En Project Almanac, David Raskin (Jonny Weston), nerd de elevado cociente intelectual, socialmente inadaptado y (cómo no) con aspecto de modelo de Abercrombie & Fitch, encuentra junto a su hermana la cámara de vídeo de su difunto padre en el ático. En ella hay una grabación del día de su séptimo cumpleaños, donde David se descubre a sí mismo (o sea, a su yo del presente) reflejado en un espejo. Es la primera pista que le llevará a desempolvar un proyecto secreto del gobierno en el que su padre había estado trabajando antes de morir: una máquina del tiempo. Junto a sus dos mejores amigos, cerebritos pringaos, su hermana (un ente rubio sin personalidad) y la chica de sus sueños (que pasaba por ahí), el muchacho forma una suerte de “Club de los cinco” (en realidad son más “El club de los incomprendidos“) con el que logra poner en funcionamiento el dispositivo. El potencial de la máquina es ilimitado, y los chicos la usan como todos lo haríamos, claro está: tras descartar el asesinato de Hitler (chiste obligado), ganar la lotería, hacer cara a sus bullies, irse a desfasar a un festival de música, ser popular en el insti y conseguir que la chica se enamore de ti. Sin embargo, con cada aventura en el pasado van alterando el presente, hasta que el efecto mariposa desemboca en tragedias personales y a escala mundial.
Al igual que Ouija es “terror” para treceañeros, Project Almanac es “ciencia ficción” para la nueva generación MTV (cadena que produce el film). Dean Israelite, el realizador de la cinta, nos propone junto a los productores Brad Fuller (los remakes de La matanza de Texas o Viernes 13, Ninja Turtles, la mencionada Ouija) y Michael Bay (sobran las presentaciones) una actualización del cine de viajes en el tiempo que amasa los tópicos recurrentes del género junto a los ingredientes artificiales de la nueva ola de ficción televisiva de la ex Cadena Musical. Es decir, aventuras clásicas, paradojas temporales, chicos guapos de catálogo de surf, chicas en bikini y shorts estranguladores aullando cachondas, espíritu y estética Spring Breakers, product placement (no falla el insólito plano de cierta bebida energética amiga de la cadena) y un falso halo de autoconsciencia e ingenio que pretende que nos la tomemos más en serio de lo que se merece (a lo Teen Wolf). Vamos, que durante todo su metraje Project Almanac se esfuerza en parecer lista, pero no puede ocultar la evidencia: será muy guapa y resultona, pero es tonta de remate.
Por esto, Project Almanac supone una oportunidad perdida. Tenía todo lo que hacía falta para postar como nuevo clásico de culto teen, pero se pierde en incontables agujeros narrativos y se autoboicotea recurriendo al hastiado estilo found footage en un intento de emular a Chronicle (2012) -la película busca desesperadamente motivos para que sus personajes sigan grabando pero no repara en que las escenas grabadas con un solo móvil no deberían tener montaje plano-contraplano. Cuando los protagonistas empiezan a construir la máquina del tiempo, se suceden las escenas sin sentido y la irrisorias explicaciones científicas a medias tintas. Pero da igual, antes de que nos empecemos a plantear de verdad lo pobremente hilado que está todo, la fiesta nos interrumpe, y nos damos cuenta de que el film no aspira a otra cosa más que a embelesar al adolescente salidorro con ganas de Lollapalooza (festival donde el film no le importa perder el tiempo). Para ello, Project Almanac incurre entre otras cosas en el sexismo más lamentable: ellos son los genios que aspiran a entrar en la universidad y obtener la gloria profesional, los que llevan la voz cantante en el proyecto mientras ellas se conforman con estar buenas, ser objetos de deseo y sujetar la cámara (literalmente, la hermana solo se pone delante de ella para enseñar cacho). Nada de esto nos sorprende teniendo en cuenta los distinguidos nombres que hay tras el proyecto, pero nos apena ver cómo lo que empieza como una más que decente y entretenida película de aventuras, que acaba convirtiéndose en otro Red Bull audiovisual.
Valoración: ★★