, no en una tablet. El nuevo drama de FX propone una historia de espías a la vieja usanza. A través de una excelente ambientación, y un tono acertadamente desafectado, el piloto recurre a los ingredientes que dieron forma al género: dobles identidades, malas pelucas, desfasadas peleas con movimientos de artes marciales. Una propuesta que nos pide que descontaminemos nuestra mirada televisiva y nos dejemos llevar.
Efectivamente, The Americans requiere un pequeño esfuerzo por parte del espectador y la aceptación de una serie de reglas.[1] Es como si realmente estuviéramos viendo una película de hace unas cuantas décadas. No le exigimos el mismo grado de verosimilitud que a un producto esencialmente contemporáneo. Y por ello debemos suspender la incredulidad en más de una ocasión y hacer caso omiso de las inconsistencias del guion o de alguna que otra dudosa elección artística. Como por ejemplo el hecho de que los dos protagonistas aparezcan en flashbacks a comienzos de los 60 y apenas haya cambio físico con respecto al tiempo presente de la historia. Desde un principio, el piloto de The Americans abraza el estereotipo y el lugar común, pero lo maneja con soltura y savoir-faire, para una mejor digestión del espectador. Todo se antoja muy ficticio y fortuito- el agente del FBI que se muda ¿casualmente? enfrente de los agentes de la KGB- pero de eso se trata. Es posible, y muy recomendable, librarse de todo prejuicio y dejarse llevar por la interesante historia de Phillip y Elisabeth Jennings:
Los Jennings son un matrimonio de espías de la KGB que viven en un barrio suburbano de Washington D.C. Llevan 20 años infiltrados en la sociedad norteamericana, haciéndose pasar por una pareja normal y corriente, con dos hijos pre-adolescentes que no saben nada sobre la doble vida de sus padres. Elisabeth (Keri Russell) es glacial e implacable, un androide programado para servir a su país. La Sra. Jennings puede parecer (y es) una zorra agria y huraña (Felicity who?) pero es ante todo una mujer rota, con un gran peso a sus espaldas y unos principios que le impiden deshacerse de él. Antes la muerte que traicionar a Rusia. Su falso marido, sin embargo, es más humano, más… americano. Phillip (Matthew Rhys) ha asimilado la cultura yanqui y ha comprobado que no es tan mala después de todo -recordemos que los rusos son los malos, y siempre lo serán, y si vamos a humanizarlos, mejor será hacerlos decir de vez en cuando lo gloriosa que es, oh, América la grande. Le gustan las botas de cowboy, baila country en un centro comercial y canta el himno nacional con claros sentimientos de pertenencia. Como veis, las caracterizaciones de los personajes son directas y obvias, y la ambigüedad que los define es muy precisa.
Al matrimonio se le presenta la oportunidad de escapar hacia una nueva vida, entregando a un traidor a las autoridades norteamericanas. Un dilema que será resuelto a base de fuerza bruta (¿le ha metido Felicity la cabeza por la pared de una patada?) y que dejará al descubierto los verdaderos sentimientos de los Jennings. Un nuevo punto de partida para estos dos y una válvula de escape para ella, que encuentra analgésico para su dolor donde lo ha tenido siempre. Este es sin duda uno de los temas centrales de The Americans, una reflexión sobre la intimidad y la desconfianza dentro de la pareja. Pero también sobre el miedo a lo ajeno, a lo exógeno, a lo desconocido. La paranoia y la sobreprotección del núcleo familiar norteamericano. Y el clásico “¿conoces a la persona que duerme en tu cama?” más su variante “¿conoces a tus vecinos?” -el recién llegado al barrio promete momentos de tensión los-pillará-o-no-los-pillará, al más puro estilo de Dexter. Elisabeth y Phillip inician así una nueva etapa en la que por fin se permiten mostrarse tal y como son, y las dudas y revelaciones sobre sus sentimientos empiezan a aflorar. En otras palabras, los Jennings se abren el uno al otro, y de paso, también abren la caja de Pandora.
El de The Americans es un piloto de manual. Y al contrario de lo que ha sucedido este año con la mayoría de estrenos televisivos, esta serie tiene todo lo que hace falta para ir más allá de su premisa. De hecho, articula esta intención hacia el final, con toda la elocuencia y el descaro del mundo: “La Guerra Fría acaba de empezar, y va ser una guerra larga”, que es básicamente como decirnos, “quedaos con nosotros, que esto da para muchísimas temporadas”. Lo cierto es que The Americans tiene material de sobra para construir una serie longeva (y dos, y tres), y además cuenta con la ventaja de estar ambientada en un pasado que justificará convenientemente el estiramiento, y que proporciona un contexto socio-político del que se puede sacar mucho jugo. Con lo debidos ajustes de cara a los próximos episodios (la duración del piloto es excesiva y las escenas se alargan innecesariamente), The Americans podría convertirse en la serie revelación de la temporada, gracias en gran medida a que es la serie más serie de este año.
[1] De hecho, se encarga desde el principio de dejar claras algunas de las normas que definen a estos agentes y la mitología que los rodea, como si fueran vampiros, o gremlins. Por ejemplo, en una de las primeras escenas ya se nos avisa de que tienen completamente prohibido hablar en ruso una vez han pisado suelo americano. Esto soluciona la papeleta del idioma y evita que nos preguntemos en el futuro por qué estos actores, una americana y un galés, que interpretan a rusos que se hacen pasar por americanos no hablan ruso en ningún momento.
Me gustó mucho, aunque hubo cosas que no me cuadraron. Está bien eso que dices de que tenemos que darle cierto margen, y creo que es así, pero no terminó de convencerme. La casualidad no puede existir cuando eres un ruso antiamericano que se hace pasar por un americano antiruso. O rusa? Ya no sé…
A ella la pintan tan fría que casi la podríamos cambiar por un arcón para guardar congelados de esos de las casas del pueblo, madre de dios. Y cuanto más se aleja de Felicity, porque parece empeñada en no recordarnos nada a ella, a mi más inverosímil me resulta.
Su extraño marido otro que tal. Enamoradizo frágil (le robo la definición a @noeliaroalvarez en el post que hizo @aleyt1 sobre la serie, porque es lo que más me ha convencido de lo que he leído sobre él) y un poco bobo, siempre con ese peso (ella lleva, pero por momentos parece que él más todavía. aunque el de ella sea muy personal) y ese juego del ‘ahora me marcho’? como se pase la temporada así, menudo tío insoportable.
La parte de los espías tendrá que desarrollarse más, porque es lo interesante de la serie. En Alias ya resultaba muy creíble cuando no había tantísimos gadgets, así que ahí, a principios de los 80…
A mi me ha gustado lo suficiente como para seguir adelante, así que a ver ahora 🙂