El contador de cartas: Doble pareja de Oscar Isaac y Paul Schrader

David Lastra

Los años setenta fueron otro rollo. El Watergate, la crisis del petróleo, iconos como Elvis y Jim Morrison diciendo adiós para siempre y las calles de las grandes ciudades estadounidenses llenándose con los veteranos de la recién perdida guerra de Vietnam. Años de mugre, testosterona y violencia. Un caldo de cultivo perfecto para el advenimiento de la llamada segunda edad de oro de Hollywood. Una década en la que grandes hombres como Steven Spielberg (Tiburón), George Lucas (Star Wars. Una nueva esperanza) y Martin Scorsese (Taxi Driver) consiguieron unificar a crítica y público en el comienzo de sus carreras. Si bien los dos primeros optaron desde un primer momento por un cine de corte más comercial, el italoestadounidense se interesó más bien por captar los bajos fondos de la ciudad que tan bien conocía: la vida de los chicos duros de barrio. Una realidad captada en la excepcional Malas calles y que, un par de años antes, ya nos había introducido en ese juguetón (y a ratos sonrojante) homenaje a la nouvelle vague llamado Who’s That Knocking At My Door. Una constante temática que seguiría presente a lo largo de su opus (Uno de los nuestrosCasinoEl irlandés), y que llegaría a convertirse en su principal marca de autoría.

Ese estereotipo de hombre blanco heterosexual violento completamente destrozado emocionalmente por dentro que nos mostraba siempre en sus películas, encontró su máximo exponente en plena década de los setenta con el protagonista de Taxi Driver, Travis Bickle. Este putrefacto ser que ha marcado a varias generaciones, tanto de cinéfilos, como de incels (y de cinéfilos incels). Un deleznable personaje interpretado por un enorme Robert De Niro, moldeado a la perfección por Scorsese, pero ideado y escrito por un chaval que también estaba dando sus primeros pasos en esto del cine: Paul Schrader. Barriobajeros y fieles poseedores de una culpa cristiana inculcada a fuego lento durante sus infancias, Marty y Paul lograron complementarse a la perfección, con alguna que otra pelea de por medio como buenos hombretones, creando un poderoso tándem que nos trajo otras historias protagonizadas por machotes como Toro salvajeLa última tentación de Cristo o Al límite. Pero mientras que Scorsese se fue orientando hacia el academicismo más abierto con el paso de los años, Schrader siguió haciendo lo que mejor sabía hacer: tocar los cojones. Ahora nos llega su última machada hasta la fecha, El contador de cartas (The Card Counter), protagonizada por Oscar Isaac (A propósito de Llewyn Davis) y presentada curiosamente por el propio Marty. 

Violento y contestatario, Schrader ha sido uno de esos seres difíciles, obsesionados por retratar los aspectos más sórdidos del ser humano, acertando en varias ocasiones, especialmente al comienzo de su carrera con Blue Collar Hardcore, un mundo oculto, o en la incómoda Aflicción, y naufragando a lo largo de su madurez con olvidables títulos como The Canyons Como perros salvajes. Sorprendentemente, su estrella para con el (pequeño) gran público volvió a brillar hace un par de añitos con la incómoda El reverendo, con la que consiguió su primera nominación a los Oscar. Por lo que resultaba bastante sugerente descubrir las cartas para ver si Schrader seguía con su buena racha con El contador de cartas o iba de farol como en otras tantas ocasiones.  

Ya de primeras, Schrader cuenta con una buena mano, Oscar Isaac. Una mano dura con la que ya podríamos plantarnos. Decir que el guatemalteco está en su mejor momento es absurdo, porque Isaac lleva así desde que se puso delante de una cámara por primera vez. Este 2021 le hemos podido disfrutar como el icónico patriarca de los Atreides en la mastodóntica Dune y en uno de los grandes tour de force del año junto a Jessica Chastain en la miniserie Secretos de un matrimonio. Y como es habitual en él, en esta El contador de cartas dobla la apuesta, regalándonos otra interpretación para enmarcar. 

Su William Tell es uno de los machotes habituales en el cine de Schrader, con su hombría a mil por hora y con un complejo de salvador inusitado, al más puro estilo Jesucristo o Travis Bickle. Como esos dos personajes de ficción, Tell también lo ha pasado mal en sus años mozos, en su caso, participando como torturador en uno de esos centros de interrogatorios de la supuesta guerra por la libertad que Estados Unidos libró contra el estado islámico. Pero esos años han pasado ya, y Tell ya redimió oficialmente su deuda con la sociedad por su mal comportamiento con una buena estancia en la cárcel. Además de unas cuantas rarezas en su rutina, Tell ha aprendido a contar cartas. Una difícil práctica que le convierte en una especie de erudito para el blackjack y otros juegos de azar. A pesar de ese superpoder recién adquirido, él prefiere adoptar un perfil bajo, ganándose solamente unos pocos cientos de dólares a la noche y así no cabrear del todo a las casas de apuestas. Aunque esta situación cambia cuando una persona que remite a su pasado más oculto (Tye Sheridan, Ready Player One) se cruza en su camino, teniendo que dar un paso al frente y entrar en el gran circuito del juego, amadrinado por la legendaria La Linda (Tiffany HaddishPlan de chicas).

Isaac resulta inconmensurable a lo largo de todo el metraje, dotando a este William Tell del hieratismo y el magnetismo de otros iconos del universo Schrader. Aunque tampoco deberíamos obviar que este tipo de personajes que viven en el lado malo de la historia, son ciertamente la especialidad de Isaac, como ya nos había demostrado en El año más violentoEx_Machina o Drive, cinta bastante deudora de la obra de Schrader. Pero la verdad es que ningún intérprete actual sería capaz de levantar este papel sin caer en cierto histrionismo o en todo lo contrario, ser un verdadero cara de palo. Es él y solamente él, el que logra levantar y engrandecer un guion bastante pasado de rosca.

Obviamente, solo Paul Schrader podría hacer en 2021 una película como El contador de cartas y salir ileso, pero también es completamente innegable que sin la aportación de Isaac no estaríamos alabando tanto esta película. La presencia de Isaac logra que nos traguemos los mil y un giros locos de un Schrader completamente desatado, para nada recortado o supuestamente tergiversado como ocurrió con su infumable Caza terrorista. Pero eso también conlleva un pequeño problema: Isaac eclipsa a todo aquel con el que comparte escena. Aunque gracias a ello, también hace que no seamos tan conscientes de lo desubicados que están Haddish y Sheridan, o lo caricaturesco que resulta Willem Dafoe (El faro), el gran chico Schrader por excelencia. Tampoco se puede pasar por alto lo bien que le sienta el gris perla a Isaac, un color que parece haberse ideado para él, pero ese melón es mejor no abrirlo, porque ese aspecto daría por sí solo para una tesis doctoral.

El contador de cartas es otra muesca más en la filmografía de Paul Schrader engrandecida gracias a un Oscar Isaac que es mejor que una escalera real de color.

Nota: ★★★½

Crítica: Ready Player One

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Desde su publicación en 2011, Ready Player One se ha convertido en una de las novelas de culto más admiradas de los últimos años. El best-seller escrito por Ernest Cline tiene una legión de fans que han caído rendidos a sus pies gracias a su fusión de aventura, ciencia ficción y nostalgia ochentera. Sus detractores, por otro lado, consideran que el libro es literatura basura, llegando incluso a definirlo como “el Cincuenta sombras de Grey para hombres blancos y frikis”. No importa en la categoría que nos encontremos, lo que no se puede negar es que Ready Player One es un libro que desde la primera página a la última pide a gritos una adaptación cinematográfica.

Cline encontró su “huevo de Pascua dorado” cuando el mismísimo Steven Spielberg aceptó este trabajo. El emblemático director de clásicos como E.T.Indiana JonesTiburón agarró las riendas de uno de sus proyectos recientes más ambiciosos y complicados. Trasladar las páginas de Ready Player One, que construye un universo de ciencia ficción inabarcable y lleno de guiños específicos a miles de productos culturales, era una tarea titánica. Pero ya sabemos que a Spielberg, Titán donde los haya, le van los retos, y suele completarlos como si nada (tardó solo nueve meses en terminar su anterior película, Los archivos del Pentágono).

Zak Penn (Los Vengadores) escribe junto al autor de la novela un guion que debe efectuar numerosos y necesarios cambios por cuestiones de licencias, pero que en esencia y estructura se mantiene muy fiel al libro. Para quienes no estéis familiarizados con su historia, Ready Player One vendría a ser una fusión -o un mashup, que sería más apropiado- de Charlie y la fábrica de chocolateAvatar, o actualizando nuestros referentes, San Junipero.

En el año 2045, la humanidad escapa de su oscura realidad pasando el tiempo en el mundo virtual conocido como OASIS, donde no hay límites a la imaginación y cualquier persona puede ser quien quiera. A su muerte, el creador de OASIS, James Halliday (Mark Rylance), deja su inmensa fortuna y el control de su creación a quien gane un concurso en tres fases, diseñado para encontrar a su mejor heredero posible. Cuando el mundo ha desistido de la aparentemente imposible búsqueda, Wade Watts (Tye Sheridan), un chico obsesionado con OASIS y su creador, encuentra la primera llave, con lo que la búsqueda del tesoro comienza de verdad. Junto a la chica de sus sueños, Art3mis (Olivia Cooke), y sus amigos del OASIS, conocidos como los High Five, Wade explorará todos los recovecos del universo de Halliday para salvarlo de las manos de IOI, la malvada corporación que pretende hacerse con él para controlar a la humanidad.

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Vaya por delante que, si uno ha conectado con el libro, tiene muchas posibilidades de salir muy satisfecho de la película. Lo difícil era convencer a los escépticos. Pues bien, se puede decir que, teniendo en cuenta el material de partida, la película es mejor de lo que cabía esperar. Sí, se podía haber hecho más (la idea tenía muchísimo potencial, y seguro que alguien podía haber desarrollado la historia mejor que Cline) y los defectos de fábrica están ahí: el uso facilón de la nostalgia, la acumulación sin ton ni son de referencias (como en The Big Bang Theory, Cline cree que el solo hecho de mencionarlas ya constituye relato), el paso de puntillas por temas interesantes que se quedan sin explorar, los personajes huecos y la trama desarrollada a trompicones. Pero Spielberg los minimiza con su siempre infalible sentido del espectáculo y la aventura, por lo que es más fácil pasarlos por alto y dejarse llevar. Otra cosa no, pero como experiencia inmersiva, Ready Player One funciona, aunque por momentos pueda llegar a saturar y agotar. Verla es efectivamente como adentrarse en primera persona en OASIS, como sumergirse de lleno en un trepidante y estruendoso videojuego.

A sus 71 años, Spielberg demuestra que su sentido del asombro y capacidad para orquestar grandes secuencias de acción siguen intactos. Ready Player One cuenta con potentísimos set pieces, como la vertiginosa y atronadora carrera del primer acto (lo más parecido a realidad virtual sin visor que se ha hecho en cine recientemente), la visita a cierto clásico del cine de terror (que no desvelaremos para mantener el factor sorpresa), probablemente la escena más placentera de la película, o el eficiente clímax. Los efectos visuales son simplemente brutales, la estética está muy cuidada y aunque los personajes digitales se acerquen al “valle inquietante”, su fluidez de movimientos y expresividad es digna de admiración. Otra cosa no, pero Ready Player One supone un auténtico despliegue de pericia visual y excelencia técnica, lo cual no debería sorprendernos. Al fin y al cabo, es Spielberg.

Ahora, donde Ready Player One falla es a la hora de convertir la orgía de cultura pop que la caracteriza en algo más que un amontonamiento de referencias para el gozo del espectador más observador, en una historia más trascendental. Dice mucho que su (indudable) valor de revisionado resida en la necesidad de descubrir todos los guiños y cameos que aparecen en sus abarrotados planos, y no en volver a ver a Parzival y Art3mis (el reparto está muy correcto, pero no es lo más destacable en ningún momento). Y es que, a pesar de los intentos de darle profundidad emocional (en especial a través del personaje de Halliday y la afectada interpretación de Rylance), la película y los personajes no pueden evitar quedarse en la superficie, en el truco de la nostalgia, lo cual resulta especialmente decepcionante teniendo en cuenta que detrás de las cámaras se encuentra un maestro de las emociones y uno de los padres de la actual generación de hipernostálgicos.

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Ready Player One es una celebración de la cultura pop y el mundo gamer que se apoya principalmente en su excelencia técnica y el poder de la intertextualidad. Hay que reconocer que ver al Gigante de Hierro de nuevo en acción o a tantos iconos del cine y los videojuegos reunidos en un mismo lugar tiene su indudable atractivo. Pero más allá del placer de identificar los cameos y asistir a locos crossovers que no creíamos posibles, hace falta alma. Y a Ready Player One le cuesta encontrarla entre su aturdidora vorágine de imágenes y guiños pop.

Pedro J. García

Nota: ★★★

Crítica: X-Men – Apocalipsis

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Bienvenidos de nuevo al Instituto Xavier para Jóvenes Talentos. Recorred sus pasillos y estancias para comprobar que está más vivo y abarrotado que nunca. La juventud se puede oler en el ambiente (seguro que sabéis exactamente cómo huele la adolescencia), hay más luz, más color, más energía y ganas de juerga. Y es que la Mansión-X no solo está atestada de mutantes adolescentes, es que además estos mutantes son adolescentes de los 80. Después de llevarnos a los 70 (y luego hacernos saltar por el tiempo) en X-Men: Días del futuro pasado, la saga mutante avanza hacia la feliz década del “Take on Me”, el “Girl Just Wanna Have Fun” y las chapas en las solapas vaqueras, donde transcurre la acción de X-Men: Apocalipsis (X-Men: Apocalypse), la nueva entrega de la Patrulla-X dirigida por Bryan Singer.

Y se nota, vaya si se nota. X-Men: Apocalipsis es una aventura espléndidamente ochentera (o noventera, que al caso es prácticamente lo mismo) y decididamente nostálgica. Si bien Singer podía haber arriesgado aun más en su puesta en escena y hacerla incluso más fiel a la época, la película rebosa espíritu 80s por los cuatro costados, y no solo en lo que respecta a la estética hortera y sin complejos (los cardados, la cresta de Tormenta, el estilo jock de Cíclope, ¡las hombreras de Jean Grey! Todo aderezado por una lluvia de cassettes, juegos Arcade y cuero, cortesía de Quicksilver), sino también a la historia, más simple y desenfadada, prácticamente ajena a la evolución que el género de superhéroes está experimentando en los últimos años.

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Lejos de innovar, el argumento de X-Men: Apocalipsis presenta la clásica trama con villano megalómano que amenaza con destruir el mundo, una que pasa por todos los clichés narrativos del género como si no se hubiera hecho tantas veces últimamente, y vuelve a caer en el error de la destrucción masiva sin miramientos ni consecuencias (imperdonable a estas alturas). Si se hubiera estrenado unos años antes, quizá su falta de originalidad o novedad no habría llamado tanto la atención, pero la proximidad con Capitán América: Civil War, el listón cada vez más alto y la amenaza de la “superhero fatigue” juegan en detrimento del film. Claro que lo que propone Singer es precisamente un acto de fe, un regreso a la sencillez del género, a las páginas del cómic, que entendamos que lo que Apocalipsis pretende es recuperar esa candidez narrativa de los 80 y los 90, y no le importa nada que su película tenga tantos tópicos, mecanismos narrativos anticuados o elementos camp. Porque esa es la intención, realizar una cinta de mutantes nostálgica de una época dorada del tebeo, una fantasía épica construida casi al margen del Zeitgeist superheroico, es más, con un punto de ironía. Es decir, Apocalipsis no viene a cambiar el género, pero sí ofrece lo que se espera (o al menos todo lo que yo quiero) de una película de la Patrulla-X: espectacular despliegue de acción y superpoderes, personajes imposiblemente molones y lo más importante, diversión.

Y sin embargo, la saga mutante tiene algo que no tienen las películas de Marvel Studios, y que compensa su falta de originalidad: una mayor osadía. Mientras que la calificación PG-13 sirve para coartar a otros blockbustersX-Men: Apocalipsis la aprovecha para desmarcarse del UCM con sorprendentes dosis de violencia gráfica (incluso gore) y lenguaje malsonante. Puede parecer una tontería, pero esto aporta frescura a un género demasiado puritano que promete cambiar después del éxito de Deadpool. Esta actitud más punk no resulta en una película necesariamente más adulta, por supuesto, pero sí menos preocupada por escandalizar o salirse de los parámetros establecidos. El resultado es un híbrido extraño y curioso, una película en cierto modo más infantil que se preocupa menos por los niños pequeños y busca satisfacer más a los niños grandes.

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En cuanto a la historia, no hace falta complicarse demasiado para explicarla, ya que lo que tenemos aquí es cinecómic clásico. El eslabón más débil de Apocalipsis es su villano titular, interpretado por Oscar Isaac. El talentoso actor hace lo que puede para sacar adelante a un personaje más bien plano y desdibujado, intentando transmitir con la mirada y la boca, pero su interpretación queda sepultada por los kilos de maquillaje y látex de una caracterización demasiado cutre incluso si tenemos en cuenta el factor camp del que hablaba antes. Afortunadamente, Apocalipsis no tiene tanto En Sabah Nur como cabía esperar. Su amenaza está presente durante toda la película, pero esta se centra más en Magneto, Xavier y los mutantes ‘modernos’, por un lado con la formación de los Jinetes del Apocalipsis (con el villano manejando los hilos desde la sombra) y por otro con los jóvenes mutantes en la Mansión X, estudiantes aprendiendo a controlar sus superpoderes. En este sentido, Singer vuelve a acometer una empresa imposible (y ya normativa en el género): barajar multitud de tramas y personajes que, por muy bien que se haga, acabarán resultando en saturación. Sin embargo, X-Men: Apocalipsis está contada de manera más fluida y consistente de lo que cabía esperar, reduciendo la fragmentación con transiciones coherentes que aportan mayor unidad narrativa y muy buen ritmo. Por el lado malo, el exceso de frentes abiertos obliga de nuevo a que algunos personajes queden relegados a un segundo o tercer plano (Júbilo no es más que una extra), a que otros estén infra-caracterizados (la Mariposa Mental de Olivia Munn es muy contundente, pero también muy plana) o a eliminar escenas que habrían ayudado a que la historia se airease y conociéramos mejor a los novatos, como la del centro comercial, de la que incluso habíamos visto alguna foto oficial, y cuya ausencia del montaje final nos priva de más momentos de descanso y el más-o-menos-cameo de Dazzler. Muy mal, Fox.

Dejando a un lado estos problemas, X-Men: Apocalipsis sigue en la línea de las dos anteriores entregas del reboot mutante. El humor continúa siendo muy importante y no se considera un signo de debilidad, y la película vuelve a tener una gran carga emocional, de la que se saca el mayor partido gracias a su magnífico reparto de talentos interpretativos, que como ya dijimos con respecto a DoFP, no se ‘relajan’ porque sea una de superhéroes. Michael Fassbender, James McAvoy y Jennifer Lawrence vuelven a conseguir que lo exagerado y rocambolesco de la historia funcione, levantando escenas que en manos de otros habrían caído en el ridículo. El Quicksilver de Evan Peters tiene otra secuencia épica (quizá demasiado parecida a la de DoFP pero igualmente impresionante) y además esta vez está más implicado en el argumento, protagonizando algunos de los mejores momentos cómicos de la película. Moira, interpretada por la fantástica Rose Byrne, tiene mucho peso en la historia y lo mejor es que, a pesar de no ser mutante, no sobra nada de ella. Y por último, las nuevas incorporaciones de Apocalipsis no podrían ser más acertadas: Alexandra Shipp destaca especialmente como Tormenta (el Jinete más definido como personaje), Tye Sheridan clava al Cíclope versión teenage angst, Kodi Smit-McPhee es toda una revelación presentándonos contra todo pronóstico a un entrañable y gracioso Rondador Nocturno y Sophie Turner (y sus hombreras) encandila como Jean Grey, dejándonos uno de los momentos sin duda más satisfactorios y catárticos para los fans, que augura un futuro muy interesante para la saga. Todos ellos se reúnen y prosperan como grupo bajo el amparo de Charles Xavier, cuyo sueño para ese futuro (una Mansión-X en la que convivan mutantes y humanos) recupera un tema en el que, tristemente, en esta ocasión no se profundiza demasiado.

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X-Men: Apocalipsis no es la película de superhéroes perfecta, pero sí es una entrega de X-Men muy sólida, cargada de grandes emociones, imágenes diseñadas para humedecer al geek (¡culpable!), regalos al espectador en forma de cameos (el de Lobezno es breve pero brutal, y sirve para abrir boca de cara a su tercera película, Rated-R) o guiños meta (afortunadamente nada excesivo o fuera de lugar) que harán las delicias de los fans (atención al ataque a X-Men: La decisión final) e interacciones entre personajes que demuestran que, a pesar de todo, Singer sabe que lo más importante es no descuidar sus relaciones y motivaciones (ojalá pudiera decirse lo mismo del villano). Quiero creer que Apocalipsis habría gustado más en general si no hubiera llegado tan cerca de Civil War y Batman v Superman, y si no estuviéramos tan preocupados comparando y tratando de encontrar la fórmula perfecta del cine de superhéroes, en lugar de dejarnos llevar por lo que esta película en concreto propone: diversión exagerada, comiquera e iconoclasta. La siguiente película de la Patrulla-X transcurrirá en los 90. Espero que para entonces, Singer vuelva a darle más importancia a los temas centrales de las anteriores entregas de la saga (identificación mutantes-personas LGTB/minorías y los problemas de identidad de los héroes) para seguir avanzando el discurso, hacer evolucionar la franquicia y darnos una X-Men que no solo sea un gran estallido pop como esta, sino también una cinta de superhéroes más trascendental.

Nota: ★★★★

Crítica: Dark Places

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Gilles Paquet-Brenner (La llave de Sarah) nos invita a adentrarnos una vez más en ese macabro escenario cinematográfico que puede ser la América profunda con Dark Places, adaptación de la novela homónima de Gillian Flynn, la autora responsable de Gone Girl

Libby Day (Charlize Theron) es la única superviviente de la masacre que acabó con la vida de su madre y sus hermanos en una pequeña localidad del estado de Kansas. La niña tenía 8 años cuando ocurrió la tragedia y, presionada por la prensa, acabó testificando en contra de su hermano Ben (Corey Stoll), adolescente problemático ligado en su día al culto satánico que cuando da comienzo la historia sigue cumpliendo condena en prisión.

El caso de Libby Day se convirtió en uno de los crímenes más conocidos de Norteamérica, y la huérfana recibió la ayuda económica de cientos de desconocidos que se solidarizaron con ella. Treinta años más tarde, cuando la “popularidad” de su historia se ha desvanecido, Libby es una mujer que sobrevive a duras penas, rascando dinero de donde puede, sin carrera, sin familia o amigos. Sin embargo, el caso de la familia Day sigue interesando a unos pocos. Concretamente, al “Kill Club“, sociedad secreta encabezada por Lyle Wirth (Nicholas Hoult), un joven aficionado a la criminología que se dedica en su tiempo libre a resolver misteriosos asesinatos junto a otros fans de lo macabro.

Desesperada por su situación económica, Libby acepta acudir al Kill Club como invitada de honor a cambio de un poco de calderilla (tal y como asistiría una vieja gloria televisiva a una convención de fans de segunda), y allí descubre que Lyle y su grupo están interesados en desenterrar las contradicctorias pruebas del caso para ajusticiar a su hermano, el cual creen que es inocente. De esta manera (mediante una narración salpicada de flashbacks), Libby revivirá los días cercanos al fatídico día, se enfrentará a sus fantasmas y reconstruirá el misterio para encontrarse a sí misma en las “zonas oscuras” de su pasado y descubrir la horrible verdad sobre su familia.

Esta truculenta historia en clave de thriller whodunit contiene los ingredientes que cabe esperar de un misterio ideado por la autora de Perdida, sin embargo, Paquet-Brenner se queda muy lejos de lo que David Fincher consiguió hacer con su material, introduciéndose de lleno en el terreno TV movie de sobremesa que siempre suelen rondar este tipo de historias. Dark Places no es lo suficientemente oscura y no termina de sacar provecho del elemento tétrico que recorre el relato, como si le diera miedo a ponerse demasiado desagradable o excesiva (algo que está claro que no preocupó a Fincher).

Dark Places pósterNo obstante, la falta de riesgo y visión se ve compensada por la relativa buena mano del director para ir desgajando el relato y medir con acierto los momentos en los que se presentan al espectador las revelaciones que irán dando forma a la película. Los enigmas que difuminan el pasado de Libby Day conforman una trama que capta el interés hasta que el sorprendente (o no) giro final da paso al intenso clímax en el sótano que es el subconsciente de Libby. Pero es el estupendo reparto lo que acaban salvando la función, aunque en el fondo no sea más que un telefilm con estrellas en el que las circunstancias no están a su altura. Sin obviar a los eficaces Nicholas Hoult (qué bien está evolucionando su carrera), Tye Sheridan (una de las mayores promesas actuales de Hollywood) y Corey Stoll (de los actores más ubicuos del momento), son las mujeres las que sostienen la película.

Charlize Theron compone un personaje que puede resultar excesivamente antipático y huraño, pero la actriz lo aborda desde la perspectiva adecuada, con una intensidad contenida que encaja perfectamente con la psicología y la traumática historia de Libby (ella sigue siendo una niña, una niña perdida). Y desde los flashbacks al pasado refuerzan el film las intensas interpretaciones de Christina Hendricks, que da vida a otra madre coraje ahogada en deudas muy en la línea de su personaje en Lost River, y Chloë Grace Moretz, más convincente que de costumbre en un papel poco complaciente que le permite explorar otros registros interpretativos. Este trío de ases es sin duda lo mejor de Dark Places, un film que extraña no ver en la cartelera de cine aprovechando el tirón de la exitosa Perdida.

Por último, un consejo: ya que Dark Places se estrena en vídeo en Internet, haceos el favor de verla en V.O.S., porque su terrible doblaje en castellano puede enterrar su mayor (quizá único) punto fuerte, las interpretaciones.