Iron Fist: El cuarto en discordia

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La llegada de Daredevil a Netflix en 2015 supuso el emocionante inicio de una nueva facción televisiva del Universo Cinemático Marvel, réplica más oscura y violenta a las coloristas películas de los superhéroes de La Casa de las Ideas que, a pesar de distanciarse en tono y estética, tomaban prestado de ellas el mismo plan narrativo. Cuatro series individuales que nos presentarían a cuatro superhumanos y sus respectivos microuniversos por separado para posteriormente fusionarlos en un gran evento televisivo similar al de Los Vengadores, el crossover The Defenders.

Sin embargo, la expectación por este acontecimiento se ha visto algo empañada por el descenso gradual en calidad de las series de Marvel y Netflix, algo que se ha notado especialmente en las dos últimas, Luke Cage, y en especial la que hoy nos ocupa, Iron Fist. La serie sobre el Puño de Hierro aterrizó en la plataforma precedida de las peores críticas a las que se ha enfrentado Marvel en su etapa moderna, y de una fuerte polémica en torno a la elección del actor protagonista, el británico Finn Jones (Juego de Tronos). Marvel optó por mantenerse fiel a la historia original y contrató a un actor blanco para dar vida a Danny Rand, despertando acusaciones de whitewashing (a pesar de que el personaje de los cómics es caucásico) y desatando la ira de aquellos que habrían preferido a un actor asiático para el papel. Está claro que, hagas lo que hagas, no puedes contentar a todo el mundo.

Aunque es cierto que de los cuatro actores principales del Universo Callejero de Marvel, Jones es el eslabón más débil, el casting no es lo peor de la serie. Controversias aparte, la primera temporada de Iron Fist, creada por Scott Buck (entre otras cosas, showrunner de la infame segunda mitad de Dexter y la vapuleada Inhumans), no es tan horrible como sus sañudas críticas se empeñaron en decir, pero sí arrastra todos los problemas de las series de Marvel para Netflix, y añade unos cuantos más, haciendo que la primera fase de The Defenders acabe menos por lo alto de lo que nos habría gustado.

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Siguiendo con la idea de diferenciar cada serie de The Defenders dándole su estilo propio inspirado en diferentes géneros cinematográficos (Daredevil era un violento thriller legal, Jessica Jones un noirLuke Cage bebía del blaxploitation de los 70), Iron Fist se construye como un homenaje al cine de artes marciales, concretamente a las cintas de los 80 y 90, en las que, precisamente, un héroe blanco entrenaba para convertirse en un gran luchador. Nuestro protagonista es Danny Rand, un multimillonario heredero que regresa a Nueva York tras muchos años desaparecido. Dado por muerto, en realidad ha estado todo este tiempo en la fortaleza mística de K’un-Lun, situada en las montañas del Himalaya, donde se convirtió en un experto en Kung-fu y desarrolló el poder del puño de hierro. A su vuelta, Danny deberá recuperar su legado familiar mientras se enfrenta a los criminales de la ciudad de Nueva York y, junto a nuevos aliados como Colleen Wing (Jessica Henwick) o Claire Temple (Rosario Dawson), descubrirá los secretos más oscuros de La Mano, la organización secreta que conocimos en Daredevil.

Iron Fist no empieza mal. De hecho tiene una primera mitad bastante resultona y entretenida, sobre todo si no le exigimos demasiado y aceptamos que vamos a ver otra historia de orígenes que no ofrece nada nuevo. Si nos han gustado las entregas anteriores, es fácil encontrar alicientes para disfrutar esta, pero la serie no tarda en perder fuelle y dejar que afloren muchos de los defectos de sus tres predecesoras. En primer lugar, Iron Fist también sufre de un claro exceso de duración. A las anteriores series de Marvel/Netflix no les habría venido mal tener tres episodios menos o capítulos más cortos, y esta no es una excepción (de hecho le sobra el episodio 11 entero, y dos o tres tramas secundarias). En consecuencia, el ritmo va a trompicones y la historia divaga y se repite en varias partes de la temporada, quedando lastrada por mucho relleno, diálogos insustanciales y una estructura muy desorganizada. Por otro lado, de nuevo tenemos el problema de los secundarios. Colleen es de lo mejor de la serie, pero no se puede decir lo mismo de la familia Meachum. Este grupo de personajes tan poco interesantes ocupa un tercio de la serie con soporíferos conflictos familiares y empresariales que la alejan del género superheroico para acercarla al drama corporativo y las sagas de dinastías poderosas, aumentando así la sensación de que nos están dando gato por liebre.

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Además, está otra vez la cuestión de los villanos. Olvidaos de Wilson Fisk o KilgraveIron Fist se asemeja más a Luke Cage en materia de malvados. En lugar de molestarse en construir un antagonista con enjundia, la serie prefiere cantidad por encima de calidad, con varios enemigos desprovistos de carisma, que van y vienen o evolucionan de forma atropellada (Harold Meachum es hasta peor que Diamondback). Y por su eso fuera poco, vuelve a incurrir en el aburrido tópico de los ejecutivos corruptos y los malos vestidos de traje. Menos mal que tenemos a la temible Madame Gao (Wai Ching Ho). Porque ni siquiera esta vez nos ayuda mucho Claire Temple. El personaje de Rosario Dawson es el pegamento que mantiene unidos a Los Defensores, pero en la primera temporada de Iron Fist no le dan mucho que hacer, y eso que tiene más tiempo en pantalla que en el resto de series de Marvel. Nuestra enfermera favorita pasa sin pena ni gloria por el mundo de Danny Rand (viéndola en la serie, parece que va a bostezar en cualquier momento), y desaprovechar así a Dawson debería estar penado.

En cuanto al estilo, Iron Fist tampoco consigue destacar por encima de sus hermanas. Sí, se diferencia con un score electrónico a base de sintetizadores que nos transporta directamente al cine fantástico y de acción de los 80, pero poco más. El resto de la serie no tiene demasiada personalidad o identidad estética, así como tampoco se distingue por sus coreografías de acción o set pieces, que es donde una serie de Kung-fu debería sobresalir. En la primera temporada no falta la ya tradicional pelea en un pasillo, y afortunadamente es tan buena como las anteriores, pero al resto de combates cuerpo a cuerpo son bastante pobres, le falta brío, inventiva, y sobre todo técnica (¿Habéis visto lo mal editadas que están las escenas de lucha? ¿Habéis contado cuántas veces se le ve claramente la cara al doble de Jones?), aunque mejoren ligeramente en la recta final de la temporada. Es una pena ver cómo estas series ha ido bajando el listón de la acción, sobre todo cuando es tan importante. Todas ellas se han quedado por debajo de Daredevil en este aspecto.

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Hay un truco para sobrellevar mejor la mediocridad de Iron Fist: no tomarse a su protagonista muy en serio (algo que parece que están empezando a explotar desde el departamento de marketing de Marvel y Netflix, para darle la vuelta a las malas críticas y usarlas a su favor). Danny es un pringao, un niño, como le dice Madame Gao. Llega a Nueva York creyéndose el rey del mambo, pero no es más que un crío ingenuo que toma malas decisiones y al que rara vez le salen bien las cosas. Precisamente lo que le falta a Iron Fist es un poco más de sentido del humor, chistes que saquen partido del accidentado aprendizaje de Danny, que será un maestro en artes marciales, pero le queda mucho para ser un adulto y saber moverse en el mundo real (le deberían haber caído más palos por enterao). De esta manera, todo el mansplaining, el whitesplaining, la apropiación cultural, el endeble trabajo interpretativo de Jones o los abundantes clichés de la historia se podrían ver desde otra perspectiva. O no. Quizá la serie cambie de aires en la segunda temporada (debería), en la que Scott Buck será sustituido como showrunner por Raven Metzner (guionista de Elektra y productor de las series Falling Skies Sleepy Hollow). Pero por ahora, Iron Fist es el primer gran traspiés de la Marvel callejera, la prueba que hay que superar (a mí me ha costado meses) para llegar a The Defenders.

Pedro J. García

Crítica: Piratas del Caribe – La venganza de Salazar

¡La vida pirata es la vida mejor! O al menos lo era en 2003, año en que se estrenaba con enorme éxito La maldición de la perla negra, la primera entrega de Piratas del Caribe. Basándose en una famosa atracción de sus parques temáticos, Disney devolvía el espíritu aventurero más clásico al cine, convirtiendo a su pintoresco protagonista, el Capitán Jack Sparrow (Johnny Depp), en uno de los piratas más icónicos de la historia, muchas décadas después de que los relatos de bucaneros hubieran dejado de estar de moda. Todo un logro, sin duda. Lógicamente, a la primera Piratas le siguieron varias secuelas, cada una peor que la anterior, hasta llegar a la cuarta, En mareas misteriosas, con la que que la saga tocaba fondo.

Seis años han pasado entre la universalmente abucheada cuarta parte y esta quinta que nos llega ahora, Piratas del Caribe: La venganza de Salazar, dirigida por los artífices de la nominada al Oscar Kon-TikiJoachim Rønning y Espen Sandberg. Disney ha empleado este intervalo para replantear la franquicia mientras dejaba que el mal sabor de boca se disipase. “¿De qué manera podemos recuperar el rumbo?”, se preguntó la Casa de Mickey. Y la respuesta les estaba mirando a la cara todo el tiempo (desde los despachos de Lucasfilm concretamente): volver a los orígenes. Así, La venganza de Salazar repite a grandes rasgos el esquema de La maldición de la perla negra, presentando a una joven nueva pareja, Henry Turner (Brenton Thwaites) y Carina Smyth (Kaya Scodelario), sucesores (en el caso de él literalmente) de Will Turner y Elizabeth Swann, después de que Orlando Bloom y Keira Knightley pasaran de salir en la cuarta parte. Depp, por su parte, sigue siendo el alma de la saga, pero su personaje recupera en esta ocasión un rol relativamente más secundario, de nuevo como alivio cómico y acompañante de los héroes de nuevo cuño, retirándose cuando le corresponde para dejar que los demás personajes brillen. Algo que se agradece, teniendo en cuenta que el público está cada vez más harto de los mohínes de Depp.

De esta manera, La venganza de Salazar vuelve al cóctel de acción, romance, misterio sobrenatural y humor con el que se ganó el beneplácito del público, con una historia más centrada y mejor estructurada que la anterior (cosa que no era muy difícil) y grandes dosis de imaginación para paliar en la medida de lo posible el inevitable cansancio de la saga. En esta ocasión, el Capitán Jack Sparrow se reencuentra con su antiguo némesis, el aterrador Capitán Salazar (Javier Bardem), que ha escapado del Triángulo del Diablo con la intención de surcar los mares en su navío maldito y matar a todos los piratas que se crucen en su camino. Incluido Sparrow. La única esperanza del pirata es encontrar el legendario Tridente de Poseidón, artilugio mágico que otorga a quien lo posea el poder de controlar los mares. Junto a Henry, Carina, y su tripulación de despojos, Sparrow emprende una nueva odisea en altamar para truncar los planes de Salazar.

Uno de los mayores aciertos de La venganza de Salazar es su villano titular, interpretado por Javier Bardem. El actor español sigue el ejemplo de su mujer, Penélope Cruz, y se une a la saga con infinitamente mejores resultados que ella (lo cual tampoco era complicado). Bardem compone a un buen villano, temible y grandilocuente, que se beneficia de un diseño y unos efectos digitales sobresalientes (el efecto del agua fuera del mar es fantástico), pero sobre todo de la presencia y el carisma del actor español. En cuanto a las jóvenes incorporaciones, Thwaites cumple (es igual de soso que su padre, así que nada que objetar), pero es Scodelario quien se lleva el pez al agua, interpretando con mucha energía a una heroína suspicaz, decidida y sabelotodo, que se suma a la corriente moderna de mujeres de armas tomar de Disney. La presentación de la pareja formada por Henry y Carina, la (gratificante) presencia de Geoffrey Rush como el Capitán Barbossa, más el retorno (aunque sea muy breve) de Bloom y Knightley en sus papeles originales, responde a una clara estrategia: regresar al pasado y recuperar el favor de los fans de la saga.

Pero afortunadamente, La venganza de Salazar no se queda el mero truco nostálgico (sí, han pasado 14 años desde la primera película, podemos hablar ya de nostalgia), sino que se esfuerza en crear una nueva aventura que se sostenga por sí misma. El film empieza con mucha fuerza, con un prólogo impresionante en el que visitamos el Holandés Errante, donde es fácil dejarse atrapar por el embrujo de su atmósfera casi terrorífica. Lo que viene a continuación es algo irregular, pero por suerte nunca cae al nivel de En mareas misteriosas, gracias sobre todo al buen hacer de sus directores manejando el timónDestacan especialmente las secuencias de acción, set pieces memorables por su sentido del humor (Sparrow robando el banco), por su violencia y oscuridad (los ataques de Salazar) y por su excelente acabado visual (la llegada a la isla de las estrellas y la lucha por el Tridente en el fondo del mar dejan imágenes mágicas preciosas). El ritmo solo decae en el tramo previo al clímax, pero el resto del metraje aguanta bien el tipo, proporcionando sólido entretenimiento escapista la mayor parte del tiempo.

Es cierto que Piratas del Caribe ya no es lo que era. La novedad queda muy atrás, las leyendas se agotan (sobre todo cuando calzas tantas en una sola historia) y la fórmula pierde frescura después de usarla tantas veces (¿Cuántas películas de Disney culminan con una emotiva escena de sacrificio? ¿Es ya obligatorio siempre rejuvenecer digitalmente a sus personajes?). Sin embargo, La venganza de Salazar capea el temporal de forma imaginativa y con mucha picaresca, llegando a buen puerto en lugar de dejarse hundir por los contratiempos. Los principales problemas que pueden deslucir la película a pesar de sus loables esfuerzos son los externos. La audiencia original se ha hecho mayor, la popularidad de Depp está en horas muy bajas y existe cierta fatiga con las secuelas (especialmente las que tienen al actor entre su reparto, ejem, Alicia a través del espejo). Claro que la escena post-créditos de La venganza de Salazar sugiere que esto no se ha acabado ni por asomo, planteando una sexta parte que a ver qué pirata se resiste a ver.

Pedro J. García

Nota: ★★★½