Se acabó la agonía. Dexter ha tocado a su fin después de ocho largos años en antena. Hay cierta unanimidad en identificar una caída en picado de calidad desde el final de la cuarta temporada. Es decir, Dexter se ha quedado cuatro años de más con nosotros, tiempo en el que la que un día fue buque insignia de Showtime ha ido desvelando su verdadero rostro. Dexter tuvo la suerte de nacer al comienzo de la Tercera Edad de Oro de la TV, y jugó muy bien sus primeras manos. Era algo que no habíamos visto nunca, cambiaba las normas del juego. El héroe era un psicópata. Siguiendo la tendencia al protagonismo de personajes amorales y criminales que comenzó Los Soprano, Dexter Morgan se convirtió en precedente y referente. Pero lo cierto es que echando la vista atrás a estos 8 años, es fácil darnos cuenta de que Dexter en realidad nunca fue para tanto.
Las últimas temporadas de la serie no han hecho más que poner de manifiesto los errores en los que Dexter llevaba incurriendo casi desde su segunda temporada. El problema es que era fácil hacer la vista gorda, porque el personaje era interesante, y la trama enganchaba manejando la tensión como pocas. Lo que hemos presenciado en estos últimos años es una dramática y descorazonadora pérdida de pasión y esfuerzo por parte de todos los responsables de la serie. Desde la infame sexta temporada (uno de los mayores despropósitos de la historia de la televisión), Dexter se ha movido por inercia, manifestando todos los efectos secundarios del tan contraproducente estiramiento y brillando únicamente a la hora de cerrar las temporadas (la serie nos ha proporcionado grandes cliffhangers, eso hay que concedérselo). Al contrario que Breaking Bad (con la que guarda más de una semejanza), Dexter no ha sabido cuándo era el mejor momento para dejar de contar su historia. Y así le ha ido.
Otras series longevas que se han despedido en los últimos años, Mujeres desesperadas o The Office, han sido capaces de compensar sus decepcionantes temporadas tardías con últimos episodios que han cerrado sus historias con dignidad. No ha ocurrido lo mismo con Dexter. La octava temporada ha sido todo lo contrario a lo que los fans de la serie esperaban, todo lo contrario a lo que la temporada final de una serie tan larga (y antaño adorada) debería ser. En lugar de centrarse en los protagonistas y completar sus recorridos en la serie, se ha optado por construir una temporada más, con nuevos personajes y el asesino de turno con el que Dexter ha establecido el enésimo vínculo emocional de la serie. Pero en serio, ¿cuántas veces se ha topado Dexter con alguien que lo “entiende de verdad”, “que ve al monstruo y no se asusta”, con quien por fin puede ser quien es en realidad?
Este factor groundhog day es sin duda la prueba de que Dexter (la serie y el personaje) no ha evolucionado nunca y que el discurso detrás del personaje ha sido siempre tremendamente endeble. El reciclaje de diálogos y repetición de esquemas narrativos y situaciones es la mayor constante de la serie. Lo que diferencia a una gran serie de una mediocre es saber evolucionar, no quedarse estancada en los mecanismos y los trucos de siempre. En la televisión es muy difícil cambiar, y casi ninguna serie lo hace realmente (¿no ha sido esa la esencia misma de la tele casi toda la vida?) Las que lo consiguen son las que logran un puesto destacado en la historia de la televisión. Dexter no ha cambiado en ocho años, lo que ha generado agotamiento y ha revelado una verdad que logró mantenerse oculta durante cuatro años: siempre ha sido un procedimental de network con palabras malsonantes y desnudos ocasionales que no ha hecho nada para merecerse ese puesto en la historia de la tele.
El episodio final de Dexter, “Remember the Monsters?” no ha hecho más que aumentar la decepción y el hastío de sus seguidores, para los cuales la serie se había convertido en una tarea más que un pasatiempo. Después de ocho años mareándonos con sus clónicos monólogos interiores que revelaban un tumulto interior cada vez más confuso y quebradizo, estábamos a punto de conocer el destino final de Dexter Morgan. Por desgracia, este ha llegado tan tarde que cualquier opción iba a conllevar decepción en mayor o menor medida. Sin embargo, el principal problema del final no ha sido que de todos los posibles desenlaces se escogiera uno en concreto (uno además corbarde), sino la poca pasión y la increíble desgana con la que se ha acometido.
En lugar de corregir los errores del pasado, la octava temporada de Dexter los ha magnificado y se ha recreado en ellos. Esos diálogos sobre-explicativos y artificiosos que evidencian a unos guionistas que nunca fueron prodigios precisamente, pero que en los últimos años estaban además cansadísimos. Esas situaciones inverosímiles que cada vez se esforzaban menos en disimular (siempre nos ha hecho falta un gran ejercicio de suspensión de la incredulidad para ver esta serie, pero los niveles de ridículo de los gazapos e incongruencias de la octava temporada han sido antológicos, y ni el más dispuesto ha conseguido pasarlos por alto). Esos personajes secundarios (los agentes del departamento de policía más incompetente de la historia de la tele) que han sido siempre el mayor lastre de la serie, y que la octava temporada, en lugar de ser involucrados en la trama principal, han seguido a su rollo con sus insulsas subtramas que nunca han aportado nada: el ascenso de Quinn y su relación con la niñera, la hija de Masuka (al que por cierto no vemos en el final, ¿será suyo el spin-off que se prepara? Terror). Por no hablar de lo poco que han aportado los nuevos: Elway (Sean Patrick Flanery), la doctora Vogel (Charlotte Rampling) o Zach Hamilton, personajes que podían haber funcionado pero que han sido manejados con la mayor de las ineptitudes y en última instancia barridos debajo de la alfombra.
Ni siquiera la relación entre Dexter y Debra, que ha sido siempre el alma y corazón de la serie, ha sido explotada como un final se merecía. Debra es el único personaje que ha evolucionado, el único que ha ido a más mientras todo lo demás iba a menos, llegando en un momento a ser lo mejor, o lo único bueno de la serie. Sin embargo, la octava temporada la ha convertido en una presencia fantasmal, una sombra del personaje que fue. Su desenlace, por muy coherente que sea con la historia de Dexter (Debra es su última víctima), resulta indignante, y lo peor de todo, carente de emoción. Claro que gran parte de la culpa también la tiene Michael C. Hall, cuya interpretación ha ido empeorando al compás de la serie. Hall ha pasado de revelación a caricatura en el transcurso de la serie. Sobreactuado, ceremonioso y teatral cuando menos tenía que serlo, y al final, una ridícula parodia del personaje que fue.
“Remember the Monsters?” es el final más anticlimático y desapasionado que se podía esperar. En el anterior episodio, Dexter había visto la luz. Después de ocho años de diatribas morales, y tras entrar en contacto con su humanidad en infinidad de ocasiones, había llegado el momento de colgar el cuchillo de carnicero. Porque sí, porque aunque haya tenido motivos de sobra para hacerlo desde hace mucho tiempo (Rita, los hijos de esta, Harrison, Debra), el amor por la aburrida Hannah McKay es su catalizador final. Pero la verdadera razón es que se acaba la serie, y ya no hay necesidad de seguir mareando la perdiz. Así de gandules son los guionistas de esta serie.
Claro que todos sabíamos que Dexter Morgan no se merecía un final feliz, y de haberlo obtenido, quizás la ira habría sido mayor por nuestra parte. Por eso, después de arrojar a Debra al mar donde están todas sus víctimas (vale, pillamos la metáfora, pero la pobre Debra no merecía descansar para siempre rodeada de los fantasmas de su hermano), Dexter se adentra en el ojo del huracán Laura. La muerte de Dexter, por muchas implicaciones y complicaciones morales que nos suponga, era el final más lógico, e incluso el más aceptable, para el personaje. Pero como sospechábamos, los guionistas de Dexter siempre han creído de verdad en el discurso pro-pena de muerte, y su sentencia final es que Dexter no merece necesariamente morir, porque Dexter mata a gente que merece morir. Por eso, lo que podía haber sido un final mínimamente convincente (dejando a un lado el espantoso croma que ni Sharknado), se va al traste por el epílogo. Dexter está vivo, y aunque le queda muy bien el look leñador, no podemos evitar preguntarnos por qué, y sobre todo por qué llevar a cabo este plan para liberar a todos de sí mismo ahora y no hace cuatro años, o cinco, o seis. Da igual, a estas alturas ya sabemos que la serie merece el mismo grado de reflexión que el nivel de esfuerzo que se ha depositado en este final. Lo único importante es que Dexter se ha acabado, y esta es simplemente la última de infinitas incoherencias que tenemos que tragarnos. Lo mejor será olvidar al monstruo para siempre. Y no será difícil.