Scream VI: Muerte en Nueva York

David Lastra

¿Cuál es tu película de terror favorita? Desde que escuchamos esa frase al otro lado del teléfono hace ya casi treinta años, caímos completamente rendidos (léase atemorizados) por los embrujos de Ghostface. Sin inventar nada nuevo, Scream, estrenada en España con la curiosa y condescendiente coletilla Vigila quién llama, devolvió a los slasher a la primera plana y convirtió a toda una generación en verdaderos yonkis del cine de terror. ¿Su secreto? Adolescentes con más de dos neuronas que hablaban como nosotros, bastante retranca y violencia en las muertes, saber no tomarse demasiado en serio, millones de referencias cinematográficas a clásicos del género, y un villano enmascarado icónico. Varias secuelas y recuelas después, la saga de Scream sigue más viva que nunca gracias a una nueva hornada de sufridores, delante y detrás de las cámaras, y a saber reinventarse gracias a pequeños grandes cambios, sin perder en ningún momento su verdadera esencia. Para seguir con su huida hacia delante, la saga visita en Scream VI por primera vez uno de los lugares más cinematográficos y queridos del planeta: Welcome to New York™, Ghostface.

No ha pasado ni un año de los nuevos viejos crímenes de Woodsboro y las hermanas Carpenter han intentado pasar más o menos página mudándose a Nueva York. De todos es sabido que una gran ciudad es el mejor lugar para empezar de cero, especialmente para esconder que eres una superviviente de un asesino en serie y la hija del psicópata que lo empezó todo. Por su parte, Tara (Jenna Ortega, Miércoles) ha empezado con sus estudios universitarios, mientras que Sam (Melissa Barrera, En un barrio de Nueva York) malvive enlazando trabajos basura que le ayudan a pagar un cuchitril bastante digno en la Gran Manzana que comparten con Quinn (Liana Liberato, Novitiate), una acérrima defensora de la positividad sexual con un gran corazón, algo que, junto a su cabellera, nos recuerda bastante a la pobre Tatum de la primera Scream. Pero las Carpenter no han dejado todo Woodsboro atrás, porque además los mil y un traumas que resolver, los Meeks-Martin (Jasmin Savoy Brown, The Leftovers; y Mason Gooding, Love, Victor) también han huido junto a ellas. Compartiendo facultad y vida con las Carpenter, las cuatro forman una preciosa familia elegida. Pero toda esa tranquilidad salta por los aires cuando Ghostface vuelve a hacer acto de presencia asesinando en Nueva York. La reacción inicial de las Carpenter es huir, pero una serie de pruebas más o menos incriminatorias y cierto aire de venganza, se lo impide… Comienza el juego, una vez más.

Si la anterior Scream, la autodenonimada recuela, reinventaba el concepto de secuencia inicial salvando a la supuesta estrella invitada (Ortega) de las cuchilladas de Ghostface, esta Scream VI nos trae la intro más sorprendente de la saga, aún más que la de Jada Pinkett en Scream 2 o la virguería meta de Scream 4. Ya desde el principio, con esta introducción nos queda bien claro que estamos ante la entrega más burra, sangrienta y retorcida de la saga. Proporcionándonos ya uno de esos giros sobre giros  que han convertido a esta saga en una de las franquicias más queridas por los fans del género.

Scream VI soluciona los problemas de ritmo de las dos últimas entregas, recuperando la adrenalina desquiciante de la trilogía original y llevándola aún más al límite. En esta ocasión, Ghostface no da ningún respiro, ni a las Carpenter, ni a nosotros como espectadores. Cada rincón de la ciudad es un lugar potencial para sufrir una puñalada más o menos mortal. La destrucción de la condición de santuario de las grandes ciudades. Ese supuesto anonimato que conseguimos al vivir entre sus multitudes sin rostro y sus no lugares. Ese privilegio de los no lugares de los expone el antropólogo Marc Augé queda completamente hecho añicos cuando Ghostface hace acto de presencia.

La bestia se aprovecha de esa frialdad asocial de las grandes ciudades mostrándonos que podríamos desangrarnos fácilmente en cualquier vagón de metro o autobús sin que a nadie le importara lo más mínimo. Esa realidad perturba y hace daño, casi como el escupitajo que recibe Juliette Binoche en Código desconodido, de Michael Haneke. Convertir a esos no lugares como lugares del crimen es el gran triunfo de esta Scream VI. Aunque en Scream 2 nos metieran el miedo en el cuerpo con las salas de cine, aquello no dejaba de ser dentro del preestreno de Stab, el meta slasher de esta saga. En esta ocasión, el asesino actúa en las calles menos transitadas, en el transporte público, o en el lugar más anodino que existe: los ultramarinos. El preciso instante en que Ghostface cruza el umbral de la tienda de alimentación supone el momento más terrorífico de toda la saga. Hasta ese momento, ese tipo de no lugares eran espacios donde, como mucho, el dependiente podía sufrir un atraco con una recortada o una navaja al estilo quinqui, pero que nunca había supuesto un lugar de peligro para las protagonistas (a no ser que la película estuviese protagonizada por el propio dependiente o atracador). Un pequeño paso para los asesinos en serie enmascarados, un acojone universal para todos los demás. Scream VI nos demuestra que el santuario perfecto no existe.

Ese cambio de normas provoca una psicosis continua en el que ningún personaje está a salvo. Algo que provoca que nos metamos aún más dentro de la pesadilla de esta Scream VI. Pero aquí no hemos venido solo a sufrir. Recordemos que que esta saga no vive de scream queens, sino de final girls. Si bien tenemos un Ghostface anabolizado y menos torpe de lo habitual, la respuesta de las Carpenter es también más fuerte que nunca. La dinámica de Sam y Tara, así como la química entre Barrera y Ortega, hacen que no echemos en ningún momento de menos Sidney Prescott (Neve Campbell, Jóvenes y brujas), ausente por primera vez en la saga. Esta desaparición, temida en un primer momento, beneficia claramente al desarrollo de los nuevos protagonistas de la saga. Las Carpenter se confirman como nuevas heroínas  al más puro estilo de grandes heroínas del género como la propia Prescott o Laurie Strode de la saga de Halloween. Igualmente, los Meeks crecen como el perfecto alivio freak metarreferencial que tanto nos gusta y que solo pudimos intuir en la anterior entrega.

Lo que nunca cambia, ni cambiará es la grandeza de Gale Weathers, el personaje más querido e icónico de la saga. Courteney Cox (Friends) reaparece con su halo de leyenda de la telebasura estadounidense y un corazón que no le cabe en el pecho. Toda su participación en la película es un verdadero gustazo para los fans. Gale hace todo lo que podemos pedir de ella a estas alturas: es una bocazas, una profesional, una luchadora, la motomami más lista y sexy de todos (sic). Uno de esos personajes que apoyamos al 100% y al que Internet denominaría canónicamente como mother. Es por eso que sus escenas vuelven a ser en las que más empatizamos y lo pasamos especialmente mal por su devenir. Su escena estrella es una verdadera delicia que hace que acabemos sentados en el filo de la butaca gritando.

Gritando, porque esta Scream VI vuelve a provocarnos sorpresa, saltos y verdadero terror, algo a lo que su antecesora ni se acercaba. El tándem formado Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett (Noche de bodas) y sus guionistas Guy Busick y James Vanderbilt han aprendido de los errores de Scream V, y han sabido aportar algo novedoso a la saga que la engrandece y revitaliza. Si bien la recuela resultaba tediosa, reiterativa y poco profunda, esta Scream VI recupera la verdadera naturaleza satírica y alocada de las entregas de Wes Craven y, algo de vital importancia, proporciona escenas completamente icónicas. Ningún asesinato de la anterior entrega ha entrado en nuestro imaginario, si acaso el giro de su prólogo, mientras que en esta ocasión la completa totalidad de los crímenes de Ghostface en la Gran Manzana son carne ser recordados y comentados hasta la saciedad en nuestras conversaciones cinéfilas.

Más retorcida, bruta y aterradora que nunca. Scream VI nos devuelve la fe en la saga gracias a un Ghostface urbanita que nos aterra en cualquier esquina y a unas protagonistas completamente gloriosas que han sabido coger el testigo de Sidney. Scream VII, allá vamos…

Nota: ★★★★

X: El genial polvazo slasher de Ti West

David Lastra

Sangre, sudor y semen (y la sustancia expulsada en la eyaculación femenina). Sustancias pringosas que abandonan el interior de nuestros cuerpos para adherirse a otros ajenos, cuando no al de uno mismo, como resultado de una explosión energética. Pringue que usamos, cual dioses todopoderosos, para humedecer la arcilla con la que moldeamos todas y cada una de nuestras carnales creaciones. Y, como el arte imita a la vida, nombres como David Cronenberg (Crash), Julia Ducournau (Titane) o Gaspar Noé (Enter the Void), han utilizado de manera obsequiosa ese mejunje, convirtiéndolo en el verdadero epicentro de su terrorífica obra fílmica. El último en apuntarse a esta peculiar clase de alfarería ha sido Ti West (La casa del diablo) con X, la nueva sensación espeluznante de la factoría A24 (MidsommarLa bruja).

Maxine Minx (Mia Goth, Suspiria) es un puto icono sexual. Ella marca sus reglas y no se doblega por nada, ni por nadie. Ahora mismo es uno de los rostros (y los cuerpos) más conocidos en el circuito pornográfico del cinturón de la Biblia en Estados Unidos y su fama puede verse catapultada gracias a su entrada en el incipiente mercado de las cintas de vídeo porno a finales de los años setenta. Las hijas del granjero está llamado a ser su primer gran hit a escala nacional o, quién sabe, mundial. Ella es muy suya, ella se transforma. Maxine es toda una motomami.

X nos cuenta el rodaje de esa película porno en mitad de esa América Profunda, tan reprimida como salidorra. Estados gobernados por fundamentalistas cristianos, en los que la voz de los telepredicadores va a misa. La tierra de los mil y un clubs de carretera, la de las familias endogámicas y en la que los caimanes rampan a sus anchas. En medio de ese marasmo de apariencias y falsedad religiosa, el equipo de rodaje llega a una granja perdida en mitad de la nada con las ansias de crear la mejor película pornográfica de la historia y reventar el mercado. Delante de las cámaras tenemos a Jackson Hole, un veterano de Vietnam al que podríamos referirnos de forma metonímica por su miembro (Scott Mescudi, el rapero Kid Cudi al que también hemos podido ver últimamente en las series We Are Who We Are Westworld) y a Bobby-Lynne (Brittany Snow, Pitch Perfect), toda una bombshell a lo Marilyn de manual; detrás, a RJ (Owen Campbell, La (des) educación de Cameron Post), un hijo directo de la Nouvelle vague, Lorraine (Jenna Ortega, Scream), encargada del sonido y novia de RJ, y Wayne Gilroy (Martin Henderson, Anatomía de Grey), productor ejecutivo y toda una leyenda dentro de este mundillo. Pero ninguno de ellos brilla tanto como Maxine. Ella tiene ese nosequé. Eso que alguno llama el factor X. Ese brillo inherente no pasa desapercibido para Howard y Pearl, (él, Stephen Ure, rostro maquillado habitual al que hemos podido no distinguir como alguno de los orcos que habitan la Tierra Media; y ella, todo un misterio), los ancianos propietarios de la granja donde se alojan. Una decrépita pareja que comenzará a sentir algo más que curiosidad por lo que hacen sus inquilinos en la cabaña de al lado.

Ti West llegó a nuestras vidas con La casa del diablo, una aventura diabólica que sobre el papel podría no tener mucho interés, pero que gracias a su forma de narrar y rodar se ha convertido en una de las propuestas dentro del terror más interesantes de los últimos años. Si en esa película homenajeaba el terror psicológico más clásico y satánico, en esta X hace lo propio con los grandes slashers setenteros, especialmente, tanto por localización como por ambientación y la naturaleza de los personajes, a esa pesadilla llamada La matanza de Texas. Como en la obra de Tom Hooper, West no tiene ninguna prisa por llegar al gore, pero cuando lo hace, tampoco se corta lo más mínimo. X se sabe todas las reglas del slasher y las cumple a la perfección. Recordándonos que aquí no hemos venido por las sorpresas, sino por los sustos y el despiporre sangriento. Pero tampoco nos equivoquemos, esto no es un remake encubierto, sino un inteligentísimo ejercicio cinematográfico propio que resulta una carta de amor al género. tiene la personalidad suficiente como para ser el slasher más interesante y excitante de la década, no solo por su perversa historia o su encomiable reparto, sino también gracias a su brillantísimo montaje y diseño de sonido, así como por la ululante presencia constante de la voz de Chelsea Wolfe.

Pero no solo de sangre vive el ser humano, también tiene bastante de los otros dos fluidos que hemos citado al comienzo de la crítica. La primera parte de la cinta es un divertidísimo y necesario manifiesto a favor del sexo libre y el amor puro por parte del equipo de rodaje, como respuesta ante el puritanismo enquistado en la sociedad estadounidense. Una situación que todavía llegaría a ponerse bastante a peor en los años posteriores por culpa del discurso de odio perpetrado por Ronald Reagan. Igualmente interesante resulta el retrato del deseo sexual en la tercera edad, personificado (de manera no muy idílica, todo hay que decirlo) en la figura de Pearl. Un tema que suele resultar tabú tanto en la gran pantalla como en la vida real. Dos discursos parejos y necesarios, que encuentran su cénit en un precioso montaje musical en pantalla partida, con una de las mejores utilizaciones de la canción Landslide de Fleetwood Mac que se han realizado hasta la fecha.

Ti West sabe que en todo buen polvo, un buen orgasmo debe ir acompañado con más de una risa… y eso es lo que nos da con X. El humor es una pieza clave en su cine, como ya pudimos ver en la irregular Los huéspedes, y aquí vuelve a hacer acto de presencia, de manera más acertada. En esta ocasión, West vuelve a hacernos reír con los personajes, no de ellos. Entendemos sus motivaciones, les insuflamos ánimos para triunfar en el porno y, en cierta manera, tenemos cierta envidia por no formar parte de su bonita pandilla. De ahí que cada corte o herida nos duele (con algunos más que otros, todo hay que decirlo), algo que no suele ser muy común en los slashers, donde siempre queremos más y más muertos.

El reparto de X triunfa a la hora de lograr ese tono socarrón que suele acompañar a las cuando las cosas se ponen duras y de hacérnoslo pasar mal cuando las cosas se tuercen de mala manera. Mia Goth reina sobre todos ellos con su excesiva Maxine, una suerte de ángel-puta a lo Laura Palmer, pero a diferencia de la mártir de David Lynch, sin ningún tipo de maldad conocida. Goth vuelve a confirmar su buen hacer en este tipo de personajes extremos y su buen gusto a la hora de elegir sus colaboradores (Claire Denis, Luca Guadagnino, Lars Von Trier…). Brillan especialmente también Jenna Ortega, confirmándose como una notable scream queen, y Brittany Snow, la verdadera robaescenas del film.

Sin prisa, sutil, divertido y ácido en los prolegómenos. Bestia, violento y bastante gore cuando entra en materia. Menudo polvazo que nos ha pegado Ti West en esta X. Deseando repetir.

Nota: ★★★★½