Sense8: Orgía de los sentidos

Sense8 accion

Por todos es sabido que la carrera de Andy y Lana Wachowski desde Matrix (1999) no ha sido más que una sucesión de fracasos comerciales y decepciones artísticas. Quizá su nombre no esté tan empañado como el de M. Night Shyamalan (ellos, al contrario que el director de El sexto sentido, aun conservan un importante número de defensores), pero hoy en día, y en especial tras el sonado fracaso de Jupiter Ascending (futura cinta de culto que analizo aquí), son muchos los que se preguntan “¿Por qué Hollywood sigue dándoles tanto dinero para llevar a cabo sus locuras cinematográficas?” Por si las moscas, los Wachowski han decidido dar el salto a la televisión para desarrollar su primera serie, co-creada junto a J. Michael Straczynski (Babylon 5). Si Scorsese, Soderbergh o Fincher lo han hecho, ¿por qué no van los hermanos a contribuir su granito de arena a la nueva era de la televisión de autor? Ha sido Netflix (quién si no) la que ha dado pábulo a su paja mental más reciente y ha proporcionado un hogar para la nueva catedral fantástica que han levantado, Sense8, ciencia ficción existencialista y humanista hecha a medida para el binge-watching que, a priori, suena como la nueva Heroes o un remedo de Lost, pero que una vez consumida su primera temporada completa, se revela como una de las experiencias televisivas más originales y plenas que nos ha dado el medio recientemente.

Sense8 es la historia de ocho desconocidos de distintas procedencias del mundo que descubren que están conectados mental y emocionalmente después de experimentar la misma visión de una mujer suicidándose (Daryl Hannah en un papel macguffin). Los ocho jóvenes son: un policía de Chicago, Will (Brian J. Smith), una DJ de Reikiavik que reside en Londres, Riley (Tuppence Middleton), un ladrón berlinés, Wolfgang (Max Riemelt), un famoso actor de cine mexicano de origen español, Lito (Miguel Ángel Silvestre), una hacker de San Francisco, Nomi (Jamie Clayton), un chófer keniata, Capheus (Aml Ameen), una empresaria de Seúl experta en artes marciales, Sun (Doona Bae), y una farmacéutica de Bombay, Kala (Tina Desai). Todos ellos explorarán el vínculo que los une “visitándose” sin moverse desde sus rincones del planeta y se irán conociendo poco a poco mientras cada uno lidia con la encrucijada personal en la que se encuentra su vida. Al mismo tiempo, recibirán la visita de otro humano con las mismas capacidades mentales que ellos, Jonas Maliki (Naveen Adrews), que les explicará qué les está pasando y les advertirá del peligro que corren al ser el objetivo de una organización secreta cuya misión es capturar a todos los sensates y asesinarlos.

max riemelt miguel angel silvestre

La premisa de Sense8 es una de las más ambiciosas que se han llevado a cabo en televisión. Pero no por la idea en sí, que en el fondo nos recuerda a otras ficciones televisivas (como las mencionadas en el primer párrafo) o cinematográficas (la propia Cloud Atlas de los Wachowski), sino porque hasta ahora ninguna serie había sido capaz de llevar un concepto como este hasta sus últimas consecuencias, ya sea por falta de riesgo o de infraestructura. En un principio, la opción más viable (tanto narrativa como logísticamente) para trasladar a la pantalla la demencial idea detrás del proyecto era seguir el patrón popularizado por Lost, es decir, dedicar un episodio a cada personaje. Sin embargo, los Wachowski no optan por la vía fácil y desde un primer momento y hasta el final, se aseguran de que los ocho personajes tengan presencia en los doce capítulos que conforman la primera temporada, dando prioridad en casi todo momento a la coralidad del reparto, sin la que la serie no tendría sentido. Para ello se lleva a cabo una labor de pre-producción, planificación, rodaje en una decena de localizaciones alrededor del mundo y montaje que mareará a más de uno si se para a pensarlo -y creedme que viendo el resultado, no podréis no pensar en el titánico esfuerzo que lleva detrás.

Pero Sense8 no es una serie que funcione desde el primer momento. Es más, sus tres primeros episodios son verdaderamente desalentadores. Lo que nos encontramos en el “piloto” (técnicamente no lo es pero abrazaremos el término) es una idea brillante que no cristaliza en un producto televisivo demasiado interesante, quizá porque nos adentramos en él esperando desde el minuto uno lo que nos han prometido: “algo nunca visto en televisión“. Enseguida surgen las dudas sobre si merecerá la pena invertir nuestro tiempo en ella cuando ya desde un principio se nos presenta tan narrativamente dispersa (como se apresuraron a sentenciar muchas publicaciones especializadas tras ver el primer episodio, “Sense8 makes no sense”). La serie entra muy bien por los ojos y los oídos, es muy atractiva y exótica, los valores de producción son excelentes, la fotografía y la música (compuesta por Johnny Klimek y Tom Tykwer, que también dirige varios episodios) son magníficas, pero en su fase inicial los personajes resultan algo insípidos y sus tramas son rutinarias, incluso ridículas, construidas a base de ramplones estereotipos socioculturales (los latinos pasionales, la India vista a través del cine de Bollywood, los homosexuales/transexuales activistas, los asiáticos luchadores). Para empeorar la cosa, Sense8 se empeña en realizar denuncia social con varios de sus protagonistas, pero lo hace usando proclamas acartonadas y maniqueas que, a pesar de las buenas intenciones, simplifican demasiado la lucha por el feminismo y los derechos LGTBQ, aspecto muy importante en la serie (que por suerte acabarán puliendo). Es muy probable (y probado) que durante estos tres primeros capítulos sintamos que la historia no va a ninguna parte y que nadie sabe exactamente qué quieren contarnos con ella. No obstante, merece la pena aguantar, porque todo empieza a cambiar en el cuarto, “What’s Going On”, irónico título para el episodio que nos cuenta por primera vez lo que está ocurriendo.

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Solo basta una escena para que las piezas empiecen a encajar y Sense8 muestre su verdadero potencial. Se trata de una preciosa secuencia musical al ritmo del éxito de 4 Non Blondes que da título al episodio, en la que los ocho sensates cantan la canción al más puro estilo “Wise Up” de Magnolia. Solo que en lugar de hacer que queramos meternos un tiro como con la película de P.T. Anderson, nos desvela la mismísima esencia y razón de ser de la serie, así como su inclinación optimista. Esta escena hace que lo que hemos visto anteriormente tenga sentido y nos demuestra que como espectadores deberíamos tener más paciencia, sobre todo con este tipo de relatos ramificados y enigmáticos (al estilo The Leftovers), que por definición no pueden mostrar todas sus cartas en su primera hora. Al ver a todos los sensates interactuar juntos por primera vez caemos en la cuenta de lo que estamos viendo. Incluso descubrimos que los estereotipos que nos chirriaban están ahí por una razón, porque si la serie nos mostrase una sociedad global homogeneizada, no podría construir la idea que bombea la historia. Sense8 es la celebración del crisol de identidades culturales que componen nuestro mundo, de las diferencias y particularidades de cada país, pero también las de cada persona, raza, orientación sexual, identidad de género. Es un drama sobre la conexión humana y la comunicación (“¡Como FaceTime sin móvil!”), y si lo queréis, una origin story que nos cuenta la formación de un grupo de “superhéroes” compuesto de ocho embajadores que crean una alianza mundial, una comunión de culturas en la que cada uno aporta su “poder especial” para luchar contra el mal. Puede sonar demasiado obvio o naïve, pero los Wachowski triunfan plasmando la idea, y lo hacen sacando el máximo partido del lenguaje serial y la puesta en escena.

Sense8 es muchas series en una, pero a lo largo de la temporada, y especialmente en su segunda mitad, logra mantener la cohesión entre todas sus partes gracias a unos guiones meticulosamente interconectados y un virtuosismo absoluto a la hora de montar los episodios. Las escenas se enlazan temática y visualmente con tanta fluidez que no importa los saltos que dé el relato, nunca tenemos la sensación de interrupción o fragmentación. Y esto tiene más mérito aun si tenemos en cuenta que Sense8 hace gala de una intrépida hibridación de géneros, hasta el punto de tener ocho películas distintas ocurriendo a la vez. Según el personaje con el que estemos, Sense8 será un policíaco, un thriller cibernético, una comedia, una telenovela, una de mafiosos, un romance bollywoodiense o un drama familiar coreano y de artes marciales, cada una de ellas con sus correspondientes lugares comunes. No todas las “variantes” de la serie están al mismo nivel (las escenas de Miguel Ángel Silvestre en los primeros capítulos son vergonzosas, da igual lo deliberadamente paródicas y exageradas que pretendan ser), pero a medida que avanza la trama esto va importando menos gracias al estupendo trabajo de los actores (incluidos los secundarios, con especial mención a la genial Freema Agyeman, una de las armas secretas de Sense8), y al énfasis que se da al desarrollo de sus lazos y relaciones, el aspecto más estimulante y gratificante de la serie.

Kala Wolfgang

A partir de la mencionada escena musical, los ocho sensates empiezan a ser conscientes de lo que están viviendo, y se proponen conocerse los unos a los otros para descubrir así qué es exactamente lo que los une. Todos ellos son personas desplazadas de sus realidades a causa de traumas del pasado, tragedias personales, problemas familiares o la dificultad para encajar en los roles que la sociedad les ha dispuesto. En el grupo y en sus proyecciones extracorporales encuentran la forma de escapar de sus realidades y ayudar a los demás en sus respectivas luchas, desarrollando así un precioso sentido de la amistad y la protección, y en algunos casos algo más (esta serie está llena de OTPs). Como espectadores, es imposible no sentirse cada vez más cercanos a ellos al contemplar cómo se forjan estas relaciones, al verlas construirse mientras se prueban todas las posibles combinaciones de personajes hasta el último momento (-“¿Te conozco?” -“Hemos follado”). En el sexto capítulo, “Demons“, nuestra conexión con los protagonistas se lleva un paso más allá, volviéndose carnal en una sorprendente orgía con la que Sense8 se reafirma en su naturaleza osada, experimental y erótica (probablemente estemos ante la serie más queer del momento). Los sensates exploran sus posibilidades, descubren otras culturas, se enriquecen de la música, el arte y la historia de otros países, aprenden sobre sí mismos escuchando las historias de los otros, y comienzan a disfrutar del sexo como de todo lo demás, con los sentidos magnificados, multiplicados y a flor de piel. Nosotros desde casa los observamos con anhelo y deseo, con los ojos como platos al igual que la pequeña Kala contemplando el exuberante festejo en las calles de Bombay, y finalmente nos unimos a ellos en el jacuzzi para acabar formando parte de su cluster desde ese momento y hasta el final.

A partir del noveno episodio, “Death Doesn’t Let You Say Goodbye“, la mitología de la serie cobra mayor importancia y a través del personaje de Malik aprendemos todo lo necesario (por ahora) sobre los sensates y el objetivo de la organización de Mr. Whispers (gran nombre para un villano, ¿eh?) antes de adentrarnos en la recta final. De esta manera, Sense8 concreta su plan de juego y adquiere mayor propósito y finalidad, a la vez que prepara el terreno con material de sobra para las próximas temporadas (si todo sale según lo previsto, cinco). Para entonces, los diálogos y el humor han mejorado enormemente, las personalidades de los protagonistas están bien definidas (incluso acabamos apreciando lo que están haciendo con Lito y el cliché del macho de telenovela) y la acción va en crescendo, hasta estallar en los que son probablemente los episodios más esquizoides (más Wachowski) de la primera temporada, “What Is Human?” (1×10) y “Just Turn the Wheel and the Future Changes” (1×11), loquísima sesión doble de desmembramientos, persecuciones, impresionantes coreografías de lucha (brava Sun), bazucas y duelos culebronescos, con un entreacto en forma de una de las secuencias más conmovedoras y desbordantes que quien esto escribe ha visto en una serie de televisión (Spoiler: todos los sensates reviviendo uno a uno sus nacimientos al escuchar el concierto al piano del padre de Riley en Reikiavik. Fin del Spoiler). La prolongada catarsis da paso al desencadenante que nos llevará hacia el final de la temporada, una conclusión trepidante y emocionante en la que nos deleitamos viendo a los sensates poner en práctica sus habilidades para llevar a cabo una misión en equipo, y con la que Sense8 alcanza una sincronización perfecta que la lleva a la transcendencia. Definitivamente, ha merecido la pena quedarse.

Sense8 finale

Los Wachowski suelen cargar sus obras con grandes dosis de espiritualidadfilosofía (da igual si tiene que ver con la percepción de la realidad, la reencarnación o las abejas), aunque la mayor parte del tiempo ni ellos ni nadie saben muy bien qué nos quieren decir exactamente. En Sense8 nos encontramos a unos Wachowski igualmente desmadrados y ambiciosos como artistas, pero con mayor control sobre el nuevo universo ficcional que han creado y más atinados a la hora de equilibrar la densidad de su discurso con el entretenimiento y el espectáculo televisivo (algo que quizá haya que atribuir a Straczynski). La idea es reflexionar acerca de lo que nos hace humanos, y la respuesta es tan sencilla como abstracta: “la habilidad de sentir miedo, ira, deseo, amor“. Los sensates representan la unión de estas emociones, juntos son el ser humano moderno y a la vez el siguiente paso en la escala evolutiva: “Para convertirte en algo más que aquello que la evolución definiría como a ‘ti mismo’ necesitas algo diferente a ti”. Desde la fantasía y la ciencia ficción, Sense8 nos está proponiendo dar un siguiente paso: unir nuestras diferencias, fundir nuestras culturas y difuminar las fronteras sexuales, para ingresar en un nuevo capítulo evolutivo. De nuevo, esta utopía puede pecar de demasiado ingenua, pero es una noción que al menos merece la pena imaginar como una realidad posible. Por lo que a mí respecta, esto es el futuro. Bienvenidos.

Críticas: Alacrán enamorado, LOL

Alacrán enamorado (Santiago Zannou, 2013)

Interesante aproximación a un grave problema social de nuestro país que no se cimenta en los habituales discursos demagógicos, rancios y sensibleros, sino que lleva a cabo una potente denuncia -al racismo en todas sus vertientes, el de las palizas nocturnas, el político, el “de barra de bar”-, apoyándose principalmente en un grupo de personajes muy bien dibujados. Estos no se diluyen en el panfletismo de un director (y en este caso un escritor, Bardem), sino que se mantienen en el centro del relato en todo momento, como lo más importante del mismo.

Alacrán enamorado está hecha con astucia e inteligencia, no es un producto que infravalore o adoctrine a la audiencia, como suele ocurrir con este tipo de cine (Aranoa, qué poco te echamos de menos), y cuenta una historia de manera concisa, sin andarse por las ramas, y sabiendo en todo momento lo que el espectador necesita y lo que no le hace falta.

A destacar -de entre todos los excelentes intérpretes- a Carlos Bardem, no solo porque la película sea una adaptación de su libro homónimo, sino porque el papel que interpreta en ella es digno de todos los elogios. Y por supuesto, a un sorprendente Álex González, a quien pertenece el próximo Goya a Mejor Actor.

LOL (Lisa Azuelos, 2012)

Lo único que salva esta película es que sí hay química entre Demi Moore y Miley Cyrus, y que son muy adecuadas para sus papeles de madre e hija, por muy desafortunado que parezca el casting.

Pero ya está, no hay más. Estamos ante una cinta con ínfulas de retrato generacional que en realidad no es más que un insulso romance teen en la era WhatsApp. Quizás sí podamos sacar un par de conclusiones sobre los adolescentes de hoy en día, pero por muchas emotivas moralejas y aunque Azuelos se esfuerce en romantizarla, el vacío que vemos en ella es desolador.

Si Cyrus pretende desmarcarse de su etapa Disney con papeles como este, mejor que cambie de agente.