Crítica: El bar

No cabe duda de que Álex de la Iglesia es uno de los cineastas con más personalidad del panorama nacional. Con El día de la bestia y la que es su gran obra maestra, La comunidad, el director bilbaíno asentó las bases de su cine y se afirmó como una de las grandes esperanzas del fantástico en España. Aquellos días quedan ya lejos, pero no se puede negar el efecto que las primeras películas de Álex de la Iglesia ejercieron en el mercado autóctono (y parte del extranjero), más dispuesto a arriesgar y dar carta blanca a nuevos realizadores de fantaterror que han seguido sus pasos. Que directores como De la Iglesia o Nacho Vigalondo tengan libertad para seguir experimentando y llevando las ideas más demenciales a nuestras pantallas es ya motivo de celebración. Ahora bien, no lo es todo.

Trabajos más recientes de De la Iglesia como Balada triste de trompetaLas brujas de Zugarramurdi Mi gran noche, han permanecido fieles a su visión, pero se han quedado a medias en muchos sentidos, con una cosa muy evidente en común: potencial malgastado. Con su nuevo film, El Bar, el prolífico director sigue ese mismo camino, planteando una premisa genial y llena de posibilidades que nos divierte y nos ilusiona hasta que se va todo al traste y llega el inevitable bajón. Esta es ya la tónica (Schweppes) del director, por lo que es aconsejable hacerse a la idea y disfrutar de todo lo que la película tiene que ofrecer, que, a pesar de la decepción, es mucho.

El bar es un thriller coral en clave de comedia ambientado en el centro de Madrid. Como las últimas obras de Vigalondo (Open Windows) o Eugenio Mira (Grand Piano), la película parte de una idea sencilla para desarrollar un adictivo entramado de misterio que se apoya en los mecanismos narrativos del cine de Hitchcock y el whodunit clásico para luego dinamitarlo a base de acción, paranoia y giros sorprendentes. Son las 9 de la mañana, y un heterogéneo grupo de desconocidos desayunan en una cafetería de toda la vida, regentada por una señora de toda la vida (una de las musas de De la Iglesia, Terele Pávez) y su casi-hijo (Secun de la Rosa): entre otros, una pija que se desvía de su camino a una cita (Blanca Suárez), un hipster barbudo (Mario Casas), un ama de casa con afición por las tragaperras (Carmen Machi) y un vagabundo con los cables cruzados y tendencias proféticas (Jaime Ordóñez). Uno de los clientes se marcha a toda prisa, y al salir por la puerta, recibe un disparo en la cabeza y es tumbado frente al bar. A continuación, las calles se quedan desiertas, y los demás no se atreven a salir, temiendo lo peor. En las noticias hablan de un incendio en el centro de Madrid, pero ellos saben que solo es una tapadera para encubrir la verdad. A partir de ahí y sin moverse del local, todos harán lo posible por descubrirla y sobrevivir.

El bar plantea una situación límite para reflexionar sobre hasta dónde estamos dispuestos a llegar para salvar el pellejo. Un experimento que pone a prueba a un grupo de personajes de procedencias y personalidades muy diversas en un contexto de crisis económica, desinformación y forcejeo entre pasado y presente, en el que no hay enemigos claros, donde el monstruo al que se enfrentan es el miedo y la ignorancia. Ese es el mayor acierto de El bar, que durante sus ágil primera mitad propone un puzle que transcurre a base de diálogos ingeniosos, punzantes y a menudo hilarantes que nos hablan de los prejuicios y la desconfianza que condicionan a la sociedad actual, mientras que, a su vez, se desarrolla como un thriller fantástico en el que todo es posible. Un virus, una invasión extraterrestre, una epidemia zombie… Cualquier opción es tan loca como plausible en El bar, y lo que no sabemos es lo que da forma al misterio. Sin embargo, el whodunit no tarda en resolverse, y lo que sigue a continuación es una lucha de poder entre unos desconocidos convertidos en salvajes por las circunstancias. Asistir al derrumbe emocional de los personajes, a las revelaciones sobre sus personas, a su transformación en bestias, es lo que hace que El bar sea tan eficaz y divertida. Hasta que deja de serlo.

El mejor Álex de la Iglesia parece haber vuelto en la primera mitad de El bar, pero es solo un espejismo. El tercer acto hace que la película se le vaya completamente de las manos. Si la mayoría de sus films culminan en las alturas, el clímax de El bar tiene lugar en las profundidades, concretamente en las alcantarillas de Madrid, donde los supervivientes viven, literalmente, su descenso a los infiernos infestados de ratas y cucarachas. Una oportunidad de oro que De la Iglesia aprovecha para llevar un paso más allá el elogio a la asquerosidad, el feísmo y la mugre que suele caracterizar a su cine y que en esta película se convierte en una sinfonía de fluidos, primeros planos de bocas podridas disparando saliva, colillas y mierda flotante que parece vivirse en 3D y Odorama (para taparse los ojos como en el terror más traicionero). Pero a lo que iba, en este desenlace alargado hasta la extenuación, De la Iglesia favorece la acción por la acción (como de costumbre), con 20 minutos de persecución pesada y repetitiva que dejan algo muy claro: si hay una película que debería haber durado 80 minutos es esta.

No obstante, hasta que la acción se traslada a las alcantarillas, El bar nos da bastantes alegrías. Los que admiramos el cine de De la Iglesia nos encontramos en ella con todo aquello que nos gusta de él, tan excesivoanimal y lleno de mala leche como siempre: su pericia filmando las escenas de acción, una puesta en escena impecable (es un decir, que se regodee tanto en la suciedad no hace sino convertir la experiencia en algo más incómodo, violento y visceral, que es la idea), un manejo de la cámara y un montaje que transmiten a la perfección la tensión, la claustrofobia y la ansiedad de la historia (aunque también se usen para ejecutar una repugnante escena sexista de explotación desde todos los ángulos posibles del físico de Blanca Suárez), un reparto de excepción que pone de manifiesto la buena dirección de actores que siempre lleva a cabo (todos están fantásticos, en especial Pávez, De la Rosa y Machi). Y hasta que se atrofia, un ritmo muy solvente que invita a dejarse llevar y disfrutar.

El bar está lejos de ser un descalabro (su primera parte es brutal y en general supone una mejora considerable con respecto a Mi gran noche), pero no es la gran película que podría haber sido. Por culpa de un guion sin pulir (escrito como de costumbre junto a Jorge Guerricaechevarría) y la falta de autocontrol de De la Iglesia, esta supone otra oportunidad desaprovechada.

Pedro J. García

Nota: ★★★