Crítica: Kingsman – Servicio Secreto

Kingsman Servicio Secreto

Desde los lejanos tiempos de Stardust (2004), Matthew Vaughn había expresado su deseo de realizar una película de James Bond. No tenía por qué ser una entrega de la saga del agente 007 propiamente dicha (aunque no creemos que dijera que no si se la ofrecieran), sino que bastaba con hacer una película de espías con la que el director londinense pudiera rendir homenaje a uno de sus géneros favoritos. Durante el rodaje de Kick-Ass, la idea tomó forma junto al novelista gráfico Mark Millar (co-autor del cómic en el que se basaba aquella gozada postmoderna), que se encargó de elaborar una novela gráfica que narrase los orígenes de un espía de élite como Bond, pero con un pequeño giro: el candidato era un gamberro callejero, un chav inglés con la lengua y las manos muy sueltas. Así nacía El servicio secreto, historia en viñetas en la que se basa Kingsman: Servicio Secreto, la última locura comiquera del director de X-Men: Primera generación.

Para la primera película de Bond, Agente 007 contra el Dr. No, su director, Terence Young, tuvo satisfacer los deseos de Ian Fleming y convertir a Sean Connery en el caballero que el autor había concebido. Para ello, Young “educó” a Connery durante un tiempo, llevándolo a restaurantes elegantes, enseñándole a hablar como un gentleman y lo más importante, llevándole a su sastre para que le hiciera un traje a medida. Esta es básicamente la premisa de Kingsman, en la que el recién llegado Taron Egerton se convierte en ese joven asalvajado que debe transformarse en un espía capaz de aniquilar a los enemigos sin arrugarse la chaqueta ni perder la educación en ningún momento. Para instruir a Eggsy, que es como se llama el joven aprendiz de espía, durante su viaje de una clase social a otra (de trashposh en 10 sencillos pasos), hacía falta alguien que personificase el porte británico que caracteriza a Bond, y quién mejor que Colin Firth, epítome incontestable del donaire British, para dar vida al kingsman Harry Hart. Ya está, tenemos premisa, localización, casting perfecto. ¿Qué es lo siguiente? Pues está claro, volverse completamente loco de las pelotas.

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Porque además de una carta de amor a todo lo británico (Michael Caine también está en el ajo), Kingsman: Servicio Secreto es una auténtica desbarrada sin ningún tipo de autocontrol, una gamberrada deliberadamente excesiva y escandalosa que cruza el límite del buen gusto en numerosas ocasiones, pero que como el propio Firth, lo hace sin despeinarse o perder un ápice de su sofisticada elegancia. Vaughn da rienda suelta al Tarantino que lleva dentro, a quien parece estar sacando el paso en algunas de las escenas más violentas y polémicas de la cinta, como la brutalmente gráfica masacre en la iglesia (que ha escandalizado, y con razón, a muchos sectores conservadores y no tan conservadores de EE.UU.), que a muchos recordará al enfrentamiento de la Novia contra Go-Go y los 88 Maníacos en Kill Bill Vol. 1, o el clímax, con una impresionante exhibición de fuegos artificiales estallando con los colores del arcoíris con cientos de cabezas de miembros de la alta sociedad y la política explotando al ritmo del himno patriótico británico “Land of Hope and Glory”. Sublime. Sangre a borbotones, brazos y piernas volando por los aires, espías partidos por la mitad (como si estuviéramos viendo una de Takashi Miike), torsos empalados, cabezas atravesadas por todo tipo de arma. La violencia no cesa en Kingsman, aunque su presentación híper-estilizada (con bastante mano de CGI) resta impacto, sobre todo para los aficionados al cómic adulto.

Pero Kingsman es mucho más que un cafre desfile de provocaciones para que los más remilgados se lleven la mano a la cabeza y los fanboys aplaudan excitados. Kingsman es sobre todo una ejemplar comedia de acción, una parodia irreverente de las películas de espías que no se deja ni un solo lugar común por desmontar y subvertir. Vaughn echa mano de los tópicos bondianos más reconocibles, los expone de forma brillante (el traje, la bebida de elección del caballero, la forma de hablar, el villano caricaturesco), y a continuación les da vuelta, se ríe de los clichés más estúpidos y desmonta el género con gran ingenio para hacer la película de espías que le da la gana hacer. En este sentido, Kingsman encaja como pieza de tetris en la filmografía del autor, situándose a medio camino entre Crimen organizado X-Men: Primera generación (de la que rescata la dinámica de la academia de jóvenes, a la que añade un divertido componente Juegos del hambre), y continuando el espíritu autorreferencial y agitador de Kick-Ass (en cierto modo para correr un tupido velo sobre su secuela). Pero entre golpes, espías con cuchillas en lugar de piernas (cómo mola Gazelle, ¿eh?), fuentes de sangre y excursiones a la estratosfera, Vaughn cuela momentos de respiro para descansar de la locura (¡ay el carlino!) y se permite reflexionar sobre la lucha de clases y la importancia del legado. La sátira no brilla por su sutilidad, pero igualmente el mensaje llega alto y claro.

Taron Egerton Kingsman

Por último, Kingsman es la película que nos ha mostrado a Colin Firth haciendo cosas que nunca le habíamos visto hacer en el cine (paradójicamente, sin dejar de ser en ningún momento el Colin Firth que conocemos) y nos ha dado a Samuel L. Jackson (otra conexión tarantiniana) como el megalómano Valentine, archinémesis de los Kingsman que habla con frenillo y se marea con la sangre (sí, a Vaughn casi se le va de las manos la broma con él). Pero sin duda, la mayor revelación de la película es esa futura estrella que es Taron Egerton, heartthrob inglés que en su primer gran papel para el cine ya ha demostrado un enorme talento y versatilidad. Harry Hart cede el testigo de la organización Kingsman a Eggsy, y si quieren, Vaughn y Millar tienen entre manos una interesante mitología y un nuevo héroe con posibilidades de sobra para expandirse en una saga de éxito.

Valoración: ★★★★