Crítica: Animales Fantásticos – Los crímenes de Grindelwald

Hasta cierto punto, Animales Fantásticos y dónde encontrarlos era una película independiente y cerrada. A pesar de los planes que J.K. Rowling tenía para la nueva franquicia del universo mágico de Harry Potter, si la precuela no hubiera rendido lo suficiente en taquilla y no se hubieran hecho más entregas, habría quedado como una curiosidad autoconclusiva. Pero claro, estamos hablando de una de las sagas más populares de todos los tiempos, la Star Wars de las nuevas generaciones. Por supuesto que iba a continuar, y que ese capítulo inicial iba a dar paso a una nueva serie de películas que, como ocurrió con la saga original, se volverían cada vez más complejas y oscuras.

Tras la introducción al mundo de Newt Scamander (Eddie Redmayne), ambientado en los años 30Animales Fantásticos: Los crímenes de Grindelwald se adentra por completo en la trama que la primera película adelantaba en su desenlace: la amenaza de Gellert Grindelwald, villano interpretado por Johnny Depp que según muchos podría ser más poderoso y malvado que el propio Voldemort. En esta segunda entrega, las criaturas mágicas del título siguen siendo importantes, pero ya no son el foco de la historia, que se ramifica considerablemente con nuevos personajes y nuevas revelaciones sobre los que conocimos hace dos años, y lo que creíamos saber de la saga original.

Al final de la primera parte, Grindelwald era capturado por el MACUSA (Congreso Mágico de los Estados Unidos de América). Los crímenes de Grindelwad arranca con su fuga de la prisión, una secuencia de apertura con la que la película empieza por todo lo alto (literalmente). Una vez en libertad, Grindewald se dedica a reunir seguidores en el mundo de los magos, ocultándoles sus verdaderos planes: crear una legión de hechiceros purasangre con la que gobernar sobre el mundo no mágico. Para detenerlo, un joven Albus Dumbledore (Jude Law) acude a su antiguo alumno, Newt Scamander, que viaja hasta París, donde tratará de encontrar a Credence (Ezra Miler) para intentar impedir el ascenso de Grindelwald con la ayuda de viejos conocidos y nuevos aliados.

En Los crímenes de Grindelwad, Rowling (que vuelve a firmar el guion) y el director David Yates empiezan a construir algo grande con la saga. La relativa sencillez de la primera parte da paso a un relato más ambicioso y retorcido que, sin embargo, por momentos se vuelve en su contra. La autora se ha encargado de llenar la película de guiños y sorpresas para los fans de Harry Potter, que vibrarán especialmente con el regreso a Hogwarts (para conocer cómo fue el pasado) y la reaparición de algún que otro personaje conocido (en su versión joven), pero se ha olvidado de escribir una historia coherente. Con Los crímenes de Grindelwald, Rowling demuestra que, por muy bien que se le dé la literatura, escribir guiones no es lo suyo.

Como no podía ser de otra manera, la película no escatima en imaginación, creatividad y espectáculo, pero falla en el departamento más importante, construyendo una trama confusa y embarullada en la que la autora sale de todos los berenjenales en los que se mete a base de continuidad retroactiva. Por otro lado, y aunque esto pueda sonar absurdo, la película abusa de la magia. Me explico. Rowling muestra una dependencia absoluta de los hechizos como deus ex machina para solucionar sus entuertos narrativos, un truco (nunca mejor dicho) que acaba cansando y demuestra falta de recursos.

Los crímenes de Grindelwald abre multitud de frentes de cara a desarrollarlos en los siguientes capítulos, ampliando así este universo pasado para acercarlo y conectarlo cada vez más al “futuro” de Harry Potter. Uno de ellos es la historia de Credence, que se revela como uno de los personajes más importantes de las precuelas (si no el que más). Otra sería la (polémica) relación entre Dumbledore y Grindelwald, que tal y como desveló Rowling en redes sociales, esconde tintes románticos. Y la palabra clave es “esconde“, porque si bien hay varias escenas que aluden a esta relación, nunca lo hacen directamente, confiando en el que el espectador que posee información al respecto externa a la película, entienda lo que nos están diciendo entre líneas. Es decir, otra oportunidad perdida. A pesar de esto, la elección de Jude Law como Dumbledore es una de las más acertadas de la película, y su trama promete de cara a las próximas películas.

En general, a nivel interpretativo tampoco sale mal parada. Redmayne rebaja los mohínes mientras Newt va saliendo de su cascarón, y tanto el reparto que vuelve como las nuevas adiciones realizan un trabajo correcto (mención especial a la omnipresente Zoë Kravitz, muy emotiva en el papel de Leta). En cuanto a Depp, hay que decir que, polémicas ajenas a la película aparte, da la talla como Grindelwald, huyendo también de los manierismos y la afectación de su papeles más recientes para dar vida a un villano más comedido en el plano físico, pero de presencia amenazante y convincente como alegoría de un dictador. Con él, la saga apunta a una revisión de la Segunda Guerra Mundial con la magia como telón de fondo que, bien desarrollada, puede ser interesante.

También hay que elogiar de nuevo el despliegue técnico y visual, así como el estupendo diseño de producción y vestuario, que se vuelve más variado y estimulante con las nuevas localizaciones (incluyendo bastantes influencias asiáticas, para contentar al mercado cinematográfico más potente del mundo). El principal problema de Los crímenes de Grindelwald no es estético, claro, es su ritmo irregular y la poca claridad con la que está contada. Especialmente durante su recta final, Rowling se pierde en las sobrexplicaciones, el bombardeo de información y los giros argumentales que más que aclarar, confunden, espesan la historia y desdibujan a los personajes. Hay una escena en concreto que tiene lugar en un panteón familiar que hará que más de uno se rasque la cabeza intentando seguir el hilo de lo que la autora nos está contando, y un giro sorpresa final que probablemente dividirá a la audiencia entre el asombro y la indignación. Para bien o para mal, Rowling lo ha vuelto a hacer.

Los crímenes de Grindelwald está hecha especialmente para los fans, pero incluso el espectador más indulgente no es inmune a la caprichosa escritura de la autora. Al final, tras un intenso clímax, la película queda como un capítulo mal contado que sirve sobre todo para poner los cimientos del futuro, es decir, otro preámbulo de algo que parece que va a llegar y no llega, lo cual no deja de resultar frustrante a pesar de ser conscientes de que solo es el comienzo de la historia. Como siempre, habrá que tener paciencia y confiar en que los errores sean subsanados en futuras entregas. Pero algo falla cuando, para disfrutar de una saga haya que perdonar tanto.

Pedro J. García

Nota: ★★★