Innovar en el cine de terror es tan complicado como necesario si se quiere que una película sea algo más que un pasatiempo de multicine o una experiencia cinematográfica de usar y tirar. Esta es la tónica habitual en el género, todos los meses se estrenan cintas de miedo clónicas, diseñadas para la taquilla y sin verdadero afán creativo o conocimiento del terror. Afortunadamente, cada cierto tiempo nos llega una película dispuesta a sacudir las convenciones del género y desmarcarse con una propuesta diferente.
El año pasado este papel correspondió a la australiana Babadook, y 2015 es el año de It Follows, una de esas películas que se ganan por méritos propios su título prematuro de obra de culto. El film dirigido por David Robert Mitchell es una experiencia que se saborea mejor cuanto menos se sabe de ella. La incertidumbre y el miedo a lo desconocido es un ingrediente esencial de su historia, y no conocer su argumento contribuirá a que la vivamos tal y como la ocasión merece, vírgenes e inocentes, como si fuéramos espectadores en una sala de cine de 1978 viendo La noche de Halloween por primera vez.
It Follows sugiere un experimento inmersivo, para lo que se recomienda su visionado en una sala de cine a ser posible. Abstraerse por completo del mundo exterior no solo es necesario para ver esta película, sino también inevitable. Desde su epatante secuencia de apertura con una chica huyendo en taconazos de alguien o algo a quien no vemos, hasta su clímax, It Follows te atrapa y no te suelta. Parte del mérito lo tiene un sólido guion con abundantes niveles de significado que maneja con maestría el suspense y dosifica la información dando al espectador la oportunidad de descubrir por sí mismo lo que está ocurriendo. Pero sin duda es su increíble atmósfera y su impecable realización lo que termina por tragarnos junto a Jay (Maika Monroe) en esta espeluznante pesadilla.
Mitchell toma los elementos y códigos narrativos de las películas de terror de los 70 y 80 y los reconfigura con destreza para acomodarlos en un universo completamente moderno (aunque no marca el film cronológicamente en un año concreto, lo que le da una cualidad intemporal), y para más inri lo ambienta en la decadente escena de Detroit (donde transcurre otra reciente fábula adolescente, Lost River). Se pueden oír en It Follows ecos inconfundibles de Pesadilla en Elm Street (la escena de la protagonista en clase ignorando la lección o la secuencia en la que el “monstruo” va en busca de su vecino están sacadas directamente de la película de Wes Craven) y por supuesto de la mencionada Halloween, cuyo director, John Carpenter, es el referente más obvio de Mitchell. Pero su idea no parece ser la de realizar un simple homenaje o pastiche nostálgico, sino ofrecer una relectura del slasher, del terror y el fantástico ochentero, dándole vigencia en el siglo XXI desde un punto de vista muy personal.
Como Carpenter, Mitchell no busca el susto fácil, sino que prefiere generar una sensación de desasosiego continuo. Para esto, el director encuadra con absoluto virtuosismo, buscando el terror de los planos generales y fijos, obligando al espectador a no perder detalle de la pantalla, a buscar al fondo del cuadro aquello que más teme, y por tanto, a involucrarse en la historia a un nivel más profundo de lo habitual, como si estuviera encerrado en un sueño. Es un miedo basado en lo que no se ve, lo que podría aparecer por cualquier parte y en cualquier forma, lo que está ahí todo el tiempo y no nos hemos dado cuenta de que nos está mirando en silencio (otro elemento indispensable de la ambientación). Un terror que funciona tanto en la oscuridad de la noche en un edificio abandonado como en un pasillo en penumbra de casa, de cuyas sombras puede aparecer en cualquier momento aquello de lo que huimos, incluso en un escenario sobre-iluminado o en un espacio abierto a plena luz del día. Y también como Carpenter o Craven, para acompañar estas enervantes imágenes, Mitchell utiliza una explosiva banda sonora a base de sintetizadores, sublime score electrónico ideado por Disasterpeace y empleado con sabiduría para completar la auténtica gozada visual y sonora que es esta película.
Pero además de una soberbia película de terror, It Follows es una (evidente) metáfora del paso a la adultez, un relato impregnado de angustia (y afectación) adolescente sobre lo que supone dejar atrás la inocencia, que a ratos evoca los contemplativos universos suburbanos de Spike Jonze o Sofia Coppola (la idea de poner a una chica de gafas enormes a leer El idiota de Dostoyevski en un eBook con forma de almeja para concretar el subtexto de la película bien podría haber sido perpetrada por cualquier de los dos). Con sus personajes cercados en el asfixiante microuniverso del típico barrio residencial norteamericano y constantemente acechados por el futuro, Mitchell nos habla del terror que conlleva hacerse adulto, de la incertidumbre y el vacío que depara a todo el mundo al encontrarse a las puertas de la vida real, obligados a dejar atrás la (supuestamente) despreocupada existencia adolescente. Y para transmitir estas ideas, It Follows recurre al sexo como rito de paso, como símbolo de la responsabilidad adulta y la inevitabilidad de enfrentarnos a las consecuencias de nuestras decisiones una vez hemos dejado atrás la niñez definitivamente. En este sentido, It Follows también puede leerse como una metáfora de las enfermedades de transmisión sexual, lo que tendría perfecta correlación con el discurso de la responsabilidad, aunque esto sería simplificarla demasiado.
En definitiva, It Follows no es una película de terror al uso. Su originalidad reside precisamente en haber reordenado unos componentes de sobra conocidos por el espectador para hacer algo diferente, algo tan esencialmente clásico como moderno; un trabajo que evidencia a un cineasta que entiende y admira los géneros que está abordando, y que además posee una visión muy particular sobre sus personajes adolescentes, actualizada a la par que universal y con inclinación a lo literario, lo que no hace sino enriquecer el texto. It Follows es cine en estado puro, pero también es un retrato generacional imprescindible.
Valoración: ★★★★