Crítica: Life (Vida)

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El ser humano siempre ha mirado hacia las estrellas, y el cine se ha encargado de reflejar esta obsesión por el cosmos una y otra vez. En los últimos años, con la carrera hacia Marte en la agenda de la NASA, Hollywood se ha volcado especialmente en la exploración del espacio y la búsqueda de vida en otros planetas desde diversos ángulos y géneros. InterstellarGravity, MarteLa llegadaPassengersFiguras ocultas… A esta corriente reciente de películas de temática espacial se suma Life (Vida), thriller de ciencia ficción dirigido por Daniel Espinosa (responsable de la inerte El niño 44) y protagonizado por Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson y Ryan Reynolds.

Life transcurre íntegramente en la órbita terrestre, a bordo de una Estación Espacial Internacional habitada por seis tripulantes que están llevando a cabo una de las misiones más importantes de la historia, el análisis de la primera prueba de vida extraterrestre en Marte. El equipo comienza a conducir sus investigaciones con la muestra biológica, un organismo unicelular bautizado como Calvin, que responde a las pruebas evolucionando a un ritmo asombroso. Al principio, la fascinante estructura y el comportamiento instintivo de esta forma de vida despierta la admiración de los tripulantes, pero pronto demostrará ser mucho más inteligente de lo que esperaban, y en consecuencia, mucho más peligroso. Cuando Calvin se desarrolla y ataca a los tripulantes para subsistir en un ambiente hostil, lo que ha empezado como una histórica misión científica deviene en una pesadilla de la que los astronautas intentarán escapar, mientras hacen lo posible por que la letal criatura no llegue a la Tierra.

Efectivamente, Life es justo lo que parece, una fusión entre Alien Gravity. Espinosa la concibe desde el thriller y el terror, narrándola como si esta fuera por momentos un slasher en el que un monstruo asesino se encarga de dar muerte a sus víctimas, una a una y de las formas más variopintas y retorcidas. Pero también se trata de una aventura espacial de supervivencia, en la que la acción y la estrategia cobran una gran importancia. La película se apoya continuamente en el clásico de Ridley Scott y su tramo final transcurre de manera similar al de la cinta protagonizada por Sandra Bullock, por lo que la sensación de déjà vu es inevitable. Es decir, lo peor de Life es su absoluta falta de originalidad.

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Tampoco se puede decir que la película sobresalga en materia de guion. Aunque logra mantener el interés en todo momento, la historia se ve perjudicada por una gran cantidad de agujeros narrativos, situaciones inverosímiles y puntos cruciales de la trama dejados al azar y la coincidencia (el film no sabe salir de las encrucijadas que se presentan a cada momento sin echar mano del deus ex machina). Para tratarse de los científicos y especialistas más destacados del mundo, esta tripulación no siempre brilla por su inteligencia. Claro que ahí está parte de la gracia, en ver cómo la criatura desafía a los que creían tener la ventaja estratégica y los pone en situaciones límite. En lo que sí se esfuerza la película es en dotar a estos personajes de emociones y personalidades definidas, a través de diálogos que, si bien pueden pecar de tópicos y cursis, contribuyen a que estos sean algo más que carne de cebo para el monstruo.

En este sentido hay que elogiar la elección del elenco mezcla de nacionalidades, y en concreto la labor de los secundarios, Hiroyuki Sanada, Olga Dihovichnaya y Ariyon Bakare, por encima incluso de sus estrellas principales. Y es que sobre todo los dos protagonistas masculinos parecen moverse por inercia en todo momento. Gyllenhaal está como adormecido, ausente, y Reynolds sigue explotando la personalidad bromista que ha adoptado gracias a Deadpool, quizá demasiado, con su presencia reducida casi a la mera anécdota. Es Ferguson la que acaba llevando las riendas del film desde todos los frentes.

Jake Gyllenhaal;Rebecca Ferguson

Ahora bien, aunque todo esto suene mal, lo cierto es que Life está lejos de ser un desastre. Al contrario. Afortunadamente, sabe compensar sus carencias con grandes dosis de acción claustrofóbica y sobresaltos, proponiendo una atractiva experiencia inmersiva (podemos sentir la gravedad cero junto a los personajes), manejando la tensión con pulso ejemplar y exprimiendo bien su premisa para garantizar 100 minutos sin aburrimiento. La falta de originalidad y consistencia narrativa acaba pesando menos gracias a su sentido del ritmo y el suspense, así como a unos excelentes efectos visuales, sobre todo en lo que se refiere al entorno de la estación espacial y la anatomía de Calvin, un ser digital de diseño muy llamativo, tan elegante como amenazante. Es decir, Life no aporta nada al género espacial, pero como entretenimiento es más que eficiente, y como espectáculo da la talla con creces. Además, cuenta con uno de esos finales que dejan con la boca abierta y despiden la película por todo lo alto (en este caso no literalmente).

Pedro J. García

Nota: ★★★

Jonathan Strange & Mr. Norrell: entre la fantasía y la subversión [Otro cine de tacitas es posible]

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La miniserie de siete capítulos, basada en la novela de Susanna Clarke de 2004, se estrenó en BBC1 el 17 de mayo de 2015 y ha obtenido excelentes críticas.

Texto escrito por Aerys Munis

Jonathan Strange and Mr. Norrell (BBC, 2015) no es una serie británica de época cualquiera, aunque comparte con éstas los altos niveles de producción que se reflejan en la escenografía, vestuario, fotografía e iluminación, y logran transportarnos a la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Es un escenario fácil de reconocer, que ha aparecido innumerables veces en nuestras pantallas (la referencia a Jane Austen es ineludible): un lugar donde la frivolidad y formalidad de las clases acomodadas bebedoras de té desentona radicalmente con la cruda y sucia realidad del mundo que los rodea y que la buena educación insiste en ignorar. El contraste es especialmente marcado en la Inglaterra de la época de Regencia, gobernada por un rey loco confinado en Windsor e inmersa en la guerras napoleónicas. La guerra y la locura son dos de los temas fundamentales que sirven como marco a la lucha de poder –a todos los niveles- que conforma el nudo de la historia. Como los espectadores averiguarán muy pronto, la ambientación histórica es sólo un escenario para desarrollar una ucronía cuyo eje fundamental es la existencia de la Magia – una Magia extraña y poderosa que, aunque una vez reinó en territorios ingleses, se considera hoy extinta y mero objeto de estudio para intelectuales apolillados. La historia arranca precisamente con una reunión de la Sociedad de Magos de York en la que el tímido pero vehemente señor Segundus (Edward Hogg – Anonymous, Misfits, Jupiter Ascending) pregunta por qué la Magia práctica ha dejado de existir.

Sin dejarse amilanar por las risas de sus compañeros, Segundus trata de acceder a textos mágicos que le permitan practicar el arte, pero pronto descubre que todos han sido acaparados por un misterioso señor Norrell, que vive recluido en una abadía del norte de Yorkshire. Segundus, héroe improbable de vocecilla aguda y voluntad inquebrantable consigue entrevistarse con Norrell y convencerle de que muestre a los miembros de la Sociedad de Magos de Yorkshire de que aún es posible hacer Magia en Inglaterra.

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Aunque físicamente Gilbert Norrell (Eddie Marsan – Ray Donovan) se aleja bastante del estereotipo del mago poderoso y misterioso (no os dejéis confundir por su peluca sobredimensionada), su capacidad para ejercer la Magia va más allá de cualquier expectativa, como vemos a mediados del primer episodio.

El principal problema de Norrell es su introversión y su incapacidad para tratar en sociedad, beber té con educación y hablar de frivolidades, que como bien sabemos los aficionados al género, es el requisito indispensable para prosperar en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Su ayudante, Childermass (Enzo Cilenti – Game of Thrones, Wolfhall) es oficialmente el encargado de sus asuntos públicos, aunque según avanza la trama su protagonismo va en aumento, y su mirar avieso y sarcástico desde la distancia se convierte en el punto álgido de cada episodio.

Para poder llevar a cabo su objetivo, que no es ni más ni menos que ayudar al gobierno británico en su guerra contra Napoleón, Norrell deberá congraciarse con el ministro de turno, sir Walter Pole (Samuel West – Howards End), que desgraciadamente no está muy por la labor de escucharle y además acaba de perder a su prometida, Emma Wintertowne (Alice Englert – Beautiful Creatures),  a unos días de su boda, cuando su herencia era justo lo que necesitaba para poder seguir prosperando en su campaña política. Muy a su pesar, Norrell hace lo único posible para poder captar la atención del político (y con ello, el beneplácito del gobierno) y con su decisión atraerá una nueva e imprevisible forma de Magia a Inglaterra, cuyas consecuencias deberá afrontar durante el resto de la serie.

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El segundo protagonista, o realmente, el primero, aunque sea el segundo en aparecer, es Jonathan Strange (Bertie Carvel – laureado actor teatral), toda una fuerza interpretativa que, a medio camino entre el héroe austeniano y el antihéroe byroniano, cautiva pronto a la audiencia. Habiendo accedido a la Magia proféticamente pero casi por casualidad – después de ser instado por su prometida, Arabella Woodhope (Charlotte Riley, Peaky Blinders) a buscarse una ocupación y dejar de gandulear – a través de su personaje vamos aprendiendo más sobre los claroscuros del mundo de la Magia inglesa.

La comarca de Yorkshire, a través de sus acentos y sus paisajes, es el tercer protagonista de la historia. En ella se rodaron buena parte de las escenas (salvo algunos exteriores bélicos en Croacia y en Canadá)  y la mayoría de sus personajes proceden de la zona o acaban confluyendo en sus páramos misteriosos, donde parece rasgarse el tejido que separa la realidad del mundo de la fantasía. Precisamente con un pie a cada lado de esta frontera están personajes como Vinculus (Paul Kaye, Game of Thrones), Stephen Black (Ariyon Bakare – A respectable trade, Doctors) o  el caballero “con el cabello como el vilano del cardo” (Marc Warren –Band of Brothers, The Good Wife), el villano más carismático al este de los reinos del Infierno.

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Ganadora de los premios Locus, Hugo, World Fantasy,  Mythopoeic (y finalista del Nebula, Manbooker, Whitbread y Guardian), Jonathan Strange & Mr. Norrell es una novela que cautivó entre muchos otros a Neil Gaiman (varios de sus libros han sido llevados al cine o la televisión, destacamos American Gods, que se estrenará pronto en Starz) y muy pronto se convirtió en novela de culto, estatus que no va camino de perder ya que todo indica que nunca habrá una continuación y seguirá siendo una rara avis que fascine a los lectores que se atrevan con su casi mil páginas.  Cuando la novela fue publicada, allá por 2004, hubo una intensa campaña que buscó promocionarla como el Harry Potter para adultos, pero los parecidos entre ambas historias se reducen a la ambientación inglesas y la existencia de la magia, ya que se trata de una historia adulta, subversiva y bastantes grados más oscura incluso en su adaptación para las pantallas. Se trata de una serie peculiar, que atrapará por igual a los aficionados a la literatura fantástica, al cine de tacitas o a las guerras napoleónicas. Aunque hay espacio – y mucho- para beber delicadamente tazas de té mientras se conversa con medias verdades y muchos rodeos, el mundo tacitero no es sino un escenario para desarrollar sutilmente una muy acertada crítica a las estrictas convenciones sociales inglesas del siglo XIX (con especial atención a las desigualdades de clase, raza y género) mientras nuestra atención se distrae con el despliegue de luces y egos enfrentados de los dos magos protagonistas.

Aerys Muniz es filóloga y lectora ávida de fantasía y clásicos decimonónicos. Actualmente compagina sus estudios de doctorado en literatura comparada con la visión y revisión de demasiadas series y películas. Para su tesis de máster estudió la narrativa de Susanna Clarke desde la perspectiva de los estudios de género e identidad nacional.