Elige la vida. Elige un empleo. Elige un grupo musical. Elige un artista. Elige un festival grande que te cagas. Elige un emepetrés, un iPod, un iPhone y un Pono. Elige tu disco, tus canciones y un guilty pleasure. Elige pagar entradas en la reventa virtual. Elige una demo. Elige a tus amigos. Elige tu camiseta y tus zapas a juego. Elige pagar a plazos una chupa en una amplia gama de putos tejidos. Elige un rompepistas y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos musicales que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo en la primera fila de un concierto miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que han engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida… ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes música?
Año 1997. El mundo ha sobrevivido a ‘La Macarena’ y al grunge. El britpop es el nuevo mainstream y el acid revienta las pistas de baile… y las cabezas de los que lo toman. La industria musical está en plena etapa de bonanza y el pirateo no es ni la sombra de la epidemia que pondrá todo patas arriba en los años venideros. Eran los tiempos en los que las compañías discográficas creaban grupos de usar y tirar con el fin de crear el hit de la temporada, sin pensar en ningún momento en el futuro del artista. Década gloriosa de one hit wonders y juguetes rotos. Año glorioso en que se enfrentaron el ‘Blur’ con el ‘Be Here Now’, cuando The Verve intentó chulear a los Rolling con ‘Bitter Sweet Symphony’, el año del seminal ‘OK Computer’ y de las girl bands que cantaban aquello de ‘Spice Up Your Life’ y ‘ Never Ever’… y de ‘Barbie Girl’. Sí, la del I’m a Barbie girl in the Barbie world. Life in plastic, it’s fantastic! Canción elegida como peor single del año por la revista NME pero que vendió más de ocho millones de copias en el mundo (casi dos solo en Reino Unido). Kill Your Friends nos muestra las entrañas de la industria musical y (nos) deja bien clarito a los sabiondos la verdadera clave del negocio musical: habiendo vendido millones de copias, ¿a quién cojones le importa una mala crítica?
Owen Harris, director del icónico ‘San Junipero’ de Black Mirror y de algún que otro episodio de Misfits, debuta en el largo con la historia de Steven Stelfox, uno de los responsables de A&R (Artists and Repertoire, a.k.a. cazatalentos) en una compañía discográfica británica a finales de los noventa. Él es una de las mentes maquiavélicas que crea y manipula las necesidades musicales del gran público de la era pre-MySpace. Con la consiguiente (falsa) democratización que supuso la llegada de esa red social y el big-bang de la blogosfera musical, la figura de personas como Stelfox perderían (algo de) su poder… pero eso es cosa del futuro y este es el año 1997. Él es el hombre que decide cuáles van a ser los cuatro discos que compra anualmente el inglés medio. El hombre que decide qué canción venderá millones… o por lo menos aspira a serlo. Ya que por ahora es un cazatalentos más que busca hacer méritos para convertirse en el jefe de todo. Pero hallar una Whigfield (la del ‘Saturday Night’ y el consiguiente bailecito) es casi tan difícil como encontrar en Santo Grial, Stelfox decide optar por una vía más rápida, pero también más drástica e ilegal: el asesinato.
Stelfox se convierte de esa manera en una suerte de Patrick Bateman (más cercano al de la sobrevalorada adaptación de Mary Harron con Christian Bale que al original de Brett Easton Ellis) que hará todo lo posible por llegar a lo más alto, aunque se tenga que cargar a todos sus colegas de profesión. Nicholas Hoult (Skins, Mad Max: Fury Road) retrata de manera intachable y desquiciada a este Stelfox, que más que un Bateman en potencia es un Tony Stonem más crecidito, en un universo paralelo donde no le hubiese atropellado un autobús. Hoult se apropia de la pantalla desde el primer minuto y se engrandece con cada uno de sus monólogos interiores a lo Trainspotting sobre la industria musical y la inexistente libertad de decisión del consumidor. Una fórmula que igualmente remite a los soliloquios shakesperianos de uno de los mayores villanos catódicos de la última década: Frank Underwood de House of Cards. Como si de su Hank McCoy de la saga X-Men se tratase, Hoult sabe cómo y cuándo sacar su Bestia si la ocasión lo requiere o no. Puede que sobre el papel (y por sus acciones) el personaje de Stelfox sea un capullo integral, pero sabe cómo tocarnos en sus momentos de bajona (impagable catarsis con el videoclip de ‘Karma Police’) y nos alegremos en cierta manera con sus momentos de victoria, ya que, ¿a quién no le va a gustar un hijo de puta con el arte (y cuerpo) de Nicholas Hoult?
Aunque la presencia de Hoult lo eclipse todo, cabe destacar el encasillamiento indie de Craig Roberts (Submarine) como el ayudante de Stelfox, tan encantador y poca cosa como siempre, Georgia King (The New Normal), como Rebecca, una secretaria que sabe más de música que todos sus superiores juntos, un pasado y anecdótico James Corden (Into the Woods y famoso por su carpool karaoke), un espídico Moritz Bleibtreu (Corre, Lola, corre) como dj/productor de pura mierda y una simpática y reivindicativa Rosanna Arquette (Pulp Fiction). Pero si alguien está a la altura de Hoult, esa es la selección musical de la película. Blur, Oasis, The Chemical Brothers, Primal Scream, Radiohead, The Prodigy… el impecable soundscape de una era. Kill Your Friends es una dulce mixtape para todo aquel amante de la música de los noventa, que se partirá de risa con las referencias de la búsqueda del nuevo pelotazo indie, la mercantilización del girl power, de lo ridículo y poco genuino que era lo experimental, de la cultura rave y, especialmente, con el hilarante y políticamente incorrecto name dropping.
Aunque a Stelfox y compañía les podría parecer una mierda. Kill Your Friends tiene todas las papeletas para terminar en el saco de películas de culto de esta década, como Lost River, Green Room, God Help the Girl o Memorias de un zombie adolescente (que también protagonizó Hoult). Cintas que no han roto la taquilla en ningún país pero que han tenido alguna buena crítica, como la que acabas de leer. Puede que al gran público no le interese lo más mínimo, pero a nosotros sí.
David Lastra
Nota: ★★★★½