Hasta los huesos. Bones and All: Carne, huesos y tú

David Lastra

Seguro que conoces la historia de Bonnie y Clyde. Ya sea a través de la versión romantizada de Arthur Penn con Faye Dunaway y Warren Beatty; por el maravilloso videoclip de Serge Gainsbourg y Brigitte Bardot; o, incluso, por el homenaje que les hicieron de soslayo Beyoncé y Jay-Z. Cómo vivieron, cómo murieron… Su cruzada ACAB, sus atracos for the lols… Si te gustó, escucha ahora la historia de Maren y Lee. Los dos nuevos antihéroes nómadas que habitan esa tierra de nadie que son los Estados Unidos profundos de América en Hasta los huesos. Bones and All, la nueva película de Luca Guadagnino (Call Me By Your Name), y que vuelven a colocar en la palestra a los caníbales después de la zulawskiana Crudo de Julia Ducournau y los DMs de Armie Hammer.

Así que aquí va, corren los años ochenta. El neoliberalismo de Reagan aprieta y ahoga a las clases bajas. La música disco ha sido asesinada vilmente por un estilo musical tan conservador como el rock. Pero Maren (Taylor Russell, Escape Room) tiene novio. Él es hermoso y su nombre es Lee (Timothée Chalamet, Dune). Peliteñido y precursor de la peligrosa estética Heroin Chic. Juntos forman un núcleo familiar indivisible e impermeable en el que solo existen ellos dos y nadie puede entrar. Ella es una tía legal, honesta y bastante chula. De una timidez tan pronunciada que muchos se atreverían a tachar directamente como asocial. Sus razones tendrá y sus razones nos muestra en la cruenta primera escena de Hasta los huesos. Bones and All. Porque, además de ser una buena chica, Maren es caníbal. No es que solo se alimente de carne humana, sino que de buenas a primeras, siente el irremediable impulso de soltar un bocado a un dedo, un pezón o lo que se ponga en su camino. No sabemos de dónde provienen sus peculiares hábitos alimenticios, ni tampoco estamos aquí para juzgarla. Solo para acompañarle en un viaje iniciático que le llevará a encontrar un par de razones para seguir viviendo.

Como todo buen personaje de una aventura coming of age que transcurre en la inmensidad de los Estados vaciados de América, Maren se irá encontrando con una serie de pintorescos personajes a lo largo de su huida hacia delante. Más allá del propio Lee, ella se tropezará con el solitario y extremadamente creepy Sully (Mark Rylance, El puente de los espías) que, no solo le descubre que hay más como ellos, sino que existen algunos truquillos para conseguir comida caliente de una manera más o menos ética sin llegar a perjudicar a nadie; con dos rednecks bastante pirados (Michael Stuhlbarg, el icónico padre de Elio en Call Me By Your Name; y David Gordon Green, director de la última trilogía de Halloween), que le mostrarán el lado más sádico del canibalismo. Gracias a cada uno de esos hombres, con su recalcitrante paternalismo y latente acoso sexual, Maren irá descubriendo lo que no quiere ser en la vida y a quién no quiere tener a su lado. Su elegido es Lee, y junto a él comparte traumas familiares, alguna que otra pelea y unos cuántos asesinatos a sangre fría bajo unas directrices bastante desafortunadas y homófobas.

Basándose en la novela homónima de Camille DeAngelis, Luca Guadagnino vuelve a crear otro personalísimo retrato sobre los primeros pasos en la vida adulta de una pareja de jóvenes inadaptados. Recogiendo sus dilemas y alegrías, amoríos y decepciones, así como las consiguientes responsabilidades morales y consecuencias de sus actos. Un retrato que ya clavó a la perfección en los casos de Elio en Call Me By Your Name, o en los de Fraser y Caitlin en We Are Who We Are, y con el que tropezó un poco en la Melissa de Melissa P., la irregular adaptación de la polémica Los cien golpes de Melissa Panarello que realizó al comienzo de su carrera. En esta ocasión, Guadagnino vuelve a acertar a la hora de elegir sus dos jóvenes en llamas, aunque no llegue a realizar un estudio tan profundo como nos tiene acostumbrados, adoptando en esta ocasión un toque un poco más liviano.

Esa naturaleza liviana y salvaje, hermana a Hasta los huesos. Bones and All con sagas generacionales tales como Crepúsculo. Obviamente la factura técnica y estética, así como la interpretación de sus repartos se encuentran a años luz la una de la otra, pero ambas saben jugar con ese malditismo, su componente camp legendario (cambiando los bellísimos vampiros y licántropos por morbosos caníbales) e, importante, saben hablar el lenguaje de la juventud. Maren y Lee estarían destinados a forrar carpetas si su target adolescente lograse ver la película de manera masiva. Porque, qué bonito (y retorcido) tiene que ser tener una película como Hasta los huesos. Bones and All como película de tu generación. Mucho mejor que alguna de las que nos tocaron a nosotros. Pero más allá de su naturaleza coming of age, Guadagnino vuelve a lograr otra obra completamente universal; gracias a su manera de captar lo solos que estamos y la dificultades ante las que nos enfrentamos  a la hora de encontrar nuestro lugar en este mundo. Seamos caníbales o no.

Pero no solo de tierna juventud vive Hasta los huesos. Bones and All, porque como buena película de caníbales, la película es prolija en sangre y vísceras. Una abundante y pegajosa sangre plasmada en un precioso toque óxido marca de la casa, que tan bien supo utilizar en Suspiria. Porque aunque sea la primera vez que trabaja con él, Arseni Khachaturan (Beginning), logra clavar los tonos de la factoría Guadagnino. Resultando especialmente arrebatadores en la violenta escena en que descubrimos la verdadera naturaleza de Maren. Un momento icónico que se convierte al instante en una de las mejores escenas de la filmografía del director. Otros debutantes en este enfermizo romance son los compositores Trent Reznor y Atticus Ross (alma y partenaire de Nine Inch Nails, y ganadores de dos Oscars por La red social Soul), que realizan un luminoso score (con canción con Mariqueen Maandig, vocalista de How to Destroy Angels y esposa de Reznor, de regalo) que difiere bastante a su oscura y electrónica óptica habitual, pero que se convierte en el acompañamiento perfecto a esos cielos y horizontes interminables de las llanuras estadounidenses.

Pero la debutante estrella y gran vencedora de Hasta los huesos. Bones and All no es otra que Taylor Russell. Con su cándida y áspera aproximación a un personaje como Maren, la intérprete de Waves logra una de las interpretaciones del año. Una labor por la que debería zamparse más de un galardón (ya se hizo con uno bastante jugoso en Venecia) en esta extraña carrera de premios en la que nos adentramos. Por su parte, Chalamet vuelve a realizar otro notable trabajo, a medio camino entre el adicto que interpretó en Beautiful Boy y el chuleta Kyle de Lady Bird. Aunque vuelva a cumplir con creces, su personaje deja cierta sensación de deja vú. Una leve desazón provocada seguramente por la presión de las expectativas con la que le hemos cargado por su trabajo como Elio durante su primera colaboración con Guadagnino en Call Me By Your Name.

Aunque a priori pueda sabernos un poco raro, Luca Guadagnino vuelve a convencernos con un plato fuera de carta, bastante juguetón, muy especiado y crudo, completamente crudo. Hasta los huesos. Bones and All es la gran película coming on age que se merecía nuestra generación y que, a pesar de llegar tarde un poco para nosotros, nos la tragamos hasta los mismísimos huesos.

Nota: ★★★★

Reseña: Call Me by Your Name – Edición Limitada Blu-ray

¿Qué más se puede decir sobre Call Me by Your Name? Los que me leéis habitualmente conocéis de sobra mi obsesión por la película de Luca Guadagnino. Algunos incluso habréis dejado de leerme por mi insistencia a lo largo del último año en hacer referencia al film o a sus actores protagonistas, algo que entendería perfectamente.

Claro que también espero que vosotros me entendáis a mí. ¿Nunca habéis visto una película que os llegue tan adentro, que os cale tanto, que se convierta instantáneamente en una de las películas de tu vida? Esta es una de las mías y eso es Call Me by Your Name, una de esas películas tan especiales que solo aparecen muy de vez en cuando, una historia con un poder arrollador, que ha enamorado, incluso transformado a miles de personas en todo el mundo, suscitando un culto automático y apasionado de un público que la ha acogido de forma muy personal. Es una experiencia que invita a sumergirse en el idílico y romántico verano durante el que transcurre, a soñar con un pasado que nunca tuvimos o reimaginar el que sí tuvimos, a sentirse identificado y vivirlo en primera persona, a desear y morir de amor con sus protagonistas. En definitiva, una película de la que es imposible salir después de los créditos finales.

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Como he dicho en muchas ocasiones, conocer a Elio (Timothée Chalamet) y Oliver (Armie Hammer) es quedarse con ellos para siempre. Una de las claves principales por las que el público se ha volcado de forma tan profunda con la película es la conexión real que se ha establecido entre ambos actores. Los dos viajaron a Crema, Italia meses antes del inicio del rodaje para familiarizarse con la vida de pueblo, con la naturaleza, y para conocerse el uno al otro. Se desarrolló entre ellos una amistad y una complicidad tan grande que hizo sino beneficiar a su historia de amor en la pantalla. Chalamet y Hammer se entregan el uno al otro de tal manera que es difícil creer que ese amor es ficción.

El trabajo que realizan ambos actores es digno de elogio y admiración, pero lo de Chalamet en particular es prodigioso. El joven actor neoyorquino pasó del anonimato a ser proclamado una de las mayores promesas del cine de los últimos años gracias a su interpretación como Elio. Chalamet personifica de forma sublime la impaciencia, la confusión y el delirio del primer amor, así como el insoportable dolor de perderlo, se abandona a su compañero de reparto en cuerpo y alma (literalmente, se fusiona con él), y nos hace partícipes del recorrido emocional que atraviesa (y que condensa en el sobrecogedor y ya icónico primer plano de los créditos finales). Podría seguir hablando de él eternamente, del atractivo y carisma de Hammer (¿Quién no se enamoraría de Armie Hammer?), de Michael Stuhlbarg y su ya mítico discurso final, de la profunda sensualidad y belleza de las imágenes, del melocotón… Pero lo cierto es que sería repetirme. Os dejo mejor con la crítica que escribí con motivo del estreno en cines, completamente desbordado y embriagado por la experiencia.

Call Me by Your Name: Un clásico moderno que se queda con nosotros para siempre

Aunque no se ha librado de las quejas por la diferencia de edad de los protagonistas (Elio tiene 17 años, Oliver 24) o la supuesta mojigaería a la hora de mostrar escenas de sexo homosexuales, Call Me by Your Name ha conquistado al público y la crítica, culminando su largo trayectoria promocional y comercial en los pasados Oscar, donde se llevó el premio a mejor guion adaptado para James Ivory (un año después del triunfo de otro film con protagonistas gays, Moonlight).

Pero la temporada de premios no fue el final para la película, sino un punto y seguido. Call Me by Your Name se ha ganado en poco tiempo el título de clásico moderno, y su efecto seguirá durando muchos años. Guadagnino ya está preparando la segunda parte junto al autor de la novela en la que se basa la película, André Aciman, en la que veremos a Elio y Oliver viajando por el mundo. Hasta entonces, regresaremos a 1983, al pequeño pueblo de Italia donde todo comenzó, y volveremos a vivir el principio de su historia una y otra vez.

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Sobre la edición

Sony Pictures Home Entertainment ha puesto a la venta Call Me by Your Name en España en Blu-ray, DVD y digital. Además de las ediciones sencillas en Blu-ray y DVD, lanza una edición limitada exclusiva para fnac. Ni que decir tiene que esta es la edición ideal para aquellos que, como yo, están obsesionados con la película, y por tanto, esta es la edición que hoy nos ocupa. En otros países, como Estados Unidos o Reino Unido solo ha habido ediciones simples, así que se agradece que Sony España haya pensado en nosotros y le haya dado un tratamiento más especial.

La edición viene presentada en funda de plástico clásica con slipcover de cartón glossy. El título de la película viene en relieve sobre la funda, lo cual hace que resalte más lo que ya de por sí es una portada preciosa. Además, contrario a otras ediciones internacionales, la portada no viene abarrotada de citas de la crítica, todo un acierto (los carteles llenos de citas mejor para las revistas o la campaña de premios). En el interior, un libreto exclusivo con mensaje del director, notas de producción y entrevistas a Luca Guadagnino, Timothée Chalamet y Armie Hammer. Son 32 páginas de texto que incluyen numerosas imágenes de la película y el rodaje. Un extra que nos hace el apaño mientras esperamos a que se decidan a editar un (obligatorio) libro sobre el rodaje con los cientos de imágenes que se tomaron en Italia.

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En cuanto los contenidos adicionales, la edición no es abundante, pero lo que incluye es bastante jugoso. Un imprescindible making of de 10 minutos de duración con imágenes del rodaje y entrevistas al equipo, que desgrana la relación de Elio y Oliver y el proyecto en todas sus fases, una charla de 25 minutos con Armie Hammer, Timothée Chalamet, Michael Stuhlbarg y Luca Guadagnino, y el precioso videoclip de la canción nominada al Oscar ‘Mystery of Love’, de Sufjan Stevens. Pero lo mejor de los extras es sin duda el magnífico y muy personal audiocomentario con Chalamet y Stuhlbarg, sobre todo por los comentarios del primero, que nos permite entrar en su proceso interpretativo y vuelve a dejar patente su conexión con Hammer, y la admiración que siente por él. Volver a ver la película escuchándolos sirve para descubrir muchos más detalles y resolver dudas que nos puedan surgir viéndola.

Sabemos que hay muchas escenas que se quedaron fuera del montaje final, por lo que resulta algo decepcionante que no se haya incluido ninguna, aunque también es comprensible, porque cabe la posibilidad de que acaben en la secuela a modo de flashbacks. Aun así, contamos con que dentro de unos años aparezca una edición conmemorativa en la que se vierta todo el material que hay. Porque no parece que la pasión por Call Me by Your Name vaya a desaparecer con el tiempo, sino todo lo contrario.

Crítica: La forma del agua

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La imaginación de Guillermo del Toro es uno de los lugares más fértiles del planeta. De su mente han salido algunas de las criaturas más mágicas y terroríficas del cine de los últimos 25 años, así como imágenes que parecen directamente fotografiadas del ámbito de los sueños y las pesadillas. El espinazo del diabloHellboyEl laberinto del faunoPacific RimLa cumbre escarlata, las series The StrainTrollhuntersDel Toro es sinónimo de fantástico, un género frecuentemente relegado a segunda fila por ser considerado menor o no tomarse lo suficientemente en serio (con honrosas excepciones como El Señor de los Anillos). Pero esto ha cambiado este año gracias a su última película, La forma del agua (The Shape of Water), que con 13 nominaciones a los premios Oscar empieza a otorgarle al género la atención y el respeto que hacía tiempo que no se le daba.

La forma del agua es un cuento de hadas para adultos que se desarrolla en el Baltimore de principios de los 60, con la Guerra Fría como telón de fondo. La película cuenta la historia de Elisa (Sally Hawkins), una mujer muda que trabaja como limpiadora en un laboratorio gubernamental de alta seguridad donde se están llevando a cabo misteriosas investigaciones científicas. Su vida cambia para siempre al descubrir junto a su compañera Zelda (Octavia Spencer) un experimento clasificado como alto secreto: un poderoso hombre anfibio (Doug Jones) atrapado en Sudamérica. Elisa establecerá una conexión especial con la criatura, que como ella, tampoco puede usar la voz para comunicarse, una amistad que se transformará en amor y llevará a la mujer a urdir un plan junto a su vecino y único amigo, Giles (Richard Jenkins), y otros aliados inesperados, para liberar al hombre anfibio de las garras del malvado coronel Strickland (Michael Shannon).

Del Toro recoge influencias de muchos lugares para dar forma a la historia y el universo visual de la película. La forma del agua nace inicialmente de su amor por el clásico de Universal La mujer y el monstruo, pero en ella también encontramos numerosos elementos en común con cuentos clásicos como La Bella y la Bestia La Sirenita (la comparación con Disney es fácil al tratar una relación de amor entre especies) y relecturas de los mismos como Un, dos tres… Splasho evidentes trazas del realismo mágico de Jean-Pierre Jeunet, cuyas películas DelicatessenAmélie han jugado un papel importante en el acabado estético del fabuloso mundo de Elisa Espósito (tanto es así que Jeunet ha llegado a acusar de plagio a Del Toro, aunque esa polémica la dejaremos para otro día). Este cóctel de influencias da lugar a un verdadero regalo para la vista, un magnífico trabajo de diseño artístico, puesta en escena y uso de la luz y el color que nos muestra al director mexicano en la cima de sus posibilidades.

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La forma del agua nos deja también al Guillermo del Toro más soñador y romántico. Con ella, el director establece un paralelismo entre el agua y el amor, dos “materias” maleables que se adaptan a la forma de lo que contenga en un momento dado. Como él mismo explica, “independientemente de la forma que tenga aquello en lo que depositamos nuestro amor, éste se adapta, ya sea a un hombre, a una mujer o a una criatura”. Con la historia de Elisa y el hombre anfibio, Del Toro desarrolla una cura para el cinismo de nuestros días, situando un romance que rompe las barreras de la comunicación y los prejuicios en el contexto de una época de odio entre naciones y discriminación por motivos de raza, género u orientación sexual. Una época que bien podría ser los 60 o 2018. Así, La forma del agua aborda numerosos temas de relevancia presente (acoso sexual, sexismo, homofobia, racismo) con los que añade capas y lecturas a un cuento tan atemporal como actual.

El mundo de La forma del agua es hermoso y cruel, erótico y sangriento, dulce y poético, es un engranaje que funciona con precisión artística gracias a la visión tan específica y personal de Del Toro, pero que alcanza la sublimación con la interpretación que se sitúa en el centro. Lo de Sally Hawkins es de otro mundo. Su capacidad para expresar emociones sin palabras es sin duda merecedora de todos los elogios y reconocimientos que está recibiendo. Pero su recital interpretativo viene además reforzado por el excelente trabajo de los secundarios: Jones, mago de las caracterizaciones monstruosas cuya labor debajo del látex y el maquillaje no debemos subestimar, Shannon abrazando por completo su papel de villano de cuento, Spencer, que aporta la nota más divertida del film, y sobre todo Jenkins, que, con la humanidad que lo caracteriza siempre, da vida a uno de los personajes más entrañables y compasivos que hemos visto recientemente en el cine. Para más señas, un hombre gay de 60 años, colectivo que apenas disfruta de representación positiva en la ficción.

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Aunque estamos quizá ante la cinta más pulida en lo narrativo de la filmografía de Del Toro, en La forma del agua ocurre, a menor escala, lo que suele pasar con prácticamente todas sus películas. El guion no está tan trabajado como la ambientación o el apartado técnico y visual. Aun aceptando que se trata de un cuento de hadas (donde las cosas pasan porque sí y no debemos cuestionarlas demasiado), los agujeros y los trucos del guion pueden chirriar, así como lo precipitado de algunos pasajes, en especial en lo que respecta al enamoramiento entre Elisa y el hombre anfibio. Del primer contacto al segundo hay un salto muy brusco en el que parece haber cambiado todo, y da la sensación de que falta un trozo de historia que nos cuente mejor cómo ha florecido esa relación.

Es un problema, no obstante, que se subsana a base de amor. Viendo a la pareja protagonista interactuar, explorar sus sentimientos y descubrirse físicamente (la escena de su primer encuentro sexual es una buena muestra de la intensa belleza que puede alcanzar el film), acabamos creyéndonos lo que hay entre ellos y luchando contra cualquier incongruencia de guion para protegerlo. Pero ante todo, el amor que eleva la película es el que Del Toro siente por el cine y por el género fantástico, una devoción que como de costumbre, salta a la vista en cada plano (no en vano, Elisa y Giles viven encima de una sala de cine). Es esa pasión ingenua y contagiosa lo que convierte La forma del agua en un trabajo sincero, un precioso acto de amor que renueva la validez de la expresión “la magia del cine”.

Pedro J. García

Nota: ★★★★

Call Me by Your Name: Un clásico moderno que se queda con nosotros para siempre

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[Aviso: Este artículo contiene detalles de la trama que se pueden considerar spoilers]

Muchos leíamos su sonoro título por primera vez en verano de 2016. Call Me by Your Name. Se quedaba en la mente y reverberaba augurando algo muy especial. La nueva película de Luca Guadagnino (Yo soy el amor, Cegados por el sol), basada en la novela homónima de André Aciman publicada en 2007, entraba en nuestro radar como una de las cintas más apetecibles de la siguiente temporada. Su exitoso paso en otoño del mismo año por el festival de Sundance daba comienzo a la apasionada relación que el público está viviendo con ella. Call Me by Your Name encandiló en Sundance, y allá donde se proyectaba (Berlín, Toronto, San Sebastián, Palm Springs…), y su estreno comercial en Estados Unidos y el Reino Unido a finales de 2017 no hizo más que sellar su destino. Por eso, Call Me by Your Name llega a España (una de sus últimas paradas) ya convertida en un clásico moderno.

Pero, ¿qué tiene la película de Guadagnino que levanta tantas pasiones? Principalmente, el poder de transportar, transfigurar y transformar al espectador con su arrebatadora historia de amor y su idílica ambientaciónCall Me by Your Name transcurre durante el verano de 1983 en un pequeño pueblo al norte de Italia. En una de sus ociosas villas conocemos a Elio (la revelación Timothée Chalamet), un chico de 17 años que pasa las vacaciones bañándose, leyendo, componiendo música y flirteando con su amiga, Marzia (Esther Garrel). La llegada de Oliver (Armie Hammer, puro magnetismo), un atractivo estudiante de posgrado que viaja a Italia para trabajar junto al padre de Elio (Michael Stuhlbarg) en su tesis doctoral, convierte un verano más en los meses más importantes de su corta vida. La atracción de Elio por Oliver, la confusión que esto provoca, y las evasivas de su objeto de deseo dan paso a un intenso vals de sentimientos que culminará en uno de los romances más embriagadores que hemos visto en una pantalla de cine.

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Call Me by Your Name es la crónica de un amor de verano, pero no uno cualquiera. La historia de Elio y Oliver tiene un componente claramente universal, ya que cuenta, con suma cadencia y sensibilidad, algo en lo que toda persona puede verse reflejada sin importar su entorno u orientación sexual: ese primer amor que lo cambia todo, el despertar sexual y el insoportable dolor que supone enfrentarse a la idea de que quizá no sea un amor para siempre. Pero estas vivencias son magnificadas por el hecho de que se trata de dos hombres, lo que añade un emocionante componente furtivo y de secretismo que solo las personas LGBT+ pueden entender en su totalidad. Afortunadamente, James Ivory, el guionista del film, y Guadagnino se mantienen muy fieles a la novela (exceptuando un par de escenas clave) y dejan atrás los clichés más aciagos del cine gay, limitándose a explorar las emociones de unos personajes que se están descubriendo a sí mismos sin que estos tengan que enfrentarse a contratiempos trágicos como una enfermedad, una paliza homófoba o el rechazo de su comunidad. De hecho, es todo lo contrario.

En los padres de Elio, interpretados magistralmente por Michael Stuhlbarg y Amira Casar, encontramos un modelo de comportamiento ideal, figuras paternas comprensivas y tolerantes que ofrecen soporte a su hijo, haciendo que muchos deseemos haber tenido ese tipo de apoyo durante nuestro años de formación, pero también llenándonos de esperanza al pensar que quizá las nuevas generaciones cuenten cada vez más con padres como los Perlman. Muy célebre es ya la escena cerca del final en la que, tras la marcha de Oliver, el padre de Elio consuela a su hijo animándole a abrazar su dolor, y por encima de todo, a ser él mismo. Ese sobrecogedor discurso, que contiene las palabras que tantas personas homosexuales hubieran querido escuchar a esa edad, es lo que pone en perspectiva todo lo vivido hasta el momento, lo que convierte esta película en una obra con la capacidad de cambiar a quien la ve.

Por eso Call Me by Your Name es mucho más que cine. No es solo una película preciosa que se ve y tras lo cual se pasa a lo siguiente. Es una experiencia de gran calado personal que se vive con todos los sentidos, en la que se entra de la cabeza a los pies, y de la que es imposible salir una vez terminados los (ya icónicos) créditos finales: ese arrollador primer plano sostenido de Timothée Chalamet en el que observamos el mapa emocional de Elio mientras revive su verano con Oliver y sopesa sus consecuencias. Una escena que, aunque no sea más que el broche a una interpretación portentosa de principio a fin, por sí sola justifica todas las nominaciones que ha recibido el actor.

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La dedicación de Chalamet y la increíble capacidad que tiene para expresar el mundo interior de Elio con su rostro facilita la inmersión de un espectador que vive su verano en primera persona, que comparte su intimidad, que se excita, se ilusiona y siente a través de él. Pero no se trata de un ejercicio que nos convierte en voyeurs, sino de uno de los actos cinematográficos más generosos de la historia. Nos enamoramos de Oliver junto a él (¿Quién no se enamoraría de Armie Hammer?, como el mismo Chalamet ha dicho en incontables entrevistas), lo acompañamos en sus dudas, en sus miedos y frustraciones, en sus exabruptos inmaduros, en el éxtasis del deseo correspondido, los nervios y la exaltación sexual, en el anhelo de la piel y el olor del otro, y en última instancia, creemos morir por tener que decir adiós. Porque dejar de ver Call Me by Your Name es efectivamente como despedirse del primer amor tras un verano inolvidable juntos, el dolor que deja en el pecho es casi tan punzante y el vacío casi tan grande. De ahí que la película esté provocando obsesión en un sector de la audiencia que necesita volver a ella una y otra vez.

Guadagnino ha realizado una obra cautivadora en todos los aspectos, una película tierna y a la vez valiente, evocadora y profundamente romántica y sensual, en la que todo está cuidado con un mimo absoluto y una visión artística muy medida. La exquisita ambientación que reproduce con precisión la estética y la atmósfera de los 80 en Europa; la bellísima fotografía que envuelve el relato en un halo atemporal sacando el máximo partido de los hermosos parajes en los que tiene lugar; la acertadísima banda sonora, que incluye dos temas originales de Sufjan Stevens (más una nueva versión de una canción antigua que parece haber sido escrita para la película), en los que el cantautor se pone en la piel de Elio para ejercer como narrador temporal; el uso de la cámara, con la que Guadagnino transmite estados de ánimo y atrapa al espectador, jugando con los encuadres, la luz o el desenfocado para construir el universo de Elio y Oliver. Y sobre todo, Chalamet y Hammer, dos actores entregados en cuerpo y alma a sus personajes, al amor que los consume y los convierte en un solo ser (“Llámame por tu nombre y yo te llamaré por el mío”), hasta el punto de que es completamente imposible imaginarse a otros en su lugar. No hay elogios suficientes para ellos.

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Las palabras son un tema recurrente en la película. “¿Es mejor hablar o morir?”. La canción “Words” de F.R. David suena varias veces a lo largo del metraje, y “Futile Devices” de Sufjan Stevens, replica el sentimiento que personifica a Elio en este momento de su vida: “Hablar me cuesta. ¿Cómo voy a encontrar la manera de decir que te quiero?” / “Te diría te quiero, pero decirlo en voz alta es difícil, así que no lo diré”. En Call Me by Your Name, las palabras son importantes, pero no lo dicen todo. Las miradas, los silencios y los gestos entre Elio y Oliver, los de la noble Marzia a Elio cuando comprende lo que está ocurriendo en el interior de su amigo, la complicidad visible de los Perlman, que observan el crecimiento de su hijo sin que este se percate; todo eso comunica lo que los diálogos no expresan, una sinfonía de matices que nos invita a estar alerta para no perdernos todo cuanto acontece.

Call Me by Your Name es una de las películas sobre el paso de la adolescencia a la adultez más sinceras y conmovedoras que hemos visto, una historia de maduración contada con pasión, libertad y el desbordante erotismo que caracteriza a Guadagnino -y que aquí alcanza su máxima expresión en escenas tan comentadas como la del melocotón, o mediante los desnudos entrelazados de sus protagonistas, análogos a las esculturas greco-romanas con las que el realizador compone una oda al cuerpo masculino y el deseo. Conocer a Elio y Oliver es quedarse con ellos para siempre, es dejarles una parte de nosotros mismos. El efecto de la película perdura, sus imágenes no desaparecen de la retina y su mensaje de tolerancia propone un mundo en el que necesitamos creer. Por todo ello, Call Me by Your Name no es solo un triunfo artístico incontestable, sino también una de las películas más importantes de esta generación.

Pedro J. García

Nota: ★★★★★

Crítica: Trumbo

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Texto escrito por David Lastra

Hay momentos para la lucha y momentos para el arte, pero a lo largo de la historia hemos comprobado con creces que esa diferenciación no es tan clara y que el arte ha sido utilizado como arma para la lucha política en infinidad de ocasiones. Uno de los mejores y más claros ejemplos de esa hibridación lo tenemos a unos pocos kilómetros (a un par de paradas de metro o un puente aéreo, dependiendo desde donde estés leyendo este texto), en el Museo Reina Sofía. El Guernica de Picasso no solo capta como ningún otro documento el horror de la Guerra Civil española, sino que debido a su fiereza descarnada hace que ese espanto sea fácilmente extrapolable a otros conflictos. Esa universalidad convierte al Guernica en la mejor definición gráfica de los horrores de la guerra y en el arma política de concienciación social definitiva. ¿Casualidad? No, Picasso creía en que el arte no se debía concebir con una finalidad puramente hedonista, sino que debía tener una finalidad combativa, que conectase al artista con su vertiente activista. En la actualidad, Banksy y Ai Weiwei recogen ese testigo rebelde desde un punto de vista más callejero y más tocapelotas, respectivamente. La utilización del arte como arma política es, valga la redundancia, un arte en sí mismo, con una fuerza que es capaz de mover masas. Por esa razón, los gobiernos (sin importar tendencia ideológica) se han preocupado sobremanera en fomentar y, especialmente, controlar el arte que se lleva a cabo en sus territorios a través de diferentes acciones, ya sea a través de galardones, subvenciones o directamente censura. Para el gobierno, el arte es algo muy poderoso, y por ello es necesario que existan una serie de figuras que filtren lo que le llega al pueblo. Habrá quien afirme que ese tipo de organismos y acciones no tienen cabida en este nuestro gran país, pero en la cabeza de todos siguen resonando palabras como mordaza. De acuerdo, España ya no es una dictadura, ni tampoco la Inquisición campa a sus anchas, pero la realidad dista de ser tan ideal como se pinta y sin entrar a hablar de temas como LGTBfobia o machismo porque ya sí que no hablaríamos en ningún momento de Trumbo, la verdadera razón de la existencia de toda la perorata anterior.

La caza de brujas lleva a cabo por el senador Joseph McCarthy en Estados Unidos durante una década es un claro ejemplo de cómo un gobierno pretende controlar la industria cultural de su propio país. Trumbo se acerca a la figura más reconocible de los llamados Diez de Hollywood, una decena de hombres relacionados con la industria cinematográfica que fueron vapuleados y apartados de su labor profesional por su condición de demonios comunistas. Lejos de dejarse achantar, estos Diez rojos se enfrentaron al sinsentido de incriminaciones falsas y demás chorradas provenientes del Comité de Actividades Antiamericanas, llegando a ser acusados de desacato, crimen por el que Dalton Trumbo terminó cumpliendo condena de un año de cárcel. Puede que la elección de Jay Roach a la hora de plasmar el infierno que vivieron tanto Trumbo como sus camaradas (una palabra que como muy bien expuso Chaplin en su deposición ante el Comité, no es exclusiva de los comunistas) suene arriesgada, ya que Roach saltó a la palestra gracias a sagas como Austin Powers o Los padres de ella, pero no debemos olvidar que también está detrás de una de las mejores cintas políticas de la década: Game Change, película de HBO sobre la figura de Sarah Palin. Al igual que en su laureado telefilm, Roach sabe conjugar en Trumbo su base como director de comedia con su activismo personal. No olvidemos que además de Game Change, Roach ya se acercó a temas políticos con El recuento (sobre los recuentos de Florida que colocaron a George W. Bush en la Casa Blanca), En campaña todo vale (sátira política con Will Ferrell y Zach Galifianakis) o el piloto de The Brink (serie cómica de HBO cancelada sobre una supuesta crisis internacional en Pakistán). Roach muestra lo ridícula que es esta caza de brujas, aportando numerosos momentos de humor, especialmente gracias a las pullas del propio Trumbo (interpretado como no podía ser de otra manera por Bryan Cranston) o por el humor directo y físico de Frank King (grande John Goodman), pero no se olvida de las fatales consecuencias que tuvieron esas acusaciones: pérdida de empleos, familias resquebrajadas, escarnio público, penas de cárcel, depresiones y hasta suicidios.

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Roach expone lo absurdo de la cuestión, no el absurdo estúpido de los Fockers, sino el absurdo del ser humano. Un absurdo que bien utilizado puede provocar tanto carcajadas como escalofríos. Puede que a media película sientas que estás en una suerte de Ocean’s Eleven, con todos los personajes toreando al sistema, trabajando con seudónimos y ganando Oscars, pero Trumbo no pierde de vista esa realidad de la que hablábamos. La hostia de realidad se personifica en Arlen Hird, personaje ficticio que es un contubernio de los otros Diez de Hollywood y que sirve como contraposición realista (y violenta) al ego de Trumbo. El personaje interpretado por Louis C.K. recuerda en todo momento que la lucha es algo muy serio, que la finalidad de todo no es el reconocimiento individual, sino la justicia social. El conflicto se completa con el choque entre Trumbo y su mujer Cleo (Diane Lane), en la que la desmesurada personalidad del artista vuelve a hacer acto de presencia, una contienda que Roach plantea de un modo demasiado convencional que no perjudica el resultado final del film gracias a la buena labor de ambos actores, y ayuda a mostrarnos los aspectos ególatras y oscuros del guionista. Cranston es la elección perfecta para un personaje tan carismático y complicado como Dalton Trumbo. A pesar de cierto exceso de mohines especialmente en las primeras escenas de su personaje, Cranston compone una interpretación hecha por y para recibir premios creando una verdadera correspondencia entre su Trumbo y el Trumbo real. Una pena que este fuese el año de recompensar a Leonardo DiCaprio con un premio a toda su carrera.

El lastre de la película es cierto tufillo a telefilm lujoso, producto de ciertas decisiones en el montaje, un ritmo no muy cinematográfico y la presencia de mil y un rostros televisivos en su reparto. Además de los citados Cranston, Goodman y Louie, tenemos a Alan Tudyk (Firefly) como Ian McLellan Hunter (camarada guionista que firmó Vacaciones en Roma al no poder hacerlo Trumbo), Dean O’Gorman (El joven Hércules) como Kirk Douglas, David James Elliott (JAG. Alerta roja, Mad Men) como John Wayne o Michael Stuhlbarg (Boardwalk Empire) como Edward G. Robinson, entre otros. Completan el reparto dos damas bastante reconocibles: Helen Mirren y Elle Fanning. Mirren se encarga de uno de los personajes más apetitosos: Hedda Hopper. La Dama comendadora de la Orden del Imperio Británico opta por el histrionismo más desbocado a la hora de dar vida a esta suerte de Pérez Hilton de la época, capaz de hundir cualquier reputación desde su columna de opinión (más o menos el poder que tiene esta página). Es una pena que su personaje no tenga más escenas en Trumbo, Hopper es uno de los grandes villanos del film (junto a McCarthy y el propio John Wayne) y su personaje no llega a desarrollarse como merece, quedando bastante deslavazado y caricaturesco. No sería mala idea un biopic del áspid de las letras protagonizado por la propia Mirren. En el otro extremo de intensidad interpretativa tenemos a Elle Fanning, que se encarga de poner rostro a la hija mayor de Trumbo en la última etapa del film. La mejor actriz de la saga Fanning se recrea en su laciedad para componer una adolescente creíble, que admira y choca con las ambiciones de su padre, consiguiendo ser de lo más destacable en materia interpretativa del film.

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Dalton Trumbo puede gritar aquello de “¡Yo soy Espartaco!” con todas las de la ley. No solo porque él firmó la adaptación cinematográfica de la novela de Howard Fast para Stanley Kubrick, sino porque también luchó contra el ingrato e injusto sistema establecido y contra la estupidez humana. Sirva esta Trumbo como una bonita manera recoger su contienda. Una cinta notable y muy adictiva que hace que queramos saber más del caso original y que nos alienta a ser no ser tan conformistas como somos en nuestro día a día, porque “Everyone’s a hero in their own way”.

Nota: ★★★½