El hombre del norte: Una leyenda de la tierra de hielo y fuego

David Lastra

Él vino en un barco, de nombre extranjero. Hace muchas lunas que ya nadie le llama por su nombre. Ya sea por desconocimiento del mismo o porque poco queda ya del niño que vio cómo su tío asesinaba a su padre y se casaba con su madre… Un momento, todo esto me suena de algo. ¿Acaso no se asemeja bastante a un capítulo de Los Simpson, bueno, y a la historia de cierto pusilánime príncipe danés en la que muere hasta el apuntador? Después de La brujaEl faro, Robert Eggers vuelve con nuevo material para alimentar nuestras pesadillasEl hombre del norte (The Northman), adaptación libre de la leyenda medieval escandinava que inspiró a William Shakespeare para escribir su igualmente legendario Hamlet.

Desde el asesinato de su padre en manos de su tío, la existencia de Amleth (Alexander Skarsgård, Melancolía) se ha movido únicamente por el odio. Un sentimiento que se ha ido curtiendo con el paso de los años y ha traducido en una respuesta violencia extrema. Una cualidad que le ha resultado bastante útil para posicionarse como uno de los berserkers más poderosos de su banda de vikingos. Aunque haya logrado canalizar gran parte de esa ira gracias a la espiral desenfrenada de pillajes, incendios y asesinatos de familias enteras, su sed de venganza particular vuelve con más fuerza que nunca tras un encuentro con una bruja/vidente (Björk, Bailar en la oscuridad) que le recordará la única razón de su existencia: vengar a su padre, salvar a su madre y acabar con su tío.

Esas  ansias de sangre le harán cruzar los mares hasta esa mágica tierra de hielo y fuego llamada Islandia, donde su tío Fjölnir (Claes Bang, The Square) y su madre Gudrun (Nicole Kidman, Being the Ricardos), gobiernan el último reducto del que fuera el reino de Aurvandill (Ethan Hawke, Antes del anochecer), el legendario Rey Cuervo. En medio de esas conjuras de palacio campo, el príncipe destronado conocerá el amor de la mano de Olga (Anya Taylor-Joy, La bruja), una esclava eslava con fama de hechicera que pondrá todo de su parte para que la conspiración contra el monarca llegue a buen puerto.

Después de contarnos una leyenda de Nueva Inglaterra (La bruja) y la historia de amor más grande jamás contada (El faro), Robert Eggers se atreve a desempolvar el cine de cine de vikingos, pero no así sus tópicos más rancios. En El hombre del norte no hay espacio para cascos con cuernos, los vikingos de Eggers van semidesnudos, untados en barro y pintura y son aún más brutos y místicos si cabe que los de Valhalla Rising, de Nicolas Winding Refn. Los de Eggers son unos seres animalísticos que aúllan y cargan contra todo aquello que se ponga a su paso. Niños, mujeres, hombres. Todo es arrollado y descuartizado por ellos. Pero los considerados nobles o más privilegiados, tampoco se quedan atrás. Estos privilegiados tienen casi menos escrúpulos a la hora de comportarse con sus propios fieles o peor aún con sus más cercanos familiares.

Ningún personaje que habita este inhóspito universo se podría considerar loable desde una óptica de hoy en día. Eggers no pretende convertir a Amleth en un héroe canónico, porque el personaje no merece una simplificación tan absurda. Él no es un salvador, sino más bien un lobo solitario en plena misión kamikaze. Todo acto de glamourización o canonización de Amleth sería un verdadero insulto y un cierto  menosprecio a nosotros como público. Únicamente llegamos a encontrar algún que otro atisbo de humanidad en sus acercamientos con Olga, aunque tampoco nos dejemos llevar por los enamorados, porque la mayor parte de sus conversaciones se resuman en cómo asesinar al regente y a sus allegados.

Más que los hombres o las deidades, sobre El hombre del norte reina el más puro nihilismo. Nada en sus existencias tiene sentido, o termina por perderlo a golpe de espada en un segundo. Nada, ni nadie sirve a razones. Todo se reduce a la más inmensa de las nadas. Una ignominiosa sensación que enferma a todos y cada uno de los personajes de la película y termina por contagiarnos a nosotros como espectadores. Un desasosiego que lejos de dejarnos completamente abotargados, hace que comprendamos, y puede que hasta justifiquemos, este régimen de violencia que mueve los engranajes de este mundo. Ese vacío moral, unido a esa ultraviolencia sinigual, logra que nos hundamos casi en un trance psicótico semejante al que sentían los propios berserkers cuando se lanzaban al ataque. Un curioso estado de tensión y sobrexcitación que no nos llega a abandonar del todo cuando se encienden las luces del cine. Una sensación semejante a la que sentimos en su día con los dos anteriores largometrajes de Eggers. Tanto los conjuros y bailes de Thomasin, Black Phillip y sus pequeños acólitos en La Bruja, así como las flatulencias y los orgasmos de los Thomas de El faro han calado no solo en nuestra mirada fílmica, sino en lo más hondo de nuestra psique, así que no deberíamos extrañarnos si los aullidos de Amleth o las erres arrastradas de Björk nos quiten el sueño días o meses después de su visionado.

La naturaleza de Amleth poco o nada tiene que ver con su bisnieto shakesperiano. Ante el famoso ser o no ser de turno, por la cabeza del desterrado de El hombre del norte no pasa en ningún momento el montar una obra de teatro a lo Lexi Howard de Euphoria para exponer todos los secretos de su tío, sino que prefiere no dejar pollo sin cabeza de manera literal y liarse a espadazos con todo el que se ponga por delante. Alexander Skarsgård explora sus raíces nórdicas con ese Amleth y vuelve a acertar de pleno entregándonos otra bestia parda para su filmografía, como en su día hiciese con el carismático Erik de True Blood o el deleznable Perry de Big Little Lies. Otro monstruo para la familia Skarsgård. Junto a él encontramos a una notable Anya Taylor-Joy, reencontrándose con Eggers, curiosamente en un papel que guarda alguna que otra similitud con el rol que la convirtió en una estrella y obsesión para una generación como fue el protagónico de La bruja. Contra él, un muy teatral Claes Bang dando vida al que debería ser (y es) el villano del film, y una inmensa Nicole Kidman, clavando a la perfección la locura y el desdén (sus miradas son para enmarcar) que conforman la verdadera naturaleza de la compleja reina Gudrun.

Resulta un verdadero placer ver a Kidman llevar a cabo este tipo de transformaciones tan extremas y asalvajadas, aunque solo sea en unas pocas escenas. Curiosas resultan la participaciones de dos iconos como son Willem Dafoe, que ya trabajó con Eggers en El faro, y que da vida a un peculiar bufón; y Björk, cantante y gran símbolo cultural islandés, como la citada sacerdotisa; ambos con un peso bastante importante en la trama. Especialmente el de la autora de los discos Homogenic Vespertine. Resulta bastante gracioso, comprobar que hasta el mismísimo Amleth, como buen chico atormentado, no puede resistirse al magnetismo de la islandesa y cambie radicalmente su vida tras conocer a Björk, como todos nosotros hicimos hace años en nuestra adolescencia.

Pero, realmente podemos preguntarnos qué hace Björk en pantalla si hace años nos juró y perjuró que nunca más volvería a ponerse delante de una cámara de cine después de su traumática experiencia junto a Lars Von Trier en Bailar en la oscuridad. La ganadora del premio a la mejor actriz en Cannes ha vuelto gracias a su amigo Sjón, el laureado escritor/poeta/dramaturgo islandés, con el que coescribió IsobelBacheloretteJógaOceania, y que firma junto a Eggers el libreto de esta película. Pero Sjón no solo ha aportado la mágica presencia de su amiga Björk a este universo. Puede que estemos acostumbrados a cierta magia en el cine de Eggers hasta la fecha, pero ninguna de sus anteriores obras posee una carga poética y figurativa tan extrema como esta El hombre del norte… y mira que el nivel era bastante alto. Como suele ser habitual en su obra literaria y como hizo hace poco en cine en Lamb, la ópera prima de Váldimar Johannsson con Noomie Rapace y una peculiar ovejita, Sjón aporta al cine de Eggers altas dosis de su habitual realismo mágico. Presentándonos brujas y hechiceros amantes de los ripios y los tocados, profecías de espadas mágicas y visitas guiadas con billete único de ida a los albores del inframundo de Hel y algún que otro atisbo del ansiado Valhalla.

Puede que El hombre del norte parezca más accesible atendiendo a su temática y a los referentes, pero resulta tan enrevesada, sorprendente y enfermiza como nos tiene acostumbrados (o maleducados) Eggers. Con esta epopeya vikinga repleta de nombres conocidos, nos demuestra que los verdaderos genios sí que son capaces de conseguir cumplir ante la propuesta de enfrentarse ante algo más grande, más largo y sin tantos cortes como imaginamos, sin traicionar ni un ápice de su identidad.

Nota: ★★★★½

[Reseña Blu-ray] El faro: Solo el fin del mundo

Ningún hombre es una isla por sí mismo. Por mucho que nos empeñemos cada vez más en ser completamente autosuficientes y no depender de nadie, el calor del prójimo sigue siendo la mejor solución para muchos de los males del ser humano. Por esa simple razón biológica de mera supervivencia, siempre será mucho más importante elegir bien a quién te llevarías a una isla desierta, que los mil y un cachivaches que te harían falta para sobrevivir al fin del mundo.

Justamente en el epicentro del fin del mundo es donde Ephraim Winslow (Robert PattinsonHigh Life) ha encontrado su nuevo trabajo: ayudante en un faro. Sus quehaceres diarios consisten en el mantenimiento básico del mismo, así como todo tipo de marrones que se le puedan ocurrir a Thomas Wake (Willem DafoeThe Florida Project), el farero mayor. Lo que en un principio es un trabajo de mierda, se convierte a los pocos días en una verdadera montaña de redundante y hedionda mierda. Literalmente, gracias en parte a las colosales ventosidades que surgen entre los dos mofletes del culo de Thomas. Un hombre de pocas palabras y muchos pedos que termina por desquiciar a un ya de por sí bastante psicótico recién llegado.

Todo termina por torcerse cuando el mal tiempo hace que su relevo no termine por llegar nunca y tengan que tirarse unas cuantas semanas de más en la isla. Como es normal, el conflicto entre ambos no se hace esperar, especialmente cuando el cabrón de Thomas no deja a su segundo disfrutar de los placeres (¿carnales?) de la luz del falo. Pero también habrá tiempo para grandes borracheras, con sus consiguientes arrebatos de camaradería máxima y sí, tensión sexual.

Después de dejar el listón por las nubes con su primer largometraje, La bruja, Robert Eggers sigue ahondando en la represión del ser humano. Si en su anterior obra, Thomasin (Anna Taylor-Joy) no lograba alcanzar su ansiada libertad hasta abrazar de una vez por todas su feminidad y su consiguiente condición ‘maligna’, en esta El faro (The Lighthouse), también realizada para la prestigiosa A24, experimentamos los estragos de un hombre en plena crisis de identidad. Un joven que ha dado bandazos durante los treinta años que lleva en esta tierra de Dios, lo cual se ha traducido en una hostilidad absoluta para consigo mismo y todo aquel que se acerque a él. También hay que decir a su favor, que la figura del farero no favorece en ningún momento la consecución de un estado zen, así como las deplorables condiciones inhóspitas del emplazamiento o esa puñetera gaviota que no deja de molestarle cada mañana con su insoportable graznido. Toda una buena heredera de nuestro querido Black Phillip.

Un agobiante formato en cuatro tercios unido a un sucísimo blanco y negro, hace que nos sumerjamos desde el primer momento en esa espiral de aislamiento y locura que atenaza a Ephraim. Junto a él, nos asomamos al abismo y antes de que lleguemos al éxtasis ante la inmensidad del fin (o a un orgasmo conjunto, con o sin sirena de madera), un gigantesco pedo de Thomas nos devuelve a nuestra dantesca y cruel realidad… o a la alucinación en la que estamos viviendo desde el día 1. Pero tampoco debemos idealizar la mente del burdo Ephraimya que, si el citado abismo tuviese un agujero, se lo follaría sin ningún tipo de miramientos. Esta psicosis sexual de pedos y polvos se ha convertido inesperadamente en un fiel reflejo de nuestra cotidianeidad durante los últimos meses. El confinamiento por el COVID-19 ha convertido a El faro en el zeitgeist de 2020, tanto o más que las proféticas Contagio de Steven Soderbergh o 12 monos de Terry Gilliam. 

El faro es una de esas pesadillas que termina drenando todas nuestras fuerzas y nos deja al borde de las puertas del infierno. Una cinta extremadamente perturbadora y surrealista, de atmósfera asfixiante y aire a terror gótico, que entra de lleno en el Olimpo de esta nueva ola de cine autor de terror que estamos viviendo en estos últimos años y que, como tal, ha sufrido el ninguneo en la carrera de premios. Como ya ocurrió con SuspiriaMidsommar o It Follows, ninguno de sus dos magníficos intérpretes, ni mucho menos su director o guionistas lograron rascar una nimia nominación a los premios Oscar, únicamente la inquietante fotografía de Jarin Blaschke (otro viejo conocido cuyo trabajo ya pudimos disfrutar/sufrir en La bruja) logró conseguir una mención en la pasada ceremonia.

No importa, tanto El faro como el resto de películas mencionadas ya forman parte del imaginario universal del cine de terror, mientras que muchas de las nominadas han caído en el olvido.

David Lastra

El faro ya está a la venta en Blu-ray y DVD de la mano de Sony Pictures Home Entertainment. La edición incluye los siguientes extras:

  • Audiocomentario con el director y co-guionista Robert Eggers.
  • Escenas eliminadas (5 min).
  • Un cuento oscuro y tormentoso (38 min).