Desperate Housewives Blogger’s Day: por qué la serie pasará a la historia de la TV

Con motivo del final de Mujeres desesperadas tras ocho temporadas en antena, las chicas de Con Series y a lo Loco han organizado un macro-evento blog que reúne a un gran número de blogueros TV para hablar de la serie desde sus respectivas webs. Se trata del Desperate Housewives Blogger’s Day (#DHBD), en el que cada blogger se encarga de un aspecto de la serie (personajes, season finales, los modelos de mujer, moda, homosexualidad, etc), intentando aportar una visión lo más completa posible de una de las series más influyentes de la última década. Yo me encargo de analizar las razones por las que, además de conservar un hueco para siempre en nuestro corazón, la serie de Marc Cherry pasará a la historia de la televisión. Al final de la entrada podéis encontrar enlaces al resto de piezas del puzzle DHBD. Que lo disfrutéis. Y ya sabéis, Kiss Them Goodbye.

MUJERES DESESPERADAS Y LA EDAD DORADA DE LA TV

Sin duda alguna, 2004 marca el inicio de una revolución en la ficción televisiva, un periodo de transformación en los productos y en los hábitos de consumo que a día de hoy se han asentado como norma en todo el mundo. Lo que se vino a llamar la Tercera Edad Dorada de la Televisión, inaugurada oficialmente por Los Soprano en 1999, se extiende hasta día de hoy. Ya no hablamos de Edad Dorada de la Televisión, hablamos de televisión a secas. Lo cierto es que podemos identificar las dos fechas mencionadas como orígenes separados en el tiempo del mismo movimiento. Si a finales de los 90, la televisión por cable demostraba las posibilidades narrativas del medio en relación -u oposición- con el ámbito cinematográfico, 2004 supone la consagración definitiva de las cadenas generalistas como creadoras de quality television, después de una década de experimentación. Canción triste de Hill Street y más tarde El ala oeste de la Casa Blanca otorgan las credenciales necesarias: hay vida, y calidad, más allá de HBO.

Los cinco años transcurridos entre ambas fechas es el tiempo lógico que llevó a las networks darse cuenta de lo que se podía hacer con la ficción seriada. Con dos grandes estrenos, Perdidos y Mujeres desesperadas, ABC reinstauraba el interés de la audiencia masiva por las series, tras un periodo de saturación de programas de telerrealidad. La serie de J.J. Abrams es considerada la piedra de toque de la nueva ficción TV, íntimamente ligada a la experiencia del espectador en Internet. Por su parte, el impacto de Mujeres desesperadas se desvaneció más rápidamente. Sin embargo, la serie de Marc Cherry, tras ocho -irregulares- temporadas en antena, ocupa por derecho propio un lugar privilegiado en la historia del medio, y concretamente en el panteón de la televisión de calidad. Veamos por qué.

LA HISTORIA TRAS LAS VALLAS BLANCAS

A principios de la década de los 90, Twin Peaks agitó violentamente la pacífica existencia del espectador medio norteamericano, y supuso la consolidación de los dramas TV estadounidenses en las audiencias internacionales. Se instauraba el gusto por las pequeñas comunidades que esconden oscuros secretos, y los misterios criminales ambientados en paisajes suburbanos. Marc Cherry recuperó con Mujeres desesperadas esta tradición televisiva, aprovechándola al máximo para construir su discurso sobre las apariencias y las relaciones entre vecinos. Jugando un poco a ser el Sam Mendes de American Beauty –influencia que regresa con fuerza para el final de la serie-, Cherry nos planteó la pregunta “¿Conocemos realmente a nuestros vecinos?”

A su vez, Mujeres desesperadas visibilizó a la ama de casa, convertida esta vez en una figura martirizada, una víctima de la vida, y en definitiva, una heroína posmoderna. Susan, Lynette, Gabrielle, y sobre todo Bree Van De Kamp, se convirtieron en arquetipos y referentes para todas las ficciones televisivas posteriores. El impacto de estos cuatro sólidos personajes sirvió para crear una tendencia en la televisión, la exploración de los dramas cotidianos del ama de casa magnificados bajo el prisma de lo trágico y lo patético, y a un nivel más amplio, las historias protagonizadas por mujeres de más de cuarenta. Sin embargo, es el aspecto puramente cómico lo que más ha transcendido en series posteriores, concretamente en las de ABC, que ha reservado un lugar privilegiado para la mujer de edad media en su oferta de ficción. Si Carolyn Burnham es el referente moderno del ama de casa desesperada en el cine, las cuatro protagonistas de la serie de Cherry -e insisto, Bree en especial- se convierten en modelo narrativo en el ámbito televisivo.

LA DIGNIFICACIÓN DE LA SOAP-OPERA

Mujeres desesperadas es un claro ejemplo de la hibridación genérica que presentan casi todos los productos televisivos de la última década. La serie de Cherry no trata sobre grandes dinastías, pero maneja las pasiones de sus protagonistas como si así fuera. Hasta el momento, se hacía casi impensable hallar la calidad propia de otras propuestas más puramente dramáticas en una serie categorizada muy a menudo como “telenovela” o “soap-opera”. Sin embargo, la incorporación de misterios que enganchaban irremediablemente al espectador, y sobre todo el finísimo tratamiento de la comedia -con un adecuado toque oscuro- obligaba a añadir siempre “de calidad” al final de esta denominación.

Los grandes arcos argumentales que ocupan toda una temporada acercan la serie a los preceptos de las soaps -sobre todo a las emitidas en prime time, como Dinastía o Falcon Crest. Esto, combinado con su carácter altamente episódico -los capítulos suelen contar con un tema principal que motiva y unifica las tramas- la convierten en un producto modélico de la quality television. La habitual presencia de conflictos sentimentales, confrontaciones entre familias con pasados oscuros y la pasión melodramática de muchas escenas encuentran su origen en la telenovela, y es lo que hace que el espectador la considere un guilty pleasure de manual. No obstante, Mujeres desesperadas desarrolla y consagra un estilo multigenérico que ayuda a evitar el desprestigio habitual de la soap. Aun con todo, y a pesar de nuestra fidelidad durante ocho años, la serie de Marc Cherry vivió su gloria televisiva tan solo durante sus primeras temporadas, tras las cuales, la repercusión de la serie se desvanecía. Al fin y al cabo, un par de años más tarde llegaba Mad Men, la telenovela definitiva.

PERFECCIONAMIENTO Y CONSAGRACIÓN DE LA DRAMEDIA TV

Ver un episodio de Mujeres desesperadas supone adentrarse en un universo dual en el que pasamos de la carcajada al puchero en cuestión de segundos. ABC no ha inventado la dramedia, pero sin duda la ha explotado hasta la saciedad -con el consiguiente agotamiento del espectador- en gran parte de su oferta de ficción. La mid-season de la temporada 2004-05 traía consigo Anatomía de Grey, otro culebrón “de calidad” que fusionaba con éxito melodrama y comedia. Tanto la de Cherry como la de Shonda Rhimes son series cortadas por el mismo patrón: voz en off que inicia y concluye el relato y una sucesión de escenas que buscan la risa y la lágrima casi a partes iguales. Las podremos diferenciar por la banda sonora -ambas series cuentan con scores clónicos-, que establece el tono y prepara al espectador. A pesar del desgaste de la fórmula -ABC sigue insistiendo en ella año tras año-, Mujeres desesperadas puede considerarse precursora de un modo de hacer televisión que ha calado en toda la ficción posterior. Y lo cierto es que, a pesar de los altibajos, Desperate Housewives ha logrado su propósito con creces: nos ha hecho reír y llorar a lo largo de ocho temporadas.

REPERCUSIÓN Y LABOR SOCIAL

El origen de la serie es de sobra conocido por todos. El germen de Mujeres desesperadas surge de la historia de Andrea Yates, un “ama de casa desesperada” que ahogó a sus cinco hijos en la bañera tras un episodio psicótico, en teoría provocado por la depresión. Marc Cherry, que se encontraba junto a su madre cuando vio la noticia en televisión, consideró necesario indagar en los motivos de un hecho tan atroz, y cambiando asesinato por suicidio, se propuso humanizar la figura de la mujer perfecta tras la valla blanca que ‘de repente’ pierde la cabeza. Es el clásico “era una persona muy amable, saludaba siempre cuando pasaba por mi puerta, no me esperaba esto” elevado a gran discurso, que ha articulado la serie a lo largo de toda su andadura.

Esta idea, en parte también inspirada en la propia madre de Cherry y sus vivencias durante la infancia, sirve al productor para levantar la voz por un colectivo que se ha dado siempre por sentado. En lugar de adoptar una postura única, Cherry representa las posibles variantes de ama de casa en sus protagonistas, que a lo largo de toda la serie abanderan causas muy diversas: la mujer trabajadora, los distintos modelos de educación, y en definitiva, el derecho a elegir de la mujer. Todo con una idea en común: la lucha contra los prejuicios. Todos hemos adorado a una republicana afiliada a la Asociación Nacional del Rifle. Así que la labor de Cherry ha servido para algo.

A mitad de serie, Mujeres desesperadas introdujo a una pareja gay en Wisteria Lane. Ya desde la primera temporada se había tratado el asunto con Andrew, el hijo pequeño de Bree, sin embargo, la presencia de Lee y Bob se recibía como una oportunidad para contribuir a la normalización del matrimonio homosexual en televisión. Si bien al principio la audiencia se quejó de que los nuevos vecinos habían sido introducidos para crear diversidad pero poco más, el paso del tiempo ha acomodado y consolidado a la pareja en el barrio -recordad el precioso “He’s my neighbor!” de Lynette en el episodio 7×10- sin recurrir a conflictos forzados, ni tampoco a lecciones condescendientes o moralejas. Y de eso se trata precisamente.

IMPACTO EN LA CULTURA POPULAR

Si algo ha contribuido a que Mujeres desesperadas ingrese en la memoria colectiva es la gran constante de sus ocho temporadas: las cuatro protagonistas. Más que modelos de comportamiento, maniquíes de moda o arquetipos narrativos, Susan, Lynette, Bree y Gabrielle han sido nuestras vecinas a lo largo de casi una década. Es por ello que nos duele despedirlas para siempre, aunque tengamos la absoluta certeza de que permanecerán en la historia de la televisión, ocupando el lugar privilegiado que les corresponde. Sin embargo, y a pesar de la harmonía y coralidad de la que ha hecho gala la serie, sería injusto no destacar a Bree Van De Kamp -manque pese a Teri Hatcher-, personaje convertido en auténtico icono del siglo XXI. Aunque las otras tres protagonistas no anden a la zaga, Bree es, y será la mujer que ha bombeado el corazón de la serie, el ama de casa que ha personificado en todo momento las ideas principales de Mujeres desesperadas. Será imposible olvidar a Susan, Lynette y Gabby. Pero Bree, a ti te amaría aunque fueras una asesina. Dejando a un lado el peso que ha recibido el personaje de Marcia Cross a lo largo de la serie -y en especial en su recta final-, no cabe duda de que juntas, alrededor de una mesa llena de cartas, fichas de póker y copas de vino, es como las cuatro mujeres desesperadas han alcanzado la inmortalidad catódica.

 

Enlaces a todas las entradas del DHBD:

Mujeres desesperadas, "We All Deserve to Die" (6.19)

Esta semana, en Mujeres desesperadas:

1. Gabrielle se ofrece a Bob y Lee, los gays de Wisteria Lane, como donante de óvulos, pero cree que va a ser la madre y que va a tener influencia en la vida del bebé (claro, Gabby, claro). Cuando descubre, sorprendidísima, que Bob y Lee piensan criar solos al niño, vuelve a casa agradecida porque ve la cara de sus niñas gordas todos los días.

2. Bree sigue queriendo más a su hijo falso que a su hijo de verdad. La Van de Kamp se juega su carrera editorial en una noche, y está a punto de perderla porque alguien ha saboteado su menú. Orson abre los ojos (le cuesta) a Bree: Sam, su nuevo hijo y empleado puede estar detrás de todo. Más tonta que Gabrielle.

3. Susan atasca las tuberías de sus “amigas” de Wisteria Lane para que Mike tenga trabajo y no se sienta un fracasado y un mariquita por no poder hacer frente él solo al pago de su coche.

4. Lynette consigue el expediente policial de la prometida rusa de su hijo: es una timadora internacional que se casa con hombres para desaparecer después con todo su dinero. Lynette desenmascara a la rusa, que confiesa sus fechorías sin saber que su prometido está escuchándolo todo detrás de la puerta (!). Y hablando de “detrás de la puerta”, no podemos no mencionar la escena en la que Lynette está en el cuarto de su hijo, que llega de improvisto a casa, obligándola a esconderse detrás de la puerta del armario. Dos escenas abrumadoras. Bravo, bravo, bravo.

5. El ex de Angie (John Barrowman) está escribiendo la novela americana de siglo XXI. El chico Bolen, que le sirve café todos los días, le está ayudando, sin sospechar que es en realidad su padre, y que este ha decidido arrebatárselo a su madre por habérselo llevado lejos de él años atrás. Ley del talión y clímax desesperado. Qué bien.

6. Y se descubre quién es el asesino en serie de Wisteria Lane. Espera, ¿había un asesino en serie? Resulta que es el amigo de los gemelos Scavo, que al final del episodio se lleva a la rusa en coche y la estrangula. ¡Viva!

Hace unas temporadas, esta “mera” exposición de tramas no haría justicia a lo que en realidad era Mujeres desesperadas, una exquisita comedia dramática, un culebrón de calidad con personajes geniales y tramas muy divertidas, una gran serie que uno no debía juzgar por las tapas. Era fácil pensar que no había calidad en una serie de este tipo, pero la había, y a veces, en grandes cantidades. Hoy en día, las tramas de cada episodio, por muy ridículas que suenen, no representan a la vergüenza ajena que uno puede llegar a sentir viendo la serie. Calamidad.

Mujeres desesperadas, "My Two Young Men" (6.18)

Voy a enumerar lo mejor y lo peor el último episodio emitido de las desesperadas, siguiendo la tradición abandonada de mi amigo Bertoff (sí, él la inventó, ¿no lo sabíais?), el mayor incondicional de las damas de Wisteria Lane que conozco.

Lo peor

– Por supuesto, la indignante (por facilona e intrascendental) despedida de Katherine Mayfair.

– La trama de Gabrielle y Susan. Últimamente, la especialidad de los guionistas de Mujeres desesperadas es el reciclaje de guiones. Cogemos una trama vista hace un par de episodios (total, para qué disimular), tachamos “sistema de calificación por animales (girafas y leopardos)” y ponemos encima “venta benéfica de chocolatinas” y ya tenemos un buen cacho del episodio solucionado. Si al menos hubiera sido gracioso y no hubiera terminado en moralina más propia de Cosas de casa… Solo me he reído con Susan contando la historia de Barbara Briscoe: “Her mom gave her an antihistamine shot, which is technically a steroid, and she was juiced!”

– El bigote de Preston. Es más incómodo que ver a Katherine y Robin en la cama. Además, la guerra Lynette vs. Irina aburre hasta doler.

Lo mejor

– Dejando a un lado el componente “culebrón diurno” del hijo bastardo de Rex (que como es lógico, se apoya de espaldas en la pared y sonríe malevolamente sin que nadie lo vea), la trama actual de Bree está dando buenos momentos, como el protagonizado por Andrew y la guitarra (“Oh what fun indeed”). Más minutos para Andrew (y Danielle) siempre son bienvenidos.

– Lee. He decidido que me encanta, y quiero verlo jugando al póker asiduamente con las desesperadas. Es más, quiero que sea el sustituto de Katherine.

– Karen y Roy: “You could be that girl”.

– Jack “Hotness” de Torchwood aparece en Mujeres desesperadas como asesino implacable. No es que vaticinemos un gran giro para la anquilosada historia de los Bolen, pero siempre es bueno ver a John Barrowman. ¿Hará Marc Cherry, demiurgo mariquita, que también sea gay?

– Los niños de Mujeres desesperadas son geniales. Si normalmente Juanita se lleva todos los laureles, tengo que decir que M.J. le ha robado el protagonismo con creces en este episodio. Desde aquel capítulo en el que Susan y Mike creen que el niño es cortito, M.J. se ha convertido en un gran personaje. Mason Vale Cotton es oficialmente, en estos momentos, el mejor actor de la serie.