Crítica: El secreto de Adaline

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Esta es la historia de Adaline Bowman. Nos habla del tiempo y la soledad, pero sobre todo del amor, de su supervivencia a través de los años, de la huella que deja cuando se pierde, y de su poder para cambiarlo todo. Adaline (Blake Lively) dejó milagrosamente de envejecer cuando tuvo un accidente de coche a los 29 años. La correcta alineación de las estrellas y un rayo que cae sobre su vehículo sumergido en el agua la convierten en una mujer eternamente joven. En consecuencia, Adaline se ve obligada a llevar una vida solitaria y alejarse de aquellas personas que, al pasar mucho tiempo con ella, puedan desvelar su secreto. La muchacha vive rozando los 30 durante ocho décadas, cambiando de residencia cada diez años y en una dolorosa ocasión, rechazando al hombre de su vida para evitar que la idílica relación encontrase su fecha caducidad. Y así hasta nuestros días. Adaline vive en San Francisco, donde se prepara para su nuevo cambio de identidad con la intención de marcharse a vivir a una zona rural del país. Sin embargo, su vida dará un vuelco cuando conozca a Ellis Jones (Michiel Huisman), atractivo filántropo que hará que Adaline vuelva a vivir la encrucijada de destapar su maldición o hacer daño al hombre que ama. Un fin de semana en casa de los padres de Ellis finalmente lo cambiará todo para ella, cuando el azar le ponga la prueba más difícil de su larga vida.

Aunque lo parezca, El secreto de Adaline (The Age of Adaline) no está basada en una novela de Nicholas Sparks, sino que se trata de una historia original. Sin embargo, la película de Lee Toland Krieger (Celeste & Jesse ForeverThe Vicious Kind) se enmarca en la tradición del cine basado en la obra del autor de El diario de Noa, replicando su atmósfera etérea y ese gusto por la narración episódica (en Adaline hay dos capítulos muy diferenciados, dos películas en una). Pero sobre todo, El secreto de Adaline es otro cuento de hadas moderno (con narrador omnisciente incluido) para románticos empedernidos, un relato pseudo-fantástico con bien de almíbar en el que una pareja de bellos especímenes humanos (Lively y Huisman son asquerosamente guapos) viven una aventura llena de obstáculos en la que el amor triunfará por encima de todo… y todos acabarán comiendo perdices en familia (esperamos).

cartel EL SECRETO DE ADALINEEl componente fantástico de Adaline está muy cogido con pinzas. Sin embargo, su función se relega claramente a la de desencadenante y deus ex machina. La historia encuentra su base en la magia, pero las explicaciones al extraño caso de Adaline Bowman se limitan a dar los datos justos para mantener el aura de misterio y además hunden sus raíces en la astronomía, con la intención de no mojarse demasiado en cuanto al elemento sobrenatural. Es lo ideal, ya que de otra manera sería meterse en un berenjenal del que costaría mucho salir. Adaline no está interesada en la ciencia ficción por sí misma, sino en las posibilidades que esta puede brindar al relato amoroso, en el que una noción distinta del “para siempre” lo condiciona todo (tal y como suele ocurrir en el cine de vampiros). Dejando esto a un lado, El secreto de Adaline funciona muy bien gracias a su pareja protagonista, dos actores de exquisita presencia y suma elegancia que además poseen la química necesaria para sacar a flote una película así. Lively arrebata con su porte de maniquí y nos deja boquiabiertos con el vestuario que luce (un aliciente de esta película es observar cómo va cambiando su estilo a través de las décadas), mientras que Huisman se revela como el galán cosmopolita por excelencia, con su buena planta, su media melena y esa barba que no llega a ser hipster pero casi.

Sin embargo, más allá de su indudable belleza atemporal, la interpretación de la protagonista sorprende por su delicadeza e integridad (Adaline es igual de estilosa que Serena Van Der Woodsen, pero por lo demás, la actriz deja muy atrás sus días en Gossip Girl). Lively compone un personaje con entidad propia, caracterizado por un tipo de calma quebradiza que mantiene a raya la tensión y el miedo, refinado además por la sabiduría que ha adquirido con el paso del tiempo y la melancolía que esto conlleva (la actriz realiza un convincente trabajo de dicción y transmite bien esa experiencia, especialmente en las escenas junto a su hija octogenaria). Pero el arma secreta de El secreto de Adaline es su magnífico reparto de secundarios veteranos: una tierna Ellen Burstyn interpretando a la hija de Adaline, esa gran actriz en la sombra que es Kathy Baker, y sobre todo Harrison Ford, que nos regala sin que nos lo esperemos una de las interpretaciones más conmovedoras y sutiles de su carrera reciente, desvelándonos al mismo tiempo la verdadera intención de la película: no solo hablarnos del poder y la naturaleza del amor a través del tiempo, sino mostrarnos la diferencia con la que el amor se vive entre distintas generaciones.

Valoración: ★★★