Top Gun: Maverick. Rápidos y furiosos

David Lastra

Mira que ha llovido desde que aprendimos que ser el mejor de los mejores significaba cometer errores y continuar. Treinta y seis años desde que una generación entera cayese fulminada por una mirada bajo unas gafas de sol y por la que estaba llamada a ser la sonrisa más famosa del star-system hollywoodiense. Tony Scott (El ansia) logró capturar el zeitgeist de los ochenta en esa Top Gun (Ídolos del aire), una bro movie diseñada para reventar taquillas. Gracias a ella, Tom Cruise siguió cimentando su leyenda como novio oficial de Estados Unidos, comprobamos lo bien que quedaban los parches en las chupas y que no había nada mejor que una buena melodía hecha con sintetizadores. Tras tantos años separados, Tom Cruise vuelve a enfundarse la cazadora de piloto en Top Gun: Maverick, para demostrarnos, una vez más, que lo que seguimos necesitando en nuestras vidas no es otra cosa que velocidad.

El tiempo pasa por todo el mundo. Menos por Pete ‘Maverick’ Mitchell (Tom Cruise, Magnolia), que aunque ya no sea instructor dentro del programa de Top Gun, sigue siendo un alma rebelde dentro de la Armada. Ahora es la punta de lanza de un programa confidencial sobre la resistencia de materiales en vuelos de combate. Su monótona existencia de vuelos ultrasónicos se ve interrumpida abruptamente con una propuesta, o más bien mandato, para entrenar a unos nuevos Top Gun para la consecución de una misión kamikaze para salvar a la humanidad una vez más. Como buena secuela nostálgica, la personalidad de los nuevos fichajes nos remiten a algún que otro personaje de la película original. Aunque alguna que otra novedad como es la inclusión de los arquetipos de la chica dura en ‘Phoenix’ (Monica Barbaro, UnREAL) y el chico callado en ‘Bob’ (Lewis Pullman, Malos tiempos en el Royale), no podemos dejar de ver al propio ‘Maverick’ en ‘Hangman’ (Glen Powell, Scream Queens), un rebelde que todo lo que tiene de talento, lo tiene de bocazas; y, especialmente, en ‘Rooster’ (Miles Teller, Whiplash), un bala perdida con un apellido bastante conocido tanto para ‘Maverick’ como para los espectadores: Bradshaw. ‘Rooster’ es el hijo de ‘Goose’, el tristemente fallecido compañero de vuelo de ‘Maverick’ en Top Gun (Ídolos del aire).

Los conflictos de Top Gun: Maverick comienzan a acumularse. Al peligro internacional de esa nación extranjera que nunca se nombra y cuyos pilotos malignos no tienen rostro, como reza la buena tradición del cine de acción estadounidense, se une la lucha de egos entre los nuevos pilotos, las desavenencias entre la rebeldía natural de ‘Maverick’ y su responsable directo, el vicealmirante ‘Cyclone’ (Jon Hamm, Mad Men) y, el mayor de todos ellos, la confrontación tipo padre-hijo entre ‘Maverick’ y ‘Rooster’ por una traición acontecida en el pasado. Como buena secuela nostálgica, Top Gun: Maverick es una película de reencuentros, y el personaje de ‘Maverick’ es visitado por fantasmas que pueblan su pasado, presente y futuro. Gente tan importante en su carrera como ‘Iceman’, el verdadero Top Gun definitivo que encarnaba Val Kilmer en la original, y con el que comparte una emotiva escena en esta; Penny (Jennifer Connelly, Dentro del laberinto), un antiguo interés amoroso que lejos de quedarse vapuleada por las continuas idas y venidas de ‘Maverick’, se ha convertido en la reina del lugar como dueña del bar al que acuden los pilotos; y con la herida que sigue abierta por el accidente que se cobró la vida de ‘Goose’, algo latente y que sigue haciendo daño a ‘Maverick’ cada vez que trata con ‘Rooster’.

A pesar de jugar con los mismos tópicos, Top Gun: Maverick supera con creces a Top Gun (ídolos del aire) en todos los aspectos. Allá donde la original caía en el vicio ochentero de concebir una película como si de una sucesión de videoclips musicales pegados al más puro estilo Rocky IV, esta secuela presenta una historia, que lejos de ser novedosa, se encuentra perfectamente construida y que consigue algo a lo que la original ni lograba acercase: entretener al espectador. No obstante, entre los créditos del guion aparece Christopher McQuarrie, oscarizado guionista (Sospechosos habituales) y compañero de batallas de alguna de las mejores aventuras que Tom Cruise ha librado a lo largo de su filmografía, como son Al filo del mañana y las últimas entregas de Misión: Imposible.

Su reparto funciona con una precisión propia al de los pilotos profesionales. Tom Cruise vuelve a demostrar lo bien que le sientan este tipo de rebeldes; Jennifer Connelly resulta impecable como siempre, mostrándonos su lado luminoso como nunca; Miles Teller y compañía merecen los aplausos únicamente ya por haber pasado los estrictos entrenamientos que les exigía Cruise; y hasta la escena de pilotos sudados jugando en la playa sin camiseta no resulta tan ridícula como en la original y aporta algo realmente a la trama. En el único aspecto en el que no supera a Top Gun (Ídolos del aire) es en la canción original. Puede que el baladón de Lady Gaga, que también firma la banda sonora junto a Hans Zimmer (Gladiator) y Harold Faltermeyer (Superdetective en Hollywood), sea una apuesta notable y esté utilizado de manera muy inteligente a lo largo del film, pero es que Take My Breath Away de Berlin, sigue siendo una de las mejores ganadoras al Oscar a mejor canción original de la historia.

Al carisma de Cruise y al buen hacer de McQuarrie, hay que añadir a la exitosa mezcla el retorno del legendario rey de los efectos Jerry Bruckheimer (ArmageddonPiratas del Caribeen la producción y, especialmente, la incorporación del tándem formado por el director Joseph Kosinski (Spiderheady el director de fotografía Claudio Miranda (ganador del Oscar por La vida de Pi), artífices de dos de las piezas de ciencia ficción con una factura más interesante de las últimas décadas como son las infravaloradas Tron: LegacyOblivion. Esa estelar combinación de factores dota a Top Gun: Maverick del halo de leyenda y personalidad de aquellos blockbusters de primera que reinaban veranos enteros.

Pero más allá de una gran secuela nostálgica, que arregla todos los desaguisados de la original, Top Gun: Maverick supone un verdadero hito cinematográfico por ella misma. Aunque parezca humanamente imposible a estas alturas, sus escenas de acción sorprenden y provocan que las mandíbulas se desencajen. Sus vuelos resultan completamente abrumadores desde el primer momento, pero el clímax se convierte en un verdadero clímax para el espectador. Resulta una experiencia totalmente mágica e increíble volar junto a los Top Gun durante su misión. Además de resultar la antítesis de las farragosas peleas que acontecían en la original. En esta ocasión somos copilotos de excepción de un espectáculo de altos vuelos, valga la redundancia. Todo un placer incontestable hasta para los más escépticos del Cruiseverso.

Top Gun: Maverick es un sofisticado ejercicio de nostalgia que funciona hasta para los que la original no nos interesa lo más mínimo y supone el subidón de adrenalina que necesitábamos. Tom Cruise, puedes volar conmigo cuando quieras.

Nota: ★★★