Hannibal: esperando un quid pro quo

La receta de Hannibal nos hacía presagiar un resultado de gourmet, pero por ahora, el nuevo drama de NBC no consigue que su sabor perdure en el paladar mucho tiempo. Los 13 episodios que conforman la primera temporada ya han sido rodados, en contra del que suele ser el procedimiento habitual de la televisión en abierto, lo que acerca el producto un poco más a la idiosincrasia de la programación de cable. Es por esto que quizás lo prudente sea adentrarse en el piloto sin esperar una de esas cartas de presentación donde se muestra todo lo posible y se bombardea con información para enganchar al espectador. Con Hannibal parece que habrá que tener algo de paciencia para que el relato se desarrolle debidamente a lo largo de las semanas.

Efectivamente, “Aperitif” no es un piloto de network al uso. De ritmo más bien pausado -a ratos comatoso, si os soy sincero-, el piloto de Hannibal transcurre sin acontecimientos espectaculares o golpes de efecto. El peso de la serie recae casi enteramente en el aspecto psicológico de sus dos protagonistas principales, el mítico Hannibal LecterMads Mikkelsen– y el agente del FBI Will GrahamHugh Dancy-, dos caracteres peculiares, complejos, retorcidos, que pueden -y deben- dar mucho de sí.

Graham es un criminólogo con síntomas -autodiagnosticados- de Asperger, autismo y empatía aguda, cuya inestabilidad mental le ha obligado a retirarse del servicio del FBI para dar clases en la academia de Quantico -en la que estudiará Clarice Starling, por cierto. El agente especial Jack CrawfordLawrence Fishburne– solicita su ayuda -es decir, su ‘don’ de empatía- para investigar un caso de asesinatos en serie que no logra descifrar. Desde la primera escena de “Aperitif” se nos muestra explícita y gráficamente la destreza especial de Graham, llevando el aspecto visual de Hannibal hacia un terreno experimental que juega con imaginería onírica y se aproxima a los crímenes desde un prisma pseudo-artístico. Algo que encajaría mejor en una cadena de cable, y que como le ocurrió a Awake, podría condenarla al ostracismo networkiano. Tomando los elementos básicos del procedimental de investigaciones criminalesCSI, Mentes criminales-, y subiéndolos de categoría, Hannibal parece querer distanciarse de la televisión más formulaica.

Así, Hannibal hará de la escena del crimen un lienzo en blanco, un escenario de teatro -kabuki para ser exactos- vacío, en el que Graham recompondrá desde el principio la obra de arte del asesino -jugando con el metalenguaje como The Following, pero de manera mucho más sutil-, y en la que, literalmente, se situará en la mente de la víctima y a la vez en la del criminal, para resolver el misterio. Su camino se cruzará con el de Hannibal Lecter, con el que iniciará una relación profesional sin ser consciente del monstruo con el que trata.

El personaje de Lecter está cómodamente instalado en el panteón de los asesinos en serie de la cultura popular. Este brillante psiquiatra, y finísimo y elegante caníbal, es una creación del escritor Thomas Harris, y fue encarnado originalmente por Anthony Hopkins en El silencio de los corderos, que ganó 5 premios de la Academia en 1991. Las novelas de Harris han sido adaptadas en más ocasiones: Hannibal (2001), Red Dragon (2002), Hannibal: el origen del mal (2007). El creador de la serie, Bryan Fuller (Dead Like Me, Pushing Daisies), da un considerable salto artístico y asume el riesgo de manejar un personaje tan conocido por todos. El resultado es por ahora un work in progress. El reparto -en especial Mikkelsen-, los personajes y el enfoque que se da a la historia muestran un gran potencial, y la factura técnica es excelente. Sin embargo, el piloto no saca provecho de todos los factores con los que cuenta y acaba resultando ligeramente tedioso. Nos quedaremos al menos un par de semanas más, y mientras esperamos un desarrollo a la altura del mito, intentaremos disfrutar al menos de la estética de la serie -qué belleza de sangre-, y yo, además, de la gran Gillian Anderson como la psicóloga de Lecter.