Crítica: Ocean’s 8

En 2001, Steven Soderbergh dirigió a un reparto estelar encabezado por George Clooney y Brad Pitt en Ocean’s Eleven, basada en el clásico de los 60 La cuadrilla de los once. El éxito de la película dio lugar a dos secuelas que reproducían la eficaz fórmula de la primera entrega y aumentaban el ya de por sí multitudinario reparto de superestrellas de Hollywood, incorporando en sus filas a intérpretes como Julia Roberts o Catherine Zeta-Jones. Pero aun con su presencia, la saga Ocean’s siempre se ha caracterizado por ser un club de nabos, es decir, por tener repartos principal y eminentemente masculinos.

La franquicia da un giro de 180º en este aspecto con Ocean’s 8, la nueva película con la que plantea un reinicio con un reparto completamente nuevo, en esta ocasión, además, íntegramente femenino y multicultural. Afortunadamente, la mala acogida del reboot femenino de Cazafantasmas no ha achantado a Warner, que ha depositado toda su confianza en un impresionante elenco de actrices liderado por Sandra Bullock, Cate Blanchett y Anne Hathaway, y redondeado por gente tan dispar como Mindy Kaling, Sarah Paulson, Helena Bonham Carter, Rihanna y Awkwafina. Dirigidas por Gary Ross (Seabiscuit, Los juegos del hambre), esta fantástica troupe protagoniza un nuevo golpe al más puro estilo Ocean’s, pero con un toque de brillante.

Ocean’s 8 nos presenta a Debbie Ocean (Bullock), la hermana de Danny (el personaje interpretado por Clooney), que lleva casi seis años cumpliendo condena. Durante su temporada en la cárcel, Debbie ha planeado el mayor robo de su vida hasta el último detalle, y para llevarlo a cabo necesita un equipo de estafadoras a la altura del complicado reto. Una vez en el exterior, Debbie retoma el contacto con su amiga y compinche de toda la vida Lou Miller (Blanchett), con la que recluta a otras cinco especialistas: la joyera Amita (Kaling), la timadora callejera Costanza (Awkwafina), la perista Tammy (Paulson), la hacker Nine Ball (Rihanna) y la diseñadora de moda en horas bajas Rose (Bonham Carter). Su  objetivo: el legendario collar de diamantes valorado en 150 millones de dólares que colgará del cuello de la superestrella Daphne Kluger (Hathaway) durante el evento benéfico más exclusivo del año, la Gala del Met.

A pesar de ser la cuarta película de una saga, lo cierto es que Ocean’s 8 mantiene su autonomía la mayor parte del tiempo. En ella descubrimos qué ha sido de Danny Ocean y nos reencontramos con algún que otro viejo conocido, pero los guiños al pasado no impiden que los espectadores casuales disfruten de la película, sino todo lo contrario. Ocean’s 8 repite el esquema de las anteriores entregas (y de cualquier película de golpes que se precie, claro), pero no se encierra en su propia continuidad, sino que reinventa la marca Ocean’s con idea de captar nuevas audiencias y prolongar su vida comercial a partir de esta renovada banda.

Con este objetivo en mente, Ocean’s 8 no podría haber acertado más a la hora de elegir a sus actrices. Si por algo destaca sobre todo el film es por la presencia e indudable carisma de sus estrellas, principalmente Blanchett, que es puro magnetismo (capta la mirada con solo aparecer en pantalla y no nos suelta), y Hathaway, que realiza la mejor interpretación de la película. Técnicamente, Bullock es la protagonista, la líder de la banda, pero en esta ocasión, la siempre estupenda actriz no parece estar al 100%, siendo eclipsada por las demás. En cuanto al resto del cast, Bonham Carter destaca por hacer de ella misma otra vez (y se lo agradecemos, porque está tronchante), Rihanna cumple (no le dan mucho que hacer, por si acaso), y Paulson, Kaling y Awkwafina quedan algo desaprovechadas, pero se entiende, por lo amplio del reparto. Eso sí, todas van vestidas para la posteridad.

Pero más allá de su estilazo y el atractivo de sus actrices, ¿qué nos ofrece la película? Pues bien, la banda de Debbie Ocean es precisamente como un diamante, brilla, encandila y nos distrae de la realidad: la trama no está tan trabajada como debería y le falta cohesión entre las partes, el plan está lleno de fisuras que se traducen en agujeros narrativos (lo común en este género, pero con un extra de descuido) y en general, la película no es todo lo explosiva que podría haber sido con la materia prima con la que contaba.

Claro que el diamante brilla mucho. Muchísimo. A pesar de no aprovechar todo su potencial, Ocean’s 8 es una película muy divertida, un pasatiempo ligero y elegante, en el que se pueden pasar por alto sus defectos si nos centramos en sus aciertos, resumidos en su irresistible plantel de actrices, y en especial Hathaway, el arma (no tan) secreta de la película. Ocean’s 8 son ellas, y ellas hacen que todo lo demás sea secundario.

Pedro J. García

Nota: ★★★

Crítica: Valerian y la ciudad de los mil planetas

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Atención al dato. El cómic franco-belga Valerian, agente espacio-temporal inspiró a George Lucas en su creación de Star Wars. Esto debería ser credencial suficiente para que el tebeo creado en los 50 por Pierre ChristinJean-Claude Mézières fuera más conocido entre el gran público, pero Valerian no goza del reconocimiento masivo que otras obras fundacionales del cómic moderno sí tienen. Por esto mismo, había que hacer algo al respecto. Había que dar a conocer el material sin el que Star Wars no habría sido igual, qué digo, sin el que el cine no habría sido el mismo. Y quién mejor para acometer esta ambiciosa empresa que Luc Besson.

Con Valerian y la ciudad de los mil planetas regresa el Besson de El quinto elemento, el más desmesurado, imaginativo y hortera. Y para llevar a la gran pantalla su nuevo delirio intergaláctico tuvo que encontrar el apoyo financiero fuera de los grandes estudios, asociando su EuropaCorp con una coalición de productoras independientes que elevaron el presupuesto del proyecto hasta los 180 millones de dólares (según los rumores podría ser más), convirtiéndola en la película europea y la película independiente más cara de la historia. Una jugada suicida se mire por donde se mire, pero que tiene su recompensa: Valerian es un espectáculo visual sumamente impresionante.

En la película, Valerian (Dane DeHaan) y Laureline (Cara Delevingne) son agentes especiales del gobierno de los territorios humanos a cargo de mantener el orden en el universo bajo la dirección de su comandante (Clive Owen). Estos dos policías espaciales son algo más que colegas de profesión, sin embargo, él quiere más de la relación que ella, y ella no está dispuesta a comprometerse hasta que él deje atrás sus prácticas donjuanescas y borre su agenda de contactos femeninos. Pero este tira y afloja romántico tendrá que pasar a segundo plano cuando Valerian y Laureline emprendan una misión en la ciudad de Alpha, un enorme crisol de razas y especies procedentes de todos los recovecos del universo, donde nuestros héroes deberán proteger el último resquicio de una poderosa civilización considerada extinta, destapando así una conspiración que pondrá en peligro a la especie humana.

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Como decíamos, Valerian marca la vuelta de Besson a la ciencia ficción más barroca. El director ha orquestado una space opera reminiscente de El quinto elemento, repleta de hallazgos visuales y caracterizada por una imaginación desbordante. El film establece su tono abriendo con una fantástica secuencia unificadora al ritmo de “Space Oddity” de Bowie en la que Besson nos pone en contacto con la “rareza” y la variedad del universo que se despliega ante nuestros ojos. A partir de ahí, Valerian no cesa de sorprender con ocurrencias que sirven para crear las secuencias de acción más inventivas y divertidas que vamos a ver en mucho tiempo en una pantalla. La película es un constante bombardeo de ideas visuales y artilugios futuristas con los que es difícil no asombrarse, lo cual tiene su mérito teniendo en cuenta la edad del material en el que se basa.

El desorbitado presupuesto de Valerian salta a la vista en todo momento, pero muy especialmente durante las escenas que involucran a los habitantes del planeta Mül, humanoides creados mediante la técnica digital de la captura del movimiento que suponen el siguiente eslabón evolutivo en la revolución digital auspiciada por James Cameron en Avatar. De hecho, cuenta la leyenda que Besson estaba trabajando en Valerian desde antes de que Cameron anunciara su película, y debido a las similitudes en estilo y argumento entre ambas, tuvo que posponerla. Valerian llega cuando el espectador cree haberlo visto todo, cuando la audiencia parece haber perdido la capacidad de sorprenderse con lo que el cine es capaz de hacer en materia digital, pero Besson se las ha arreglado para crear algo con la capacidad de dejar boquiabierto al más reacio. Los colores que saltan de la pantalla, los efectos especiales, las secuencias íntegramente digitales, la integración de los elementos reales con el CGI, la fluidez y el realismo apabullante de las criaturas realizadas por ordenador, todo esto hace de Valerian una película digna de ver en la pantalla más grande posible.

Pero no todo es positivo. Valerian recurre tanto a la baza visual porque no puede sorprender en el departamento narrativo. Juega en su contra que tras los 50 años que han transcurrido desde la publicación del tebeo original, es prácticamente imposible que el público encuentre este tipo de historias novedosas. Es paradójico, pero Valerian no puede reclamar su lugar en la ciencia ficción moderna porque sus discípulas la han aventajado con creces. Es por eso que, por mucho entusiasmo y esfuerzo que se haya puesto en ella (y esto es indudable), puede verse como un producto del montón en lo que respecta a su historia.

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Por otro lado, hay que reconocer que su reparto quizá no sea el más acertado. Obviemos a Ethan Hawke (pasadísimo de rosca), a Clive Owen (muy acartonado) o a Rihanna (que no hace mucho, aparte de interrumpir drásticamente el ritmo de la película con una escena musical análoga a la ópera de El quinto elemento), y centrémonos en la pareja protagonista. DeHaan y Delevingne dan la talla físicamente. Ambos tienen esa belleza extraña e hipnótica que hace que resulten perfectamente creíbles como humanos del futuro, o como extraterrestres descendientes de Bowie. Pero interpretativamente hablando, ninguno de los dos está a la altura de las circunstancias. Sorprendentemente, Delevingne se lleva la mejor parte, ya que la naturaleza descarada y la fuerza de su personaje no permite que se duerma en los laureles. Pero a DeHaan le viene demasiado grande el papel de granuja seductor, quedándose a años luz del carisma de Han Solo. Por esta razón, la dinámica romántica de Valerian y Laureline acaba siendo lo peor del film.

A pesar de estos inconvenientes, Valerian supone una experiencia desenfadada altamente recomendable para los amantes de la épica fantástica y la ciencia ficción más colorista. El hecho de que la película no se tome excesivamente en serio ayuda a que pasemos por alto sus traspiés narrativos (la trama arrastra al final y se resuelve de forma bastante confusa) y su sentido del humor algo infantiloide, y nos centremos en disfrutar de lo que Besson ha creado para el deleite de nuestras retinas, que no tiene desperdicio: acción híper-plástica, criaturas originales (llama la atención un trío de patos alienígenas que son claros precursores de Jar-Jar Binks), efectos digitales alucinantes, un diseño de producción para quitarse el sombrero, imágenes de belleza cegadora, y un vasto universo de ficción riquísimo en detalle.

Eso sí, hay que decir que, aunque Valerian anteponga lo visual a todo lo demás, la película no deja de ser un viaje divertido y trepidante, incluso entrañable (la ilusión depositada en ella es contagiosa), una acertada mezcla de clasicismo aventurero y creatividad visionaria que merecía más suerte de la que ha tenido. El público no la está acompañando, por lo que la expansión de su fascinante universo en forma de saga es una posibilidad cada vez más remota. A los que se nos han salido los ojos de las órbitas viéndola nos queda la esperanza de que, ya que no ha podido ser un blockbuster, al menos se convierta en la obra de culto que merece ser.

Pedro J. García

Nota: ★★★½

Crítica: Juerga hasta el fin (This Is the End)

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Existe en Hollywood una generación de jóvenes actores que únicamente se diferencian del veinte y treintañero de a pie por su éxito y sus desorbitadas cuentas bancarias. La hornada Freaks and Geeks ha esquivado el gen problemático que sí ha afectado a las generaciones inmediatamente posteriores. Este grupo de actores no son conocidos por ingresar todas las semanas en centros de rehabilitación o rellenar páginas de papel couché, sino por sus trabajos y sus personalidades artísticas. Fumados, sí, pero también centrados. Tomando como punto de partida la imagen pública de todos ellos, Seth Rogen y Evan Goldberg han construido con Juerga hasta el fin (This Is the End) una suerte de Gran Hermano -o más bien un Dead Setde la generación Apatow.

Juerga hasta el fin, basada en el corto de los mismos creadores Jay and Seth versus the Apocalypsepropone una de las historias más originales y prometedoras de la cartelera en mucho tiempo. En una de sus habituales visitas a Los Ángeles, Jay Baruchel se reencuentra con su amigo de toda la vida Seth Rogen, que lo invita a la fiesta de inauguración de la nueva casa de James Franco. Allí se congregan colegas anónimos, estrellas y pseudo-estrellas del panorama de la comedia actual (aquello parece a ratos una fiesta de 1170481 - The End Of The WorldNBC), además de alguna que otra popstar (Rihanna) y una visitante del otro lado del charco, Emma Watson. En el transcurso de la fiesta, el Apocalipsis da comienzo en el exterior. Baruchel, Rogen, Hill, Franco (que está inconmensurable), y los eslabones más débiles de la película, los antipáticos Danny McBride y Craig Ferguson, se quedan encerrados en casa. Fuera parece que las puertas del Infierno se han abierto de par en par y Los Ángeles es pasto de las llamas del averno. La cosa parece bastante grave, porque “los actores famosos son los primeros en ser rescatados en estas situaciones“, y sin embargo nadie viene a por ellos. Se masca la tragedia, pero hay reservas suficientes de marihuana para sobrellevarla.

Todos los actores se interpretan a sí mismos, aunque más bien todos son una proyección amplificada y aberrante de la percepción que el público tiene de ellos. Caricaturas generadas a partir de rasgos descontextualizados o rumores que los reducen a la mínima expresión, pero que también los convierten en divertidísimos arquetipos. Baruchel es un hipster canadiense anti-yanqui, Rogen es un osito de peluche con un botón en la barriga que permite oír su risa, Jonah Hill es un pelota remilgado con el ego subido por su nominación al Oscar, y Franco es un colgado excéntrico con irrefrenables tendencias homosexuales. De los numerosos y geniales cameos (atención al de Channing Tatum, brutal) destaca un absolutamente excesivo y demencial Michael Cera, que lleva su imagen de “rarito” hasta límites insospechados. A ratos, Juerga hasta el fin parece una sátira sobre la fama, un tratado acerca de lo que une y distancia al actor del individuo anónimo. Pero solo a ratos. El resto del tiempo la película es simplemente una otra comedia disparatada y ramplona, un elogio de marihuana y depravación que es raro que no haya sido rebautizado en España como “Superfumados y supersalidos contra el fin del mundo“.

Juerga hasta el fin se presenta como el gran acontecimiento meta del momento. Sin embargo, la película de Rogen y Goldberg no tarda en despachar a las estrellas que abarrotan la casa de Franco -uno de los grandes atractivos de la cinta es ver morir a toda esta gente- para convertirse rápidamente en algo así como una sitcom de fumados. Hasta su desenfrenado tramo final, los seis protagonistas apenas salen de la casa -que vemos rodeada de destrucción en planos de transición, al más puro estilo telecomedia para toda la familia. Y aunque la película sea ocasionalmente desternillante, y nos proporcione algunos de los momentos cinematográficos más memorables del año, el conjunto no está a la altura de las circunstancias.

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Dejando a un lado el importante factor sobrenatural, Juerga hasta el fin no es más que una buddy movie, una película hecha por un grupo de colegas con ganas de pasarlo en grande, y por tanto, una cinta más deudora de Superfumados -Pineapple Express- que de Supersalidos -Superbad- (ambas escritas por Goldberg). Y esa es su mayor virtud, y su principal problema. A pesar de que logran que no nos aburramos ni un solo segundo, todo lo que a estos amiguetes les mata de la risa quizás no sea tan gracioso para nosotros, y esto resulta en más de un gag desatinado y desfasado. Los golpes de genialidad cómica son más bien aislados. Juerga hasta el fin destaca sobre todo por su habilidad para hacer reír a base de imágenes impactantes -léase Emma Watson cortando un pene gigante con un hacha- y situaciones extremas. Está claro que Rogen y Goldberg se las han bastado solos para hacer una de las películas más divertidas del año, y con eso deberíamos darnos con un canto en los dientes, pero no les habría venido mal la mano de un Judd Apatow o un Paul Feig. Quizás así Juerga hasta el fin hubiera tenido algo más de corazón, y de cabeza.