Crítica: Tom à la ferme

Xavier Dolan in Tom at the Farm

Texto escrito por David Lastra

En su batalla personal por ser el mayor genio de su generación o la mayor mamarracha parida en esta última década, Xavier Dolan nos trae su película más enfermiza y sorprendentemente contenida (en forma, que no en contenido). Un paso sorprendente tras la colosal (tanto en los aspecto positivos como negativos), Laurence Anyways. Estas son las aventuras de Tom en la granja, no confundir con las del best-seller del colectivo Violeta Denou.

Tras el funeral de su novio, Tom (un oxigenado Dolan que retoma el protagonismo tras cederle el honor a Melvil Poupaud en la citada Laurence Anyways) se ve envuelto en una encerrona en la que su cuñado Francis (interpretado por Pierre-Yves Cardinal, un híbrido entre Félix Gómez y Miguel Ángel Muñoz, pero con el triple de magnetismo y dotes actorales que ellos) le obliga a representar una farsa ante la madre de este: de pareja a amigo mariquita. Lejos de verlo como un drama, Tom no solo acepta la desposesión post-mortem del ser querido, sino que abraza gustosamente su rol pasivo como esclavo personal de la granja. No simplifiquemos la actitud de Tom con la etiqueta de síndrome de Estocolmo, todo forma parte de un estudiado plan: su cuñado es el sustituto perfecto para reemplazar el vacío del novio muerto. Si por el camino tiene que ordeñar un par de vacas y aguantar más que un buen puñetazo, pues se aguanta con una sonrisa.

Pierre-Yves Cardinal, Lise Roy og Xavier Dolan in Tom at the Farm

En Tom à la ferme, Dolan vuelve a combinar dos de sus temas favoritos: el vacío que deja la persona ausente y la preservación, santificación y consiguiente defecación de la figura materna; pero bajo una óptica mucho más centrada. Se agradece de igual manera que sus personajes no griten tanto. Todavía resuenan en mis oídos los gritos de las conversaciones madre-hijo de Yo maté a mi madre. Podríamos afirmar que esta nueva actitud viene dada porque por primera vez Dolan se basa en material ajeno (la obra homónima de teatro de Michel Marc Bouchard), pero no sería justo desmerecer la posible madurez (¡qué vértigo y qué espanto de palabra!) del director canadiense en su cuarta película.

Otra novedad en cuanto a su obra anterior es la selección musical. En esta ocasión hay menos concesiones ochenteras de las que nos tiene acostumbrados. Aunque suene el Sunglasses at Night de Corey Hart en una escena, la película se sustenta a base de golpes musicales (estridentes) del oscarizado Gabriel Yared y un Rufus Wainwright convertido en sorprendente narrador con su catártica y desgarradora Going to a Town, aunque no pierde el toque hortera al utilizar de manera tan dramática (y erótico festiva) las composiciones de Gotan Project.

Aunque ya hayamos apuntado que es una película completamente Dolan, no podemos sino caer en el juego de las influencias para dar un último titular. Una frase de esas que hace que la película se venda mejor. Ahí va. Tom à la ferme es una historia de Chabrol pero rodada por Fassbinder (gestos con las manos).

Valoración: ★★★★½