Dune: Parte Dos. El Nuevo Testamento.

David Lastra

Parecía que este momento no iba a llegar nunca, pero aquí estamos. ¿Habrá merecido la pena los ochos meses de espera adicional que hemos tenido que sufrir para volver a pisar las arenas de Arrakis? Viendo los looks y las entrevistas del reparto durante la gira promocional, así como las supuestas mejoras que han conseguido los guionistas tras la huelga, podríamos decir que sí. Pero, a lo que realmente nos importa, ¿está la secuela a la altura de la flamante ganadora de seis premios de la Academia que por fin logró dignificar en la gran pantalla la mítica novela de Frank Herbert? No estás preparado para la respuesta, porque lo que Denis Villeneuve (La llegada) ha conseguido con Dune: Parte Dos es algo inigualable que pasará a los anales de la Historia del Cine.

Puede que para nosotros hayan pasado unos añitos (y varios revisionados) desde la primera vez que visitamos Dune, pero Paul (Timothée Chalamet, Call Me By Your Name), Chani (Zendaya, Euphoria) y el resto de los fremen nos reciben (nada) calurosos como si nos hubiésemos visto ayer mismo. El último de los Atreides sigue su entrenamiento en el desierto como si de un joven padawan se tratase (realmente ese símil no tiene mucho sentido, porque la novela original es de 1965, unos cuántos añitos antes del estreno de la saga de George Lucas que fagocito gran parte de la obra de Herbert). Aunque sus habilidades para sabotear la explotación de especias perpetrada por los Harkonnen le hayan convertido en una pieza clave para el grupo con el que convive, hay quien le sigue viendo como un intruso. Por el contrario, otros como Stilgar (Javier Bardem, El buen patrón), líder de la tribu en Sietch Tabr, ven en cada uno de sus logros, señales del mesías que tantos años llevan esperando. Ya sea real o burda propaganda de las Bene Gesserit, esa opción va ganando adeptos rápidamente a medida que se van cumpliendo (o provocando que se cumplan) las profecías…Pero no solo los buenos se están organizando, el emperador (Christopher Walken, El cazador) y el Barón Harkonnen (Stellan Skarsgård, Melancolía) ya no esconden su alianza y pretenden acabar de una vez por todas con los rebeldes desenvainando su arma más mortífera: Feyd-Rautha (Austin Butler, Elvis), un asesino psicópata cuyo sadismo no tiene igual en la galaxia. Todo ello bajo la sombra de Gaius Helen Mohiam (Charlotte Rampling, Portero de noche), Reverenda Madre Bene Gesserit, decidora de verdad del emperador y némesis oficial de Lady Jessica (Rebecca Ferguson, Misión Imposible: Nación Secreta), recién nombrada Reverenda Madre que no parará hasta ver a su hijo Paul como máximo mandatario de todo el universo conocido.

La gran guerra parece algo irremediable, o por lo menos eso parece atisbar Paul en sus visiones de futuro. Ya solo con esas intrigas de palacio intergaláctico, unas cuántas escenas de acción y algún que otro surfeo de gusanos, Dune: Parte Dos sería una buena hija de su madre, pero no, no estábamos preparados para todo lo que Villeneuve nos tenía preparado en esta secuela. Decir que la oscuridad se cierne sobre Arrakis sería algo desconsiderado, teniendo en cuenta el pueblo indígena lleva eones sufriendo el yugo imperial, pero es que lo que nos viene encima es algo absolutamente devastador. No solo por los acontecimientos que se relatan, algo que no resulta ninguna sorpresa para los conocedores de la saga, sino por la magistral forma de acometerlos por parte de Villeneuve. Su saber hacer (y el de su equipo artístico y técnico) a la hora de crear atmósferas no tiene parangón en la historia del género. Además de seguir asombrándonos con las infinitas dunas de Arrakis y la grandiosa austeridad de sus santuarios subterráneos, nos introduce el cruel hábitat en blanco y negro de los Harkonnen en Giedi Primes, el lujo de Kaitain y, de soslayo, alguno de sus más célebres habitantes, como es la mismísima Princesa Irulan (Florence Pugh, Midsommar). La labor de Jacqueline West en el diseño del vestuario es completamente arrebatador, superando incluso la excelencia que logró en la primera parte. La banda sonora de Hans Zimmer vuelve ser una etérea apisonadora y el soundscape que consigue junto al diseño de sonido es algo fascinante. El maquillaje de Feyd y Lady Jessica, las grotescas prótesis del Barón… Si ya Dune era lo suficientemente perfecta como para volarte la cabeza, su secuela la supera y llega a cotas estéticas y emocionales inimaginables.

Timothée Chalamet sorprende a la hora de mostrarnos el advenimiento Paul Atreides como líder de la rebelión. Su interpretación gestual siempre ha sido uno de sus fuertes (y una de las razones por las que nos enamoramos de él), pero el uso de la voz (juego de palabras no intencionado) que realiza en esta secuela es algo único. Su manera de mostrarnos la fortaleza de Paul y su reverso tenebroso le vuelven a confirmar como uno de los mejores intérpretes de su generación, y el verdadero presente y futuro del cine. Una afirmación que se puede extender a otros compañeros de reparto como Austin Butler, Florence Pugh y, especialmente, Zendaya. Casi desaparecida en la primera entrega, Zendaya se crece como Chani en esta ocasión. No solo por el mayor peso del personaje y sus minutos en pantalla, sino por el recital interpretativo que realiza en la misma. El ejercicio dramático que realiza la protagonista de Euphoria en esta secuela es oro puro, y su contención en sus últimas escenas, la razón por la que debería conseguir su primera nominación a los Oscars. Otra que debería asomar en las candidaturas el año que viene no es otra que Rebecca Ferguson. Su Lady Jessica está hecha del material en que se hacen los sueños, o las pesadillas, depende del bando en que decidas militar. Su magnetismo es algo que no se puede explicar con palabras, como mucho con onomatopeyas tales como wow  ofajsdiash y demás. En serio, mi mente ha quedado completamente anulada por la mirada, la voz y la voz de Rebecca Ferguson y su Lady Jessica. Nada de lo que pueda decir haría justicia con su labor en Dune: Parte Dos.

Dune: Parte Dos es LA experiencia cinematográfica de lo que llevamos de siglo. Completamente hipnótica, realmente inmersiva, consiguiendo provocar un estado de histeria en el espectador que le hace deambular desde la experiencia religiosa del éxtasis a la más suprema desolación, rayana al malestar físico. Algo completamente inigualable… por lo menos hasta que nos vuelva a partir el alma con El Mesías de Dune. Denis Villeneuve, te amaré mientras respire.

Nota: ★★★★★

ELVIS: El gran Presley

David Lastra

Cuando Elvis abandonó el edificio para no volver nunca más, dejó para la posteridad alguna de las mejores interpretaciones vocales de la historia, así como millares de corazones rotos ante la increíble tragedia que había acontecido y que ninguno quería aceptar. ¿Cómo puede ser que un ser inmortal muera?. El fallecimiento de un ídolo para sus fans supone la caída en un periodo de luto real, similar o superior a una viudedad. Pero, como suele ocurrir en el caso de las grandes estrellas, ese amadísimo duelo se vio también contrarrestado con el afloramiento de historias con alguna o ninguna base real ideadas por aves de rapiña que intentaron sacar partido de la pérdida, sin importar si el legado de la estrella pudiese verse perjudicado con tal de sacar un par de reales. Baz Luhrmann (Moulin Rouge) se acerca en ELVIS a la legendaria figura del Rey del Rock desde la polémica mirada del mayor chupóptero y pieza central para la consecución de su conversión en superestrella: el Coronel Tom Parker, su mánager de toda la vida.

La nueva fábula de Luhrmann nos presenta a un Elvis (Austin Butler, The Carrie Diaries) al comienzo de su carrera musical. Cuando todavía era una estrella emergente bajo el icónico sello Sun Records y comenzaba a copar las emisoras de radio locales con sus primeras versiones. Gracias a su excelente olfato en la búsqueda de oportunidades y de dinero fácil, el Coronel Tom Parker (Tom Hanks, Philadelphia) se hizo inteligentemente con los derechos completos de representación del joven Elvis y le convirtió, literalmente, en su nueva atracción de feria. Después de una fulgurante carrera en un circo itinerante, Elvis se convirtió en un chico de portada y estrella del momento con un flamante contrato con una discográfica como RCA y la consiguiente publicación de su primer LP. Comenzó la fiebre del merchandising, los carteles de Sold-Out cada noche, sus primeras películas, sus residencias en Las Vegas…

Pero no nos adelantemos, ¿Qué tenía de especial este chaval espigado y paliducho de Tupelo para provocar que medio país bebiese los vientos por él? Alguno dirá fríamente que su éxito provenía por su impecable interpretación vocal a la hora de acometer sus versiones, pero todos sabemos que el verdadero chispazo que hizo que todo explotase es que pocos artistas como él han sabido follarnos en un escenario como él. Puede que la expresión pueda parecer exagerada o malsonante, pero no podemos olvidarnos que Elvis fue considerado como un peligro para la moral de la sociedad por sus movimientos de cadera por parte de los paletos conservadores estadounidenses. ¿Fue el primero en realizar esos movimientos espasmódicos en un escenario? No, pero sí que fue uno de los primeros artistas blancos en hacerlo. Su inspiración provenía directamente de artistas negros que sufrían el ostracismo y la censura por culpa del segregacionismo y demás políticas racistas imperantes en las administraciones y los poderes mediáticos de la época (y que a día de hoy siguen sufriendo). ¿Estamos entonces ante un caso de apropiacionismo? Esa es una de las acusaciones más comunes a la figura de Elvis, ya que la mayor parte de los éxitos de sus comienzos no eran sino versiones de temas ya grabados por músicos negros que habían pasado sin pena ni gloria por culpa de la lacra racista. Pero no hay que obviar que él nunca se escondió a la hora de reconocer que sus influencias provenían del blues o el gospel, de figuras como Sister Rosetta Tharpe o B.B. King. Justamente este último zanjó esta cuestión sin ningún tipo de fisuras, hablando de la absoluta reverencia de Elvis hacia la cultura africana-americana, haciendo especial énfasis en el origen extremadamente humilde del propio Presley.

Además de acercarse a los temas de la censura conservadora y el racismo, ELVIS se centra especialmente en la fiebre que supuso Presley como fenómeno fan mundial en las décadas centrales del siglo XX. Gritos desmesurados, lágrimas que podrían llenar estadios, besos apasionados y mucha ropa interior arrojada a sus pies. Una locura que supera con creces a la intensidad de los fandoms de artistas actuales como Harry Styles, Taylor Swift o BTS. Como toda buena obra de Luhrmann, este nos presenta a un protagonista que se mueve únicamente por amor. Por el amor que le profesan sus fans. Un amor que antepone incluso al que le pueda dar su mujer Priscilla (Olivia Dejonge, La visita), su hija Lisa Marie, o sus mil y un amantes. Un ente irreal que solo necesita la energía de sus directos y sentir en su piel el éxtasis que logra despertar entre sus admiradores. El director de Australia consigue alguna de las mejores escenas de su filmografía a la hora de retratar ese fervor religioso. Especialmente esas tres escenas que conforman el esqueleto del film: la primera vez en que Elvis es consciente del poder de su pelvis ante el respetable, la polémica actuación de Trouble en plena guerra contra la censura, y su retorno con el especial navideño. Luhrmann logra transmitirnos en cada una de nuestras terminaciones nerviosas la sensación que tuvieron que sentir los afortunados que vivieron esos momentos en directo. Es tal la emoción ante semejante derroche, que es completamente natural reaccionar ante dichas secuencias con algún que otro grito más o menos ahogado, un cruce de piernas nervioso, o algún que otro aplauso nada comedido.

Tras algún que otro destello en su injustamente incomprendida serie The Get Down, Luhrmann vuelve por todo lo alto en esta ELVIS trayéndonos todos sus manierismos y excesos que nos encandilaron en las generacionales Romeo + Julieta, de William ShakespeareMoulin Rouge; pero de una manera algo más calmada, siempre dentro de su habitual frenesí, como ya hiciera en El gran Gatsby, pero con muchos mejores resultados. La grandeza visual de Luhrmann es, como siempre, fruto de su relación con Catherine Martin. Junto a la cuádruple ganadora del Oscar por sus diseños de producción y vestuario en Moulin RougeEl gran Gatsby, vuelve a crear un mundo de ensueño, pero sin olvidar la crudeza y violencia necesaria que necesita una figura como la de Elvis.

Además de la mirada de Luhrmann y Martin, ELVIS pasará a la historia especialmente por la portentosa interpretación de Austin Butler. Meterse en los zapatos de una leyenda siempre es tarea difícil, pero hacerlo en los de una figura que ha sido (y sigue siendo) tan caricaturizable como es la de Elvis Presley y salir ileso es casi imposible. Butler no logra solo solventar la papeleta, sino que triunfa de manera clamorosa con su acercamiento al icono. A diferencia de muchos protagonistas de biopics, Butler nos muestra que estamos ante un trabajo interpretativo de altura y no una mera imitación o una colección de prótesis. Resulta un verdadero placer disfrutar de la gestualidad de Butler, sus golpes de cadera y energía en los directos, así como su evolución sobre el escenario a lo largo de los años. El orgasmo llega cada vez que abre la boca, tanto a la hora de modular su voz en los diálogos, como al comprobar el encaje de bolillos que han hecho al mezclar la voz del actor con la de la leyenda en alguna de las actuaciones (llegando a cantar Butler en solitario alguno de los grandes momentos de la película como Hound Dog o la citada Trouble). El trabajo de construcción del personaje de Elvis y su ejecución es una verdadera locura increíble y una de las razones por las que el Cine sigue siendo un Arte. El Oscar a mejor actor es suyo.

Aunque el carisma de Butler puede llegar a eclipsarlo todo, no sería justo olvidarse de la labor de otra leyenda: Tom Hanks. El oscarizado actor se mete en la piel de uno de los personajes más desagradables de su filmografía. Calando a la perfección la rastrera inteligencia del Coronel y su maestría como titiritero de seres humanos. Rozando el histrión y recreándose en una socarronería que recuerda al maestro de ceremonias que también clavó Jim Broadbent en Moulin Rouge, pero con menos escrúpulos si cabe. Él es el gran villano de la función. La personificación definitiva de la perfidia. Una presencia tóxica que todo lo ocupa y de la que resulta completamente imposible zafarse de ella. Luhrmann logra otro imposible: que lleguemos a odiar con todo nuestro alma a Tom Hanks.

ELVIS es Spectacular, Spectacular. Aunque lo haya intentado durante más de mil palabras, no existen términos exactos en lengua vernácula que puedan describir este evento cinematográfico. El público no podrá parar de aplaudir. Puede que Elvis haya abandonado el edificio, pero esta película, al igual que sus canciones, seguirán en nuestra memoria durante más de cincuenta años.

Nota: ★★★★★