Crítica: El chico del millón de dólares

MILLION DOLLAR ARM

Aunque Marvel y los grandes estrenos animados como Frozen: El reino del hielo o la inminente 6 Héroes mantienen ocupada a la Disney todo el año, el estudio de Mickey Mouse aún reserva uno o dos huecos en su apretado calendario para seguir cultivando el cine de acción real dedicado a toda la familia. El año pasado nos trajo Al encuentro de Mr. Banks, el ambicioso biopic que reconstruía el proceso de creación del clásico honorífico Mary Poppins, y este otoño nos llegan dos cintas para todos los públicos, Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso y la que hoy nos ocupa, El chico del millón de dólares (Million Dollar Man), película deportiva protagonizada por un Jon Hamm (Mad Men) completamente en su salsa (el actor es un gran forofo y connoisseur de este deporte), que con magnética presencia y sus excelentes atributos de leading man demuestra que hay vida más allá de Don Draper.

El chico del millón de dólares, dirigida por Craig Gillespie (Lars y una chica de verdadNoche de miedo), está basada en la historia real del agente deportivo JB Bernstein (Hamm) y nos presenta uno de los deportes más populares de Estados Unidos, el béisbol, contextualizado en un mundo de transformaciones que, al igual que ocurre en todas las industrias, le obliga a buscar nuevas vías para no quedar obsoleto. La película nos introduce a un Bernstein en horas bajas, después de una etapa de esplendor que le ha llevado a ganar mucho dinero, adquirir un cochazo, una casa de diseño y hacerse un nombre importante en el negocio. No sin sacrificios, claro. Bernstein se ha concentrado tanto en su profesión que no ha tenido tiempo (ni interés) de formar una familia. El desfile diario de top models le es suficiente, hasta que su negocio está a punto de colapsar y de repente, se da cuenta de que su vida no es tan plena como pensaba.

El chico del millón de dólares PóterComo medida desesperada para salvar su pellejo profesional, Bernstein propone a la Major League de béisbol organizar una búsqueda en India del próximo mejor lanzador de béisbol (porque China, Sudamérica y África ya están cubiertas, e India es un terreno virgen lleno de posibilidades económicas), una especie de concurso reality titulado “The Million Dollar Arm“, ideado a imagen y semejanza de programas como X-Factor (atención, la epifanía de Bernstein es proporcionada por la mismísima Susan Boyle y su “I Dreamed a Dream”) que le llevará a recorrer el país del Taj Mahal de norte a sur y de este a oeste junto a un seleccionador cascarrabias y dormilón, Ray Poitevint (Alan Arkin) y un autóctono, Pitobash (Deepesh Solanki), desesperado por trabajar gratis a cambio del sueño americano (lo que para un capitalista como Bernstein es un regalo caído del cielo). Tras el choque de culturas que experimenta Bernstein en el país (los contrastes entre ambos países y los impresionantes paisajes indios son la mayor baza de la película), él y su equipo descubren a dos prodigios, Dinesh (Madhur Mittal) y Rinku (Suraj Sharma), a los que entrenan para convertir en las nuevas estrellas mediáticas del béisbol, los siguientes cromos más buscados por los aficionados al deporte.

El chico del millón de dólares es una cinta clásica en todos los sentidos, una historia conservadora y buenrollista que navega en todo momento por aguas conocidas y solo arriesga momentáneamente hacia su final, cuando el espectador descubre que el happy ending quizás no provenga del lugar más esperado. Por lo demás, el film es una celebración de los valores disneyanos por excelencia. Por un lado, la familia, pero no la nuclear, sino la familia creada, la que Bernstein ha formado casi sin darse cuenta junto a su inquilina, Brenda (Lake Bell, tan encantadora y natural como siempre), su criado protegido y sus dos “niños”, Dinesh y Rinku, hijos necesitados de cariño y atención del arquetípico (y especialmente antipático) padre ausente que es Hamm. Y por otro lado, por supuesto, la sempiterna idea de perseguir un sueño y no rendirse hasta conseguirlo, que en este caso nos deja un desenlace imposiblemente ñoño, casi de cuento de hadas, que choca un poco con el resto de la película. Porque si por algo destaca El chico del millón de dólares es por edulcorar el carácter agrio de Bernstein, así como tampoco disfrazar en exceso esta historia de cómo un país rico busca desesperadamente terrenos baratos (y desconocidos por el felizmente ignorante hombre blanco) que explotar para seguir enriqueciéndose, erigiéndose así el film como celebración descubierta de una figura (real) que personifica todos los valores del capitalismo y el patriarcado.

Valoración: ★★½