Skam: La serie adolescente noruega que ha enamorado al mundo

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Últimamente todo empieza en Tumblr. Allí es donde muchos hemos realizado valiosos descubrimientos en forma de películas de culto o series de televisión que se mueven en los márgenes del mainstream y que vale la pena reivindicar (aunque esto conlleve arriesgarse a hacerlas de dominio público, cuando todos sabemos que algo es mejor cuando solo lo disfrutas tú y unos cuantos más). Es el caso de Skam, drama teen procedente de Noruega creado por Julie Andem que se ha convertido en todo un fenómeno en su país y que a su vez está levantando pasiones en la comunidad seriéfila internacional a través de Internet. El siguiente paso para el serieadicto ávido de nuevos hallazgos catódicos es explorar pastos más verdes (o más blancos), en este caso la ficción escandinava, que lleva unos años dándonos alegrías. Y así es cómo muchos volvemos a los tiempos de contrabando de series (el “fandom del Google Drive”, que llaman a los seguidores internacionales de Skam), en una época en la que se ha permitido y regulado el acceso inmediato a gran parte de los cientos y cientos de series norteamericanas y británicas que se producen al año.

Claro que, si hay una serie por la que merezca la pena pasar por el rito de la búsqueda imposible de descargas y los subtítulos hechos con traductor online es Skam. Porque lo de esta pequeña serie noruega es muy grande. Skam, título que en noruego significa “vergüenza” (y que escogieron los propios actores), no es un producto teen al uso, sino algo fresco y diferente, sobre todo para aquellos que solemos consumir principalmente televisión estadounidense. No se trata de la típica serie en la que los adolescentes hablan como adultos. No está contada desde la perspectiva y la experiencia del guionista de más de 40. No tiene actores de casi 30 interpretando a quinceañeros o aburridas subtramas con personajes adultos para cubrir más terreno en las demos. Tampoco es una serie que hable de los peligros de las redes sociales o enarbole una crítica rancia a la hiperconectividad, sino que incorpora Internet y los móviles como parte integral del universo que retrata, de su lenguaje y comunicación, sin un ápice de condescendencia, cinismo o moralina. Exactamente lo mismo que hace al abordar el sexo, las drogas o el alcohol, presentes a lo largo de toda la serie. Es decir, Skam refleja fielmente la realidad actual del adolescente, y lo hace con inteligencia y pasmoso naturalismo, dejándolo libre para vivir sus propias experiencias y aprender de ellas, y en consecuencia, creando un relato certero y profundamente respetuoso sobre esta etapa vital.

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Cada temporada de Skam consta de unos 10 episodios y está centrada en un personaje distinto. La primera, estrenada en 2015, es la más experimental de todas, y también la más coral. La historia comienza desde la perspectiva de Eva (Lisa Teige), y a través de ella se nos da a conocer al resto de personajes cuyas historias se irán entrelazando a lo largo de los capítulos, de entre 15 y 30 minutos de duración aproximadamente (lo cual, por sí solo, ya resulta en una experiencia televisiva distinta a la que estamos acostumbrados), para ir componiendo poco a poco un íntimo, emocionante y a ratos muy divertido fresco costumbrista sobre la juventud europea. La primera temporada se dedica a establecer las relaciones y dinámicas sociales del instituto, y en concreto del círculo de Eva, presentando una serie de normas y ritos de paso específicas de la cultura noruega que, si bien pueden resultar confusas para el “turista” (para entender la tradición de fin de secundaria del russ bus hay que sacarse un Máster), acaban pasando a segundo plano para priorizar los conflictos emocionales de los personajes. Un diverso grupo de quinceañeros a los que seguimos (por ahora con énfasis femenino) mientras experimentan la amistad, el amor, el desengaño o la presión social.

En la segunda temporada, el foco pasa de Eva a su objeto de admiración y uno de los personajes favoritos de la audiencia, Noora (la futura estrella Josefine Frida Pettersen), que se convierte en la absoluta protagonista de la serie durante 12 capítulos de duración extendida (más de la mitad rondan los 50 minutos). Y como se suele decir, lo poco agrada, y lo mucho cansa. Si bien la primera temporada se centraba en Eva, el resto de personajes tenían una presencia más equilibrada y repartida (al funcionar como introducción debía ser así), mientras que en la segunda, estos prácticamente desaparecen para hacer sitio a Noora y su romance furtivo con el chico malo del instituto, William (Thomas Hayes), una relación tóxica que puede llegar a ser tan apasionante de desgranar como extenuante de observar, y que, a pesar del buen hacer de los actores y los momentos memorables (Noora  y la guitarra de William = magia), acaba extendiéndose hasta saturar.

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Claro que la temporada de Noora (que por muchas quejas que despierte, sigue manteniendo un gran nivel) se ve de otra manera cuando nos adentramos en la tercera, que sitúa en el centro de la historia a Isak (prodigioso Tarjei Sandvik Moe). Sus 10 episodios son los más redondos de la serie hasta la fecha. Volvemos a la duración aproximada de 20 minutos, con una trama excelentemente estructurada y dosificada que nos cuenta la experiencia de Isak mientras este descubre y acepta su homosexualidad a los 16 años y vive un precioso romance con un chico mayor del instituto, Even (Henrik Holm). Esta temporada constituye uno de los relatos más sensibles y certeros sobre el tema, reflejando con ternura y ojo clínico el proceso mental que atraviesa el adolescente en esa situación, el autoengaño y las mentiras, la necesidad de tener que salir del armario constantemente, el dolor y el miedo de exponerse a los demás sin saber qué va a ocurrir, la conmoción del primer amor, el que te consume por completo (la belleza de Isak viendo Romeo + Julieta tras descubrir que Baz Luhrmann es el director favorito de Even no se puede describir), y la reacción de la familia y los amigos, aquí una valiosísima lección de tolerancia y comprensión para todo el mundo (cuando Isak sale del armario para su mejor amigo, Jonas, este le pregunta cómo está y no lo trata nunca como un problema; cuando lo hace para el resto de la pandilla, estos se van por la tangente debatiendo sobre la diferencia entre la bisexualidad y la pansexualidad, quitando peso al asunto de forma natural e inconsciente, y más adelante dándole consejo sentimental e intercambiando experiencias románticas con él). Una optimista y conmovedora historia, no exenta de drama y dificultades, que ha servido de apoyo e inspiración para miles de jóvenes en su país, y cuya onda expansiva ha llegado a muchos rincones del mundo (Isak y Even se han convertido en la pareja televisiva del año a través de una encuesta realizada por E! Online. Hasta ahí llega el poder de Skam).

Podría estar hablando horas y horas sobre la tercera temporada de Skam, de lo arrebatadoramente tierna y bonita que es la relación entre Isak y Even, de Jonas (Marlon Langerland) como ejemplo del amigo comprensivo al que cualquiera debería aspirar a ser (lo mismo se podría decir de Vilde con respecto a Noora), de lo importante que puede llegar a ser todo para el espectador, el que está atravesando por lo mismo, el que lo ha vivido, o el que desea vivir en un mundo real en el que estas historias siempre transcurran así. Pero la vista ya está fijada en la cuarta temporadaLa vida sigue, Skam continúa y los espectadores estamos deseosos de conocer mejor al resto de personajes, Jonas, Sana, Vilde, Magnus… Lo guionistas y los actores han hecho un trabajo tan bueno caracterizando a los personajes y disponiendo las piezas que no se puede sino confiar en ellos ciegamente (se nota que Andem sabe muy bien lo que está haciendo). Y es que gracias una labor impecable de guion, combinada con la mejor improvisación por parte de un elenco de actores jóvenes de un talento natural increíble (qué manera tienen todos de comunicar con la mirada), el espacio entre realidad y ficción se estrecha, haciendo más fácil que veamos a los personajes como personas reales, de carne y hueso, que percibamos sus amistades como auténticas, y que por tanto, nos involucremos en sus vidas a otro nivel. Es decir, Skam acaba afectando, y mucho.

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La suya es una mirada honesta a la adolescencia, una celebración de la juventud sin tapujos, pero también sin sensacionalismos, con importantes enseñanzas, pero sin la contaminación adoctrinadora de la visión adulta. Skam es al retrato adolescente lo que Peanuts al infantil; los padres o profesores apenas aparecen, y cuando lo hacen, es de espaldas o con la cabeza fuera de cuadro, una de las decisiones más brillantes de la serie, con la que se deja claro en todo momento que lo que estamos viendo es el mundo exclusivamente a través de sus adolescentes. Un mundo observado con cámara inteligente e iluminación natural, que reivindica lo hermoso de sus imperfecciones en lugar de taparlas y nos deja un producto muy cuidado en lo visual, con banda sonora de hip hop y música electrónica (el repertorio es de escándalo, Lorde, Die Antwoord, London Grammar, Robyn, Kanye…) y constantemente salpicado del sonido de notificación del móvil (un gran porcentaje de la acción transcurre a través de mensajes de texto, y nunca deja de ser pertinente). Elementos que han contribuido a que Skam sea el fenómeno que es, junto a sus fantásticos personajes, su descaro y frescura, que sea tan divertida como trascendental, y sobre todo, que no presente una realidad confeccionada o idealizada imposible de alcanzar, sino una en la que los adolescentes pueden verse reflejados de verdad, donde pueden sentirse escuchados y comprendidos. Viviendo el “ahora”, entre fiestas, clases y horas muertas sin hacer nada, los chicos y chicas de Skam se lo cuestionan todo, intentan aprender, entender lo que ocurre a su alrededor, las injusticias, el feminismo, la religión, el sexo… Ver cómo lo hacen, escucharlos, supone en sí mismo una lección para el espectador, una ventana al mundo en el que muchos queremos creer y al que tantos otros deberían asomarse.