West Side Story o cómo justificar el “remake” de un clásico inmortal

Pedro J. García

Adaptar un clásico como West Side Story era una locura. El film de 1961, basado en el famoso espectáculo de Broadway, es uno de los musicales más aclamados y emblemáticos de todos los tiempos, así como una de las películas más oscarizadas de la historia con 10 estatuillas. Nadie se atrevería a hacer un remake -o una nueva adaptación- de una obra maestra del cine. A menos que seas Steven Spielberg, claro.

El Rey Midas de Hollywood llevaba casi desde el comienzo de su ilustre carrera queriendo realizar un musical y West Side Story le ha dado la oportunidad de cumplir su sueño. La noticia de que el director de E.T. y La lista de Schindler se iba a encargar de la relectura moderna del venerado título teatral fue recibida con mucho recelo -el habitual ante cualquier noticia de remake, más un extra por ser la obra de la que se trata. Pero dudar de Spielberg a estas alturas es absurdo y el tiempo le ha dado la razón: su versión de West Side Story es una realidad y es una película sublime en todos los sentidos. 

A partir del guion del ganador del Tony y el Pulitzer Tony Kushner, Spielberg orquesta una portentosa y espectacular reinvención del clásico de Broadway que narra la historia de amor, inspirada en Romeo y Julieta, entre Tony (Ansel Elgort) y María (Rachel Zegler), que se desarrolla en el centro de una violenta guerra de bandas callejeras en las calles del Nueva York de los años 50. Los Jets y los Sharks vuelven a cobrar vida en una nueva versión de una disputa inmortal que, 60 años después, es más actual y relevante que nunca. 

West Side Story ya era una obra valiente y provocadora para su época, pero en 2021, su historia de violencia, inmigración y prejuicios cobra un sentido más oportuno, subrayando más fuertemente el mensaje que subyace bajo su guion y sus inolvidables canciones. Para justificar una nueva adaptación de West Side Story, era necesario actualizar su discurso y potenciar su conciencia social, labor que Spielberg acomete de frente y con mucha garra, quedándose muy cerca del original a la vez que añade cambios acertados que la hacen más afín a nuestros días.

Para ello, Spielberg mejora bastantes aspectos de la película de los 60, empezando por un reparto verdaderamente diverso y racializado (como todos saben, la original ha envejecido muy mal en ese sentido) y continuando con un libreto que ahonda más a fondo en lo que simboliza el conflicto entre Jets (estadounidenses blancos de origen europeo) y Sharks (inmigrantes portorriqueños, latinos y negros), especialmente en la Norteamérica post-Trump y pandémica, en la que el odio y la discriminación se expanden y se normalizan en un panorama fuertemente dividido. Y no solo eso, sino que esta nueva West Side Story refuerza los papeles femeninos y mejora considerablemente una subtrama de la original modernizando la historia de su personaje trans. Y todo sin caer en el trazo grueso, manteniéndose sutil y coherente con la era que retrata.

Es decir, y aunque suene a sacrilegio, la readaptación enmienda muchos errores de la película de los 60, una obra magnánima e incuestionablemente histórica, por supuesto, pero también de su tiempo, con todo lo que ello conlleva. Claro que el valor de la nueva West Side Story no se limita a su acertada labor revisionista, sino que cumple en todos los aspectos como película evento y musical: es un espectáculo perfectamente calibrado, filmado con la maestría técnica que esperamos de Spielberg y un reparto entregado al 150%, un trabajo técnica, artística y visualmente redondo que rehace el clásico sin faltarle el respeto en ningún momento.

Del elenco hay que destacar a la revelación Rachel Zegler, joven actriz de talento desbordante y futuro brillante que da vida a una María efervescente, llena de energía, fuerza e inocencia encantadora, y a dos secundarias que se hacen con cada escena en la que aparecen: el torbellino Ariana DeBose como Anita, simplemente arrolladora, y Rita Moreno (que ganó el Oscar por interpretar a Anita en la original), interpretando a un nuevo personaje, Valentina, que protagoniza un nuevo número musical con el que cierra un ciclo de 60 años de la manera más sobrecogedora y emocionante. Sin desmerecer a David Alvarez y Mike Faist, que encarnan con fuerza y convicción a los líderes de las bandas rivales. El único eslabón débil sería Ansel Elgort como Tony, que no da la talla en las escenas dramáticas, a pesar de tener una buena voz.

Por lo demás, todo en West Side Story está planeado y ejecutado a la perfección. La historia fluye, emociona y hasta divierte. Las canciones suenan mejor que nunca, insuflando nueva vida a las míticas composiciones de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim; las coreografías del ganador del Tony Justin Peck son increíbles (lo de América es una barbaridad); y Spielberg vuelve a demostrar por qué es el rey de Hollywood, haciendo un uso magistral del espacio, la luz y la planificación para redibujar los momentos más icónicos del musical con una puesta en escena impecable, llevando así el espectáculo teatral al edén cinematográfico.

Su valentía y perseverancia se saldan con los mejores resultados. West Side Story es un homenaje hecho con el brío y la pasión que merece, un musical electrizante que encuentra la manera de rendir tributo al original manteniéndose muy fiel a la vez que lo retoca de la forma más respetuosa e inteligente para actualizarlo. Es decir, un remake que, para variar, nos invita a abandonar el cinismo y justifica con creces su propia existencia.

Nota: ★★★★½