Crítica: Théo & Hugo, París 05:59

Theo y Hugo

Théo (Geoffrey Couët) explora los cuartos oscuros de un club nocturno. Se pasea en silencio, observando a los hombres enzarzados en el sexo más sudoroso y jadeante, tanteando el terreno desde relativa distancia, dejándose besar ocasionalmente por un extraño que lo desea. Hasta que su mirada se cruza con la de Hugo (François Nambot). De repente, la marea de cuerpos desnudos se abre entre ellos cual aguas del Mar Rojo para Moisés. Posan su mirada el uno en el otro y no la apartan. Se descubren. Una luz rojiza los baña. Están solos, porque alrededor no hay nada, solo oscuridad, y gente que no son Théo ni Hugo. Sin mediar palabra sus cuerpos se conocen, se fusionan, y se follan. Théo y Hugo conectan a un nivel primario, es impulso, pasión, pero también es algo más que sexo y nosotros podemos verlo, es una conexión que va más allá de la mera atracción animal, que solo es el principio.

Así comienza Théo y Hugo, París 05:59, con una colosal escena de sexo explícito y real que durante casi 20 minutos envuelve, embriaga, incomoda, y aturde. Una secuencia en la que los directores Olivier Ducastel y Jacques Martineau coreografían un memorable “chico conoce chico” en un escenario normalmente ajeno al cine romántico, creando una atmósfera lúbrica y martilleante en la que el destello del amor a primera vista brilla y contrasta con extraña fuerza. La excelente puesta en escena, la iluminación, la música entumecedora, la disposición teatral de los cuerpos desnudos, el atrevimiento de los primeros planos de sexo no simulado, todos estos elementos hacen que Théo y Hugo atrape con vehemencia. Esta es una escena que va más allá de aquellos famosos 9 minutos de éxtasis en La vida de Adèle, que hace que Shortbus se quede corta. Pero como decíamos, se trata solo del prólogo a una preciosa historia de amor, el inicio de una relación a tiempo real durante una noche, en la calles vacías de la madrugada parisina.

Pasados estos primeros 20 minutos, Théo y Hugo empieza a recordar en muchos aspectos a Weekend de Andrew Haigh (comparación tan obvia como necesaria). Sin embargo, su propuesta es más arriesgada, y a la vez más inocente. Ducastel y Martineau nosTheo Hugo cartel cuentan una fábula de deseo y de amor floreciendo ante nuestros ojos, enfrentándose desde su nacimiento al desengaño y al miedo (a la enfermedad por un descuido irresponsable), una vez pasada la exaltación del primer encuentro. El romanticismo de Théo y Hugo es decididamente naíf, sus conversaciones rozan el cliché y lo cursi por momentos, los protagonistas no son precisamente unos portentos de la interpretación, pero la conexión entre ellos es indudable y es inevitable dejarse llevar por el entusiasmo con el que Ducastel y Martineau nos la retratan.

Théo y Hugo es una película magnética, de una ingenuidad romántica irresistible y un realismo sin ningún tipo de inhibiciones. Una experiencia íntima, de erotismo desaforado y espíritu sorprendentemente entrañable que plantea una historia de amor a flor de piel, con énfasis en la piel. En una de las escenas más potentes de la película, Hugo se agacha para admirar y elogiar con ternura el sexo desnudo de Théo. A su manera, es como si le estuviera mirando a los ojos, diciéndole que quiere estar con él toda la vida. Y es cuando deseamos que tengan su final feliz juntos (con o sin diagnóstico negativo), o mejor aun, un futuro más allá de las 5:59, aunque no lo veamos.

Pedro J. García

Nota: ★★★½