Teen Wolf es una de las series más irregulares de la televisión. Estamos acostumbraos (que no resignados) a que su creador y showrunner, Jeff Davis, nos dé una de cal y otra de arena. Cierto es que la tercera temporada de la serie fue consistentemente mala, pero aún así nos dio unos cuantos episodios para el recuerdo. Esta cuarta temporada que acaba de comenzar no parecía dispuesta a enmendar los errores de la anterior tanda, sino que daba la sensación, a juzgar por la season premiere, de que la serie iba a seguir incurriendo en los mismos vicios. Sin embargo, me alegra comprobar, después de los siguientes dos episodios, que Davis parece haber escuchado las quejas de sus fans y se ha propuesto llevar la serie de nuevo por el buen camino.
Como espectador, no estoy muy a favor del fan service. Eso de cambiar una serie según las indicaciones de sus seguidores me parece un fenómeno curioso, síntoma de nuestro tiempo, pero también creo que es peligroso, y el creador debería mantenerse lo menos contaminado posible de las corrientes de opinión de Internet, para desarrollar la historia que él y su equipo nos quieren contar, y no la que los fans más vociferantes quieren que nos cuenten. En Perdidos tuvieron que cambiar la trama sobre la marcha, entre otras cosas por las teorías de los espectadores y el odio/amor que estos vertían hacia determinados personajes. Sin embargo, esto no afecta a Mad Men, donde Matthew Weiner hace caso omiso a los fans que detestan a Megan Draper y se ríe de las teorías conspiranoicas que circulan por la red. Pero Teen Wolf es un caso distinto. No estamos hablando de meros caprichos generados a partir del disgusto hacia un personaje, sino de quejas legítimas y fundadas sobre las que había que hacer algo al respecto. En la de MTV más que en ninguna otra serie había que hacer caso a los fans, porque el fan no tendrá siempre la razón, pero el fan de Teen Wolf sí.
Así, en el segundo y el tercer episodio de la cuarta temporada, hemos visto cómo de la oscuridad y el tono agotadoramente épico de la premiere, ambientada en México, se da paso a la luminosidad de la Beacon Hills que conocimos en las dos primeras temporadas. Menos loft de Derek, menos callejones oscuros de la nueva zona de la ciudad (los decorados que se añadieron con la mudanza del set a Los Ángeles) y más instituto. Es lo que queríamos, y se confirma que es también lo que necesitaba la serie. En “117” (4.02), Davis hace lo que debería haber hecho la temporada anterior, encontrar el equilibrio entre humor, romance y terror, que es lo que hizo a esta serie un producto teen muy a tener en cuenta. Y lo hace con un episodio, que al igual que al comienzo de la anterior temporada, se ocupa de un caso en dos partes. En la tercera fue la niña coyote Malia, y en esta el misterio de Derek rejuvenecido, que se resuelve de un plumazo, sin más explicaciones (de momento).
A pesar de la imprescindible intensidad de algunos pasajes, y del ocasional flirteo con el gore, “117” es un episodio básicamente cómico, en el que se explota el estado transformado de Derek para darnos momentos de humor muy conseguidos. Casi todos en relación con Stiles, con el que se establece un juego retro-referencial que nos inunda de guiños a las primeras temporadas -el homo-empotramiento contra la taquilla, el primo Miguel-, y de nuevo sacando provecho del fervor que la audiencia siente por Sterek. El joven Ian Nelson, que se ha pasado sus buenas horas en el gimnasio para hoechlinizarse, realiza un buen trabajo haciéndonos creer que se trata de la versión adolescente de Derek. Tampoco es que tenga que esforzarse mucho, porque el referente no es Meryl Streep precisamente (ella haría mejor de Derek), pero aún así Nelson es todo un acierto de casting -algo que no se podía decir con tanta convicción durante su aparición en la tercera temporada.
“117” será recordado sobre todo por sus dosis de Sterek (aun sin Hoechlin), y concretamente por lo gracioso que está Stiles intentando ocultar quién es en realidad su primo Miguel (como el que quiere hacer pasar por amigo al que en realidad es su novio). Aunque el episodio también nos da buenas dosis de Peter ‘cuello-toro’ Hale – “el Diablo con cuello de pico” igual de diva que siempre, columpiándose entre el humor bobalicón y la grandilocuencia, sin encontrar el punto medio, lo que nos divierte bastante- y Kate Argent, que aparece poco, pero se asegura de dejar huella (o garra), sobre todo con ese tremendamente inapropiado beso con lengua a Derek, que recordemos que tiene ¡15 años! Más que were-jaguar, ¡were-cougar! El regreso de Kate ha sido otro acierto de esta temporada, claramente dispuesta a volver a los buenos tiempos.
El siguiente capítulo (uno de los mejores que nos ha dado la serie últimamente), “Muted” (4.03), centra su acción en Beacon Hills High, devolviéndonos las clases, los vestuarios, los discursos motivadores del entrenador (¡Greenberg!), y sobre todo el lacrosse. Quién me iba a decir que me alegraría tanto de volver a ver a los personajes jugando a este deporte (algo que en las primeras temporadas no era más que relleno). “Muted” usa el lacrosse para presentarnos a un par de nuevos personajes, Liam (Dylan Sprayberry) y Garrett (Mason Dye), dos novatos que amenazan a Stiles y Scott con arrebatarles el puesto en el equipo y en la pirámide social del instituto. Al lado de estos pipiolos, los dos BFF se sienten abuelos, sobre todo Scott, que busca razones sobrenaturales para explicar que alguien lo supere en el deporte rey de Beacon Hills. La carne fresca de Teen Wolf de momento no molesta. Pasamos más tiempo con Liam, con el que Stiles desarrolla ipso facto una fijación extraña que dará para mil y un fan fiction (cuidado Derek, que tienes competencia). Pero queda mucho por saber de los novatos. Espero que no acaben colonizando las tramas como ocurrió con los alfas en la temporada 3A.
En definitiva, “Muted” continúa la tendencia del capítulo anterior hacia el humor, no solo con lo que ocurre en el campo de lacrosse (las caras extremas de Stiles, por favor), sino también con lo que pasa en las clases. Mención especial a Malia. Después de resultar algo forzada en el primer episodio de la temporada, Shelley Henning parece haber encontrado el punto como pez fuera del agua en estos dos siguientes capítulos. Verla “desenvolverse” como estudiante de secundaria, cuando su mentalidad aún está en primaria (su mentalidad, que no su líbido, y si no mirad cómo monta a Stiles a la primera de cambio, cosa que entendemos) es de lo más divertido que nos da este capítulo. Yo ya he aceptado a Malia en la pandilla. También tenemos buenos momentos con Scott y Kira, esos dos cachorritos achuchables que no se han atrevido todavía a DTR, a pesar de que está claro que quieren ser novios, ir de la mano, regalarse pulseras a juego y escribirse poemas. El cambio de Allison a Kira, por mucho que enfurezca a los puristas y por mucho que Arden Cho tenga la expresividad de un cacahuete, es un soplo de aire fresco para la serie, algo necesario entre tanta tragedia e intensidad.
Pero no sería Teen Wolf si no nos intentase hacer pasar un poco de miedo. “Muted” da comienzo con un cold open (¿o debería decir hot open? Auuuuu!) que es Classic Teen Wolf al 100% y que recupera ese regusto por el slasher noventero tipo Scream, con una víctima acechada por un asesino sin identificar. Esta primera escena compendia todo lo que es Teen Wolf, y cuáles son las prioridades de la serie, tan preocupada por el suspense como por sacar el culo del chaval de turno bien centradito en todos los planos. Así sí.
Como suele ocurrir al principio de las temporadas, “117” y “Muted” están sobrecargados de nuevos enigmas, nuevos personajes y criaturas, y unas cuantas relaciones en potencia. Braeden me sobra totalmente, y está ahí para que Derek tenga algo que hacer, y alguien a quien oler el culo (por eso me sobra). No así el ayudante del sheriff, Parrish, que disfruta cada vez de más tiempo en pantalla, y con el que Lydia (más cargante que nunca, por cierto) empieza a desarrollar un caso de TSNR. Por otro lado, tenemos hasta tres seres sobrenaturales que se añaden a las filas de Teen Wolf. Los berserkers, guerreros vikingos aquí reimaginados como terroríficos monstruos gigantes, los misteriosos muted, de los que no sabemos mucho todavía, pero que nos recuerdan indudablemente a los gentlemen y los bringers de Buffy, cazavampiros. Y por último, el wendigo, criatura demónica de la mitología sudamericana, que resulta ser Sean (Glenn McCuen), el chico del cold open -otro nuevo fichaje y el primer shirtless de la temporada. Bravo por los diseños de los tres monstruos (algo en lo que nunca falla esta serie). Y tranquilos, sigue sin haber vampiros en la costa.
Cualquiera podría pensar que nos encontramos de nuevo con un caso de ambición desmesurada que acabará pasando factura a la serie, y seguramente así será, pero de momento, he de reconocer que Davis está encontrando el equilibrio a la hora de combinar todos los elementos de las nuevas tramas. Aunque es verdad que hay demasiados frentes abiertos, y de momento resulta todo muy disperso y caótico (todo sintomático de arranque de temporada), la sensación general no es de estar reviviendo la tercera, sino de haber devuelto la serie, tanto tonal como visual y narrativamente, a la segunda temporada. Crucemos los dedos, o busquemos un hechizo para embrujar a Davis y que la serie no vuelva a descarrilar en los próximos episodios, que no estaría mal descansar durante un tiempo de la bipolaridad que solemos experimentar como fieles de Teen Wolf.