The Knick: Observando las entrañas de la quality television

The Knick

Llevamos muchos años hablando de Edad Dorada de la Televisión, cuando está más que claro que ya no hay necesidad de referirnos a/defender la televisión con esa coletilla. La ficción de calidad es norma, y lleva siéndolo de forma ininterrumpida 15 años. Además, en 2014, la frontera entre cine y televisión está más difusa que nunca. No solo porque ambos medios ya gozan por lo general de similar nombradía, sino porque los formatos se están intercambiando (temporadas breves, binge-watching, remakes, miniseries y sagas de cine en capítulos, con cliffhangers, etc.), dando lugar a una era de total simbiosis entre los dos. En este panorama llega The Knick. Y esta serie de Steven Soderbergh para el semi-desconocido canal de WB/HBO Cinemax no es solo una perfecta representante de estas tendencias, sino también la prueba fehaciente de la enorme sofisticación que ha alcanzado la televisión. Este año nombramos True DetectiveFargo para hablar de nueva quality television, y la estela de Breaking Bad sigue viva, por supuesto, cuando lo cierto es que The Knick es quizá la ficción que más ha hecho avanzar al medio en 2014.

The Knick transcurre en el Nueva York de comienzos del siglo XX y nos abre las puertas del hospital real The Knickerbocker, fundado en 1894, donde el doctor John Thackery -un entregado Clive Owen– lleva a cabo innovaciones científicas en pos del avance de la medicina moderna y la gloria profesional. En “El Knick”, el apelativo cariñoso que recibe el hospital, asistimos como público a operaciones quirúrgicas (carnicerías en muchos casos) que se caracterizan por las condiciones rudimentarias de las instalaciones y el aparataje médico de funcionamiento manual, y que resultan en su mayoría en la muerte del paciente (nada que ver con lo que suele ocurrir en las series de médicos actuales). Sin embargo, los avances de principios de siglo, incluyendo la implantación de la luz eléctrica, alumbran una nueva era para la medicina. En este contexto de cambio y ebullición científica del salto de un siglo a otro se desarrollan también transformaciones sociales relacionadas con el racismo y la segregación, el aborto clandestino, la precariedad y el sistema de clases, o el papel de la mujer en la sociedad, temas que The Knick también aborda con espectacular osadía y precisión.

Owen da vida a un personaje que se acomoda en el arquetipo del antihéroe televisivo en la tradición de Walter White o Don Draper (o Gregory House, con el que guarda más de una similitud), un doctor brillante con complejo de Dios y adicto a la cocaína (empleada legalmente como medicamento en aquella época), cuyo turbio descenso a los infiernos servirá como arco central para la temporada. Sin embargo, Thackery posee pocas cualidades redentoras más allá de su brillantez y el punto de vista desde el que está construido no facilita la admiración del espectador, lo que lo convierte en un personaje desprovisto de heroísmo. Esta cualidad es reservada para otros personajes, como el doctor Algernon Edwards (fantástico André Holland), médico negro del mismo rango profesional que Thackery (y más habilidoso que él), relegado al sótano del hospital, donde atiende a pacientes negros de forma clandestina. La tensión entre el personal médico del Knick y el doctor Holland va in crescendo a lo largo de la temporada, hasta que estalla durante una revuelta racial en la que es una de las horas más apasionantes y enervantes que nos ha dado la televisión este año (“Get the Rope”, 1.07).

The Knick cerrdo

Podemos encontrar lirismo en las imágenes de The Knick, así como en sus diálogos. También hay sórdidos pasajes que reproducen fielmente la sensación real de estar atrapado en una pesadilla. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, la serie transcurre sin florituras excesivas, con personajes que esconden más de lo que muestran y una constante e insoportable tensión contenida, a la que contribuye la magnífica banda sonora anti-nostálgica de Cliff Martinez (Drive), formada por opresores cortes electrónicos que funcionan como pulsaciones cardíacas. El contraste anacrónico de la música de sintetizadores con las imágenes de Soderbergh da resultados excelentes, y atribuye gran empaque e identidad a la serie, pero éste es solo uno más de los elementos de una obra tan sobria como técnicamente imponente: iluminación natural habilidosamente utilizada para representar los claroscuros de la historia, oscilación entre planos detalle (con los que la serie nos muestra las operaciones más realistas de la tele, para desmayo de los aprensivos) y sostenidos planos generales que nos alejan a los personajes y desplazan la atención exclusivamente a los diálogos; y sobre todo unos apabullantes planos secuencia (True Detective se lleva la fama y The Knick carda la lana) en los que la prodigiosa cámara de Soderbergh (su escalpelo particular) se mueve de manera orgánica e inquisitiva, siguiendo la acción e introduciéndonos en el relato como pocas series lo han hecho hasta ahora.

The Knick lleva el término “televisión de autor” hacia otro nivel, ya que los diez episodios que conforman su primera temporada están dirigidos por Soderbergh (siguiendo el ejemplo de True Detective). En otras series, el showrunner orquesta a un equipo que se encarga de mantener la uniformidad de la serie a lo largo de sus capítulos, normalmente sin importar quién esté en la silla del director. En The Knick, Soderbergh rueda los diez episodios como si fueran realmente diez partes de una larga película. De la misma manera, el guión de casi todos los capítulos está escrito por los creadores de la serie, Jack Amiel y Michael Begler (Steven Katz se ocupa de dos mientras que el tándem escribe el resto), lo cual imprime a la obra una cohesión y unidad narrativa que sin duda salta a la vistaThe Knick es una serie austera, cruda, de impecable ambientación en contraste con los minimalismos dramáticos de los personajes, una obra que antepone el realismo a la pompa y la sobre-escritura de algunas series actuales, sin sacrificar por ello el virtuosismo técnico, hallando en su parco y contundente lenguaje la clave para el siguiente capítulo de la ficción televisiva.