Crítica: Sex Tape (Algo pasa en la nube)

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La trama del vídeo porno casero es muy habitual en la comedia de situación televisiva. Una de cada tres sitcoms la incorporan de una manera u otra, generando malentendidos y conflictos clónicos entre unas series y otras. Lo de siempre, vamos. Ahora imaginad una película en la que esta trama episódica se convierte en el (único) argumento principal, y durante una hora y media se estiran las posibilidades y los gags que suele generar. Si lo habéis hecho, es como si ya hubierais visto Sex Tape (subtitulada en España Algo pasa en la nube en “homenaje” a la Mary de los hermanos Farrelly, *sic*), la historia de un matrimonio de cuarentañeros que deciden reavivar la chispa sexual grabando una sex tape, que, evidentemente, será difundida contra su voluntad, concretamente a través de “la nube” de AppleSex Tape es una carrera a contrarreloj (una suerte de road movie suburbana si gustáis) para evitar que amigos, vecinos, y mundo entero puedan acceder al vídeo de marras.

Cameron Diaz y Jason Segel son Annie y Jay, una pareja de padres modernos con niños y trabajos que consumen todo su tiempo. Responden al mismo arquetipo que hemos visto en películas recientes como Malditos vecinos o Si fuera fácil, desvelando la obsesión reciente de la comedia USA con este tema: adultos que se resisten a dejar el pasado atrás y se niegan a aceptar que no se puede ser un universitario toda la vida. Sex Tape abre con un montaje en el que Annie y Jay practican sexo como animales en celo, en todos los lugares y posturas posibles. Diaz y Segel, enterrados bajo capas de filtros y rejuvenecidos digitalmente, se antojan Sex Tape pósterinadecuados para esta película desde el principio. Él (por muy bien que nos caiga) no posee el carisma necesario y ella está metida en el asunto a medias. Por no hablar de que la película es mucho menos indecente de lo que creen sus responsables, y la desnudez es muy tramposa. De acuerdo, hay escenas más explícitas de lo habitual, pero en ningún momento Sex Tape se atreve a ir más allá del sexo burdamente coreografiado para hacer reír: ella tiene doble, y no enseña los pechos, y él (aunque sí los enseña) fue mucho más lejos en una sola escena de Forgetting Sarah Marshall que en esta película entera. Eso sí, para vender la película, ella aparece en bragas en el cartel, y él con pantalones largos. En fin.

Sin embargo, esta osadía a medias tintas no es lo peor de Sex Tape, sino más bien el hecho de que ya desde la segunda escena sentimos que no hay suficiente historia para rellenar los escasos 90 minutos que dura. La verdadera indecencia es lo mucho que se estiran las escenas, y lo implausible de su recta final: un absurdo chantaje y un ridículo clímax que lleva a los protagonistas a lo más profundo de la industria del porno en Internet. Claro que nada de esto puede compararse al atroz e insultante product placement de Apple, y concretamente del iPad, que se sucede a lo largo de todo el metraje. Una de cada tres palabras del guión es “iPad”, el personaje de Segel va dejando píldoras sobre las increíbles prestaciones del producto (que lleva a salir disparado por una ventana y aterrizar sano y salvo en la calle), y el dispositivo forma parte central del argumento (de manera completamente inverosímil), puesto que es lo que el matrimonio utiliza para grabar su sex tape de tres horas de duración (“¡wow, qué resolución tiene!”). El iPad es el verdadero protagonista de Sex Tape, llegando a eclipsar a Segel y Diaz. Aunque poco hacía falta para eclipsar a esos dos.

Sex Tape tiene ocasionales destellos de ingenio (“nadie sabe cómo funciona la nube”) y de humor absurdo (el personaje de Rob Lowe, y sus cuadros disneyanos son los principales responsables), y a otra cosa no, pero sus actores se entregan completamente a la comedia física, dando como resultado un par de gags alocados que destacan sobre los demás. Sin embargo, el humor es predominantemente mediocre, ofensivamente simplón y vulgar (atención al numerito del perro), lo que choca en ocasiones con el halo de prudencia con el que se maneja el componente sexual (que no estalla verdaderamente hasta los créditos finales), y con el obligatorio desenlace sentimental. En definitiva, no hay una sola razón, más allá de la publicidad de Apple, que explique la existencia de este producto de advertainment difícilmente clasificable como cine.

Valoración: ★½