Veneciafrenia: ¿Quién puede matar a un turista?

David Lastra

¡Están jodiendo el barrio! La dichosa gentrificación de las pelotas está acabando con todas las señas de identidad de nuestra ciudad. En nada va a ser completamente imposible tomarse un café o encontrar un puñetero tomate a un precio módico. Al final tendremos que mudarnos a una de esas ciudades dormitorio si el precio del alquiler sigue subiendo al ritmo que vamos. ¿Los culpables? Los malditos turistas. Con sus ridículas vestimentas, sus malas maneras y sus billes. Ese sucio dinero que salva gran parte de la economía de un país de servicios como es el nuestro. Es lo que tiene haberse convertido en la mayor barra de bar de Europa. Álex de la Iglesia (La comunidad) nos propone una solución a esa relación amor-odio con el turismo masivo: matarlos a todos. Que no quede ninguno. Bienvenidos, pasajeros con destino a Veneciafrenia. Lo sentimos, pero después de este viaje, no querrán pisar la célebre ciudad italiana. Realmente, no nos extrañaría para nada que no quisiesen volver a salir de su maldita ciudad en sus puñeteras vidas.

Nuestra aventura comienza como toda buena película de miedo, con una aparente buena idea. Un grupo de colegas decide visitar una ciudad de ensueño para pasárselo fetén durante un par de días. Lo que en un principio iba a ser un viaje de parejitas, se  ha convertido en una suerte de despedida de soltera de Isa (Ingrid García-Jonsson, Hermosa juventud). A la cita no ha faltado su mejor amiga, Susana (Silvia Alonso, Hacerse mayor y otros problemas), Arantza (Goize Blanco, Los favoritos de Midas) y su novio Javi (Nicolás Illoro, El Cid), hasta el pesado de su hermano José (Alberto Bang, 30 monedas) se ha apuntado a última hora. Vamos, los de siempre y el acoplado de turno. Como se dice también en las pelis de miedo, este será un viaje que nunca podrán olvidar.

Después de Madrid y Cartagena, Álex de la Iglesia se atreve ahora con la bellísima Venecia. Una de las ciudades más maltratadas a nivel mundial por ese turismo abusivo. Más de veinticinco millones de personas que llegan en esos monstruosos barcos de crucero. Hordas de muertos vivientes que la visitan, fotografían y guarrean más o menos sin querer. Una situación insostenible que ha enriquecido y empobrecido por partes iguales a la ciudad. Creyéndose ajenos a ese problema, nuestros turistas españoles son recibidos por las dos caras de esa Venecia: tanto por el currito con buena cara al que los cienes de viajes diarios que hace con su taxi acuático le dan de comer (Enrico Lo Verso, Alatriste), como la de un histriónico arlequín que cree el mítico bufón Rigoletto de la ópera de Verdi (Cosimo Fusco, el que fuera Paolo en Friends y a quien De la Iglesia ya recuperó en la primera temporada de 30 monedas). Aunque este primer avistamiento del peligro les meta el miedo en el cuerpo, no es nada tan problemático que no pueda solucionarse con una buena ronda de chupitos, una cena y un pedazo de rave disfrazados como si fuesen los peleles de Rondó Veneziano. El problema vendrá la mañana siguiente, cuando comprueben que su noche en plan destroyer no solo les ha dejado a cambio una severa resaca, sino que Venecia se ha cobrado ya su primera víctima.

En Veneciafrenia, De la Iglesia vuelve a hacer gala de su maestría a la hora de rodar terror. En esta ocasión, aceptando las sagradas leyes del slasher a rajatabla. Tenemos jóvenes acuchillados, asesinos casi sobrenaturales, alguna que otra mala decisión que acaba peor, unos investigadores que siempre van un par de pasos atrás y alguna que otra doble cara. Veneciafrenia es una delicatessen para todo amante el género. Gracias a su ritmazo, sus agobiantes atmósferas (la otra cara de esos callejones nocturnos que tanto nos han enamorado en otras ocasiones ahora se convierten en espantosos laberintos gracias en parte a la excelente partitura de Roque Baños que acompaña las persecuciones) y cierto arrojo a la hora de darnos todo lo que esperamos de una historia de este tipo, pero sabiendo sorprendernos igualmente con alguna de sus resoluciones.

Un interesante juego entre asesino, turistas y espectador, en el que nosotros tenemos un poquito más de información que los personajes atacados, un guiño a uno de los grandes géneros italianos por excelencia: el giallo. Fenómeno cinematográfico que reinó durante las décadas de los sesenta y los setenta, gracias a las obras de Dario Argento (Rojo oscuro) o Mario Bava (La muchacha que sabía demasiado) y que, de vez en cuando, resucita con honrosos experimentos como son AmerEl extraño color de las lágrimas de tu cuerpo de Hélène Cattet y Bruno Forzani, y la alocada Call TV de Norberto Ramos del Val. Por su parte, De la Iglesia decide beber de esa crueldad morbosa tan característica del giallo, torturando a sus protagonistas hasta el extremo con estiletes infinitos, algún que otro giro absurdo sacado de la manga que solo aceptamos en este tipo de películas y cuidando la sospechosa figura del comisario (Armando de Razza, el mismísimo profesor Cavan de El día de la bestia), arquetipo fundamental en este género.

Durante nuestra estancia en Venecia, De la Iglesia juguetea con nosotros a lo largo de la investigación de los crímenes como todo giallo, pero nos atiza hostias a diestro y siniestro como un buen slasher. Bueno a nosotros literalmente no, pero no hay ningún miembro de la pandilla que se libre de sufrir la vendetta veneciana. Esa es otra de las bondades de Veneciafrenia, todo el mundo corre peligro, nadie está a salvo. Un carrusel de torturas repleto de referencias a los clásicos y en el que De la Iglesia se muestra algo más cauto de lo normal, aparcando alguna de sus soluciones habituales en su cine cuando la tensión y los acontecimientos van escalando. Ese amor por los referentes y ese desenfreno supuestamente más calmado, benefician notablemente el desarrollo de esta locura con frenos que es Veneciafrenia.

Las interpretaciones del grupo de amigas brilla a la hora de reflejar ese absurdo en el que se han visto metidas. Ingrid García-Jonsson clava el desquicio creciente a medida que va avanzando la trama. Ella no tiene madera de final girl, pero pone todo de su parte, aunque muera en el intento… o no. Pero si alguien roba la función, además de un exageradísimo Cosimo Fusco como el bufón, esa es Silvia Alonso. No es de extrañar que si ella era capaz de brillar en ese pestiño llamado Hacerse mayor y otros problemas, cuando cuenta con un buen personaje, se crezca de lo lindo. Ella es el personaje con el que siempre empatizamos en los slashers y con el que siempre querríamos hacer equipo si nos encontrásemos en una situación extrema como esta. Ella tiene cabeza, humor y sangre fría. Los elementos indispensables para salir viva de las islitas que conforman Venecia… o no.

¿Quién se iba a imaginar que un simple finde largo en Venecia iba a terminar peor que las vacaciones de Evelyn y Tom en Almanzora? Menudo viaje que nos has dado, Álex. Pensaba que éramos amigos.

Nota: ★★★★