Penny Dreadful: Poesía de las tinieblas

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Penny Dreadful surgió a rebufo de American Horror Story. La serie de Ryan Murphy se encontraba en su cima de popularidad, y Showtime decidía introducir su propia ficción de terror fantástico en una programación formada principalmente por dramas y comedias adultas. Sin embargo, solo hizo falta ver un episodio para comprobar que la serie, producida entre otros por Sam Mendes, no era una respuesta a AHS, sino un programa con entidad propia que no quería tener nada que ver con ella. Una vez desechadas las comparaciones, nos adentramos en Penny Dreadful para descubrir un rico universo basado en la literatura gótica que hacía de la carga dramática de sus historias y la intensidad de sus interpretaciones su mayor baza y seña de identidad. Con su estupenda segunda temporada, Penny Dreadful se confirma no solo como una de las series fantásticas más destacadas del momento, sino también como uno de los dramas más exquisitos de la televisión.

Para los que no la han visto, Penny Dreadful está ambientada en el Londres de finales del siglo XIX y cuenta los orígenes de algunos de los personajes más célebres de la literatura fantástica y de terror, como el doctor Frankenstein, Dorian Gray, Drácula o Van Helsing. Todos ellos comparten un suntuoso escenario victoriano poblado en las sombras por las criaturas de la noche, vampiros, hombres lobo, espíritus y brujas, y encuentran su nexo de unión en la historia de Vanessa Ives (Eva Green), una joven médium que posee una estrecha conexión con el diablo y las fuerzas del mal. Penny Dreadful (el nombre despectivo que recibían en Inglaterra las historias de terror sensacionalista vendidas por fascículos a un penique) propone una visión clásica de los mitos literarios a la vez que reformula sus normas y particularidades para adaptarlos al entorno ficcional compartido en el que deben convivir. Es decir, la serie se mantiene respetuosa al material de referencia, pero introduce numerosas licencias para reinventar y cruzar las fábulas que adapta, y conservar así el factor imprevisible y sorpresivo que caracteriza a toda serie moderna de calidad.

Penny Dreadful destaca sobre todo por su elegante factura y su refinada estética preciosista (sublimes la fotografía y la banda sonora), pero la serie es mucho más que un regalo a la vista para los aficionados al terror gótico. Estamos ante una de esas ficciones seriales que se cuecen a fuego lento, que dedican episodios enteros a introducirse en la psique de los personajes y relegan la acción a momentos puntuales, para amplificar así los acontecimientos más impactantes y darles mayor significado. Cuando Penny Dreadful lo cree oportuno, eleva las cotas de intensidad para dejarnos imágenes de belleza hipnotizadora, terroríficos trances de pesadilla o sobrecogedoras escenas bañadas en sangre que nunca pierden su valor poético. Hay que dejar que Penny Dreadful se desarrolle a su ritmo, con paciencia y atención, para que la serie nos recompense con estos instantes encarnizados de embrujo y lirismo.

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En este sentido, la segunda temporada ha supuesto una mejora considerable con respecto a la primera, ya destacable, pero ligeramente más deslavazada por su naturaleza de introducción a una historia con diversos orígenes y referentes. En estos recientes diez episodios (o fascículos) se ha desarrollado una trama más centrada y cohesionada gracias a la que hemos podido disfrutar de una dinámica de grupo con más énfasis en las relaciones que mantienen unidos o enfrentados a estos personajes -con especial atención a secundarios al margen como Brona/Lily (Billie Piper), cuya sorprendente evolución ha dejado patente el interés de la serie por acentuar a los personajes femeninos. Además, hemos contado con la distinguida incorporación de otra gran actriz británica de televisión, Helen McCrory, como la villana principal de este año, Madame Kali, poderosa amenaza que ha puesto en jaque a los protagonistas durante toda la temporada, para culminar en un excelente clímax en el espeluznante castillo de las brujas.

Pero la atracción principal de Penny Dreadful sigue siendo Eva Green, ese portento de la actuación que se ha entregado en cuerpo y alma a su personaje. No cabe duda de que Vanessa Ives (por la que Green ha sido injustamente ignorada por los premios Emmy) es el corazón y las entrañas de Penny Dreadful. Durante la segunda temporada, la actriz nos ha vuelto a arrebatar con un impresionante trabajo de interpretación en el que se ha retorcido física y psicológicamente hasta el extremo, abandonándose una vez más a la oscuridad y la demencia que posee al personaje. Y al igual que en la temporada pasada, la serie le ha dedicado un episodio independiente y autoconclusivo para que esta no solo muestre lo que es capaz de hacer con el cuerpo y los ojos, sino también para que destape más capas de la fascinante Señorita Ives. Estoy hablando del magnífico “The Nightcomers” (2×03), más que un episodio una película, en la que además Green cuenta con el contrapunto de una sensacional Patti Lupone. Pero este capítulo es solo un ejemplo del alto nivel de la segunda temporada, en la que Penny Dreadful ha sacado provecho a su potencial, para transcender la etiqueta de “la Liga de los hombres extraordinarios televisiva” y convertirse así en una de las mejores representantes del género fantástico en televisión.

Crítica: La mujer de negro – El ángel de la muerte

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La mujer de negro (The Woman in Black) fue uno de los éxitos sorpresa de 2012, una discreta cinta de terror clásico basada en la novela de Susan Hill y protagonizada por Daniel Radcliffe, recién salido de la saga Harry Potter. La película llegó a ser número 1 en la taquilla norteamericana, y aunque se desinfló rápido (quizás porque los adolescentes devora-terror-PG-13 esperaban algo más “moderno”), recaudó lo suficiente a nivel global para garantizar una secuela. Y es que poco hace falta hoy en día para que una de terror, por escasa repercusión que disfrute, tenga continuación e incluso se convierta en una saga. La mujer de negroEl ángel de la muerte retoma la espeluznante historia de Alice Drablow años después de los acontecimientos de la primera entrega, y nos invita a regresar a la mansión del pantano, esta vez acompañados de una caterva de niños de la guerra, una enamoradiza profesora y la siempre fantástica Helen McCrory.

La gran baza de la primera Mujer de negro era su excelente ambientación: esos imponentes parajes neblinosos y ese pantano que, además de proporcionar un recurso narrativo muy valioso y bien aprovechado (la subida de la marea al caer la noche hace desaparecer la calzada que une la mansión con la aldea adyacente, Crythin Gifford), generaba imágenes de absoluta belleza gótica. Afortunadamente, esto no ha cambiado en El ángel de la muerte, a pesar del cambio de realizador y director de fotografía. Tom Harper y George Steel toman el relevo de James Watkins y Tim-Maurice Jones y llevan a cabo un buen trabajo de estilo que, si bien no termina de alcanzar el nivel de la primera parte (se nota que hay menos presupuesto), nos vuelve a dejar imágenes de sensibilidad onírica dignas de los mejores cuentos de fantasmas victorianos.

La mujer de negro El Ángel de la muertePero es que además de su destacable factura técnica (aspecto que se suele descuidar en este tipo de subproductos), El ángel de la muerte también suple un defecto de la primera parte, su práctica ausencia de argumento. La mujer de negro era básicamente una sucesión de secuencias en las que Daniel Radcliffe deambula con cara de desasosiego (o más bien de palo) por la mansión Eel Marsh mientras se preparaban los diversos sustos para el espectador. No había mucho más. El ángel de la muerte sigue siendo una suerte de casa del terror cinematográfica, una lujosa atracción de feria con un sobresalto a cada vuelta de la esquina, pero hay mayor interés en contar una historia. La de Eve Parkins (Phoebe Fox), institutriz a cargo de ocho niños evacuados de Londres durante la Segunda Guerra Mundial y trasladados a Crythin Gifford, donde encuentran refugio en Eel Marsh; la de Harry Burnstow (Jeremy Irvine), un piloto de la RAF con un tormentoso secreto; y por supuesto, la de Alice Drablow, la temible mujer de negro, cuya leyenda, digna del más prototípico J-horror, es desarrollada en mayor detalle en esta secuela.

Al igual que la primera película, El ángel de la muerte opta por el suspense en lugar de recurrir a la violencia y la sangre, para elaborar un cuento de miedo que visita todos los lugares comunes del género de mansiones encantadas y recupera de nuevo el espíritu de la Hammer, productora de la franquicia. La mujer de negro nos propone por tanto otro regreso al terror de los 60, con ecos (y escalofriantes susurros) a clásicos como The Haunting The Innocents, una vuelta a un tipo de cine más inocente, deudor de los relatos góticos en la línea de Edgar Allan Poe u Otra vuelta de tuerca de Henry James. Sin embargo, como adelantábamos antes, la película pierde gran parte de su encanto por culpa de su atosigante insistencia en sobresaltar al personal cada dos por tres, con una agotadora sesión de sustos que acaba sacándonos del trance que provocan sus imágenes.

Valoración: ★★★