Crítica: Jurassic World

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Todo el mundo recuerda perfectamente lo que sintió la primera vez que vio Parque Jurásico. Asombro, fascinación, miedo, euforia. Son emociones muy concretas a las que la generación de treinta y cuarentañeros se aferra con fuerza hoy en día, algo que la industria del cine sabe. El negocio de la nostalgia está en auge, y Hollywood no hace más que rendir pleitesía a esta generación (la que, en teoría, se gasta el dinero intentando no perder para siempre esa niñez que tanto valora). De ahí que este sea el momento idóneo para abrir de nuevo las puertas del parque. Jurassic World supone el regreso a la Isla Nublar después de 22 años, y las cosas han cambiado mucho por allí desde entonces.

El espectador ya lo ha visto todo y sorprenderlo es más difícil que nunca. Colin Trevorrow, director de la muy estimable Seguridad no garantizada y adolescente de 17 años cuando se estrenó Parque Jurásico, parte con esta desventaja a la hora de ponerse al frente del reboot jurásico. Trevorrow sabe que es completamente imposible repetir lo que supuso el clásico de 1993 para toda una generación (es decir, lo que supuso para él), así que se centra sobre todo en realizar un blockbuster veraniego con el principal objetivo de hacer pasar un buen rato en el cine. Y lo cierto es que, a pesar de pequeños fallos en el sistema, la operación ha sido todo un éxito. Por eso, después de pensarlo bien, he decidido avalar el parque.

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Jurassic World es un continuo homenaje a Parque Jurásico, pero juega muy bien la carta de la nostalgia, evitando en todo momento ser fagocitada por ella. Los guiños a la película original son muy abundantes. No solo nos encontramos innumerables referencias visuales (reliquias del primer parque, una estampida de gallimimus, el célebre plano del espejo retrovisor o la bengala por solo nombrar unas pocas) o diálogos réplica (el obligado “No hemos reparado en gastos” o el icónico “¡Corre!” de Laura Dern), sino que Jurassic World repite tal cual el esquema narrativo de la primera, calca algunas de sus secuencias más célebres (el ataque del Rex a los niños en el coche, el clímax en el Centro de Visitantes) e incide en los mismos temas sin apenas variación: el hombre jugando a ser Dios, el instinto de protección maternal (paternal en PJ), la evolución de las especies, la imposibilidad de controlar la naturaleza… Ya sabéis, “la vida se abre camino“. Pero aun con su constante reiteración, Trevorrow logra que la película se mantenga fresca y sea algo más que un remedo de la original, rejuveneciendo por completo la franquicia. Y lo hace dotándola de grandes dosis de autoconsciencia. Que para eso es 2015.

La premisa de Jurassic World es sencilla: la visión de John Hammond (que también tiene su homenaje) ha sobrevivido a pesar de las tragedias acontecidas en Las Cinco Muertes (el archipiélago donde se desarrolla la saga), y el parque ha conseguido abrir sus puertas al público. Jurassic World funciona bien durante diez años, pero las visitas empiezan a caer en picado. “Los dinosaurios ya no sorprenden a nadie“, así que los científicos del parque se ven obligados a crear una nueva atracción para volver a captar la atención del público: un terrorífico dinosaurio híbrido, el Indominus Rex. Sin embargo, el plan no sale según lo esperado y evidentemente desemboca en desastre. No hace falta prestar mucha atención para pillar la idea. Jurassic World se apunta a la tendencia meta del cine actual, equiparando la experiencia de los visitantes al parque con la de los espectadores de la película, dirigiéndose a ellos para comentarles lo que está haciendo: “Sabemos que estáis de vueltas de todo y los dinosaurios ya no son guays, pero vamos a encontrar la manera de que os lo paséis genial igualmente”. No es como ver Parque Jurásico por primera vez, pero su espíritu y sentido de la maravilla están ahí, y podemos notarlo.

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Jurassic World es un blockbuster del siglo XXI, y así es como hay que verlo, evaluando el tipo y grado de diversión que proporciona, más que su originalidad o trascendencia, algo que desde un principio se asegura en advertirnos que no es su propósito. Exceptuando algún diálogo aburrido (aunque suponemos necesario) sobre los inversores del parque o la trama de InGen, la película mantiene un ritmo trepidante hasta el final y consigue que no queramos quitar ojo de la pantalla en ningún momento (solo el muy agresivo product placement está a punto de estropearlo todo). A pesar de su escasa experiencia, Trevorrow es un director ágil, y maneja muy bien la tensión, enlazando además fantásticas escenas de acción con los dinosaurios en las que, oh milagro, distinguimos lo que está ocurriendo (apoteósico el último ataque del Indominus). Pero además, hace un uso excelente del humor, sin rastro de cinismo y con geniales pinceladas de comedia en los sitios adecuados, logrando con todo ello que la película esté viva y en constante movimiento.

Aunque los actores de carne y hueso son lo menos importante de Jurassic World y los personajes son más bien arquetipos andantes, el reparto cumple de sobra. La protagonista y reina de la película es sin duda Bryce Dallas Howard (aka Not Jessica Chastain), que da vida a Claire, gélida y estricta jefa de operaciones del parque que hará frente a la dino-crisis entrando en acción y sin quitarse los tacones en ningún momento (brava). Luego está el omnipresente Chris Pratt, que afortunadamente no hace por tercera vez consecutiva de Andy Dwyer/Peter Quill/Chris Pratt, sino que interpreta (con bastante gracia también) al “macho alfa” de Jurassic World, “domador” de velociraptors y de mujeres (no miento). Los niños de la película, Ty Simpkins y Nick Robinson son otro acierto de casting, en especial el pequeño, reencarnación (muchísimo menos repipi) de Tim ‘He vomitado’ Murphy. Del irrelevante plantel de personajes secundarios destacan Jake Johnson (meta-voz de la película y estupendo alivio cómico) y Lauren Lapkus, dúo que protagoniza una de las escenas más hilarantes del film. Por último, Vincent D’Onofrio encarna al villano de la película, el aspecto más descuidado del guion, un personaje desdibujado cuyo plan malvado y motivaciones resultan confusos, además de poco o nada interesantes.

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Siguiendo con el tema de los personajes, después de ver Jurassic World hay que reconocer que Joss Whedon no iba desencaminado en su crítica al sexismo en la película (aunque él valorara una sola escena y luego su Viuda Negra lo dejara en evidencia). La cinta de Trevorrow tiene cierto aire conservador y recurre a unos cuantos estereotipos rancios que empañan ligeramente el resultado, sobre todo en lo que respecta a Claire, personaje configurado a base de tópicos atribuidos tradicionalmente a la mujer en el cine (la maternidad como vía para alcanzar la plenitud personal o la importancia del romance) y a cómo está dibujada su relación con Owen (Pratt), fundamentada en la dependencia y la subordinación. No obstante, este problema no llega a estropear la diversión (a menos que seas Alison Bechdel), gracias a que Howard y Pratt abordan sus personajes despertando simpatía en todo momento.

Dejando esa cuestión a un lado, Jurassic World es todo un triunfo del cine palomitero, la experiencia “parque temático” completa (para esta tampoco han reparado en gastos y se nota). No es una película excesivamente profunda en ningún sentido (ni pretende serlo), pero sí es inteligente cuando tiene que demostrarlo, y también ridícula cuando tiene que serlo (la trama de los velociraptors adiestrados es tan rocambolesca como esperábamos). Trevorrow ha orquestado un espectáculo de primera calidad que admira y respeta la visión original de Spielberg y a la vez la renueva, hablando el idioma de las superproducciones actuales. Jurassic World es la mejor entrega de la saga desde Parque Jurásico (no era difícil), un producto que se dirige con claridad a varias generaciones usando una sola voz, y que, ya que no puede reproducir lo que supuso la película original, se asegura al menos de que todos lo pasemos como niños viéndola. Solo le falta que los dinosaurios parezcan estar ahí de verdad, como el T-Rex de 1993. Pero supongo que eso ya era pedir demasiado.

Valoración: ★★★★

Crítica: Insidious Capítulo 2

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Al igual que Takashi Shimizu, James Wan se ha especializado en hacer la misma película una y otra vez. Pero a diferencia del perpetrador de la saga Ju-on (La maldición), que fue perdiendo el respeto (si es que alguna vez lo tuvo) a medida que amontonaba entregas, remakes y reboots, Wan ha sumado más éxito en taquilla y reconocimiento con cada uno de sus últimos estrenos. Este mismo año hemos visto Expediente Warren (The Conjuring), una notable variación en clave de clásico setentero de Insidious (2010). Y ahora nos llega Insidious Capítulo 2, película disfrazada de continuación de la que fue su mayor taquillazo desde Saw (2004), cuando no es más que un remake de sus dos películas anteriores, pero desprovistas de la fuerza visual e imaginativa que las caracterizaba.

Aunque parezca una tontería, la elección del título Insidious Capítulo 2 es muy significativa (y de hecho muy honesta). Desde un primer momento se nos deja bien claro que estamos ante la segunda mitad de una historia contada en dos partes. No se trata de un caso de estiramiento o añadido a posteriori, sino que la primera película dejó deliberadamente un gran número de cabos sin atar, además de terminar con un cliff-hanger que ni Perdidos, para ser concluida en el segundo capítulo. Este es el aspecto más (paradójicamente) satisfactorio de una secuela que completa el relato volviéndolo a contar otra vez. Los mejores momentos de Insidious Capítulo 2 son aquellos en los que se nos obliga a recordar detalles aparentemente azarosos para encajarlos en el hueco adecuado y obtener la visión completa.

De esta manera, el segundo capítulo se centra en las dos grandes cuestiones sin resolver del primero: el don de Josh Lambert (Patrick Wilson) y el pasado traumático de los fantasmas con asuntos pendientes que amenazan a su familia. Insidious Capítulo 2 retoma la historia en el punto justo donde la dejó (no sin antes introducir la película con un flashback a modo de prólogo), y la continúa añadiendo información a la vez que repite -sin intención de disimular el autoplagio- el esquema narrativo en dos partes: los fantasmas asustan a los habitantes de una casa encantada + viaje a la dimensión desconocida. Y a partir de ahí, con un descaro absoluto, incide en los mismos sobresaltos tramposos (basados en un golpe atronador de música que antecede al susto en sí, para que no te libres de él aunque te tapes los ojos), los mismos armarios, ventanas y pasillos por los que se cruzan ánimas que cantan nanas y se ríen de ti (esto parece un capítulo de Scooby Doo), las mismas revelaciones “sorprendentes” tras las mismas preguntas de los personajes (que a ratos parece que no acaban de vivir exactamente lo mismo). Todo cubierto por un halo de inconsciencia que impide ver a sus autores que sus trucos provocan más risa que miedo. O eso, o se lo están pasando genial insultando nuestra inteligencia.

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Lo que hacía que la primera Insidious destacase dentro del género era su cuidadísima estética (basada en tonos fríos y preciosos planos de vértigo) y una imaginería fantástico-onírica que la alejaba del terror más normativo. Aunque en el Capítulo 2 regresamos al Más Allá (la idea consiste en enseñarnos lo que está ocurriendo al otro lado mientras los vivos gritan “ve hacia la luz”), parece que se ha agotado la creatividad. Echamos de menos al demonio de cara roja que tenía secuestrado a Dalton (Ty Simpkins) en The Further, una dimensión espectral que recordaba al reino de Lord Darkness en Legend. En su lugar nos quedan un par de motivos incónicos esparcidos en un escenario más sobrio y desnudo- quizás porque lo vemos desde los ojos del adulto, en lugar del niño. En cualquier modo, al ver Insidious Capítulo 2 tenemos la sensación de que se ha rodado el mismo guion (“No es la casa, es Josh”), solo que con menos presupuesto y ganas, algo decepcionante teniendo en cuenta que repite el tándem Wan-Leigh Whannell.

Una vez desvelados todos los misterios que rodean a la familia Lambert y a los espíritus de feria de pueblo que están obsesionados con ellos (y sí, todos los secretos son exactamente como os imagináis, porque están sacados del Manual universal de clichés del terror), solo queda allanar el terreno para las inevitables secuelas. Lo que hacen Wan y Whannell con Insidious Capítulo 2 es dar cierre total a los Lambert y utilizar su historia como “episodio piloto” de una posible franquicia protagonizada por el dúo de cazafantasmas geeks Specs y Tucker y la médium Elise (Lin Shaye). Ahora que Wan se pasa a la acción con Fast & Furious 7 (ha declarado que ya no va a hacer más películas de terror) delegará en otros esta Supernatural cinematográfica en potencia.

Valoración: ★★