Han pasado diez años desde los acontecimientos de El origen del planeta de los simios (2011), y en el transcurso de esta década, la “gripe simia” ha acabado con la mayor parte de la población, haciendo retroceder a la Tierra hacia la era pre-tecnológica. En la secuela del éxito de 2011, El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes, 2014), los supervivientes de la ciudad de San Francisco se hacinan en una pequeña aldea, enfrentándose a la inminente desaparición de los pocos recursos vitales que les quedan -el combustible y la energía se acaban pero cuentan con un enorme arsenal-, y organizados bajo el mando de Dreyfus (Gary Oldman). Mientras, en el bosque vecino, los simios genéticamente alterados de la primera entrega han creado una sociedad que avanza a pasos agigantados, en la que los monos aprenden a comportarse como los humanos bajo el liderazgo de César.
El amanecer del planeta de los simios es un film esencialmente complejo en todos sus planteamientos, pero la cinta de Matt Reeves (Monstruoso) también es un blockbuster de acción y aventuras por definición, una película que diluye con eficacia su enorme carga filosófica en un producto diseñado para el gran público. Es decir, El amanecer… es una de esas películas que dan buen nombre al blockbuster veraniego, una experiencia que aúna espectáculo y reflexión como solo unas pocas saben hacer. Ya desde la impresionante secuencia de apertura, en la que observamos el funcionamiento de la sociedad simia ajena a la existencia de los supervivientes de la raza humana, somos conscientes de que El amanecer… no es una película de acción cualquiera, de que estamos ante una superproducción de inteligencia superior.
El encontronazo con una partida de humanos en el bosque cambia por completo los esquemas de la nación simia, que por primera vez ve su Arcadia amenazada por un “enemigo” exógeno. A partir de aquí, El amenecer… se transforma en una fascinante historia de tintes bélicos sobre el miedo, la comunicación y la confianza, además del relato de una camaradería transformada en profunda amistad, entre César y uno de esos humanos, Malcolm (Jason Clarke). Representantes de la razón y el sentido común, ambos intentan mantener a flote dos sociedades enfrentadas por una serie de malentendidos, y condenadas a la guerra por la existencia del mal inherente que, como César comprueba, no es exclusivo del ser humano. Esto da lugar, como no podría ser de otra manera, a explosivas secuencias de batalla y set pieces que no solo cumplen su función espectacular, sino que siempre están al servicio del objetivo principal de la película: el tratado evolutivo sobre los peligros de alcanzar una inteligencia superior, y la responsabilidad moral que esto conlleva. En este sentido, lo más interesante de la película es observar a César buscando la paz entre ambas civilizaciones, antes de la inevitable guerra.
La apabullante complejidad y el detallismo (físico, psicológico, fisiológico) de un personaje como César supone uno de los más grandes triunfos del cine de acción de los últimos años. Ni que decir tiene que gran parte del mérito corresponde al excelente Andy Serkis, cuya -fácilmente subestimada- labor interpretativa, en conjunción con la tecnología puntera de Weta Digital, da como resultado los mejores efectos digitales que hemos visto en el cine de Hollywood últimamente. Puede que suene a exageración, pero El amanecer del planeta de los simios no es sino una piedra de toque de la evolución CGI, una película que, al igual que Parque jurásico y Avatar, marca un antes y un después en la historia del cine comercial -aunque seguramente no se le reconozca con el paso del tiempo. Lo que vemos en El amanecer… no lo hemos visto en ninguna otra parte. Desde los paralizantes primeros planos de César hasta el extremo naturalismo del movimiento de los simios (todos actores con motion capture “haciendo el mono”), pasando por las palpables texturas orgánicas, El amanecer… da paso a un nuevo capítulo en el cine.
Por el contrario, los seres humanos de El amanecer del planeta de los simios están (intencionadamente) desdibujados, simplificados, con el propósito de dar mayor énfasis a la transformación de los simios. Y aunque se entienda y se acepte como mecanismo narrativo, esto no hace sino entorpecer la historia (que pierde algo de fuelle y se alarga demasiado al final), sobre todo en las escenas donde solo vemos a los humanos. Por sí solos, personajes como Malcolm o Dreyfus no resultan interesantes. Por no hablar de la mujer del primero, Ellie (Keri Russell), con diferencia el personaje más plano de la película, o el increíblemente estúpido y absurdo Carver (Kirk Acevedo), que se comporta desafiando a la lógica en pos del avance narrativo. Estos personajes solo existen en relación a los simios, y solo con ellos nos dan escenas sobresalientes -como aquella en la que el hijo de Malcolm y Ellie le regala el cómic Black Hole a Maurice y le enseña a leerlo. Pero los humanos son el único punto débil de esta brillante e intensa muestra de ciencia ficción post-apocalíptica, y de eso se trata precisamente, de ilustrarnos, a través del desarrollo de esta civilización naciente, la profunda estupidez del ser humano.
Valoración: ★★★★