‘Encanto’ de Disney: La magia de los Madrigal enamora

Pedro J. García

En 1937, Walt Disney presentó su primer largometraje animado, Blancanieves y los siete enanitos, marcando el principio de una larga historia de éxito, luces y sombras y transformación artística y social que llega hasta nuestros días, con la compañía dominando la industria del entretenimiento. 84 años después, Disney presenta el que es oficialmente su Clásico animado número 60, Encanto, una tierna y luminosa aventura inspirada en la cultura colombiana con la que el estudio nos invita a una gran celebración de la familia, llena de música, color y realismo mágico.

Encanto narra la historia de los Madrigal, una extraordinaria familia que vive en un precioso pueblo encantado de Colombia, donde un milagro los protege y obsequia a cada uno de sus miembros con un don mágico al hacerse mayores. A todos menos a Mirabel, la única persona de la familia sin poderes mágicos, una joven inteligente que mantiene su carácter optimista y bondadoso a pesar de sentirse subestimada. Cuando la casa mágica de los Madrigal empieza a resquebrajarse, Mirabel empieza a indagar en el pasado familiar para averiguar de dónde procede la amenaza, descubriendo que ella guarda la clave para impedir que su familia se rompa del todo.

Dirigida por Byron Howard y Jared Bush y codirigida por Charise Castro Smith, Encanto cuenta con canciones originales escritas por el omnipresente Lin-Manuel Miranda, compositor de Vaiana y creador de los musicales In the Heights y Hamilton. La música es sin duda uno de los elementos más importantes de la película, herramienta que Miranda usa no solo para dotar de un ritmo contagioso e incansable a la historia, sino también -y sobre todo- para caracterizar a los personajes, para mostrarnos el interior de cada uno de ellos, encontrando siempre la forma más elocuente e ingeniosa de hacerlo.

Y no son pocos. De hecho, aunque Mirabel es técnicamente la protagonista, el film tiene en realidad 11 personajes principales (12 si contamos a la casa, y debemos hacerlo). Hacer justicia a la familia al completo era difícil, pero Encanto supera el reto, dando a cada uno de los Madrigal su momento para brillar, ya sea mediante pequeñas escenas íntimas o grandes números dignos del mejor musical de Broadway (cualquiera que conozca la obra de Miranda, reconocerá en ella su estilo y señas de identidad). A través de sus personalidades, rasgos físicos diferenciadores y dones, los Madrigal componen un precioso, diverso y muy divertido mosaico humano en el que cada personaje es una estrella con luz propia.

Encanto sigue la estela de largometrajes recientes de la compañía como Frozen, Zootrópolis, Vaiana o Raya y el último dragón, que se cuestionan y reinventan lo que supone ser una protagonista Disney, adaptándose a los nuevos tiempos con valores de representación, empoderamiento y motivación. Mirabel no es una princesa, no es una heroína de acción, y tampoco tiene habilidades sobrenaturales. Es una chica normal y corriente en busca de su identidad y propósito, un importante recordatorio de que hay muchas formas de ser mágico y no hace falta ajustarse a lo que se espera de nosotros para ser especial, sino que puedes serlo eligiendo tu propio camino.

Y esa es quizá la palabra que mejor define a la película. Especial. Encanto es un auténtico derroche de fuerza creativa y espíritu. Dándole la vuelta una vez más a la estructura de los cuentos de hadas, en la película no tiene un gran villano al que derrotar, sino que el conflicto proviene del corazón de la familia. Como tampoco hay una gran odisea por el mundo, sino que la acción transcurre íntegramente en el pueblo y la casa, desarrollándose más bien como un viaje interiorEncanto explora las complicadas relaciones dentro de un clan numeroso que acoge a varias generaciones bajo un mismo techo para hablarnos, con honestidad y mucha emoción, de la presión familiar, el rencor y el peso de las expectativas en los más jóvenes, convirtiendo a Mirabel en un referente muy positivo para las nuevas generaciones (en lo que tiene mucho mérito el magnífico trabajo de Stephanie Beatriz poniéndole voz y personalidad).

Por eso, más allá de su increíble animación (lo que se espera del estudio), el detallismo de su puesta en escena y sus personajes (moldeados según los elementos más representativos de Colombia) y las expresivas canciones de Miranda, lo que hace que Encanto sea tan especial es su capacidad para ir más allá de la superficie y darnos lo inesperado, para salirse del camino establecido y trazar su propia ruta, la de Mirabel y la de los Madrigal, una familia con una vida interior llena de capas fascinantes. Así es como se convierte en la película más psicológicamente rica y compleja del Disney reciente.

Encanto destapa las grietas bajo la fachada de una familia para que nos miremos en ellas y nos pongamos en el lugar de esas personas que creemos conocer perfectamente, pero que quizá no nos estén diciendo todo lo que sienten, para así aprender a curar las heridas abiertas. El resultado es una película Disney que logra sorprender cuando lo creíamos saber todo de ella, que emociona, deslumbra y hace honor a su nombre, pero que, sobre todo, nos recuerda que ninguna familia es perfecta y la comunicación es la pieza esencial para mantenerla unida. En definitiva, un trabajo lleno de vida, magia y corazón que enamora, como los Madrigal.

Nota: ★★★★

[Crítica] En un barrio de Nueva York (In the Heights)

Pedro J. García

“Lights up on Washington Heights!”. El día empieza y el bullicioso barrio neoyorquino de los Heights se ilumina y se llena de vida. Es pleno verano, el calor es sofocante, el asfalto se funde bajo los pies, el sudor y el agua se mezclan… y aun así, las ganas de comerse el mundo no se desvanecen. Ese es el espíritu que recorre el acontecimiento musical de la temporada, En un barrio de Nueva York, esperada adaptación al cine del premiado musical de Broadway In the Heights, creado por Lin Manuel-Miranda, el inquieto y omnipresente genio detrás del fenómeno Hamilton.

Y cuando digo “esperada”, es mucho más que una expresión. La película iba a estrenarse el pasado verano, pero como tantos otros estrenos, tuvo que aplazarse por la pandemia de Covid-19. Y siendo un estreno estival por definición, no podía estrenarse en otro momento que no fuera en verano, así que cuando ya por fin casi la teníamos con nosotros, tuvimos que esperar un año entero más para poder verla. Y ahora, por fin ha llegado el momento y podemos decir que la espera ha merecido la pena.

Jon M. Chu, el responsable del superéxito de la comedia romántica Crazy Rich Asians, dirige la adaptación del musical estrenado en Broadway en 2008 y ganador de cuatro premios Tony (de 13 nominaciones). La historia sigue a lo largo de tres días a un grupo de personajes que viven en el vecindario neoyorquino de Washington Heights, habitado en su mayoría por inmigrantes latinos de clase trabajadora. A ritmo de música caribeña, salsa y rap, la película nos invita a vivir el día a día de una comunidad unida por fuertes lazos y una cultura en común.

En el centro de la historia nos encontramos a Usnavi (Anthony Ramos), joven huérfano dueño de una bodega que sueña con regresar a la República Dominicana para abrir un nuevo negocio. A su alrededor tenemos a un pintoresco plantel de personajes: su primo Sonny (Gregory Diaz IV), que trabaja para él, Vanessa (Melissa Barrera), aspirante a diseñadora de moda y el objeto de su afecto, Nina (Leslie Grace), estudiante de Stanford que vuelve a los Heights para anunciar que ha dejado la universidad, su padre, Kevin (Jimmy Smits), Benny (Corey Hawkins), trabajador del despacho de Kevin que se enamora de su hija, las trabajadoras del salón de belleza local Daniela (Daphne Rubin-Vega), Carla (Stephanie Beatriz) y Cuca (Dascha Polanco), y la mujer que ejerce como matriarca de esta gran familia, Abuela Claudia (Olga Merediz).

Todos tienen algo que los une: una comunidad que los convierte en familia aunque no compartan lazos de sangre y el deseo de cumplir sus sueños mientras tratan de encontrar su lugar en la vida. En un barrio de Nueva York contiene muchas pequeñas historias que nos muestran las diferentes formas de vivir la experiencia en los Heights, la importancia de no perder las raíces y lo que constituye la palabra “hogar”, que para cada uno de los personajes significa una cosa diferente. La película enhebra estas historias personales, esos inspiradores “sueñitos” de cada uno, en un espectáculo musical de sentimiento universal que supone un auténtico chute de energía y optimismo, además de un refrescante chapuzón cinematográfico que llega justo cuando empieza a azotarnos el calor veraniego.

Con guion de Quiara Alegría Hudes, que también escribió el libreto de la versión teatral, y las fantásticas y pegadizas canciones de Lin-Manuel Miranda (que se reserva para él mismo el pequeño papel del Piragüero), Chu convierte la obra en una producción cinematográfica de primera clase, con números musicales coreografiados, filmados y montados a la perfección para asegurar una experiencia que se mantiene casi todo el metraje (y es largo, dos horas y media) en lo más alto, desprendiendo energía, sentimiento y pasión por los cuatro costados.

Desde el poderoso número de apertura -menudo subidón nada más empezar- hasta el jolgorio real del Carnaval del Barrio, pasando por el apoteósico y multitudinario número en la piscina, la sobrecogedora balada de Abuela Claudia, el baile de Nina y Benny desafinado la gravedad en las fachadas de Nueva York o el impresionante dueto romántico entre Ramos y Barrera, filmado en una toma, En un barrio en Nueva York es un constante derroche de ambición e imaginación, además de un prodigio técnico y un triunfo de la puesta en escena.

Y por supuesto, la película cuenta con un reparto entregadísimo, al 150%, un grupo de actores y actrices que se convierten en sus personajes para representar con suma sinceridad el mensaje de familia y comunidad de la película. Todos están geniales, pero si hubiera que destacar a alguien, sería a Ramos, un artista carismático y de talento incontenible que está haciendo méritos para ser la próxima gran estrella de Hollywood (una nominación al Oscar sería más que merecida); y la veterana Olga Merediz, que además de ejercer perfectamente como el pegamento que une la historia y a los personajes, nos regala una interpretación desde el alma, especialmente durante su número musical, un trabajo excelente digno de tener en cuenta para la próxima temporada de premios.

Pese a no contar con un gran conflicto central y tener una duración extendida, En un barrio de Nueva York funciona a todos los niveles y en todas sus facetas. Como carta de amor a la comunidad latina y reivindicación de los inmigrantes en el tejido social norteamericano (al igual que en Hamilton), como cuento motivador y celebración de la voluntad y la perseverancia, y por supuesto, como musical para revisitar una y otra vez, aprenderse las canciones de memoria y animar cualquier día gris volviendo a los Heights.

Si hay una película que hay que ver en una sala de cine, es esta. De hecho, En un barrio de Nueva York no es una película, es un evento. Es una experiencia comunitaria por naturaleza, y como tal, lo ideal es verla y vivirla acompañado, rodeado de personas que también se dejen llevar por su pasión y no puedan quedarse quietos en la butaca mientras suena la música. Esta película es un estallido continuo de energía y emoción, un espectáculo lleno de corazón y alegría que levanta el espíritu cuando más lo necesitamos. ¡Uníos a la fiesta!

Calificación: ★★★★★

El regreso de Mary Poppins: Feliz vuelta a la infancia

El legado de Mary Poppins es inmenso, tanto como el fondo del bolso mágico de su protagonista. La película de 1964 enamoró a varias generaciones de niños y adultos convirtiéndose en un clásico imperecedero, marcó un antes y un después en el cine gracias a su revolucionaria fusión de imagen real y animación  y catapultó a la fama a Julie Andrews, sellando su destino como leyenda del cine con una interpretación icónica e inolvidable que le valió un Oscar. La reciente etapa de Disney, caracterizada por la nostalgia y la recreación sus glorias pasadas, ha llevado al estudio a solicitar de nuevo los servicios de la niñera más famosa del cine en El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns), secuela oficial que llega 54 años después de la original.

Por el contrario, en el mundo de los Banks ha transcurrido menos tiempo. El regreso de Mary Poppins se desarrolla en el Londres de 1934, durante la Gran Depresión. Los hermanos Jane (Emily Mortimer) y Michael Banks (Ben Whishaw) han crecido, y ahora se enfrentan a los problemas de la vida adulta. Tras la muerte de la mujer de Michael y ante la posible pérdida a manos del banco de la casa donde crecieron (y crecimos), los Banks vuelven a necesitar a su niñera de la infancia, Mary Poppins (reencarnada en Emily Blunt). La institutriz “prácticamente perfecta en todo” vuelve a sus vidas para ayudarles a recuperar la esperanza y la alegría que han perdido al dejar atrás la infancia, inundando de música, luz y color el sombrío Londres junto a su antiguo amigo, el farolero Jack (Lin-Manuel Miranda).

El regreso de Mary Poppins podría haber salido mal por muchas razones. Continuar una de las joyas de la corona de Disney, tan querida e importante para tantas personas, cuyo papel protagonista se asocia indivisiblemente a una actriz en concreto, era una tarea muy arriesgada. Pero Disney la ha acometido de la mejor manera posible: dejando intacta la esencia de la obra maestra originalEl regreso de Mary Poppins es una película de las que ya no se hacen, un trabajo de tal clasicismo que podría haberse estrenado (casi) tal cual en los 60. El director, Rob Marshall (Chicago), pone su sensibilidad académica y su valiosa experiencia en el género musical al servicio de un film de otro tiempo y a la vez atemporal, en el que apenas hay concesiones a nuestra época o salidas de tono que delaten el año al que pertenece (más allá de los avanzados efectos especiales). Sus créditos iniciales al más puro estilo del Hollywood dorado, su puesta en escena y decorados vintage, sus diálogos inocentes, su mensaje inadulterado… todo en ella desprende el aroma del sistema de estudios y el cine de la vieja escuela.

Con más canciones que su predecesora y la presencia de Lin-Manuel Miranda (creador del fenómeno de Broadway Hamilton y compositor de las canciones de Vaiana), El regreso de Mary Poppins abraza más abiertamente su condición de musical, dejándonos números verdaderamente exquisitos, colando incluso algún que otro rap marca Miranda (como era de esperar). Si bien unos cuantos se desvanecerán fácilmente con el paso del tiempo, hay otros (‘A Cover is Not the Book’, ‘Trip a Little Light Fantastic’) que se quedarán grabados para siempre en la memoria del espectador, de la misma manera que lo hicieron los del clásico original.

Y es que, aunque oficialmente sea catalogada como secuela, El regreso de Mary Poppins es en realidad un remake (no tan) encubierto, ya que además de recuperar símbolos como la cometa, la banda de sufragista de la señora Banks o los objetos mágicos de Mary, reproduce la estructura de la película de Robert Stevenson y evoca una a una sus escenas más emblemáticas, solo que variando los elementos. Si en la original teníamos una canción para ordenar la habitación, en esta hay una para la hora del baño; el viaje a través de la baldosa pintada con tiza de la primera película (donde tiene lugar el “Supercalifragilisticoespialidoso”) aquí tiene su reflejo en una visita al mundo animado poblado por animales parlantes en la porcelana de un jarrón; la parada en casa del tío Albert que acaba con los protagonistas flotando de la risa reverbera en la secuencia de la prima Topsy (breve aparición de Meryl Streep), en la que todo se vuelve del revés… Y así hasta el final.

Un final, por cierto, que seguramente pasará a la historia como uno de los más bonitos que se han hecho jamás. A la película le cuesta coger fuerza y encontrar su ritmo, llegando a tener una primera media hora algo irregular, incluso pesada, en la que sobran varias canciones. Pero desde que Mary Poppins aparece por primera vez entre las nubes, la historia coge impulso y las emociones empiezan a arrollarnos. Sus números musicales, excelentemente ejecutados e interpretados, van de menos a más, aumentando en ambición y espectacularidad a medida que avanza el metraje, pero siempre conservando ese regusto tradicional del que hablábamos. Y después de acompañar a los Banks, a Mary y a Jack en sus extraordinarias peripecias, la historia culmina en un catártico desenlace que hace volar, literalmente. No importa lo cursi que sea, las veces incontables que hemos oído su mensaje (no hay que olvidar al niño perdido que todos llevamos dentro para ser felices), el optimismo y la alegría de este gran final nos embargan, y contener las lágrimas se convierte en una tarea imposible.

Os estaréis preguntando qué hay de Emily Blunt como Mary Poppins. Pues bien, estábamos en lo cierto cuando, ante el anuncio de su fichaje, pensamos en que no había mejor candidata para el puesto. No cabe duda, ella es Mary Poppins. Exudando carisma y presencia escénica, Blunt hace suyo el personaje sin quitárselo a Andrews. Lejos de reinventarla en un rapto de egolatría interpretativa, la actriz británica sigue al pie de la letra las pautas de su insigne precursora y reproduce lo que nos enamoró del personaje, ese carácter estricto (incluso borde) pero divertido y entrañable, dotándola de una profundidad y una riqueza de matices que corroboran el gran talento que ya conocíamos. Junto a ella brilla un elenco inmejorable, en el que destacan Ben Whishaw y Emily Mortimer, que nos convencen de que estamos de verdad ante los Banks con los que crecimos, una gloriosa Julie Walters robando por completo todas las escenas en las que aparece, Colin Firth haciendo exactamente lo que esperamos de él en un papel de villano, y Lin-Manuel Miranda aportando ternura, simpatía y nobleza en uno de los personajes más entrañables del año. Por no hablar de la presencia de los legendarios Dick Van DykeAngela Lansbury, cuyas apariciones van directas al corazón.

El regreso de Mary Poppins funciona como el reloj más infalible. Supone la vuelta del cine familiar que se hacía hace cinco décadas, componiendo un precioso homenaje rebosante de fantasía, magia y amor por los clásicos que transporta directamente a la infancia, te arropa y te canta una canción para que te vayas a dormir sin preocupaciones, proporcionando una sensación de calidez y felicidad que hacía tiempo que no sentíamos en el cine.

Pedro J. García

Nota: ★★★★

Crítica: Vaiana

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Como una de las proveedoras de entretenimiento para toda la familia más importantes (quizá la que más), Disney siempre ha estado en el punto de mira de todo el mundo, para bien y para mal. Por eso, a partir de los 90, la compañía se esforzó en aumentar la diversidad en sus historias y renovar los mensajes que sostenían sus películas. Así, a las princesas europeas de toda la vida se sumaron una árabe, una nativa americana, una china, una negra… Y a esta lista se incorpora ahora la primera princesa Disney de la Polinesia, Vaiana (en inglés conocida como Moana), protagonista del nuevo clásico animado que nos lleva al mundo antiguo de las islas del Pacífico sur para deleitarnos con un musical de aventuras en la tradición de la Casa de Mickey Mouse.

La historia de Vaiana comienza 3.000 años atrás, en un prólogo reminiscente de HérculesLa Bella y la Bestia con el que se nos introduce en el hermoso mundo y folclore del inmenso Océano Pacífico y las islas de Oceanía, donde los grandes navegantes recorrieron las aguas que los dioses de la naturaleza custodiaban. Sin embargo, desde hace un milenio, la tierra se muere y los viajes a través del mar han cesado, sin que nadie sepa por qué. Vaiana (Auli’i Cravalho) forma parte de una comunidad muy ordenada que se mantiene alejada de los peligros del océano profundo, hasta que la inquieta muchacha decide romper las reglas y aventurarse en las aguas en busca de una isla legendaria junto a Maui (Dwayne Johnson), poderoso semidiós con su propia misión que la ayuda a convertirse en una navegante de primera. Junto surcarán los mares en un viaje lleno de monstruos y peligros que llevará a Vaiana a intentar completar la labor de sus antepasados, salvar a su pueblo y encontrarse a sí misma.

Vaiana es puro Disney. Tanto el clásico como el moderno. Después del pelotazo absoluto de Frozen: El reino del hielo y de la genial Zootrópolis, la compañía se reafirma en sus intenciones de seguir renovándose sin dejar de ser fiel a lo que la convirtió en un referente en el cine familiarVaiana es un producto de su tiempo, una cinta que continúa la labor reformuladora que Disney está llevando a cabo con sus últimos títulos cinematográficos, desmontando estereotipos, prescindiendo del elemento romántico (o de la idea de que la única vía para la felicidad es encontrar el amor) y apostando por una narración más cercana a la actualidad, utilizando el metahumor (divertidos guiños a otros films Disney), la autocrítica amable y la autoparodia (“Si llevas vestido y tienes un amigo animal, eres una princesa”, “Si empiezas a cantar, vomito”) para conectar con el público del siglo XXI (los guionistas hasta se las arreglan para colar una referencia a Twitter).

Pero como decíamos, lo está haciendo sin sacrificar su sello personal, sin dejar de contar las mismas historias intemporales o lanzar el mismo mensaje de superación de siempre (persigue tu sueño, si te lo propones serás cualquier cosa que desees). Vaiana es quizá la película del Renacimiento de Disney en la que más claro se ve lo que estamos señalando. A la dirección se encuentran nada más y nada menos que Ron Clements y John Musker, los responsables de La SirenitaAladdin (además de Tiana y el sapo, con la que ya intentaron revivir el Disney clásico en 2009), dos veteranos del cine de animación que se han encargado de que en ella no falte nada de lo que constituye un Clásico Disney: la princesa (aunque Vaiana insiste en que no lo es), su monísima versión infantil, el sidekick animal (según Maui, el mayor indicio de que sí lo es), el deseo (Vaiana sueña con entrar en el mar, al contrario que Ariel), la prohibición ignorada, la aventura para restaurar el orden junto a un compañero incordio que acaba siendo un gran amigo, la muerte de un familiar en el primer acto para impulsar esa aventura, los números musicales… Pero además de esto, Vaiana tiene ese refrescante toque contemporáneo gracias a una protagonista decidida que toma las riendas de la aventura, a su énfasis en la amistad y la búsqueda de la identidad propia como eje narrativo, y a su distanciamiento, mediante una protagonista con proporciones más reales, del canon físico imposible que, con alguna excepción (Lilo & StitchAtlantis), se ha impuesto hasta hace bien poco.

Como ocurre con los recientes títulos de Marvel, que vive bajo el techo de la Disney, el mayor reproche que se le puede hacer a Vaiana es que juega demasiado sobre seguro. Su historia, aunque eficaz y llena de buenos momentos, resulta excesivamente convencional (incluso superficial), a lo que no ayuda el hecho de que su duración sea superior a la media de los Clásicos Disney (lo que hace que el ritmo se resienta en su segunda mitad). Sus diálogos son buenos, pero no extraordinarios, sus gags divertidos, pero no desternillantes (aunque atención a las transformaciones de Maui, sucesor directo del Genio, y que me perdone Robin Williams, y a la cachonda escena post-créditos), y en general da la sensación de estar viendo algo que ya hemos visto, con una nueva capa de barniz. Claro que, si lo miramos de otra manera, eso es exactamente lo que se busca, lo familiar, lo reconfortante, el regreso a lo conocido, algo en lo que Vaiana no falla. Quien busque algo más, quizá no lo encuentre.

Más que los simpáticos personajes o los animales adorables (un cerdito, Pua, que no sale tanto como querríamos, y una gallina turuleta, Hei Hei), lo que hace de Vaiana un espectáculo que merece la pena (sobre todo en cine) es su aspecto visual y su banda sonora. Que Disney está a la vanguardia de la animación y usa las técnicas más punteras es algo que sabemos de sobra, y que salta a la vista. Pero es que, aunque suene a tópico, en Vaiana alcanza un nuevo nivel de excelencia, con escenarios naturales de una belleza sobrecogedora, un apabullante dominio del movimiento, trepidantes secuencias de acción (una en concreto sorprendentemente inspirada en Mad Max) y unas texturas increíblemente tangibles (la piel más real que hemos visto en unos “dibujos animados” y una nitidez que asusta, por no hablar del cabello…). Y por último, y en este caso por ello quizá más importante, están las canciones. Temas compuestos por Opetaia Foa’i y el incombustible Lin-Manuel Miranda (creador del fenómeno de Broadway Hamilton), que son sencillamente de lo mejor que nos ha dado la Disney hasta ahora, composiciones muy creativas y melodías pegadizas que compensan con creces las carencias narrativas que pueda tener el film.

En definitiva, Vaiana toma los ingredientes de la segunda era dorada de Disney y los combina matemáticamente con los de su Renacimiento para realizar una película prudente pero infalible, un cuento de los de siempre que nos devuelve, envueltos en algodón y arrullados por las mejores canciones, a la época de La Sirenita Aladdin a la vez que continúa el acertado camino de la Disney actual.

Pedro J. García

Nota: ★★★★