La viuda: A Greta le pasa algo

Pensaste que podías entrar en mi vida y trastornarla sin pensar en nadie más que en ti. El dolor que sentía Alex Forrest en su corazón era real, tanto como su trastorno límite de la personalidad y el machismo en los ojos de los espectadores que la conocieron en la gran pantalla a finales de los ochenta. Años en los que Adrian Lyne, Paul Verhoeven y Brian de Palma reinaban en taquilla con sus thrillers eróticos. Unas obras tremendamente excesivas, repletas de giros, más o menos bien escritas y en las que casi todo su interés residía en la maldad e inteligencia de sus mujeres protagonistas. No se confundan, no hablamos de la creación de iconos feministas por parte de unos hombres valientes, sino de una actualización del arquetipo negativo de las brujas. La citada Alex de Atracción fatal no es sino una bruja malvada rompehogares, de igual manera que Catherine Trammell en Instinto básico era una hechicera capaz de encandilar a cualquiera con su juego de piernas. Institucionalizado como un subgénero con todas las de la ley, llegaría el turno de las mucho más bastas Meredith Johnson de Acoso o la Peyton Flanders de La mano que mece la cuna. Con el final de los noventa, David Fincher mataría este tipo de películas con Seven, haciendo que el gran público y la crítica pasase a interesarse por otro tipo de thrillers psicológicos, supuestamente más intrincados.

Llevamos ya casi una década sin Claude Chabrol, Brian De Palma hace mucho que perdió el norte, Adrian Lyne sigue sin salir de su residencia francesa y nadie se atreve a resucitar a las brujas. Si acaso ese bonito homenaje (y dignificación) a esas femme fatales que realizó el propio Fincher con la icónica Amy Dunne en Perdida o de manera tangencial las diabólicas protagonistas de Purasangre. Todo eso ha cambiado radicalmente con el estreno de La viuda (Greta). ¿Quién ha sido el osado de invocar a las brujas? Otro mastodonte de los noventa, el oscarizado Neil Jordan (Juego de lágrimas). El mismo que hace unos cuantos años nos trajo la bonita e infravalorada Byzantium y otros tantos más obsesionó a toda una generación con los chupasangres en la homoerótica Entrevista con el vampiro.

Frances (Chloë Grace Moretz) no es una chica de ciudad. Puede que viva en pleno Manhattan con una amiga extremadamente cool, pero sus costumbres son provincianas. Se disculpa, sonríe a los desconocidos y seguro que hasta saluda en su portal. Por lo que no debería extrañarnos que cuando se encuentra con un bolso en el metro, ella haga todo lo posible por devolvérselo a su dueña. Esa es Greta (Isabelle Huppert), una frágil mujer que vive en una casita de cuento a unas cuantas manzanas de Frances. Su marido hace años que murió y su hija está cursando sus estudios en París. Como buena pueblerina, Frances confiará en la bondad de los desconocidos y se convertirán en mejores amigas. De primeras, la viuda parece un interesante y estiloso modelo de conducta para la joven, pero a Greta le pasa algo.

La viuda sigue el canon noventero de esos thrillers de brujas malvadas, pero aparcando la alta carga erótica y omitiendo de manera radical e inteligente el rol de víctima justiciera del macho que proyectaban esos filmes. Realmente, la presencia de personajes masculinos queda casi reducida a un par de escenas del chico Jordan por excelencia, Stephen Rea (Juego de lágrimas). Greta y Frances son las dueñas absolutas de La viuda. Chloë Grace Moretz (Kick-Ass) vuelve a encadenar otra notable interpretación tras La (des)educación de Cameron Post y su robaescenas de Suspiria, confirmando que cuanto más arriesga en sus proyectos, mejores son sus resultados. Regla que se cumple a la perfección también con Maika Monroe (It Follows), que interpreta a la muy neoyorquina compañera de piso de Frances.

Caso aparte es el de Isabelle Huppert. Su Greta entra por la puerta grande al olimpo de esas malvadas brujas noventeras y se convierte en otra superheroína dentro del Universo Cinematográfico Huppert. Esta malvada bruja de la casita de jengibre es la prima lejana de su Erika Kohut de La pianista, o posiblemente el tipo de mujer en la que terminó convirtiéndose su Michèle de Elle, o como si su Helene de Mi madre se dejase de incestos o su Augustine de 8 mujeres se quedase sin tabaco.

En La viuda, Huppert no se corta (bueno, literalmente un poquito) y se entrega completamente al carácter extremo de su personaje. No hay tiempo para medias tintas en la cinta de Jordan. Ni rastro de la contención de la que hace gala en sus personajes para Michael Haneke, ni mucho menos de las buenas obras de los seres de luz que ha creado junto a Mia Hansen-Løve o Claire Denis. En La viuda, Isabelle va a tope. Es un verdadero placer ver a Huppert perseguir por las calles a Maika Monroe (fantástico guiño a la legendaria It Follows) o cómo le hierve el conejo a Chloë Grace Moretz en la desquiciante escena del restaurante. Este tipo de decisión interpretativa podría haber destrozado el film, pero con Huppert al mando, no hace sino engrandecerlo y hacer que La viuda no se pierda en la tan común desmemoria cinematográfica.

La viuda es un brillante, divertidísimo y autoparódico ejercicio cinematográfico de huppertxploitation sin ningún tipo de complejos, ni complicaciones. Una joya para amantes de la Huppert más Huppert.

David Lastra

Nota: ★★★★½

Crítica: Elle

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Qué bestia cinematográfica tan extraña es el neerlandés Paul Verhoeven. A lo largo de su ecléctica carrera nos ha dejado cintas de una diversidad enorme, casi todas ellas caracterizadas por el riesgo y la inconformidad, y en muchos casos trabajos que no son lo que parecen. Verhoeven es un provocador muy inteligente, un cineasta subversivo que ha realizado obras polémicas que muchos no toman en serio y otros consideran obras maestras, films que exploran los límites de los géneros y del espectador, trabajos polarizantes o directamente vilipendiados que requieren tiempo para ser apreciados por lo que son. En este sentido, Showgirls sería quizá el pináculo de su carrera, una obra maestra trash que, tras su desastroso recibimiento, se convirtió en una de las mayores películas de culto del cine moderno. A simple vista, su último trabajo, Elle, no tiene nada que ver con la película protagonizada por Elizabeth Berkley, pero si la miramos de cerca, nos revelará una inquietud y deseo de escandalizar que la conectan a aquel descomunal melodrama erótico.

Basada en la novela de Philippe Djian, Elle es la primera película que Verhoeven rueda en Francia, un thriller oscuro y retorcido que nos introduce en la turbulenta mente de Michèle (Isabelle Huppert), exitosa e implacable ejecutiva que trabaja en una compañía de software, donde coordina a un grupo de jóvenes programadores y técnicos inmersos en el desarrollo de un nuevo videojuego de alto contenido en erotismo y violencia, y se aproxima con la misma dureza tanto a su trabajo como a su vida personal y familiar. Un día, Michèle es asaltada por un intruso en su propia casa. En lugar de llamar a la policía, elimina todo rastro del ataque y continúa con su vida mientras busca al hombre que la violó para tomarse la justicia por su propia mano. Su sed de venganza se transforma en un arriesgado juego de deseo sexual que poco a poco nos irá mostrando la verdadera cara de Michèle, un ser complejo y fascinante que nos tragará por completo.

Con Elle, Verhoeven ha llevado a cabo una auténtica hazaña, una película que irrumpe en un panorama caracterizado por la hipervigilancia y la corrección política, atreviéndose a hacer cosas que muchos consideran ya fuera de límites. Y lo hace con un descaro y una elegancia increíbles, incomodando, desafiando, alborotando, difuminando la línea entre lo aceptable y lo inadmisible. Con Elle, elle-verhoevenVerhoeven nos sitúa en una posición en la que nos encontramos a nosotros mismos disfrutando de la violencia y el comportamiento desviado que vemos en pantalla, reflejándolo en nuestro propio punto de vista en un alarde a lo Michael Haneke, solo que con mucho más humor. Porque Elle es el crudo y deslumbrante retrato de una sociópata que además de removernos constantemente y empujarnos a reflexionar, nos hace reír. Una película inquietante, de la que es imposible apartar la mirada, perversa, malsana, y por encima de todo divertida.

Pero por muy buena labor que desempeñe Verhoeven tras las cámaras (y lo hace; qué tensión más bien llevada, qué giros más cabrones, qué pulso tan medido), esta hipnótica comedia negra (negrísima) no sería lo mismo sin su protagonista, Isabelle Huppert. La francesa es una de las actrices más valientes del cine y no cabe duda de que Michèle estaba hecha para ella y nadie más. Solo Huppert, con su refinada frialdad y su distinguida sensualidad, podía dar vida a un personaje como este y llevarlo de forma tan sublime hasta el final. Con Michèle, la actriz nos deja su mejor interpretación desde La Pianista, un controvertido estudio de personaje con el que actriz y director exploran las pulsiones y parafilias de una mujer sorprendente para regalarnos una película deliciosamente mórbida y enfermiza que golpea con fuerza.

Pedro J. García

Nota: ★★★★½

Crítica: El amor es más fuerte que las bombas

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El amor es más fuerte que las bombas (cuestionable título en español para Louder Than Bombs) es el tercer largometraje del realizador noruego Joachim Trier, después de las aclamadas RepriseOslo, 31 de agosto. Esta supone su primera película rodada íntegramente en inglés con un reparto de intérpretes internacionales encabezado por tres estrellas: Gabriel Byrne, Isabelle Huppert y Jesse Eisenberg. Grabada y ambientada en Nueva YorkEl amor… nos habla de una familia dividida tres años después de la muerte en un accidente de carretera de la madre, Isabelle Reed (Huppert), una afamada fotógrafa corresponsal. Saltando entre el presente y el pasado con sensibilidad onírica, Trier nos muestra cómo este trágico evento ha transformado las vidas de tres personajes masculinos: su marido y sus dos hijos.

El amor… es un retrato inteligente y elegante sobre la familia y la ausencia, un trabajo austero, pero profundamente sensible, que nos habla entre otras cosas de los problemas de comunicación en una familia, la paternidad y la adolescencia, hallando una fuerza poética en las historias cotidianas de los protagonistas. El padre, Gene (Byrne) y los hijos, el treintañero Jonah (Eisenberg) y el adolescente Conrad (Devin Druid), se encuentran en momentos decisivos de sus vidas, puntos de inflexión y transformación en los que el pasado y los secretos les impiden avanzar. Gene trata de reconectar con sus hijos, pero es incapaz de comunicarse con ellos (“¿Tan difícil es hablar conmigo?”), especialmente con el menor, un joven introvertido y aislado que se ajusta al perfil de freak y se encuentra sumido en la fase más problemática de la adolescencia. Por otro lado, nullJonah visita a su padre meses después de haber sido padre por primera vez para asistir a una exposición retrospectiva dedicada a la obra de Isabelle, pero lo hace sin su nueva familia, con la excusa de no poder viajar con el bebé, y un motivo oculto: escapar de una relación quebradiza y una paternidad para la que aun no está preparado.

Anclados en la muerte de la madre, los tres personajes se encuentran atrapados en un espacio donde el pasado y el presente forcejean, un lugar solitario en el que los tres deambulan con un peso en común, pero evitando cruzarse. En un relato eminentemente masculino (que no patriarcal o supremacista), las figuras femeninas (excelentes secundarias Amy Ryan, Rachel Brosnahan y Ruby Jerins) aparecen y desaparecen para ayudar a los protagonistas a mirar hacia el futuro, mientras que el fantasma de la madre (etérea y perfecta Huppert), a quien cada uno de ellos recuerda de una forma distinta, sigue observándolos, abrazándolos, acogiéndolos en su seno protector, y por tanto, impidiendo que estos pasen página y continúen con sus vidas. A pesar de que la película a menudo juega a mezclar los sueños y la realidad, difuminando las líneas narrativas de la historia, Trier compone un relato sin excesivos artificios donde lo que prevalece es una reflexión muy personal sobre la familia y la pérdida. Es decir, aunque corre el riesgo de que su lirismo y fragmentación acaben sepultando la historia, el director logra que esta llegue a buen puerto y acabe transmitiendo lo que se propone, gracias en parte al uso de una narración en off preciosa, que aporta cohesión y eleva la trascendencia de la película.

El amor es más fuerte que las bombas es un film de apariencia fría y actitud distante que, al igual que sus protagonistas, busca poner sus sentimientos en contacto con la realidad. Para ello, Trier realiza una película amable a la par que agresiva, cálida y gélida a la vez, con la que nos recuerda la dificultad de afrontar el pasado y abrir una línea de diálogo con nuestra familia, pero también lo necesario que es intentarlo.

Valoración: ★★★★

Crítica: La desaparición de Eleanor Rigby

THE DISAPPEARANCE OF ELEANOR RIGBY

Para su debut en el largometraje, al neoyorquino Ned Benson no se le podía haber ocurrido un proyecto más ambicioso que La desaparición de Eleanor Rigby. Su ópera prima es el extenso díptico formado por Him Her, dos películas separadas que cuentan la historia de un matrimonio roto después de una tragedia, desde la perspectiva de cada uno de los miembros. Sumando ambas partes, el metraje total de Eleanor Rigby asciende a unas cinco horas. Sin embargo, después de su paso por festivales como work-in-progress (y con los Weinstein interesados en el proyecto) se realizó un montaje final que combinaba, tijera mediante, los films individuales. Así nacía Them, la versión “más comercializable” que llega a las carteleras. Al verla, salta a la vista que no es así como se concibió esta experiencia cinematográfica, pero es lo que tenemos de momento.

En esta exhaustiva y agotadora mirada a las relaciones de pareja y a la familia seguimos, casi de manera literal, a Connor Ludlow (James McAvoy) y Eleanor Rigby (Jessica Chastain) allá donde van, mientras se distancian, entre ellos y del mundo. La relación comienza de manera idílica, y así es como Benson la retrata, a la luz de la luna, entre luciérnagas y rocío, componiendo un primer segmento de Eleanor Rigby romántico y etéreo, con el que contrasta el resto de la película. Tras una abrupta elipsis, Eleanor intenta desaparecer saltando desde un puente. No sabemos por qué. Y Benson tarda un buen rato en darnos la respuesta, provocando quizás el efecto contrario al deseado: ocultar información esencial para el desarrollo de un personaje no aumenta el desasosiego o el enigma de su drama, simplemente desorienta, y provoca una distancia contraproducente con la obra.

Afortunadamente, cuando descubrimos la razón por la que Eleanor sufre depresión y no quiere ver a su marido, la película toma forma, y el espectador por fin recibe el acceso que se le había negado a la mente de sus personajes. Una vez dentro, lo que vemos no tiene nada que ver con aquellas noches en el parque. Con ecos a Blue Valentine o la infravalorada Rabbit HoleEleanor Rigby no es una “película de amor” al uso, tal y como quiere hacer creer su engañosa campaña de marketing. Nos habla entre otras cosas del amor, claro está, pero lo hace sin más concesiones al romanticismo que las del inicio, analizando el origen de los comportamientos de sus personajes (para entender a Connor y Eleanor hay que conocer a sus padres, fantásticos Isabelle Huppert, William Hurt y Ciarán Hinds), centrándose en su dolor, observándolo, explorándolo, diseccionándolo de manera casi clínica. El resultado es una obra intensa, pero también fría, una película terriblemente cruda con la que Benson sacrifica toda complacencia en favor de un retrato honesto e implacable del amor en la tradición de Ingmar Bergman (que Chastain se dé un aire a Liv Ullman es coincidencia).

Eleanor Rigby posterPor tanto, el riesgo que asume el director no solo tiene que ver con el formato con el que decide presentar su historia, sino con la mirada desapasionada desde la que se posiciona. Benson quiere que veamos a Connor, y sobre todo a Eleanor, en su peor momento, y ni él ni sus protagonistas tienen miedo al rechazo que esto pueda provocar. James McAvoy realiza un trabajo impecable, pero es Jessica Chastain la que se lleva la parte más complicada de la historia, ella es aparentemente la que está más perdida (como su generación, tal y como le reprocha el personaje de Viola Davis), la que nos cierra la puerta, la que muestra su peor cara. Y Chastain personifica a la perfección esa temeridad con la que Eleanor Rigby compone a sus personajes y deja que estos reaccionen a su tragedia de manera orgánica, sin manipulaciones. Los caminos de Connor y Eleanor convergen de nuevo hacia el final, en la que es una de las escenas más dramáticamente potentes que vamos a ver este año. La desarmante interpretación de McAvoy y Chastain nos purga, desatando una liberación que nos hace comprender mejor lo que hemos visto. Asimismo, el exquisito, casi onírico desenlace, es un broche perfecto, una escena con la que Benson se reafirma en su modo de filmar: la historia es toda nuestra y nosotros decidimos qué sacar de ella.

Hay un pequeño instante en Eleanor Rigby que pasará desapercibido para muchos, y que sin embargo esconde la misma esencia de la película. Eleanor cruza la calle, dejando a sus espaldas un graffiti en el que se puede leer (a duras penas) “La distancia no se mide en kilómetros, se mide en horas“. Quizás haber fusionado HerHim en una sola película (y a pesar de que esta se hace algo larga) traicione esta idea, e invalide en cierto modo su voluntad de estudio filosófico y antropológico. Lo que vemos en Them es suficiente para hacernos una idea, pero nos queda la sensación de que hace falta pasar esas cinco horas a solas con Eleanor y Connor para alcanzar a comprender del todo el dolor de esa distancia.

Valoración: ★★★★

Críticas: Dead Man Down, Maternity Blues, La Estrella

Dead Man Down: La venganza del hombre muerto (Niels Arden Oplev, 2013)

Del director de Los hombres que no amaban a las mujeresla primera entrega de la saga Millenium, nos llega Dead Man Down, el debut norteamericano de Niels Arden Oplev, con un reparto internacional encabezado por el irlandés Colin Farrell y la sueca Noomi Rapace. La venganza del hombre muerto -el subtítulo que se le ha añadido en España- es una clásica historia de venganza sobre un hombre, Victor, infiltrado en una banda de asesinos y traficantes, responsables de la muerte de su mujer y su hija años atrás. Beatrice, la vecina de enfrente (que también vive atrapada por su pasado) echa el ojo a Victor y acaba involucrada en la turbia trama criminal.

Dead Man Down recurre a todos los tópicos del género, pero es incapaz de combinarlos de manera que no sintamos que estamos viendo la misma película de siempre. Así, la sensación de déjà vu es inevitable. Oplev se mueve constantemente en la delgada línea que separa el thriller serio de la película de acción desmadrada y su cinta acaba sumiéndose irremediablemente en la indiferencia, y en última instancia en la inverosimilitud y el absurdo. El reparto hace lo que puede para destacar por encima de la endeble historia, pero ni Farrell ni Rapace tienen el talento suficiente para desviar la atención hacia ellos. La presencia de Isabelle Huppert solo sirve para descolocar y desorientar aun más, pero el alivio cómico que proporciona la actriz francesa es quizás lo mejor de la película.

Dead Man Down supone el reencuentro del director de la primera Millenium con la Lisibeth Salander original. Sin duda el reclamo más interesante para acudir al cine a ver este thriller de sobremesa.

Maternity Blues (Fabrizio Cattani, 2011)

Drama italiano que explora el lado más oscuro de la maternidad. Maternity Blues es la historia de Clara (la húngara Andrea Osvárt), una mujer que ingresa en un hospital psiquiátrico tras una temporada en la cárcel por haber matado a sus dos hijos. Allí conoce a un variopinto grupo de mujeres que han llevado a cabo el mismo crimen.

Fabrizio Cattani adapta la obra de teatro From Medea, con la colaboración de su autora, Grazia Verasani, para sumergirnos en la psique de unas mujeres completamente perdidas en sí mismas después de cometer el acto más atroz que puede concebirse. Sin grandes aspavientos, Cattani nos muestra cómo una mujer puede alcanzar tal estado de depresión y desesperación como para cometer infanticidio, y ofrece a sus personajes un camino hacia la redención, sobre todo gracias a la amistad que se forja entre ellas.

Sin embargo, la arriesgada premisa de Maternity Blues se diluye en una acumulación de tópicos y caracterizaciones poco trabajadas que impiden que establezcamos la conexión necesaria para comprender y perdonar a estas mujeres, aunque ellas sean conscientes de que no hay perdón alguno para ellas. Lo que salva Maternity Blue es su cualidad de ‘película de manicomio’, una Maternity, Interrupted en la que las alianzas y amistades inesperadas -es un decir, porque todo en Maternity Blues es predecible- constituyen el mayor atractivo de la propuesta. Lo peor, una escena musical que hará que nos olvidemos de los crímenes de Clara y sus compañeras para concentrar nuestra ira juiciosa en Cattani.

La Estrella (Alberto Aranda, 2013)

Estrella es una joven limpiadora que trabaja en un cementerio de Santa Coloma. Vive con su novio, Salva (Marc Clotet), en un piso de los padres de ella. Cuando él consigue un puesto de trabajo importante, la distancia entre ambos se hace más grande, y mientras ella mantiene su carácter alegre y optimista, él se endurece y empieza a mostrar síntomas del peor machismo. Por otro lado, Trini, una amiga del trabajo de Estrella, es víctima de malos tratos por parte de su marido. La joven se vuelca con ella y la ayuda a regañadientes de su novio. Todo esto ocurre además en un panorama caracterizado por la reconfiguración urbana y el racismo vecinal del municipio barcelonés.

Drama social. Con eso tenéis suficiente, ¿no? Pues eso no es nada. La Estrella hace aguas por todos los lados, y nos obliga a preguntarnos por qué esto, y por qué ahora. Dos estrellas emergentes del cine español de los 90 (Ingrid Rubio y Fele Martínez) demostrando que nunca debieron emerger. Costumbrismo artificioso, naturalidad impostada, diálogos de auténtica vergüenza ajena, y el abuso más flagrante de todos los tópicos del género (imaginaos, una limpiadora andaluza en Barcelona). Un desastre del que solo se salva una correcta Carmen Machi, que destaca porque lo que tiene alrededor se lo pone fácil. Más que “duende”, esta película tiene “troll”. La Estrellá. Así nos va…