Las escalofriantes aventuras de Sabrina: Así se hace un reboot

En pleno reinado de la nostalgia, las palabras remake o reboot están a la orden del día, pero esa sobreexposición no hace que sean tomadas a la ligera. Más bien, ese tipo de recreaciones son examinadas con lupa tanto por los adoradores del producto original como por aquellos que critican la falta de ideas originales de las grandes productoras. Tras el considerable éxito entre el público adolescente (y no tan adolescente) de Riverdale, Roberto Aguirre-Sacasa (guionista de los remakes de Carrie y Pánico al anochecer) decide recuperar a uno de los personajes más icónicos y queridos del universo Archie: Sabrina, la bruja adolescente.

Aunque ‘that cute little witch’ lleva dando tumbos desde comienzos de los años sesenta en las páginas de Archie Comics, Sabrina Spellman nació para el gran público con las facciones de Melissa Joan Hart. Después de ayudarnos con ciertos problemillas de la pubertad en Clarissa, Hart tuvo el detalle de acompañarnos por nuestra adolescencia con Sabrina, cosas de brujas. Ella y sus dos alocadas tías, Hilda y Zelda, nos rellenaban los ratos muertos con una acertada y naif mezcla de humor físico y cierta ironía en el lenguaje. Pero si alguien quedará para siempre en nuestra memoria audiovisual, ese será Salem Saberhagen, un gato parlanchín bastante aficionado a Julio Iglesias, que nos enseñó las artes de la ironía y el sarcasmo. Series como esta Sabrina y Salvados por la campana hicieron que nuestras pequeñas mentes se obsesionasen con el sueño de ser adolescentes en Estados Unidos. El problema es que nuestros colegios e institutos no dejaban de ser una versión feísta y acartonada de Yo y el mundo.

Esta afinidad sentimental ante el original televisivo hizo que el anuncio de una nueva versión provocase cierto enarcamiento de ceja. Y la aparición del creador de Riverdale en el proyecto hizo que las alarmas se disparasen, puesto que, además de un protagonista (extremadamente) resultón (físicamente, no actoralmente), su serie se había convertido en todo un sinsentido muy poco disfrutable después de un notable episodio piloto. Los ánimos se templaron al comprobar que Aguirre-Sacasa también era el encargado creativo de Archie Comics y creador de una de las series de cómics más interesantes de la factoría El más allá con Archie y de uno de sus spin-offs, Las escalofriantes aventuras de Sabrina. Esa Sabrina y no la original o la televisiva sería la base para la nueva producción para Netflix. A priori, esta decisión artística ya nos prometía una bruja mucho más oscura y bizarra de lo que estábamos acostumbrados hasta ahora.

El segundo y mayor reto era el nombramiento de la nueva Sabrina. Kiernan Shipka, la mismísima Sally Draper de Mad Men, se llevaba el gato al agua. No literalmente, porque la actriz es alérgica a los felinos. Shipka ha sido considerada como una de las mejores intérpretes infantiles de las últimas décadas gracias a su soberbio trabajo como hija del protagonista de la serie de Matthew Weiner, y la habíamos visto responder bastante bien en situaciones cómicas en sus pequeñas apariciones en series como Apartamento 23 o Unbreakable Kimmy Schmidt. Tampoco se había dejado amedrentar ante una leyenda como Susan Sarandon (Pena de muerte) en Feud: Bette and Joan, e incluso ya nos había mostrado su lado oscuro en La enviada del mal junto a Emma Roberts (American Horror Story). Es en ese reverso tenebroso (pero sin un ápice de maldad, al contrario que en la película), donde Shipka debería canalizar su Sabrina interior e intentar sacar adelante un personaje tan complicado como el de la más joven de los Spellman.

Con Aguirre-Sacasa y Shipka encabezando el proyecto, el miedo a la desacralización de nuestra infancia se convertía rápidamente en hype. Otra de los grandes peligros de nuestros tiempos, la rapidez del cambio en las expectativas. No obstante, Las escalofriantes aventuras de Sabrina se ha publicitado como el producto estrella de Netflix para este Halloween, como en su día fuera Stranger Things. ¿Estaría Shipka a la altura del icono?, ¿será tan soporífera como las desventuras de sus vecinos de Riverdale?, ¿habría química entre las nuevas Hilda y Zelda?, y, lo más importante, ¿Salem seguiría entonando el ‘Soy minero’ desde su sofá?

El primer miedo se disipa desde la primera escena de la serie: Kiernan Shipka es Sabrina Spellman. A medida que va bajando las escaleras del cine con sus Scoobies, Shipka nos muestra su Sabrina. No estamos ante una risueña chica rubia, sino a toda una mujer dando una clase magistral sobre el cine de zombis. ¿Impostado? Por supuesto. Su personaje es una adolescente redicha, la lideresa de su banda… y toda una bruja en potencia, no lo olvidemos. Ella es una freak que vive en una funeraria junto a sus dos tías y su primo. Una outsider como en su día fueran Buffy Summers o Angela Chase y como aquellas dos amazonas, ella tampoco se va a callar ante los peligros que atenacen a ella y a los suyos. El bullying en los centros escolares es uno de los temas vertebrales de la serie, tanto en el anodino instituto como en la academia de brujas. Logrando componer un acertado y realista retrato actual sobre este tipo de situaciones de acoso en los centros educativos, llegando a mostrar ciertas pautas de solución bastante acertadas, aunque no siempre podamos contar con una legión de infantes fallecidos cubriéndonos las espaldas.

Las escalofriantes aventuras de Sabrina nos muestra a una adolescente en pleno conflicto dual entre su naturaleza efímera y su condición sobrenatural. A sus dieciséis años, Spellman debe decir adiós a su condición humana y convertirse en una bruja con todas las de la ley. Su decisión está más o menos clara… hasta que descubre que tal libertad es ilusoria y que todo es una imposición de la Iglesia de la Noche para convertirla en sierva del Señor Oscuro. Esa futura servidumbre, unida a la obligación de no volver a ver a sus amigas y a su pareja, hacen que Sabrina se rebele contra lo establecido y haga temblar los cimientos del Mal en la Tierra. Esta lucha es una metáfora acertada sobre los movimientos feministas actuales en la sociedad occidental, porque realmente el Señor Oscuro no es sino la representación del hombre blanco cisgénero heterosexual intentando imponer su decisión sobre una mujer. La buena noticia es que Sabrina no responde al arquetipo de damisela en apuros y no tiene ningún miedo ante la posible confrontación. Para la posteridad quedará su sentencia en pro de la educación sobre la necesidad de aprender hechizos poderosos para poder así vencer al maligno de una vez por todas para que ninguna otra mujer se tenga que ver en su tesitura.

Junto a Shipka, destacan en su reparto Lucy Davis (The Office, Wonder Woman) y Miranda Otto (Eowyn en la saga El Señor de los Anillos), como Hilda y Zelda Spellman; el otrora chico Disney, Ross Lynch (Teen Beach Movie) como Harvey, el novio de Sabrina; Chance Perdomo como Ambrose Spellman, el primo pansexual de Sabrina (real, no queerbating como hacía el maldito Jeff Davis en Teen Wolf); y, especialmente, una desatada Michelle Gomez (Missy en Doctor Who), como Mary Wardell, la mentora de Sabrina en su instituto humano, cuyo rostro esconde la identidad de una vieja conocida/enemiga de la familia Spellman, la mismísima Madame Satán. Todos ellos conforman un reparto solvente, excepcionalmente consistente, teniendo en cuenta las graves deficiencias interpretativas de su serie hermana.

Aunque no hemos comprobado si el doblaje de Las escalofriantes aventuras de Sabrina sigue haciendo bizarras referencias a Estopa, Enrique Iglesias o el demonio (a.k.a. José María Aznar) como la original, sí podemos afirmar que este no es el Salem Saberhagen que conocíamos. El nuevo gato de Sabrina es un gato negro de verdad, no una marioneta de felpa desquiciada. El “familiar” elegido por la bruja en la nueva serie es un ser inmisericorde. Voraz y atroz cuando abandona su forma gatuna. La única similitud con el Salem de Sabrina, cosas de brujas son sus cuatro patas, el pelaje y una fidelidad absoluta a la hechicera. Esta omisión de un alivio cómico como podía haber sido Salem es una decisión acorde al tono de la propia serie (que ya aparecía en el propio cómic de Aguirre-Sacasa): extremadamente oscura, pero no perniciosa.

Las claves visuales de Las escalofriantes aventuras de Sabrina se asemejan bastante a las de Riverdale, no obstante comparten gran parte del equipo artístico y técnico, pero se alejan lo suficiente de aquella como para no parecer el mismo producto. Allá donde Riverdale opta por una estética más videoclipera y actual, Sabrina se acerca más a una estética más cómic, oscura y, por momentos, añeja. Su imagen bebe directamente de clásicos cinematográficos de terror (algunos de ellos citados directamente, como El carnaval de las almas) y cult movies más actuales como Posesión infernal o La Bruja, homenajeada en una de las escenas más sobrecogedoras de la temporada. Si bien Sabrina no llega a ser tan bizarra como dichas influencias, sino que se acerca más al nivel de oscuridad de las entregas tercera, séptima y octava de la saga Harry Potter. No olvidemos que estamos ante una serie para un público mayoritario dentro de la plataforma de streaming por excelencia.

Las escalofriantes aventuras de Sabrina avanza con paso firme hacia una futura batalla entre el Bien y el Mal, entre la cara amable de la oscuridad y el amo y señor de la noche. Eso es inevitable, tanto como un crossover con Riverdale. Poco a poco el nombre de Greendale, la población donde reside Sabrina, ha ido apareciendo en unas cuantas conversaciones entre los habitantes de Riverdale (alllí es donde fue a parar Geraldine Grundy, la profesora de música y pareja/abusadora de Archie)… y los extraños descubrimientos del final del primer episodio de la tercera temporada de Riverdale (Labor Day) puede que hagan que Sabrina cruce el Sweetwater antes de lo previsto.

Las escalofriantes aventuras de Sabrina ya están aquí.

El hype es real.

Viva el Mal, que no el capital.

All I want for Halloween is you, Sabrina Spellman.

David Lastra

Riverdale: La reinvención de Archie merece ser vuestra nueva obsesión

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Lo reconozco. Soy como un niño o un adolescente que se obsesiona por algo durante un periodo (más bien breve) de tiempo, y no puede pensar en otra cosa. Y mi mayor obsesión actual se llama Riverdale, el ambicioso nuevo drama de la cadena CW que en España emite Movistar+, y que ha llegado pisando fuerte para satisfacer mi naturaleza de quinceañero forracarpetas, y la de todos los que disfruten de las buenas series de adolescentes, tengan la edad a la que (en principio) se dirigen, o sean un público más talludito, como es mi caso. Sea como sea, Riverdale está hecha para enganchar, para enamorar como un primer cuelgue, para excitar en todos los sentidos posibles de la palabra, y yo os aconsejo que os dejéis llevar, porque a nadie amarga un dulce.

La CW es probablemente la cadena que mejor conoce a su audiencia. Su parrilla está compuesta de ficciones orientadas al público más joven, con énfasis en el drama, los superhéroes y el romance teen, y a lo largo de los años ha perfeccionado su fórmula. Por eso sabían exactamente cómo tenían que acometer esta reinvención de uno de los iconos más populares del tebeo norteamericano, Archie. En este sentido, el piloto de Riverdale es toda una declaración de intenciones, tan tradicional en su aproximación al género como evolucionado. En él nos encontramos a un Archie muy distinto al que conocíamos pero a la vez muy familiar, y lo mismo ocurre con sus amigos, Betty, Veronica o Jughead, que en la serie pasan por el filtro CW para convertirse en el prototipo de adolescente millennial que se ha convertido en bandera para la cadena.

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Creada por Roberto Aguirre-Sacasa (guionista entre otras de LookingSupergirl) y producida por Greg Berlanti (el arquitecto de las series juveniles de DC Comics), Riverdale lleva las historietas de Archie al siglo XXI, convirtiéndolas en un electrizante misterio en el que se pueden detectar fácilmente sus numerosas (auto)influencias. El piloto nos presenta una fusión matemática de Dawson crece, la serie teen que dio forma al género en televisión a finales de los 90, Veronica Mars, uno de los mayores títulos de culto de la cadena, y Gossip Girl, la evolución natural de las series juveniles en la era de las redes sociales. Así, los personajes de Archie se convierten en adolescentes resabiados e hipersexuales que hablan como guionistas de 40 obsesionados por la cultura popular (exactamente como Dawson Leery y sus amigos), y la historia nos remite a otras ficciones sobre pequeñas comunidades llenas de secretos, como Neptune, y por encima de todo, Twin Peaks (ahí está Mädchen Amick como nexo de unión). Aunque por supuesto también recuerda a Pretty Little Liars (cómo no, le debe mucho a CW), e incluso contiene trazas de ese manual imprescindible del género que es Mean Girls.

Esta fuerte intertextualidad que asienta los cimientos de Riverdale sostiene una carta de presentación astutamente pensada, un producto iconoclasta que entra muy bien por los ojos, que engancha con su misterio y que presenta de forma interesante a sus personajes, dándonos la información pertinente para atraparnos a la vez que plantea interrogantes que nos obligarán a volver al pueblo para desvelar sus mil y un enigmas. Por otro lado, la factura de la serie es impecable. Se trata sin duda de uno de los proyectos más cuidados de CW en el apartado técnico y visual, como atestigua su fotografía etérea y salpicada de neón, las localizaciones fantasmagóricas de los alrededores de Riverdale, el diner sacado directamente de Twin Peaks o el instituto, escenario casi irreal en el que jocks y animadoras pululan al servicio de la visión más idealizada por la ficción de los institutos norteamericanos. Todo envuelto en un aura noctura y onírica que le da un estilo diferenciado a pesar su amalgama de referentes.

Y luego está lo que no puede fallar en ninguna serie CW, que está plagada de gente atractiva para enganchar a adolescentes enamoradizos (valga la redundancia) y hacer aun más llevadero su visionado. Como mandan las normas de la cadena, los protagonistas de Riverdale son guapos, visten como si salieran de un catálogo de moda y lucen unos cuerpazos que poco tienen que ver con el aspecto que normalmente tiene alguien de 16 años en la vida real (como podemos comprobar las innumerables ocasiones en las que la serie les quita la ropa). Pero lo mejor es que saben que estás al tanto, y lo explotan con una autoconsciencia deliciosa. Sin ir más lejos, el nuevo Archie Andrews se aleja considerablemetne del clásico. Como dicen Betty y Kevin al ver a su amigo por la ventana después de las vacaciones, “¡Archie se ha puesto macizo!” Efectivamente, ahora Archie tiene la cara y el cuerpo de un Zac Efron pre-anabolizantes, cortesía del recién llegado KJ Apa, moldeado por los dioses de Tumblr para conquistar Internet y nuestros corazones (en realidad es más guapo que Efron, todo hay que decirlo). Pero mientras Archie se lleva toda la atención de sus compañeros sorprendidos por el cambio (una de las meta-referencias mejor hiladas en el piloto) y del espectador (que lo ve metido en una caliente trama muy “Pacey Witter Season 1”, ya me entendéis), son ellas las que llevan las riendas de la historia. En especial Veronica (una fusión de Jen Lindley y Serena Van Der Woodsen autocoronada reina de las referencias pop) y la mean girl Cheryl Blossom (Regina George mezclada con Lydia de Teen Wolf).

En resumen, Riverdale traslada los cómics de Archie al presente, y aunque conserva elementos clave de la historia, personajes y nombres, nos ofrece una versión totalmente renovada, mucho más oscura, sexy, y tan provocadora y progresista como cabía esperar (en esta relectura, la icónica girl band Josie and the Pussycats es íntegramente afroamericana, los personajes queer no faltan y el sexo carga el ambiente). Y es que ya nadie se escandaliza por algo tan inocente como Betty y Veronica dándose un morreo en plena audición para el equipo de animadoras. Ni que estuviéramos en 2004. Además de divertir con este tipo de momentos y su verborrea pop, la serie seduce con unos personajes bien definidos desde el principio, una potente banda sonora (Johnny Jewel, Santigold, M83) y una excelente ambientación, además de plantear un whodunit (“¿Quién mató a Jason Blossom?”) que promete muchos giros y sorpresas. Como suele ocurrir con este tipo de ficciones, Riverdale corre el riesgo de degenerar en algún momento, pero por ahora no cabe duda de que es un caramelo. Todavía es pronto para saber si está envenenado, así que mientras lo descubrimos disfrutemos de su efervescente sabor.

Pedro J. García