El cuarto pasajero: vigila con quién viajas

David Lastra

La política provoca extraños compañeros de cama, pero seguramente no resulten ni la mitad de peculiares e incómodos que las conversaciones que hemos establecido durante horas en los temidos viajes compartidos por carretera. La precariedad, unida a los cada vez peores horarios y combinaciones en trenes y autobuses, han provocado que la utilización de este tipo de servicios de vehículos compartidos haya terminado convirtiéndose en la única solución para las estacionales visitas familiares a provincias. Una tensión que algunos disfrutan, y que otros muchos sufrimos hasta la extenuación. Ante este nuevo drama generacional, no es de extrañar que terminase apareciendo reflejado en el arte con más o menos premura. Hace un añito nos montamos en ese peculiar viaje a Cieza que fue Con quién viajas de Martín Cuervo y, ahora, nos llega el reverso tenebroso de la mano de Álex de la Iglesia (30 monedas) con El cuarto pasajero.

Puede que Julián (Alberto San Juan, Sentimental) presuma de trabajo en una pedazo de empresa que tiene nosecuantas sucursales en el extranjero, pero lleva unos cuántos mesecitos ofertando en una aplicación de esas, los viajes de Madrid-Bilbao ida y vuelta que realiza cada semana. Lorena (Blanca Suárez, Las chicas del cable) es una de sus pasajeras fijas. Una mujer (casi) treintañera con una maleta de rayas y un empleo bastante precario en la gran ciudad, y que visita a sus progenitores cada fin de semana. En el viaje de hoy, les acompañarán un informático poco agraciado, y un misterioso hombre llamado Juan Carlos (Ernesto Alterio, Un mundo normal). Sobre el papel o, mejor dicho, sobre el portal de la aplicación de viajes, ninguno de ellos supone un verdadero impedimento para los planes que Julián tiene para el viaje de hoy: durante este viaje declarará su amor incondicional a Lorena. Ella le corresponderá, y ambos reconstruirán sus vidas juntos. O no. Porque al final el informático es su primo es un morenazo hippiesco vivalavida que podría ganarse la vida como modelo (Rubén Cortada, modelo en la vida real y actor, El príncipe), y Juan Carlos resulta ser un verdadero dolor de…

Desde el primer monólogo de Alberto San Juan y los gags iniciales de la película, Álex de la Iglesia no esconde sus cartas en ningún momento. Aquí hemos venido a por el taquillazo. Puede que el producto posea realmente algún que otro momento delirante propio de ese toque de humor rápido y directo que nos tiene enamorados de su cine desde hace treinta años, como son el altercado en la gasolinera o el propio componente absurdo del personaje de Juan Carlos, pero no llegamos a disfrutar al cien por cien de la marca De la Iglesia. Vale que tenemos nuestro humor burro y más o menos zafio, la aparición estelar de Enrique Villén, a Roque Baños y hasta a una pequeña horda que persigue a los protagonistas, pero no es lo mismo. En esta ocasión, parece que la intención de petarlo sí o sí en taquilla (y posteriormente en todos los puñeteros hogares a través de las plataformas y demás canales tradicionales) pesa demasiado. Realmente ese afán por los números no debería suponer un problema. No deberíamos olvidar que alguno de los mayores taquillazos patrios de las últimas décadas llevan su firma y que, un remake a priori completamente impersonal como fue Perfectos desconocidos, funcionaba a la perfección. Pero en esta El cuarto pasajero, la fórmula De la Iglesia no termina por arrancar del todo y decepciona un poco.

¿Hay risas? Obviamente hay risas en El cuarto pasajero. Pocas mentes más ágiles y graciosas que las del tándem formado por De la Iglesia y Jorge Guerricaecheverría (La comunidad) han existido en nuestro cine, por lo que alguna que otra carcajada a lo largo de la película está asegurada. Especialmente, cuando el personaje de Ernesto Alterio se pone extremadamente cargante como fiel embajador de ese estereotipo tan puramente español que es el pícaro cuñado sabelotodo que no vale para nada más que embaucar y traer desgracias a todo el mundo que le rodea. A pesar de ser odioso y hostiable a más no poder, el Juan Carlos de Alterio es el verdadero triunfador de la película. Gracias a sus rápidas réplicas y su discurso sinsentido es el que más risas provoca. Ernesto Alterio vuelve a demostrarnos una vez más lo excelente actor de comedia que es y nos regala esa sensación tan reconfortante que es verle sacar de quicio a Alberto San Juan en la gran pantalla por enésima vez.

El cuarto pasajero es la obra más mainstream de Álex de la Iglesia hasta el momento. No deja de ser Álex de la Iglesia, pero no es el Álex de la Iglesia al que nos tiene acostumbrados. Una obra menor que no cuenta ni siquiera con los destellos que cuentan su desbocada serie 30 monedas o ese divertimento en forma de giallo llamado Veneciafrenia. Eso sí, no llega ni de lejos al nivel que fue ese descalabro llamado La chispa de la vida. La decepción con esta El cuarto pasajero no quiere decir que Álex de la Iglesia haya vendido su alma, pero sí parece desprender que el cineasta ha decidido dejar aparcado su genio en esta ocasión. En esta ocasión, mi valoración al conductor de este accidentado viaje en coche compartido es de dos estrellas y media, pero tengo fe en que el siguiente vuelva a ser uno de esos de cinco sobre cinco al que me tiene acostumbrado.

Nota: ½

Crítica: Lo dejo cuando quiera

La crisis mató a la clase media. La precariedad laboral ha reventado de una vez por todas la estratificación social española, provocando que la brecha entre los ricos y los pobres sea abismal. No tan jóvenes, aunque sobradamente preparados, los protagonistas de Lo dejo cuando quiera han visto cómo sus sueños de licenciados han sido truncados completamente por la crisis.

Arturo (el chanante Ernesto Sevilla, La que se avecina) se dedica a dar clases particulares a millennials pasotas, Eligio (Carlos Santos, El hombre de las mil caras) vive con sus padres y está enchufado en una gasolinera, porque las Letras ya no importan a nadie. El único que ha podido colocarse en una facultad ha sido Pedro (David Verdaguer, Estiu 1993), aunque sus condiciones laborales, tanto económicas como académicas, son nefastas. Carlos Therón (Mira lo que has hecho) sigue ahondando en su gamberrismo habitual con Lo dejo cuando quiera, una comedia perfecta para todos aquellos que sufrimos el final de mes cada vez más a primeros.

Ante esa realidad de sueldos ínfimos e inestabilidad perpetua, los tres amigos deciden cortar con todo (¿o ha sido el mundo el que ha cortado con ellos?) y pasarse al lado oscuro: ellos pasarán de ser profesores a traficantes de drogas. Una pastilla experimental de Pedro podría convertirles en los verdaderos dueños y señores de la noche y hacer que naden en billes… pero ellos no dejan de ser unos pringados y no tendrán otra opción que aliarse con Tacho (Ernesto Alterio, Los años bárbaros), una suerte de Pocholo que lleva una eternidad reinando en los bajos fondos.

Aunque basada en un taquillazo italiano, Lo dejo cuando quiera sigue al pie de la letra el canon de las bro movies estadounidenses de Todd Philips (la saga Resacón en Las Vegas) o Seth Rogen (Juerga hasta el fin), pero sin perder en ningún momento esa identidad semicuñada y casposa patria, unos rasgos autoparódicos que provocan alguno de los mejores gags cómicos de la película. Aunque los trabajos de Sevilla y Fuentes sean bastante buenos y graciosos, David Verdaguer se impone claramente con un notable trabajo interpretativo no muy común en este tipo de comedias. El actor catalán vuelve a demostrar que no solo sabe construir y dar dimensión a un personaje, sino que es un verdadero todoterreno, capaz de clavarla tanto en dramas (sus trabajos con Carlos Marques-Marcet o su Goya por Estiu 1993) como en comedias (su papel en No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas era lo único salvable del film). Pero no solo de bros vive Lo dejo cuando quiera, las televisivas Miren Ibarguren (Arde Madrid) y Cristina Castaño (Sin rodeos) son las verdaderas robaescenas de la película, especialmente Ibarguren y su brutal sinceridad como titulada en Derecho y compañera de turno de Eligio en la gasolinera.

Aunque no invente la pólvora, Lo dejo cuando quiera sube con creces el listón de la nueva comedia española gracias al trabajo del citado Verdaguer y a la ausencia de cortapisas a la hora de desbarrar con sus chistes.

David Lastra

Nota: ★★★

Crítica: Sexo fácil, películas tristes

Sexo fácil

Sexo fácil, películas tristes es una historia a caballo entre España y Argentina, entre la ficción y la realidad, entre el drama y la comedia. El segundo largometraje de Alejo Flah (Taxi), co-producción hispano-argentina con reparto internacional, cuenta dos historias que son en realidad la misma.

En Madrid, Marina (Marta Etura) y Víctor (Quim Gutiérrez) están hechos el uno para el otro, y aunque ella es reacia al principio, acaban dando una oportunidad a la vida en común que parecen destinados a compartir, a pesar de que las circunstancias se empeñen en hacerles la contraria. En Buenos Aires, Pablo (Ernesto Alterio), un reputado escritor y profesor de universidad que atraviesa una crisis sentimental con su pareja de muchos años, recibe el encargo de escribir el guión de una comedia romántica. Marina y Víctor no existen, son dos personajes de ficción creados por Pablo, los protagonistas de la película que tiene que escribir. Ellos funcionan como válvula de escape y auto-terapia del autor, que acepta el reto de escribir una historia de amor convencional justo cuando ha perdido la fe en él.

Sexo fácil películas tristesA lo largo de la película, Pablo (es decir, Flah) se dedica a deconstruir los lugares comunes de la comedia romántica, desglosando la relación de Marta y Víctor mientras estos pasan por las distintas fases de su historia de amor. El “meet cute” (adorable primer encuentro de la pareja), las dudas y los consejos de los respectivos mejores amigos (Carlos Areces y Bárbara Santa-Cruz), la primera crisis, y finalmente, el último reto antes del happy ending o la separación definitiva. De esta manera, el director opone el idealismo de la ficción (donde todo se detiene en ese final feliz y los siguientes capítulos, mucho más amargos, no existen) a la mucho más cruda realidad, en la que Pablo se enfrenta a sus problemas sin la ayuda divina del autor que maneja los hilos, valiéndose únicamente de su propio sentido común.

Sexo fácil, películas tristes contiene reflexiones atinadas si bien algo simplistas sobre las relaciones heterosexuales modernas y consigue funcionar como drama y comedia sobre todo gracias a su excelente reparto y unos diálogos más naturales de lo habitual en nuestro cine (Ernesto Alterio y Julieta Cardinali están fantásticos, y Gutiérrez y Etura enamoran con su frescura). Por otro lado, el vaivén entre España y Argentina, lejos de perjudicar el ritmo de la película, saca el máximo partido a su naturaleza meta-narrativa. Flah contrasta el Buenos Aires gris de Pablo con el idílico paisaje urbano de Madrid (la librería 8 y medio, el Retiro), capturando a la perfección el espíritu de Malasaña al convertir sus calles en un escenario nocturno casi mágico donde nace y vive el amor de sus personajes.

Sin embargo, a la propuesta le falta mucho gancho y resulta demasiado predecible, convirtiéndose en lo que en teoría critica. Al final, la película se revela como una comedia romántica mucho más convencional y conservadora de lo que se nos quiere hacer creer (aunque algo velada, ofrece una anquilosada crítica a los estilos de vida no tradicionales en defensa de la monogamia). Absténgase aquellos que se encuentran en medio de una crisis de pareja o los que creen que la única meta en la vida es encontrar el amor y no lo han hecho aún. Según esta película, un final feliz solo es posible en pareja y en la ficción.

Valoración: ★★★