Catastrophe: Sobrevivir al amor

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La comedia romántica no es lo que era hace apenas unos años. Mientras Katherine Heigl se hunde en el ostracismo, son las cómicas y las actrices que se no se ajustan a los cánones que impone Hollywood las que se coronan nuevas reinas de la rom-com. Si hasta hace poco se seguía insistiendo en el simplón paradigma de la princesa urbana que solo busca la felicidad en los brazos de un hombre, ahora los personajes femeninos adquieren mayor entidad y reciben un tratamiento más complejo y diverso en cine, y sobre todo en televisión, donde el romance adquiere una capa de realismo, incluso de mugre, que le ha sentado genial. Amy Schumer con su serie Inside Amy Schumer y su exitazo en cine Trainwreck, y antes que ella, Lena Dunham con GIRLS, son algunas de las principales responsables de este cambio. Autoras comprometidas y profundamente feministas que con su trabajo están dignificando un género habitualmente denostado.

La nueva comedia romántica reconfigura los tópicos del género para adaptarlos a nuestro tiempo. Un tiempo de cinismo, egocentrismo, desorientación y soledad hiperconectada. Lo hemos visto en las series ya mencionadas, y también en otras menos diseccionadas, como You’re the WorstHim & Her, romances protagonizados por personajes imperfectos hasta el extremo, vagos, misántropos, neuróticos, que, en última instancia lo único que quieren es no enfrentarse solos a la vida, al mundo real y al futuro. La serie británica Catastrophe se suma a esta tendencia elevando un poco la edad de los protagonistas, con una propuesta irreverente y atrevida, pero también algo más dulce que sus contemporáneas. Producida originalmente para Channel 4 (hogar de algunas de las series británicas más transgresoras de la última década) y emitida en streaming por Amazon Prime y Yomvi en España, Catastrophe está producida, escrita y protagonizada por Sharon Horgan y Rob Delaney, dos humoristas desconocidos por el gran público, pero con una amplia experiencia a sus espaldas.

Ellos dan vida a Sharon Morris y Rob Norris (sí, Morris & Norris), una irlandesa y un estadounidense que mantienen una breve aventura mientras él está de viaje de negocios en Londres que resulta en un embarazo indeseado (como reza el eslogan del póster, “1 semana. 25 veces. 2 condones”, no es difícil hacer la cuenta). La pareja decide seguir adelante con el bebé y Rob se queda a vivir en Londres para empezar una nueva vida con Sharon. Lo cierto es que, aunque el sentido común y sus respectivas familias les digan que su relación está abocada al fracaso, Sharon y Rob se gustan de verdad. Catastrophe nos plantea un emparejamiento poco convencional, pero absolutamente orgánico y coherente. A pesar de que las circunstancias no son las más propicias, a pesar de no conocerse realmente, Sharon y Rob encajan como anillo (bañado en pis) al dedo. La serie viene a decirnos que hay muchas formas de enamorarse, de encontrar a esa persona con la que enfrentarse a la vida, y que, mientras otras parejas que han seguido la vía convencional viven una vida miserable (el contrapunto de Sharon y Rob son sus amigos, Chris y Fran), otros pueden formar una familia y una vida en común saltándose unos cuantos pasos. Y no pasa nada.

Catastrophe 2

Hasta que pasa. Da igual cómo se forme un pareja, tarde o temprano todas tienen que atravesar los mismos obstáculos. Con una gran capacidad observadora, Catastrophe nos habla entre otras cosas de la presión familiar, ahora también a los 40 (qué elocuente esa escena en la que el anciano padre de Sharon se despide de su hija tras hacerle una visita, dándole un billete de 10€ de estrangis), de los miedos e incertidumbres de la maternidad, del choque cultural (siempre como fuente de bromas geniales), y de cómo cambia el sexo en pareja con los años (porque la serie se atreve a saltar en el tiempo para enriquecer su retrato de la pareja). Este concretamente es uno de los sus puntos fuertes, cómo aborda el tema sin tapujos, con una honestidad y naturalidad que deben mucho a las escenas de sexo de GIRLS. En Catastrophe hay abundantes (semi)desnudos y escenas de cama. La mayoría están pensadas para hacer reír, pero también cumplen un propósito más serio: mostrar el sexo de forma realista, sin el glamour falseado del cine, para normalizarlo en busca de la identificación del espectador. Las escenas de cama de Rob y Sharon son brillantes, no solo porque son divertidas y a veces esperpénticas, sino también porque es muy fácil verse reflejados en ellas. Como en el resto de circunstancias cotidianas en las que ellos se ven envueltos: enredos laborales y familiares, incómodos encuentros y desencuentros sociales, situaciones con las que el tándem, con ese punto de lunáticos que tienen, nos hace reír, pero que también utiliza ocasionalmente para conmovernos y hacernos pensar, columpiándose con facilidad entre la comedia ligera y el drama.

Con temporadas cortas de seis episodios (actualmente se está emitiendo la segunda en UK), Catastrophe es perfecta para hacer binge-watching. De hecho, se puede ver entera en una tarde tonta, y lo más probable es que te alegre el día. Desde el principio, la serie halla el equilibrio perfecto entre el humor soez, la introspección y el romanticismo. Sus diálogos suelen ser inteligentes, hasta cuando se vuelven escatológicos, y su incorrección política es refrescante (no llega a ser nunca demasiado ofensiva, pero sí lo justo para que nos riamos reconociéndonos en los personajes, que ven el mundo en sintonía, con el mismo humor negro). Aunque Catastrophe cuenta con un peculiar plantel de secundarios (Carrie Fisher está genial como la hijaputísima madre de Rob), lo que está claro es que Horgan y Delaney son el alma de la serie. Ambos personajes son geniales y carismáticos, tanto juntos como por separado, y los actores forman una pareja artística perfectamente compenetrada delante y detrás de las cámaras. La química que desprenden es contagiosa (como la maravillosa risa de Sharon) y juntos han creado algo a tener muy en cuenta, a pesar de su apariencia liviana. Una serie irresistible que nos ha dado a conocer a dos de los personajes más encantadores y reales que hay ahora mismo en la tele.

The IT Crowd: Apagando la comedia geek

IT Crowd Special

La historia de The IT Crowd (en España Los informáticos) es como la de muchas otras series británicas. En 2006 comenzó su limitada y dispersa andadura en Channel 4, y se mantuvo en antena durante cuatro temporadas, a lo largo de las cuales se convirtió en una sitcom de culto, especialmente entre el público geek. Entre la tercera y la cuarta pasaron casi dos años, y una vez emitido el último episodio en 2010, la escasez de noticias con respecto a su futuro daba por cancelada la serie. Al más puro estivo British TV, donde ninguna ficción televisiva, por muy exitosa que sea, tiene sellado su destino. Sin embargo, más de tres años después, el creador de la serie, Graham Linehan, se decidió a filmar una coda tardía para dar conclusión a The IT Crowd. Un nuevo episodio, solo uno, para despedir la serie como se merecía.

The Internet Is Coming“, o como muchos lo conocimos cuando lo descargamos en su día, “The Last Byte“, llega tarde (como este artículo), pero cumple su papel a la perfección. En primer lugar, ayuda a que nos saquemos la espinita de aquel “Reynholm vs. Reynholm” (4.06), uno de los peores episodios de la serie, si no el peor; un capítulo que muchos nos negamos a aceptar como el final de The IT Crowd. Lo mejor de “The Last Byte” es que es un episodio normal de The IT Crowd, absolutamente fiel a lo que hemos visto antes, uno que hace sentir como si no hubieran pasado más de tres años. Constituye un evento televisivo especial porque es el final de una serie, y además una muy querida, pero no por ello es un capítulo especial en esencia, más allá de su doble duración. Sin embargo, Lineham sentía que sus personajes necesitaban una despedida oficial, así como sus fans, y eso es lo que hace que este episodio sea especial. Por eso, después de varias tramas demenciales muy IT (Jen y Roy como La misógina odia-vagabundas y El racista de enanos respectivamente, o la subida de autoestima de Moss al ponerse pantalones de mujer), “The Last Byte” incorpora un final para ellos (o nuevo comienzo, como suele ocurrir en las series), uno tan absurdo, fortuito y abrupto como cabe esperar de esta serie. Al fin y al cabo, como Jen (Katherine Parkinson), Roy (Chris O’Dowd) y Moss (Richard Ayoade) (auto)reflexionan muy acertadamente hacia el final, nada de lo que les pasa es normal.

l-r: Roy (Chris O'Dowd), Jen (Katherine Parkinson)

The IT Crowd estableció una relación muy estrecha con sus espectadores, sobre todo al proporcionar identificación directa con el geek a través de Roy y Moss, dos técnicos informáticos de una gran compañía (de a saber qué), relegados al sótano, este decorado como si fuera la habitación de un universitario que nunca sale de su cuarto, e inmersos en su particular mundo de tecnología, cómics y juegos de rol. La llegada de Jen, puente entre el experto en cultura pop y el muggle, los sacaba de sus rutinas ermitañas para vivir las situaciones más disparatadas (los actores estaban siempre espléndidos, totalmente comprometidos con la carcajada). Sin embargo, como The Big Bang Theory, The IT Crowd no alienaba a su audiencia menos nerd, sino todo lo contrario. Las peripecias de Roy y Moss eran universalizadas de tal manera y se hacían tan accesibles que The IT Crowd se veía como una sitcom tradicional para todos los públicos (¡es gracioso porque es verdad!), además de un ejemplo casi paradigmático de sitcom británica, con su tendencia al sketch y la sal gruesa.

Teniendo en cuenta que el humor británico consiste a menudo en reírse de las miserias humanas y la dificultad de las relaciones sociales, es lógico que de entre las innumerables referencias a la cultura pop que decoraban el sótano de los informáticos, destacasen los cómics de Daniel Clowes. Un mini póster de The Death Ray, una figura de vinilo de Pogeybait, y otra de Enid de Ghost World, hacían que este autor estuviera siempre presente. De hecho, Roy aparece leyendo el Bola 8 en uno de los episodios, y en el final de la serie vemos a Jen tirada en el sofá leyendo otro cómic de Clowes, Pussey! Después de tanto tiempo con ellos, Jen ha empezado a asimilar el estilo de vida de Roy y Moss -o seguramente era lo que Katherine Parkinson tenía más a mano en esa escena. Puede que ese detalle no fuera intencionado (o puede que sí), pero lo que sí está claro es que Lineham se encarga de completar ciclo recurriendo a running gags y haciendo referencia a algunos de los mejores momentos de la serie, como la relación entre Jen e Internet (“Creo que no te llegamos a decir nunca que ESO no era Internet”), la presencia de Richmond (Noel Fielding), o el chisteslogan de la serie: “¿Has probado apagarlo y volverlo a encender?” Con “The Last Byte” se nos da la oportunidad de cumplir un asunto pendiente como seriéfilos, algo que no siempre ocurre en televisión. Después de apagarla y volverla a encender tres años después, desenchufamos The IT Crowd para siempre..

Dates: Deseando amar

“Pregúntame algo. Lo que sea. Y te contestaré”.

La premisa es aparentemente sencilla. Dos personas quedan para una cita a ciegas a través de una web de contactos. Cada uno de los nueve episodios de Dates, serie de la británica Channel 4 creada por Brian Elsley (Skins), transcurre casi a tiempo real, con un formato similar al de In Treatment o la más próxima Him & Her. Veinte minutos en los que asistimos sobre todo a primeras, pero también a segundas citas, a encuentros, reencuentros y desencuentros, en los que somos testigos de la búsqueda (en muchos casos desesperada) del amor por parte de unos personajes que ya han ajustado sus expectativas al mundo real, que viven y luchan en el siglo XXI, que han comprobado que Cuando Harry encontró a Sally o Algo para recordar son, y siempre fueron, ciencia ficción.

La primera temporada de Dates presenta una estructura capicúa. En el primer episodio conocemos a Mia y David (Oona Chaplin y Will Mellor), con los que nos volvemos a reunir en el último. En los siete episodios que transcurren en medio, tanto ellos dos como el resto de protagonistas tienen varias citas con distintas personas, y por regla general estas acabarán yendo por el camino más sorprendente. Los personajes que aparecen en varios episodios (Mia, David, Stephen, Erica y Jenny) aportan una especie de hilo argumental que unifica la temporada, aunque cada uno de los capítulos es altamente independiente del resto. Sin duda un formato original y llamativo que se ajusta perfectamente a las ideas que pretende explorar y expresar la serie. A pesar de que no todos los episodios mantienen el nivel del primero (inmejorable carta de presentación), Dates supone un retrato muy agudo y completo de las relaciones en la era 2.0.

La mayoría de personajes de Dates son personas rotas, hastiadas, resignadas. Necesitan a alguien que les pregunte “por algo, por lo que sea”, que quiera verlos y aceptarlos por lo que son. Sin embargo, todos mienten y se ocultan tras un ‘disfraz de primera cita’. Mia (una magnética y fascinante Oona Chaplin, razón de sobra para ver la serie), por ejemplo, no usa su nombre verdadero, sino que se hace llamar Celeste. David dice que es abogado, pero en realidad es camionero. Ellie tiene 19 años, pero dice que tiene 25. Jenny es cleptómana, y obviamente, no se presenta dando esta información. Erica es lesbiana pero tiene citas con hombres para contentar a su familia. Claro que pronto todos ellos muestran esa imperiosa necesidad de despojarse de la máscara, de ser ellos mismos, y en última instancia, ser aceptados a pesar de sus defectos, y sus pasados. Para todos apremia el tiempo, y cuanto antes descubran si la otra persona es merecedora de una segunda cita, o una vida en común, mejor.

“Smartphones. Magia, ¿verdad? Hace unos años no podíamos saber que tú estabas equivocada y yo tenía razón”.

Este abrumadoramente sencillo pero certero comentario hace alusión a la pérdida de la espontaneidad que hemos sufrido por culpa de los teléfonos móviles. Recurrimos a ellos para responder preguntas y consultar dudas en un par de segundos, aniquilando así cualquier oportunidad de debate e intercambio de opiniones. Tenemos mucho que decir, pero vertemos todos nuestros conocimientos y pensamientos en el ciberespacio, dejándonos sin palabras en nuestros intercambios en el mundo real. En todos, absolutamente todos los episodios de Dates, las citas son interrumpidas por alguien que llama o escribe por el móvil a los personajes, en varias ocasiones poniéndolos en la disyuntiva de atenderlos o ignorarlos, y dejando caer así una sutil pero insistente reflexión sobre nuestra dependencia total del teléfono y cómo esto ha modificado por completo la experiencia social. En Dates, casi siempre el acompañante animará a que se atienda al móvil, pero será a regañadientes, juzgando, pensando “preferiría no estar aquí, conmigo, preferiría estar con la persona que le habla desde el otro lado”. O simplemente le parecerá una falta de educación, pero una recíprocamente aceptada, y tan asimilada por la sociedad que no tendrá mayor importancia pasados unos segundos. El móvil evita que nos perdamos de camino al restaurante donde hemos quedado, pero una vez hemos llegado, se convierte en nuestro peor enemigo.

Este es uno de los grandes aciertos de Dates, uno de los elementos que más claramente nos indican que estamos ante un producto contemporáneo que documenta nuestro tiempo con detallismo y ojo clínico. Una serie minimalista (pero muy cuidada estéticamente) que araña la superficie de las comedias románticas y se propone reinventar el género en un ejercicio de naturalidad y honestidad como pocos hemos visto últimamente. Dates da cuenta del nuevo cinismo y escepticismo con el que nos aproximamos a todos los aspectos de nuestra vida, y en concreto a la búsqueda del amor, de cómo han cambiado las cosas en veinte años (¿eran los 90 una burbuja que hemos explotado en el siglo XXI o lo de Friends pasó de verdad en algún sitio?). En una gran ciudad como Londres, llena de oportunidades y experiencias, millones de almas a la deriva buscan a alguien que ocupe el vacío que ni el éxito profesional ni Tumblr pueden llenar. Aunque el 3G lo haya jodido todo, Internet sigue siendo un buen lugar para dejar de estar solo. La ficción audiovisual nos ha inculcado el concepto de las “citas”, y en concreto el de las “primeras citas”, como algo puramente ficcional, sobre todo en España. Dates nos sugiere la posibilidad de convertirlo en algo real, de acudir a un encuentro y arrepentirnos de haberlo hecho, en lugar de lamentarnos por no haberlo intentado.