Halloween: El final. La pesadilla final

David Lastra

Quieras que no, ser la final girl tiene que suponer un verdadero subidón de adrenalina. Puede que toda tu familia haya sido descuartizada a manos del psicópata de turno, o que no puedas volver a planear un viaje en grupo porque tu pandilla haya sido diezmada, pero bueno, son cosas que pasan y tú estás viva para contarlo. El verdadero problema es cuando no puedes parar de ser una final girl ante cualquier situación de vida o muerte, y todo el mundo a tu alrededor termina diñándola, la gente se cansa. Es en ese preciso momento donde la admiración que pudiste haber despertado en un principio, se va transformando en un odio generalizado que termina por convertirte en toda una paria de la sociedad. Ese es el caso de Laurie Strode (Jamie Lee Curtis, Mentiras arriesgadas), la joven niñera de Haddonfield que logró sobrevivir al inefable Michael Myers en la noche de difuntos más famosa de la historia. Mil y un secuelas con más o menos tino después, David Gordon Green (Joe), con el beneplácito (y la música) de John Carpenter, decidió mostrarnos cómo era la existencia de Laurie cuarenta años después de la entrega original con su reboot, disfrazado de secuela directa, de La noche de Halloween. Ahora regresamos a Haddonfield por una última vez con Halloween: El final, para cerrar la horrenda historia de Laurie y Michael de una vez por todas.

Cuando volvimos a encontrarnos con Laurie, vimos sus nuevas aristas como madre, abuela, y obsesa de la seguridad con su propia especie de búnker apocalíptico. Puede que la Forma no lograse acuchillarla en La noche de Halloween de Carpenter y Debra Hill, pero sí que logró destrozar completamente su alma y provocarle un eterno pavor. Algo que Strode intenta acallar con ese fatídico combo tan estadounidense como son las armas y alcohol. La primera entrega de la trilogía de Gordon Green supuso un interesante y entretenido punto de partida para la maltratada franquicia. La noche de Halloween sacó todo el jugo posible a esa nueva corriente de secuelas nostálgicas y logró modernizar y embrutecer más si cabe al Michael Myers original (que no al de las dos reinvenciones que realizó Rob Zombie, ya que en magnitud de violencia, ambas son insuperables), consiguiendo, de igual manera,  despojar el posible halo de damisela en apuros que cubría a la Laurie original abrazando el movimiento #MeToo por el camino. La trilogía continuó con una desigual Halloween Kills, en la que allá donde la primera entrega se regodeaba en la original de Carpenter, esta parecía estar más interesada en crear un mundo propio, pero bastante afín a otro subgénero bastante popular a finales de los setenta, que también visitó Carpenter de cierta manera en Estoy vivo: las invasiones zombis o de extraterrestres como vehículo de denuncia de manipulaciones, y el peligro y el poder de las conspiraciones. Pero lejos de entretener como la primera entrega, Halloween Kills terminaba aburriendo, si bien ese homenaje a las grandes masas paranoicas durante el asalto al hospital en el último acto resulta algo pesadillesco y agobiante.

Llega ahora el momento del capítulo final de la trilogía y del final de la mismísima saga de Halloween: el enfrentamiento definitivo entre Laurie Strode y Michael Myers. Halloween: El final nos muestra las consecuencias sociales que han tenido los últimos asesinatos del hombre del saco. Por su parte, Laurie ha intentado ser fuerte y recomponer su vida junto a su nieta después del fatídico desenlace de la anterior entrega, intentando ver el lado positivo de la vida, abrazando la sobriedad y una dieta basada en verduras. Para seguir con su reguero de buenas obras, decide hacer de celestina entre su nieta Allyson (Andi Matichak, La invasión), y la nueva oveja negra de la población y peor niñero de la historia, Corey (Rohan Campbell, visto en la serie Snowpiercer: Rompenieves). Pero, aunque Michael Myers lleve una buena temporada desaparecido, el Mal no solo sigue presente en Haddonfield en forma de muertes fortuitas o de improperios a la salida del supermercado, sino que parece estar creciendo hasta crear una nueva forma, valga la redundancia.

Como en las dos entregas anteriores, Halloween: El final vuelve a bucear en los tópicos del género, en esta ocasión, abrazando el malditismo de los villanos reencarnados tan utilizado en secuelas y continuaciones de este tipo de sagas. Recordando especialmente a la segunda entrega de la saga de su coetáneo Freddy Krueger, la mítica e irregular Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy, de Jack Sholder. El problema es que ni Corey como personaje, ni Campbell como intérprete, logran ser una composición medianamente interesante o que logre cierto nexo con el espectador. De ahí que su trama junto a Allyson no solo sea insulsa, sino que resulta humanamente imposible que logre interesar a alguien. Ajeno a la completa ausencia de carisma de ambos intérpretes, Gordon Green apuesta por su oscura historia de amor como una de las grandes tramas de la película.  Un error que, sumado a los mismos problemas de ritmo que ya aquejó la segunda entrega, provoca que el sopor pueda con el espectador, lastrando demasiado el resultado final.

Esa desazón, se ve algo compensada cada vez que Jamie Lee Curtis aparece en escena. Más que por su interpretación, por el cariño que tenemos a la actriz de Todo a la vez en todas partes dentro y fuera de la gran pantalla. Ella es lo mejor de la película, especialmente cuando abraza el lado más duro de Laurie durante el último acto de la película. Lee Curtis logra que nos desembaracemos de la modorra en las (para nada) locas aventuras Corey y Allyson, y consigue que vuelva a interesarnos la película. Puede que Gordon Green nos haya mareado tontamente, pero el enfrentamiento definitivo entre la final girl y el Mal en persona logra estar a la altura a niveles de oscuridad y sangre que esperábamos.

Halloween: El final es la agridulce confirmación de todos y cada uno de los errores que David Gordon Green cometió en Halloween Kills. Un amargo adiós a Laurie Strode que nos deja cierto regusto a ocasión perdida, especialmente ante los resultados de la primera entrega de la trilogía; pero ante el que tenemos que hacer también un cierto ejercicio de consciencia ante los numerosos tropiezos que ha tenido esta saga de películas después de su primera entrega. Porque por mucho que la nostalgia quiera cegar a muchos, no estamos sino ante otro descafeinado episodio más en la vida de Michael Myers. Ni más, ni menos.

Nota: ½

Moonage Daydream: Viaje al interior de David Bowie

David Lastra

El 10 de enero de 2016, David Bowie regresó a las estrellas. Desde entonces, la vida en este planeta es un poco más fea. Esa afirmación no es una exageración dramática, sino que a los hechos me remito. Una pandemia mundial, otra nueva crisis económica, la proliferación de movimientos ultraderechistas, mil guerras más, el dichoso Brexit… En medio de todo este mundo en descomposición, sobrevivimos en parte gracias a su obra artística. Escuchando asiduamente sus discos, revisionando sus trabajos cinematográficos y descubriendo las mil y un rarezas, conciertos y sesiones inéditas que su compañía no dejará de editar hasta acabar dejándonos completamente sin dinero. En medio de toda esta vorágine de reediciones y celebraciones a su figura, llega Moonage Daydream, el que está llamado a ser el documental definitivo sobre el hombre que cayó a la Tierra. A sus mandos, Brett Morgen, ávido documentalista que ya se acercó a iconos como la antropóloga Jane Goodall (Jane), los músicos Kurt Cobain (Cobain: Montage of Heck), The Rolling Stones (Crossfire Hurricane) o el productor cinematográfico Robert Evans (El chico que conquistó Hollywood).

Más allá de ser el típico acercamiento a la figura del hombre de las mil caras, Moonage Daydream persigue ser una experiencia inmersiva que nos transporte directamente a al centro de alguna de sus actuaciones más míticas, sus viajes por medio mundo o su propio imaginario. Es en esos últimos momentos, donde el documental consigue que la inmersión perfecta. Su inicio con el vídeoclip del monumental remix de Hallo Spaceboy junto a Pet Shop Boys, y el estridente montaje de imágenes de películas clásicas como MetropolisNosferatu, El Mago de Oz… hace que este Moonage Daydream se presente como una experiencia extremadamente emocionante. Una inteligente forma de dar a conocer esa apabullante fuerza de la naturaleza que era David Bowie.

Después de ese saludo a nuestro hombre de las estrellas favorito, empezamos a conocer las mil y una mutaciones de Bowie a través de pequeños cortes de declaraciones, entrevistas y actuaciones. Nos encontramos con el yonki de Major Tom, vemos el ascenso y suicidio de Ziggy Stardust sobre un escenario, el misterioso y estilizado Duque Blanco que se alimentaba a base de pimientos rojos, cocaína y leche, a la superestrella que reinó a ritmo de Let’s Dance con su Serious Moonlight Tour, a ese WTF supremo que fue el Glass Spider Tour o su acercamiento a la música industrial con el Outside Tour y la intrincada investigación de Nathan Adler… Momentos de una grandeza musical inigualable que van modelando la imagen del ídolo al que tanto queremos.

Puede que Moonage Daydream ofrezca una visión demasiado generalista y poco sorprendente para los fans acérrimos del mito, pero tampoco se debe perder de vista que no solo es un documental pensado para el gran público, sino que también está ideado como una experiencia cinematográfica inmersiva y no como un estudio crítico. Moonage Daydream es un verdadero masaje visual para los ojos del espectador. Intenso, cuando se acerca a sus videoclips. Perdiendo un poco el ritmo al incluir actuaciones en directo en su totalidad. Pacato, al obviar su descontrol con las drogas durante años. Inteligente, al mostrar cómo los medios de comunicación le negaron una y otra vez su bisexualidad. Arriesgado, al dedicar bastante más tiempo a su interpretación en el montaje de Broadway de El hombre elefante, relegando que a alguno de sus papeles cinematográficos más icónicos El ansia Dentro del laberinto. Ingenuo, al no referenciar aquella mítica actuación en Top of the Pops que marcó a toda una generación. Precioso, al mostrar el giro positivo que supuso conocer a Iman, el amor de su vida. Errado, al dejar escapar a ese Bowie crepuscular de The Next Day y de , esa preciosa carta de despedida que nos envió un par de días antes de su fallecimiento. La inclusión del clip de Blackstar como broche final, más allá de la utilización que realiza de la imagen del cadáver del astronauta a lo largo del documental, hubiese sido un broche de altura para la cinta.

Puede que finalmente Moonage Daydream no suponga el producto audiovisual definitivo sobre la figura de David Bowie, pero nos ha servido para volver a disfrutar a nuestro querido David una vez más. Algo de lo que nunca nos cansaremos.

Nota: ★★★

No te preocupes querida: Cuando Harry encontró a Florence

David Lastra

La predicción meteorológica para los próximos días es soleada, sin ningún tipo de chubascos o tormentas fuertes a la vista. El cielo más azul que jamás hayas visto. La nevera está repleta de enseres y el minibar tiene más rotación que los discos de vinilo que no paran de girar en el salón. La única preocupación que puede tener una residente de esta urbanización es adecuar el piscolabis de la fiesta de esta noche en base a las alergias alimentarias de sus invitados. En este idílico Proyecto Victoria no hay ningún problema que no se cure con un buen copazo y el abrazo de tu maridito recién llegado del trabajo. Entonces, ¿Cómo puede ser que el mismísimo Paraíso en la Tierra apeste a podrido por todos los lados? Olivia Wilde (Súper empollonas) desnuda ante nuestros ojos la perfecta relación entre Florence Pugh (Midsommar) y Harry Styles (Dunkerque) en un mundo casi tan perfecto como ellos en No te preocupes querida. Al final va a ser que Life in Plastic no es tan fantastic.

Alice (Pugh) y Jack (Styles) son una joven pareja que se desvive el uno por el otro. Él pasa casi todo el día fuera de casa en su enigmático empleo en las oficinas del Proyecto Victoria. Mientras que el trabajo de ella es adecentar su hogar y cotillear junto a su mejor amiga y vecina Bunny (interpretada por la propia Wilde) durante las interminables tardes de ese perenne verano en el que parecen vivir. Huevos fritos, bacón y tostadas para desayunar; carnaza para cenar, algún que otro guateque con sus amigos para desconectar, y un buen revolcón (o dos) para acabar el día. Podríamos decir que Alice y Jack viven el sueño americano en sus propias carnes. Incluso cuentan con la bendición del carismático Frank (Chris Pine, Wonder Woman), una especie de Rey Sol que controla y maneja todo lo que se cuece en este apacible vecindario. Esta situación irá cambiando gradualmente cuando su vecina Margaret (KiKi Layne, El blues de Beale Street) comience a mostrar cierta disconformidad ante esta dictadura de las apariencias, haciendo que Alice comience a cuestionarse su idílica existencia.

Puede que el hype por ver el retorno de Wilde tras las cámaras tras la divertidísima Súper empollonas; o por el placer que siempre produce ver a Florence Pugh ante una cámara; y por comprobar el crecimiento de la estrella del pop Harry Styles como actor en su primer papel protagonista; fuesen ya razones suficientes para convertir a No te preocupes querida en uno de nuestros estrenos más esperados de este último trimestre, pero las expectativas se han visto elevadas a la enésima potencia por el aluvión de chismes y leyendas urbanas que han acompañado a la película desde la previa de su presentación en el pasado Festival de Venecia. Un ruido de fondo convertido en tormenta tropical que ha podido perjudicar la fama del film, pero que también ha provocado que el gran público se muera de ganas por ver la película. ¿Ha quedado reflejado en pantalla el supuesto odio existente entre Pugh y Wilde?, ¿Tienen química los protagonistas?, ¿Es Harry Styles el mejor o el peor actor de la historia?, ¿Algún miembro de la película se atreverá a hacer algo de promoción de la misma?

Puede que requiera un verdadero esfuerzo abstenerse a todo ese equipaje amarillista y emocional ante el visionado de la película, pero las ganas de ver a Pugh, Styles y Wilde pueden con todo. Bueno, hasta cierto punto… Todo tiene un límite. El gran problema de No te preocupes querida es que no logra estar a la altura de las expectativas: ni como obra audiovisual, ni como chismorreo del año. La historia que nos cuentan Wilde y Katie Silberman, que también estaba detrás del guion de Súper empollonas, resulta ser la quintaesencia del nada nuevo bajo el sol. Esa completa falta de originalidad podría no ser un lastre. No siempre es necesario reinventar la rueda, pero lo que sí que es un verdadero error es creer que se está inventando la pólvora con una historia y unos giros de guion tan trillados como estos.

No te preocupes querida no es ni tan original como se cree, ni resulta ser la acertada actualización crítica de los pesadillescos mundos distópicos, que autores como Ira Levin (Las mujeres perfectas) mostraron en los setenta, que pretende ser. Su extensísimo y reiterativo primer acto en el que nos deja entrever el lado oscuro de ese Edén en medio del desierto, va minando poco a poco el interés hasta del espectador más motivado. Una sucesión de clichés revestidos fallidamente de trascendencia y sorpresa que no resultan sorprendentes ni siquiera para el público menos ducho en el género. Un sopor, visualmente bastante correcto (salvo cuando hacen acto de aparición esas poco afinadas interpolaciones de bailarinas coreografiadas a lo Busby Berkeley que juegan a ser enfermeras de Silent Hill), pero un verdadero sopor.

La cosa tampoco mejora demasiado cuando la acción hace acto de presencia y las caretas de esta población comienzan a desvelarse. Es que en esos pequeños momentos explosivos, donde el desbordante talento de Florence Pugh sale a relucir. Una vez más, vuelve a clavar el papel de mujer menospreciada y mangoneada por el heteropatriarcado con una gran sed (completamente justificada) de venganza, como ya hizo en Lady MacbethMidsommar. ¿Llegará algún momento en que los hombres vean que dejar a Florence Pugh encerrada (ya sea de forma literal o figurada) no es buena idea? Además de  a esos dos grandiosos roles, esta Alice recuerda bastante a otro gran personaje catódico icónico: el de Marge Simpson en el mítico episodio de Hank Scorpio en Los Simpson. Florence y la matriarca de pelo azul comparten ese puntillo alcohólico existencialista que les hará plantearse que no es oro todo lo que reluce en su flamante casa en ese típico cul-de-sac estadounidense, y que sus maridos, Harry y Homer, están bastante desubicados y equivocados con sus mujeres.

La otra media naranja de Alice tampoco flojea interpretativamente. Harry Styles aguanta notablemente el recital de esa fuerza de la naturaleza que es Pugh. Puede que la cámara la quiera a ella más que a nadie, pero Styles realiza un buen trabajo como el pusilánime Jack. Su breve aparición en Dunkerque fue una buena carta de presentación, y este protagónico la muestra de que el cantante sigue progresando adecuadamente en sus labores intrerpretativas… aunque, sus fans no podamos dejar de percibir en alguna que otra escena o reacción durante la película a Harry siendo Harry más que haciendo un papel. Igualmente consistente resulta el plantel de secundarios, especialmente un desaprovechado Nick Kroll (Lo que hacemos en las sombras y actor de voz en Big Mouth).

Resulta desalentador que No te preocupes querida no cuente siquiera con ese puntillo extremo o o incluso gamberro que la hubiese convertido en una de esas películas polarizadas. Una de las que enfrentan a los diferentes segmentos de la crítica y hacen arder las redes sociales. Pero no es el caso en ningún momento. Una verdadera pena.

Nota: 

Bullet Train: A todo tren

David Lastra

No sé qué tendrá el chacachá del tren que a todo el mundo le gusta. Sea de media o larga distancia, cumpliendo o no con la sagrada normativa del vagón silencio, hemos viajado en innumerables trenes a lo largo de nuestra vida cinematográfica. Sobre los railes de celuloide hemos investigado unos cuántos asesinatos, huido de situaciones apocalípticas, y conocido a mil y un desconocidos que han cambiado nuestras existencias para siempre. Ahora llega a nuestro andén Bullet Train, el nuevo vehículo de lucimiento de Brad Pitt (Érase una vez en Hollywood), con David Leitch (Deadpool 2) como maquinista.

Mariquita (Pitt) es un agente especial de una organización secreta, cuyo cometido específico, se reduce únicamente a sustraer un maletín con una pegatina de un trenecito en su asa y bajarse en una estación determinada del característico tren bala japonés. Pan comido. Una misión para nada imposible para un profesional de su reputación. Pero todo comienza a torcerse cuando comienza a ser consciente que alguno de los viajeros de su tren son alguno de los más pintorescos y sanguinarios asesinos del momento. Por un lado se tendrá que enfrentar a los implacables hermanos Mandarina (Aaron Taylor-Johnson, Animales nocturnos) y Limón (Brian Tyree Henry, Eternals), al impetuoso El Lobo (Benito A. Martínez Ocasio, más conocido con su nombre artístico: Bad Bunny, el cantante superventas y futuro El Muerto en el Universo Spider-Man de Sony), un prototípico hombre desaliñado solitario (Andrew Koji, Warrior), una gigantesca mascota de un anime… y dos jovencitos que apestan a privilegio y que no sabemos muy bien qué pintan ahí: un comatoso hijo de completamente pasado de vueltas (Logan Lerman, Las ventajas de ser un marginado), y una chica bastante kawai (Joey King, The Act). Una horda sanguinaria que, queriendo o no, harán todo lo posible para que el pobre Mariquita no termine su trabajo.

Bullet Train es la espídica cinta de acción repleta de mala leche que se podría esperar de el director de cintas como Deadpool 2Fast & Furious: Hobbs & Shaw. Ni más, ni menos. Un ir y venir de situaciones absurdas que tienen todo el sentido del mundo dentro de ese alocado tren bala con destino a ninguna parte. Resulta un verdadero gustazo ver a Brad Pitt explotar su lado más payaso y socarrón con su horrible gorro de pescador y sus trazas new age (¿herencia de aquellos tortuosos Siete años en el Tibet?). A otro que le sienta especialmente bien esa vertiente humorística es a Aaron Taylor-Johnson. Tal y como nos tiene acostumbrados, el intérprete de Kick Ass vuelve a regalarnos otra gran interpretación física, engrandecida por esa vena cómica que tan bien sabe explotar, enriquecida igualmente con su acento británico original. Su dinámica junto a Brian Tyree Henry resulta lo mejor de la película. Sus surrealistas conversaciones sobre el carisma de la fruta y sobre la famosa (y bastante creepy memeable) serie de animación británica Thomas y sus amigos son una verdadera clase magistral de química en pantalla.

Igualmente placenteras resultan todas y cada una de las coreografías de pelea. No obstante, estamos hablando del codirector de John Wick. Una sucesión de peleas y demás tralla de cuchillos, balas y cristales rotos. Puede que ninguna resulte tan icónica como la escena del apartamento de Charlize Theron en Atómica (uno de los grandes hitos en el cine de acción), pero las de Pitt, Taylor-Johnson y compañía entretienen de lo lindo. Pero como ya se ha destacado, en esta Bullet Train lo que prima esencialmente la comedia y la mala leche. Durante sus más de dos horas de metraje, hay más chistes (malos, pero de esos que de lo tan malos que son terminan haciendo gracia) que porrazos (y mira que los hay). Funcionan especialmente bien las citadas conversaciones absurdas de Mandarina y Limón, los provocados por la sociopatía del Príncipe; aunque también sobra algún que otro gag gracioso, como el de Mariquita con algún que otro viajero desconocido.

Aunque divertida y entretenida, se echa en falta cierto componente de locura y sorpresa (y mira que es absurda) durante este largo viaje en tren. Ese cierto toque original que hubiese hecho traspasar a esta Bullet Train de la frontera que diferencia las películas de verano entre los blockbusters que te arreglan una sofocante noche estival (tarea bastante loable) y las películas generacionales que veremos en bucle a lo largo de los años.

Nota: ★★★

Thor: Love and Thunder. ¡Taika Waititi tiene el poder!

David Lastra

No seré yo el que suelte aquella rancia frasecita de que “con Thanos vivíamos mejor”, pero lo que es innegable es que desde la caída del Titán el Universo Cinematográfico de Marvel se está cayendo a cachos… literalmente. En los últimos tiempos hemos visto como Wanda Maximoff, Loki y Peter Parker destrozaban nuestro ajado planeta al pasarse las leyes espacio-temporales por el forro; provocando con ello, la llegada del tan ansiado (y temido) Multiverso. La situación se desbocó aún más cuando el Doctor Strange intentó solucionar el desaguisado y empezó a surfear junto a América Chávez todos los universos conocidos y por conocer. Después de esa intensa locura, lleva por fin la tan ansiada calma… O no tanto. Porque aunque Thor: Love and Thunder pueda parecer una especie de ojo del huracán en la vorágine del Multiverso, no por ello deja de ser uno de los mayores desafíos a los que nuestra deidad nórdica favorita de Marvel se haya enfrentado hasta la fecha: todo un asesino de dioses.

Nos reencontrarnos con un Thor (Chris Hemsworth, Tyler Rake) por el que los últimos acontecimientos catástrofes del UCM le han sido casi ajenos. El hijo de Odín ha continuado sus labores como guardián de la galaxia, tal y como le dejamos tras Avengers: Endgame. Su día a día se resume en arreglar entuertos y conflictos interespaciales e intentar no pensar en la inmensa tristeza que le provoca el fallecimiento de su hermano o su inexistente vida amorosa. Esa rutina se ve interrumpida con una llamada al 112 espacial por parte de una vieja conocida, Lady Sif (Jamie Alexander, Blindspot). La asgardiana le alerta de las fechorías de Gorr (Christian Bale, El Caballero Oscuro), el llamado Carnicero de Dioses y portador de la Necroespada, el único arma capaz de acabar con la inmortalidad de una divinidad. Thor deberá abandonar sus aventuras espaciales y deberá regresar su viejo nuevo mundo: el Nuevo Asgard. Reino gobernado por el Rey Valquiria (Tessa Thompson, Creed: La leyenda de Rocky). Una complicada misión en la que contará con una aliada de primera. Una de las mentes más prodigiosas de este universo y su gran amor terrenal, la Doctora Jane Foster (Natalie Portman, Cisne negro).

Con esta Thor: Love and Thunder, Taika Waititi (Jojo Rabbit) vuelve a demostrar porqué su inclusión en la Saga del Infinito fue el mayor acierto que ha tenido Marvel desde que dio más peso a los hermanos Russo (Capitán América: el Soldado de invierno). Con él vuelve ese humor ágil y socarrón que tan bien le sienta al Dios del Trueno (y a nosotros como espectadores). Algo que poco o nada tiene que ver con el sieso superhéroe que nos presentó Kenneth Branagh en Thor años ha. La misma combinación entre humor y épica que tan bien funcionó en Thor: Ragnarok, y que se ve sublimada en esta cuarta entrega de la saga. Resulta un verdadero placer lo bien que le sienta a Hemsworth enfundarse las mallas del Thor de Waititi. No solo por rozar el entendible síndrome Stendhal que se siente al verlo, sino por lo extremadamente bien que le tiene cogida la medida al personaje. Funcionando a la perfección tanto en los momentos más cómicos, como en los más emotivos.

Pero no solo de Hemsworth y Waititi vive Thor: Love and Thunder. La gran sorpresa cuando se anunció este proyecto fue el retorno por todo lo alto de Natalie Portman. Infrautilizada en las dos primeras partes (y algo cabreada por ello), la oscarizada actriz volvía a dar vida a Foster con una pequeña gran novedad: ella sería la nueva portadora de Mjolnir. Aunque en su momento algún que otro iluso e iletrado se atreviese a preguntar si Jane Foster era digna de llevar el mítico martillo como en su día hiciese Thor o el Capitán América, Thor: Love and Thunder no hace sino adaptar una de las tramas más conocidas y descorazonadoras de las series de cómic de Thor. Y, aunque no fuese ese el caso, ella es Natalie Portman. Es digna para blandir Mjolnir, el escudo del Capi y hasta el mismísimo Guantelete del Infinito. La actriz de Jackie da rienda suelta a todo el buen hacer que nos ha demostrado a lo largo de toda su carrera,  comiéndose la pantalla cada vez que aparece. Especialmente cuando está acompañada de Tessa Thompson. La química entre ambas intérpretes hace que un spin-off de Valquiria y Foster en este o cualquier otro universo sea una necesidad vital. Su comicidad durante el juicio del Olimpo eclipsa incluso a un divertido y desbocado Zeus (Russell Crowe, Gladiator) y al culo del mismísimo Thor. Y, aunque se agradezca que Thompson cuente con un mayor número de escenas en esta entrega, siempre parecerán pocas y querremos saber mucho más de la regente de Nuevo Asgard.

Otro gran atractivo de esta Thor: Love and Thunder es la inclusión en Marvel de otro oscarizado intérprete: Christian Bale. El que fuera Batman de Nolan se convierte en el temible Gorr, el gran villano de la función. Para este personaje, Bale abraza el histrión y la insaciable sed de venganza del Carnicero de los Dioses, creando un ser terrorífico a medio camino entre su insomne creación para El maquinista y el espantoso ente que aparecía en las pantallas de las televisiones del generacional videoclip que dirigió Chris Cunningham para el tema Come To Daddy de Aphex Twin. Logrando otro notable villano para el UCM y un nuevo tanto para Bale.

Thor: Love and Thunder es la evolución perfecta de ese revulsivo que supuso Thor: Ragnarok. Un más es más que no cansa y sabe atender completamente nuestra insaciable sed de emociones. Aunque se sea muy amigo que digamos de la obra de Guns N’ Roses. Si es en estas condiciones, que el Thor de Waititi y Hemsworth regrese todas las veces que quiera.

Nota: ★★★

ELVIS: El gran Presley

David Lastra

Cuando Elvis abandonó el edificio para no volver nunca más, dejó para la posteridad alguna de las mejores interpretaciones vocales de la historia, así como millares de corazones rotos ante la increíble tragedia que había acontecido y que ninguno quería aceptar. ¿Cómo puede ser que un ser inmortal muera?. El fallecimiento de un ídolo para sus fans supone la caída en un periodo de luto real, similar o superior a una viudedad. Pero, como suele ocurrir en el caso de las grandes estrellas, ese amadísimo duelo se vio también contrarrestado con el afloramiento de historias con alguna o ninguna base real ideadas por aves de rapiña que intentaron sacar partido de la pérdida, sin importar si el legado de la estrella pudiese verse perjudicado con tal de sacar un par de reales. Baz Luhrmann (Moulin Rouge) se acerca en ELVIS a la legendaria figura del Rey del Rock desde la polémica mirada del mayor chupóptero y pieza central para la consecución de su conversión en superestrella: el Coronel Tom Parker, su mánager de toda la vida.

La nueva fábula de Luhrmann nos presenta a un Elvis (Austin Butler, The Carrie Diaries) al comienzo de su carrera musical. Cuando todavía era una estrella emergente bajo el icónico sello Sun Records y comenzaba a copar las emisoras de radio locales con sus primeras versiones. Gracias a su excelente olfato en la búsqueda de oportunidades y de dinero fácil, el Coronel Tom Parker (Tom Hanks, Philadelphia) se hizo inteligentemente con los derechos completos de representación del joven Elvis y le convirtió, literalmente, en su nueva atracción de feria. Después de una fulgurante carrera en un circo itinerante, Elvis se convirtió en un chico de portada y estrella del momento con un flamante contrato con una discográfica como RCA y la consiguiente publicación de su primer LP. Comenzó la fiebre del merchandising, los carteles de Sold-Out cada noche, sus primeras películas, sus residencias en Las Vegas…

Pero no nos adelantemos, ¿Qué tenía de especial este chaval espigado y paliducho de Tupelo para provocar que medio país bebiese los vientos por él? Alguno dirá fríamente que su éxito provenía por su impecable interpretación vocal a la hora de acometer sus versiones, pero todos sabemos que el verdadero chispazo que hizo que todo explotase es que pocos artistas como él han sabido follarnos en un escenario como él. Puede que la expresión pueda parecer exagerada o malsonante, pero no podemos olvidarnos que Elvis fue considerado como un peligro para la moral de la sociedad por sus movimientos de cadera por parte de los paletos conservadores estadounidenses. ¿Fue el primero en realizar esos movimientos espasmódicos en un escenario? No, pero sí que fue uno de los primeros artistas blancos en hacerlo. Su inspiración provenía directamente de artistas negros que sufrían el ostracismo y la censura por culpa del segregacionismo y demás políticas racistas imperantes en las administraciones y los poderes mediáticos de la época (y que a día de hoy siguen sufriendo). ¿Estamos entonces ante un caso de apropiacionismo? Esa es una de las acusaciones más comunes a la figura de Elvis, ya que la mayor parte de los éxitos de sus comienzos no eran sino versiones de temas ya grabados por músicos negros que habían pasado sin pena ni gloria por culpa de la lacra racista. Pero no hay que obviar que él nunca se escondió a la hora de reconocer que sus influencias provenían del blues o el gospel, de figuras como Sister Rosetta Tharpe o B.B. King. Justamente este último zanjó esta cuestión sin ningún tipo de fisuras, hablando de la absoluta reverencia de Elvis hacia la cultura africana-americana, haciendo especial énfasis en el origen extremadamente humilde del propio Presley.

Además de acercarse a los temas de la censura conservadora y el racismo, ELVIS se centra especialmente en la fiebre que supuso Presley como fenómeno fan mundial en las décadas centrales del siglo XX. Gritos desmesurados, lágrimas que podrían llenar estadios, besos apasionados y mucha ropa interior arrojada a sus pies. Una locura que supera con creces a la intensidad de los fandoms de artistas actuales como Harry Styles, Taylor Swift o BTS. Como toda buena obra de Luhrmann, este nos presenta a un protagonista que se mueve únicamente por amor. Por el amor que le profesan sus fans. Un amor que antepone incluso al que le pueda dar su mujer Priscilla (Olivia Dejonge, La visita), su hija Lisa Marie, o sus mil y un amantes. Un ente irreal que solo necesita la energía de sus directos y sentir en su piel el éxtasis que logra despertar entre sus admiradores. El director de Australia consigue alguna de las mejores escenas de su filmografía a la hora de retratar ese fervor religioso. Especialmente esas tres escenas que conforman el esqueleto del film: la primera vez en que Elvis es consciente del poder de su pelvis ante el respetable, la polémica actuación de Trouble en plena guerra contra la censura, y su retorno con el especial navideño. Luhrmann logra transmitirnos en cada una de nuestras terminaciones nerviosas la sensación que tuvieron que sentir los afortunados que vivieron esos momentos en directo. Es tal la emoción ante semejante derroche, que es completamente natural reaccionar ante dichas secuencias con algún que otro grito más o menos ahogado, un cruce de piernas nervioso, o algún que otro aplauso nada comedido.

Tras algún que otro destello en su injustamente incomprendida serie The Get Down, Luhrmann vuelve por todo lo alto en esta ELVIS trayéndonos todos sus manierismos y excesos que nos encandilaron en las generacionales Romeo + Julieta, de William ShakespeareMoulin Rouge; pero de una manera algo más calmada, siempre dentro de su habitual frenesí, como ya hiciera en El gran Gatsby, pero con muchos mejores resultados. La grandeza visual de Luhrmann es, como siempre, fruto de su relación con Catherine Martin. Junto a la cuádruple ganadora del Oscar por sus diseños de producción y vestuario en Moulin RougeEl gran Gatsby, vuelve a crear un mundo de ensueño, pero sin olvidar la crudeza y violencia necesaria que necesita una figura como la de Elvis.

Además de la mirada de Luhrmann y Martin, ELVIS pasará a la historia especialmente por la portentosa interpretación de Austin Butler. Meterse en los zapatos de una leyenda siempre es tarea difícil, pero hacerlo en los de una figura que ha sido (y sigue siendo) tan caricaturizable como es la de Elvis Presley y salir ileso es casi imposible. Butler no logra solo solventar la papeleta, sino que triunfa de manera clamorosa con su acercamiento al icono. A diferencia de muchos protagonistas de biopics, Butler nos muestra que estamos ante un trabajo interpretativo de altura y no una mera imitación o una colección de prótesis. Resulta un verdadero placer disfrutar de la gestualidad de Butler, sus golpes de cadera y energía en los directos, así como su evolución sobre el escenario a lo largo de los años. El orgasmo llega cada vez que abre la boca, tanto a la hora de modular su voz en los diálogos, como al comprobar el encaje de bolillos que han hecho al mezclar la voz del actor con la de la leyenda en alguna de las actuaciones (llegando a cantar Butler en solitario alguno de los grandes momentos de la película como Hound Dog o la citada Trouble). El trabajo de construcción del personaje de Elvis y su ejecución es una verdadera locura increíble y una de las razones por las que el Cine sigue siendo un Arte. El Oscar a mejor actor es suyo.

Aunque el carisma de Butler puede llegar a eclipsarlo todo, no sería justo olvidarse de la labor de otra leyenda: Tom Hanks. El oscarizado actor se mete en la piel de uno de los personajes más desagradables de su filmografía. Calando a la perfección la rastrera inteligencia del Coronel y su maestría como titiritero de seres humanos. Rozando el histrión y recreándose en una socarronería que recuerda al maestro de ceremonias que también clavó Jim Broadbent en Moulin Rouge, pero con menos escrúpulos si cabe. Él es el gran villano de la función. La personificación definitiva de la perfidia. Una presencia tóxica que todo lo ocupa y de la que resulta completamente imposible zafarse de ella. Luhrmann logra otro imposible: que lleguemos a odiar con todo nuestro alma a Tom Hanks.

ELVIS es Spectacular, Spectacular. Aunque lo haya intentado durante más de mil palabras, no existen términos exactos en lengua vernácula que puedan describir este evento cinematográfico. El público no podrá parar de aplaudir. Puede que Elvis haya abandonado el edificio, pero esta película, al igual que sus canciones, seguirán en nuestra memoria durante más de cincuenta años.

Nota: ★★★★★

Top Gun: Maverick. Rápidos y furiosos

David Lastra

Mira que ha llovido desde que aprendimos que ser el mejor de los mejores significaba cometer errores y continuar. Treinta y seis años desde que una generación entera cayese fulminada por una mirada bajo unas gafas de sol y por la que estaba llamada a ser la sonrisa más famosa del star-system hollywoodiense. Tony Scott (El ansia) logró capturar el zeitgeist de los ochenta en esa Top Gun (Ídolos del aire), una bro movie diseñada para reventar taquillas. Gracias a ella, Tom Cruise siguió cimentando su leyenda como novio oficial de Estados Unidos, comprobamos lo bien que quedaban los parches en las chupas y que no había nada mejor que una buena melodía hecha con sintetizadores. Tras tantos años separados, Tom Cruise vuelve a enfundarse la cazadora de piloto en Top Gun: Maverick, para demostrarnos, una vez más, que lo que seguimos necesitando en nuestras vidas no es otra cosa que velocidad.

El tiempo pasa por todo el mundo. Menos por Pete ‘Maverick’ Mitchell (Tom Cruise, Magnolia), que aunque ya no sea instructor dentro del programa de Top Gun, sigue siendo un alma rebelde dentro de la Armada. Ahora es la punta de lanza de un programa confidencial sobre la resistencia de materiales en vuelos de combate. Su monótona existencia de vuelos ultrasónicos se ve interrumpida abruptamente con una propuesta, o más bien mandato, para entrenar a unos nuevos Top Gun para la consecución de una misión kamikaze para salvar a la humanidad una vez más. Como buena secuela nostálgica, la personalidad de los nuevos fichajes nos remiten a algún que otro personaje de la película original. Aunque alguna que otra novedad como es la inclusión de los arquetipos de la chica dura en ‘Phoenix’ (Monica Barbaro, UnREAL) y el chico callado en ‘Bob’ (Lewis Pullman, Malos tiempos en el Royale), no podemos dejar de ver al propio ‘Maverick’ en ‘Hangman’ (Glen Powell, Scream Queens), un rebelde que todo lo que tiene de talento, lo tiene de bocazas; y, especialmente, en ‘Rooster’ (Miles Teller, Whiplash), un bala perdida con un apellido bastante conocido tanto para ‘Maverick’ como para los espectadores: Bradshaw. ‘Rooster’ es el hijo de ‘Goose’, el tristemente fallecido compañero de vuelo de ‘Maverick’ en Top Gun (Ídolos del aire).

Los conflictos de Top Gun: Maverick comienzan a acumularse. Al peligro internacional de esa nación extranjera que nunca se nombra y cuyos pilotos malignos no tienen rostro, como reza la buena tradición del cine de acción estadounidense, se une la lucha de egos entre los nuevos pilotos, las desavenencias entre la rebeldía natural de ‘Maverick’ y su responsable directo, el vicealmirante ‘Cyclone’ (Jon Hamm, Mad Men) y, el mayor de todos ellos, la confrontación tipo padre-hijo entre ‘Maverick’ y ‘Rooster’ por una traición acontecida en el pasado. Como buena secuela nostálgica, Top Gun: Maverick es una película de reencuentros, y el personaje de ‘Maverick’ es visitado por fantasmas que pueblan su pasado, presente y futuro. Gente tan importante en su carrera como ‘Iceman’, el verdadero Top Gun definitivo que encarnaba Val Kilmer en la original, y con el que comparte una emotiva escena en esta; Penny (Jennifer Connelly, Dentro del laberinto), un antiguo interés amoroso que lejos de quedarse vapuleada por las continuas idas y venidas de ‘Maverick’, se ha convertido en la reina del lugar como dueña del bar al que acuden los pilotos; y con la herida que sigue abierta por el accidente que se cobró la vida de ‘Goose’, algo latente y que sigue haciendo daño a ‘Maverick’ cada vez que trata con ‘Rooster’.

A pesar de jugar con los mismos tópicos, Top Gun: Maverick supera con creces a Top Gun (ídolos del aire) en todos los aspectos. Allá donde la original caía en el vicio ochentero de concebir una película como si de una sucesión de videoclips musicales pegados al más puro estilo Rocky IV, esta secuela presenta una historia, que lejos de ser novedosa, se encuentra perfectamente construida y que consigue algo a lo que la original ni lograba acercase: entretener al espectador. No obstante, entre los créditos del guion aparece Christopher McQuarrie, oscarizado guionista (Sospechosos habituales) y compañero de batallas de alguna de las mejores aventuras que Tom Cruise ha librado a lo largo de su filmografía, como son Al filo del mañana y las últimas entregas de Misión: Imposible.

Su reparto funciona con una precisión propia al de los pilotos profesionales. Tom Cruise vuelve a demostrar lo bien que le sientan este tipo de rebeldes; Jennifer Connelly resulta impecable como siempre, mostrándonos su lado luminoso como nunca; Miles Teller y compañía merecen los aplausos únicamente ya por haber pasado los estrictos entrenamientos que les exigía Cruise; y hasta la escena de pilotos sudados jugando en la playa sin camiseta no resulta tan ridícula como en la original y aporta algo realmente a la trama. En el único aspecto en el que no supera a Top Gun (Ídolos del aire) es en la canción original. Puede que el baladón de Lady Gaga, que también firma la banda sonora junto a Hans Zimmer (Gladiator) y Harold Faltermeyer (Superdetective en Hollywood), sea una apuesta notable y esté utilizado de manera muy inteligente a lo largo del film, pero es que Take My Breath Away de Berlin, sigue siendo una de las mejores ganadoras al Oscar a mejor canción original de la historia.

Al carisma de Cruise y al buen hacer de McQuarrie, hay que añadir a la exitosa mezcla el retorno del legendario rey de los efectos Jerry Bruckheimer (ArmageddonPiratas del Caribeen la producción y, especialmente, la incorporación del tándem formado por el director Joseph Kosinski (Spiderheady el director de fotografía Claudio Miranda (ganador del Oscar por La vida de Pi), artífices de dos de las piezas de ciencia ficción con una factura más interesante de las últimas décadas como son las infravaloradas Tron: LegacyOblivion. Esa estelar combinación de factores dota a Top Gun: Maverick del halo de leyenda y personalidad de aquellos blockbusters de primera que reinaban veranos enteros.

Pero más allá de una gran secuela nostálgica, que arregla todos los desaguisados de la original, Top Gun: Maverick supone un verdadero hito cinematográfico por ella misma. Aunque parezca humanamente imposible a estas alturas, sus escenas de acción sorprenden y provocan que las mandíbulas se desencajen. Sus vuelos resultan completamente abrumadores desde el primer momento, pero el clímax se convierte en un verdadero clímax para el espectador. Resulta una experiencia totalmente mágica e increíble volar junto a los Top Gun durante su misión. Además de resultar la antítesis de las farragosas peleas que acontecían en la original. En esta ocasión somos copilotos de excepción de un espectáculo de altos vuelos, valga la redundancia. Todo un placer incontestable hasta para los más escépticos del Cruiseverso.

Top Gun: Maverick es un sofisticado ejercicio de nostalgia que funciona hasta para los que la original no nos interesa lo más mínimo y supone el subidón de adrenalina que necesitábamos. Tom Cruise, puedes volar conmigo cuando quieras.

Nota: ★★★

Doctor Strange en el Multiverso de la locura: ¡Groovy!

David Lastra

Catorce años juntos. Nuestra relación con el Universo Cinematográfico de Marvel está siendo más duradera que muchas de esas amistades que parecía que iban a ser para siempre. Hemos tenido momentos buenos (Capitán América: el Soldado de Invierno, Thor: Ragnarok) y otros peores (El increíble HulkVengadores: La era de Ultrón), pero hemos logrado salir adelante con esfuerzo, tesón y muchas palomitas. Después de un acontecimiento generacional como fue la conclusión de la tercera fase con el enfrentamiento final de los Vengadores ante Thanos, lo nuestro no podía seguir igual. No es que fuese un ultimátum, pero es que tras más de una década de relación, ninguno de los dos somos los mismos y necesitábamos algo más.

La cuarta fase comenzó con un ajuste de cuentas tan a destiempo como disfrutable (Viuda negra) y la cosa se empezó a descontrolar con la irrupción del tan ansiado Multiverso. Una chispa que ha logrado reavivar el fuego de nuestro romance con el UCM, pero que también ha puesto en peligro al mundo tal y como lo conocemos. Y, ¿A quién podemos llamar cuando nuestro universo se va al garete? A los Eternos, obviamente. Pero como siguen estando en la cara oculta del UCM, el siguiente en la lista es Stephen Strange, ex Hechicero Supremo y supuestamente nuestro principal protector ante amenazas mágicas. Es la hora de Doctor Strange en el Multiverso de la locura, el primer acercamiento del UCM en los terrenos del terror más puro y el reencuentro marvelita de todo un icono cinematográfico casi veinte años después, Sam Raimi (Spider-Man).

Unos dicen que fue culpa de Peter Parker (Spider-Man: No Way Home), otros tantos le cargan el mochuelo a Wanda Maximoff (WandaVision), pero lo que no saben es la que han armado Sylvie y Loki con El que Permanece (Loki). Un desaguisado que ha empezado a ser cada vez más patente en nuestro día a día y que está empezando a tener graves consecuencias en nuestra querida Tierra. No vas a negar que es bastante inusual encontrarse a una suerte de asteroidea cíclope gigantesca destrozar media ciudad mientras persigue a una pobre adolescente. Menos mal que Stephen Strange (Benedict Cumberbatch, El poder del perro) estaba cerca en una boda para salvar el día y a la no tan ‘damisela en apuros’. Pero, ¿Por qué un monstruo de semejantes dimensiones estaba persiguiendo únicamente a esa chica?

La joven en cuestión responde al nombre de América Chávez (Xochitl Gomez, The Babysitters Club). Ella es la chica que saltaba a través del tiempo Multiverso y deberá ser protegida cueste lo que cueste. Puede que Strange ya haya tenido alguna que otra experiencia con adolescentes y las grietas del Multiverso (Spider-Man: No Way Home), pero este peligro es tan colosal que sobrepasa hasta su sapiencia y, aunque cuente con el apoyo de Wong (Benedict Wong, Marte), el actual Hechicero Supremo, no duda ni un segundo en buscar ayuda en una vieja conocida: Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen, Ingrid Goes West), toda una eminencia en las artes mágicas y uno de los personajes más poderosos (y queridos) del UCM. Pero Wanda no se encuentra en su mejor momento tras los funestos hechos acontecidos en Vengadores: Infinity War, como ya pudimos comprobar en WandaVision y ni ella misma sabe si podrá estar a la altura de las circunstancias…

Comenzamos con una amenaza a la antigua usanza en clave de superhéroe urbanita, con un nuevo personaje que llama bastante la atención (grande América Chávez), el encuentro con una vieja conocida… y mil y un universos que conocer. Puede que sepamos hacia dónde nos dirigimos finalmente, pero Doctor Extraño en el Multiverso de la locura no deja de sorprendernos con cada uno de los giros que pega. Lo que Sam Raimi ha hecho en esta secuela es, valga la redundancia, una verdadera locura. No solo ha humanizado al estirado de Strange, sino que ha conseguido una película tan propia como ajena a las otras veintisiete películas anteriores de la saga. Propia. al engrandecer la salud del Universo al que pertenece, ofreciéndonos una historia que en su esqueleto es puramente Marvel: la búsqueda, los ideales, la épica, el tratamiento de la pérdida y los mil y un cameos transversales de turno, tan sorprendentes y locos si cabe que los de Spider-Man: No Way Home. Pero a su vez, ajena a todo lo que hemos visto hasta ahora en el UCM, siendo un producto enteramente relacionado con la fuerte y característica marca de autor de su director.

Como ya ocurrió con el caso de Chloé Zhao (Nomadland) en la excelente Eternals, Sam Raimi impone completamente su impronta en esta Doctor Strange en el Multiverso de la locura. Desde ese comienzo tan pop y alguna que otra reacción algo teatral de los personajes que referencian a su trilogía de Spider-Man, como ese giro tan oscuro y terrorífico de la segunda mitad de la película, con unos viajes en el tiempo y unas situaciones que parecen recién sacadas directamente a las alocadas aventuras de Ash en la trilogía de Posesión infernal. Raimi logra lo que no pudo hacer con su defenestrada Spider-Man 4, conseguir una película de Marvel 100% suya y no morir en el intento. Aunque afirmar que él ha salvado el UCM pueda resultar bastante osado, lo que sí que se puede afirmar es que ha conseguido una película completamente emocionante y sorprendente. Algo que se agradece y que resulta muy loable a estas alturas, tras más de una treintena de películas y series de relación.

En el aspecto visual, Doctor Strange en el Multiverso de la locura sigue siendo una verdadera y enrevesada delicia. Si la primera entrega se centraba en una arquitectura imposible que casi ni la mente del propio M. C. Escher podría haber diseñado. Esta secuela se engrandece y enriquece aún más gracias a los diseños y los efectos visuales de las diferentes Tierras del Multiverso, destacando especialmente ese montaje-surfeo por los diversos mundos, así como las escenas que acontecen en el último tercio de la película. Consiguiendo en alguna de esas secuencias se puedan considerar desde ya como parte de los mayores momentos icónicos del UCM.

Además de menos estirado y más empático de lo habitual, encontramos a un Strange mejor interpretado que nunca. Cumberbatch aparca de una vez por todas sus bastante habituales manierismos y aporta uno de sus mejores trabajos interpretativos hasta la fecha. Por su parte, Elizabeth Olsen vuelve a repetir el recital interpretativo que ya nos regaló en WandaVision. Aunque en esta ocasión, abrazando cierta teatralidad un poco desmedida, sin tantos matices como en su serie. Una decisión que le acerca bastante al cine de Sam Raimi, donde la sobriedad interpretativa brilla por su ausencia. Aunque forme parte de la saga de Doctor Strange, el protagonismo de la película es tan de Cumberbatch como de Olsen, pero eso sí, si hay alguien que roba la función, esa es Xochitl Gomez. El estreno por todo lo alto de Gomez como America Chavez es una verdadera gozada y una buenísima noticia, porque ella está llamada a ser uno de los nombres importantes en el futuro del UCM ante el más que posible advenimiento de los Jóvenes Vengadores. Gomez clava la fuerte fragilidad de Chavez, logrando igualmente reflejar de manera fiel y bonita cierta representatividad en su personaje, tanto como mujer latina como miembro de la comunidad LGBTIQ+, tanto por ella misma (un aspecto que aparece aún más claro en los cómics y que aquí, por el momento, se reduce a un omnipresente pin con la bandera inclusiva en su chupa vaquera), como por la historia de su familia.

Sam Raimi conquista por fuerza e inteligencia el UCM con un trabajo extremadamente personal. Doctor Strange en el Multiverso de la locura es una película de Marvel perfectamente actual pero que no desentona en ningún momento en la filmografía del director de de Darkman Arrástrame al infierno. Todo un verdadero triunfo. Como diría el mismísimo Ash: ¡Groovy!

Nota: ★★★

Dónde está Anne Frank: La amiga estupenda

David Lastra

Audrey Hepburn coronando la pared del restaurante de tapas de turno. Snoopy junto a un cocodrilo en una camiseta de algodón ecológico. La plana mayor de Hollywood cantando Imagine de John Lennon para salvarnos de una pandemia. Frida Kahlo estampada en tote bags, tazas y camisetas. Pies para qué los quiero… pues para huir de semejantes despropósitos. La tergiversación de los mitos y sus obras viene dada por el paso del tiempo y la propia mercantilización capitalista que lo devora todo. De ahí que hayamos visto cómo la obra y el discurso de muchos de esos personajes se haya visto reducido a la más mínima expresión.

Una simplificación en forma de ‘frase de camiseta’ que obvia gran parte de la naturaleza de su intríngulis, así como el propio contexto de los pensadores (aunque en alguna que otra ocasión, esa omisión beneficia bastante al propio mensaje, como son los casos de Gandhi o el citado Lennon). Aunque en alguna que otra ocasión resulte recalcitrante y pueda sacarnos de quicio esa supuesta falta de profundidad, no podemos negar el poderoso impacto que esos mensajes concisos tienen sobre el gran público. El cineasta Ari Folman (Vals con Bashir) se acerca a uno de esos grandes iconos tan idolatrados como manoseados: Anne Frank; en su última película de animación, Dónde está Anne Frank.

La publicación de su diario privado convirtió a Anne Frank en un símbolo de esperanza y paciencia. Una joven como bandera del optimismo y la fortaleza ante tiempos oscuros. Tanto que medio Ámsterdam tiene su nombre. Un puente, un teatro, un hospital, el edificio donde se ocultó de los nazis… Todo es Anne Frank. Pero, ¿dónde está realmente Anne Frank?

Una fría mañana, Kitty, la pelirroja amiga imaginaria con la Anne habla en su diario, rompe la barrera de la ficción y se cuela en nuestro mundo. Descolocada ante esta nueva realidad, Kitty comienza a buscar a su amiga por los pasillos de su casa. Llega a la habitación donde compartieron confidencias hace años, pero Anne tampoco está ahí. Tendida en esa cama, verá cómo cienes y cienes de personas, anónimas y famosas, cruzan el umbral de la habitación buscando a Anne en cada rincón. Pero ninguna de ellas con tanta necesidad de encontrarla como Kitty. En mitad de esta desesperada búsqueda, Kitty se topa con Peter, un raterillo que le descubrirá que hay cosas que por muchas décadas que pasen, nunca terminarán de cambiar.

Después de realizar un arriesgado ejercicio de autoficción sobre la pérdida de memoria sobre su propia participación como soldado en la guerra del Líbano en Vals con Bashir y de diseccionar los límites de la vejez y el paso del tiempo en El congreso, Ari Folman vuelve a adentrarse en la figura de Anne Frank, a la que ya se acercó en dos ocasiones a través de sendas novelas gráficas: El diario de Anne Frank Dónde está Anne Frank, sirviendo esta última como base para esta película.

Lejos de ser un biopic al uso, Folman prefiere centrarse en la mirada de Kitty para descubrirnos a la verdadera Anne, no a la Anne Frank del mito. La adolescente que existe detrás de esa sonrisa que siempre aparece en los pocos retratos que conocemos de ella. Experimentamos el abrupto final de sus primeros amoríos tras las primeras acusaciones antisemitas por parte del régimen nazi, las continuas broncas con su madre y la desesperanza que siente casi todos los días en su encierro. Un retrato de una mujer completamente quemada.

Pero más allá de contentarnos dónde estaba y está físicamente Anne Frank, Folman se preocupa más en espetarnos directamente a nosotros, los espectadores, la pregunta marras. ¿Dónde está Anne Frank cuando los refugiados siguen siendo perseguidos y no logran encontrar un lugar de asilo en el que reconstruir sus vidas?, ¿Dónde está Anne Frank cuando las desigualdades sociales siguen estando presentes en nuestras calles?, ¿Dónde está Anne Frank cuando los chavales no pueden ser chavales? Hoy en día Anne Frank es una niña siria que huye de su país por la guerra. Anne Frank es un miembro de la comunidad LGTBQi+ que teme ser repatriado a su país de origen donde corre peligro de muerte. Anne Frank es todas y cada una de las personas que vemos dormir en las calles.

Dónde está Anne Frank es un valiente manifiesto en el que expone la doble moral de los países del Primer Mundo ante la crisis de refugiados de las últimas décadas. Esos grandes adalides de las libertades que son capaces de entronizar iconos como Anne Frank, dedicándoles grandes homenajes y demás parafernalias pero que no siguen, ni fomentan realmente ninguna de sus enseñanzas. Esa potente acusación, unida a la lúcida capacidad poética de Folman a la hora de contar historias, compensa algún que otro episodio un poco disperso y repetitivo del film.

Nota: ★★★½

X: El genial polvazo slasher de Ti West

David Lastra

Sangre, sudor y semen (y la sustancia expulsada en la eyaculación femenina). Sustancias pringosas que abandonan el interior de nuestros cuerpos para adherirse a otros ajenos, cuando no al de uno mismo, como resultado de una explosión energética. Pringue que usamos, cual dioses todopoderosos, para humedecer la arcilla con la que moldeamos todas y cada una de nuestras carnales creaciones. Y, como el arte imita a la vida, nombres como David Cronenberg (Crash), Julia Ducournau (Titane) o Gaspar Noé (Enter the Void), han utilizado de manera obsequiosa ese mejunje, convirtiéndolo en el verdadero epicentro de su terrorífica obra fílmica. El último en apuntarse a esta peculiar clase de alfarería ha sido Ti West (La casa del diablo) con X, la nueva sensación espeluznante de la factoría A24 (MidsommarLa bruja).

Maxine Minx (Mia Goth, Suspiria) es un puto icono sexual. Ella marca sus reglas y no se doblega por nada, ni por nadie. Ahora mismo es uno de los rostros (y los cuerpos) más conocidos en el circuito pornográfico del cinturón de la Biblia en Estados Unidos y su fama puede verse catapultada gracias a su entrada en el incipiente mercado de las cintas de vídeo porno a finales de los años setenta. Las hijas del granjero está llamado a ser su primer gran hit a escala nacional o, quién sabe, mundial. Ella es muy suya, ella se transforma. Maxine es toda una motomami.

X nos cuenta el rodaje de esa película porno en mitad de esa América Profunda, tan reprimida como salidorra. Estados gobernados por fundamentalistas cristianos, en los que la voz de los telepredicadores va a misa. La tierra de los mil y un clubs de carretera, la de las familias endogámicas y en la que los caimanes rampan a sus anchas. En medio de ese marasmo de apariencias y falsedad religiosa, el equipo de rodaje llega a una granja perdida en mitad de la nada con las ansias de crear la mejor película pornográfica de la historia y reventar el mercado. Delante de las cámaras tenemos a Jackson Hole, un veterano de Vietnam al que podríamos referirnos de forma metonímica por su miembro (Scott Mescudi, el rapero Kid Cudi al que también hemos podido ver últimamente en las series We Are Who We Are Westworld) y a Bobby-Lynne (Brittany Snow, Pitch Perfect), toda una bombshell a lo Marilyn de manual; detrás, a RJ (Owen Campbell, La (des) educación de Cameron Post), un hijo directo de la Nouvelle vague, Lorraine (Jenna Ortega, Scream), encargada del sonido y novia de RJ, y Wayne Gilroy (Martin Henderson, Anatomía de Grey), productor ejecutivo y toda una leyenda dentro de este mundillo. Pero ninguno de ellos brilla tanto como Maxine. Ella tiene ese nosequé. Eso que alguno llama el factor X. Ese brillo inherente no pasa desapercibido para Howard y Pearl, (él, Stephen Ure, rostro maquillado habitual al que hemos podido no distinguir como alguno de los orcos que habitan la Tierra Media; y ella, todo un misterio), los ancianos propietarios de la granja donde se alojan. Una decrépita pareja que comenzará a sentir algo más que curiosidad por lo que hacen sus inquilinos en la cabaña de al lado.

Ti West llegó a nuestras vidas con La casa del diablo, una aventura diabólica que sobre el papel podría no tener mucho interés, pero que gracias a su forma de narrar y rodar se ha convertido en una de las propuestas dentro del terror más interesantes de los últimos años. Si en esa película homenajeaba el terror psicológico más clásico y satánico, en esta X hace lo propio con los grandes slashers setenteros, especialmente, tanto por localización como por ambientación y la naturaleza de los personajes, a esa pesadilla llamada La matanza de Texas. Como en la obra de Tom Hooper, West no tiene ninguna prisa por llegar al gore, pero cuando lo hace, tampoco se corta lo más mínimo. X se sabe todas las reglas del slasher y las cumple a la perfección. Recordándonos que aquí no hemos venido por las sorpresas, sino por los sustos y el despiporre sangriento. Pero tampoco nos equivoquemos, esto no es un remake encubierto, sino un inteligentísimo ejercicio cinematográfico propio que resulta una carta de amor al género. tiene la personalidad suficiente como para ser el slasher más interesante y excitante de la década, no solo por su perversa historia o su encomiable reparto, sino también gracias a su brillantísimo montaje y diseño de sonido, así como por la ululante presencia constante de la voz de Chelsea Wolfe.

Pero no solo de sangre vive el ser humano, también tiene bastante de los otros dos fluidos que hemos citado al comienzo de la crítica. La primera parte de la cinta es un divertidísimo y necesario manifiesto a favor del sexo libre y el amor puro por parte del equipo de rodaje, como respuesta ante el puritanismo enquistado en la sociedad estadounidense. Una situación que todavía llegaría a ponerse bastante a peor en los años posteriores por culpa del discurso de odio perpetrado por Ronald Reagan. Igualmente interesante resulta el retrato del deseo sexual en la tercera edad, personificado (de manera no muy idílica, todo hay que decirlo) en la figura de Pearl. Un tema que suele resultar tabú tanto en la gran pantalla como en la vida real. Dos discursos parejos y necesarios, que encuentran su cénit en un precioso montaje musical en pantalla partida, con una de las mejores utilizaciones de la canción Landslide de Fleetwood Mac que se han realizado hasta la fecha.

Ti West sabe que en todo buen polvo, un buen orgasmo debe ir acompañado con más de una risa… y eso es lo que nos da con X. El humor es una pieza clave en su cine, como ya pudimos ver en la irregular Los huéspedes, y aquí vuelve a hacer acto de presencia, de manera más acertada. En esta ocasión, West vuelve a hacernos reír con los personajes, no de ellos. Entendemos sus motivaciones, les insuflamos ánimos para triunfar en el porno y, en cierta manera, tenemos cierta envidia por no formar parte de su bonita pandilla. De ahí que cada corte o herida nos duele (con algunos más que otros, todo hay que decirlo), algo que no suele ser muy común en los slashers, donde siempre queremos más y más muertos.

El reparto de X triunfa a la hora de lograr ese tono socarrón que suele acompañar a las cuando las cosas se ponen duras y de hacérnoslo pasar mal cuando las cosas se tuercen de mala manera. Mia Goth reina sobre todos ellos con su excesiva Maxine, una suerte de ángel-puta a lo Laura Palmer, pero a diferencia de la mártir de David Lynch, sin ningún tipo de maldad conocida. Goth vuelve a confirmar su buen hacer en este tipo de personajes extremos y su buen gusto a la hora de elegir sus colaboradores (Claire Denis, Luca Guadagnino, Lars Von Trier…). Brillan especialmente también Jenna Ortega, confirmándose como una notable scream queen, y Brittany Snow, la verdadera robaescenas del film.

Sin prisa, sutil, divertido y ácido en los prolegómenos. Bestia, violento y bastante gore cuando entra en materia. Menudo polvazo que nos ha pegado Ti West en esta X. Deseando repetir.

Nota: ★★★★½

Alcarràs: El sabor de los melocotones

David Lastra

El melocotón aporta calcio, potasio, fósforo, hierro, manganeso, flavonoides y es fuente de vitaminas A, B1, B2 y C. A su vez protege la salud cardíaca, combate la retención de líquidos, es bueno para la piel y es un laxante natural. Ahora dime tú, ¿qué aporta más: un melocotón o un panel solar de esos? Bueno, un panel solar ayuda al desarrollo sostenible del planeta al ser una fuente de energía infinitamente renovable, además requieren poco mantenimiento y no contaminan ni una miaja. Las dos caras de esta trifulca entre tradición y progreso se encuentran en Alcarràs, la nueva película de Carla Simón (Estiu 1993), ganadora de un histórico Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de Berlín.

Los Solé llevan toda la vida explotando las hectáreas colindantes a la casa del cabeza de familia con el cultivo del melocotón. Aunque casi todo el trabajo lo hacen los jornaleros que recogen cada día en la plaza, toda la familia hecha una mano de manera más o menos simbólica a la hora de recoger la cosecha. Además, los hombres se ocupan de la logística y transporte del género hasta la lonja donde venden el género al por mayor. A los rifirrafes habituales que suelen tener con los intermediarios para paliar los costes de producción y no caer en un precio de venta irrisorio, los Solé tendrán que enfrenarse ahora al mayor desafío de sus vidas: los Pinyol, familia de señoritos del pueblo a los que servían, quieren recuperar sus tierras, aquellas que les cedieron hace años para que las cultivasen como agradecimiento a la ayuda que estos les sirvieron durante los años de la Guerra Civil. Los planes de los Pinyol conllevan la deforestación completa del melocotonar de los Solé y apuntarse a la nueva moda de la región: la instalación posterior de kilómetros y kilómetros de paneles solares en la totalidad del terreno. Respetando la casa del abuelo de los Solé, claro está. ¿Podrán los Solé salvar sus melocotoneros y no morir en el intento? ¿Lograrán conservar su identidad como familia?

Cualquier otro cineasta podría haber convertido la lucha de los Solé y los Pinyol en una épica lucha de sentimientos entre clases, repleto de momentos sentimentaloides, alguna que otra mirada directa a cámara y música extradiegética a todo trapo por si acaso teníamos alguna que otra duda de en qué momento llorar. Lejos de caer en esas trampas bastante habituales en el cine social más burdo, Carla Simón se acerca al conflicto con una delicadeza y una imparcialidad cuasi documentalista. Ella expone y no toma partido claro entre ambas. En todo momento entendemos la frustración de los Solé, incluso les ayudaríamos a dejar unos conejos muertos en la puerta del chalé de los Pinyol, pero también somos capaces de ver el problema más grande ante el que nos enfrentamos hoy en día como seres humanos: la implantación de esos dichosos paneles solares resultaría una aportación mucho más útil a la hora de ser más responsables con el planeta para no terminar muriendo achicharrados o sepultados por las facturas de la electricidad. Además de ser una solución mucho más limpia, económica y cómoda a largo plazo trabajar en el mantenimiento de los paneles, que deslomándose temporada a temporada en el campo.

Al igual que consiguió con Estiu 1993, Simón logra transportarnos poco a poco de lleno en mitad de una historia mínima que poco importa si es un ejercicio de autoficción o no, porque ella logra que sea tan nuestra como suya. Desde la primera escena ya queremos saber más de los pequeños Solé y viajes imaginarios en coche abandonado, de los adolescentes y sus verbenas en la plaza del pueblo, del abuelo y sus recuerdos de vidas anteriores, de los dramas, envidias y amoríos de los hermanas, hermanos y sus respectivas parejas, tanto presentes como ausentes.

Cada minuto que pasa entendemos más todas y cada una de las diferentes posturas de los miembros de la familia ante la melancólica situación en la que se encuentran. Tanto la de los llamados traidores que abrazan la posibilidad de un trabajo gestionando los paneles solares como la única solución posible, como la de los fieles que no dejarán de luchar hasta que el último melocotonero siga teniendo sus raíces bajo tierra, pero también la de los pasotas. La de aquellos que no ven un futuro en ese pueblo. Ni en su tierra, ni en su cielo. La de los que quieren huir de allí y todavía no lo saben.

Pero si la forma de narrar de Simón nos parece excelente, las alarmas se disparan cuando comprobamos en los títulos de crédito que no solo ninguno de los miembros del reparto comparte nombre con su personaje, sino que ninguno de ellos comparte apellidos entre sí. Acepto que la familia Solé no exista, pero no que ellos y ellas no sean una familia real. El trabajo de dirección de actores de Simón, así como la elección de los mismos, es un trabajo casi mágico. Pero no una magia irreal, sino una acción trabajada a destajo, con mucho tesón y cariño.

Cada personaje está milimétricamente estudiado y, a su vez, nada encorsetado en una interpretación guionizada. Simplificar este triunfo como un acto influido por el cine de Robert Bresson, de Abbas Kiarostami o de algún que otro ejercicio fílmico propio del neorrealismo italiano el trabajo de Simón con los actores no profesionales que conforman Alcarràs no sería justo, porque nos quedaríamos bastante cortos. Su labor en esta película merece un apelativo propio para ella misma y un reconocimiento aún más grande que el Oso de Oro si cabe.

Alcarràs es una preciosa y amarga oda a nuestras familias. Vengan o no del campo. Otra historia mínima de Carla Simón que ocupará un lugar máximo en nuestros corazones durante mucho tiempo.

Nota: ★★★★½

Veneciafrenia: ¿Quién puede matar a un turista?

David Lastra

¡Están jodiendo el barrio! La dichosa gentrificación de las pelotas está acabando con todas las señas de identidad de nuestra ciudad. En nada va a ser completamente imposible tomarse un café o encontrar un puñetero tomate a un precio módico. Al final tendremos que mudarnos a una de esas ciudades dormitorio si el precio del alquiler sigue subiendo al ritmo que vamos. ¿Los culpables? Los malditos turistas. Con sus ridículas vestimentas, sus malas maneras y sus billes. Ese sucio dinero que salva gran parte de la economía de un país de servicios como es el nuestro. Es lo que tiene haberse convertido en la mayor barra de bar de Europa. Álex de la Iglesia (La comunidad) nos propone una solución a esa relación amor-odio con el turismo masivo: matarlos a todos. Que no quede ninguno. Bienvenidos, pasajeros con destino a Veneciafrenia. Lo sentimos, pero después de este viaje, no querrán pisar la célebre ciudad italiana. Realmente, no nos extrañaría para nada que no quisiesen volver a salir de su maldita ciudad en sus puñeteras vidas.

Nuestra aventura comienza como toda buena película de miedo, con una aparente buena idea. Un grupo de colegas decide visitar una ciudad de ensueño para pasárselo fetén durante un par de días. Lo que en un principio iba a ser un viaje de parejitas, se  ha convertido en una suerte de despedida de soltera de Isa (Ingrid García-Jonsson, Hermosa juventud). A la cita no ha faltado su mejor amiga, Susana (Silvia Alonso, Hacerse mayor y otros problemas), Arantza (Goize Blanco, Los favoritos de Midas) y su novio Javi (Nicolás Illoro, El Cid), hasta el pesado de su hermano José (Alberto Bang, 30 monedas) se ha apuntado a última hora. Vamos, los de siempre y el acoplado de turno. Como se dice también en las pelis de miedo, este será un viaje que nunca podrán olvidar.

Después de Madrid y Cartagena, Álex de la Iglesia se atreve ahora con la bellísima Venecia. Una de las ciudades más maltratadas a nivel mundial por ese turismo abusivo. Más de veinticinco millones de personas que llegan en esos monstruosos barcos de crucero. Hordas de muertos vivientes que la visitan, fotografían y guarrean más o menos sin querer. Una situación insostenible que ha enriquecido y empobrecido por partes iguales a la ciudad. Creyéndose ajenos a ese problema, nuestros turistas españoles son recibidos por las dos caras de esa Venecia: tanto por el currito con buena cara al que los cienes de viajes diarios que hace con su taxi acuático le dan de comer (Enrico Lo Verso, Alatriste), como la de un histriónico arlequín que cree el mítico bufón Rigoletto de la ópera de Verdi (Cosimo Fusco, el que fuera Paolo en Friends y a quien De la Iglesia ya recuperó en la primera temporada de 30 monedas). Aunque este primer avistamiento del peligro les meta el miedo en el cuerpo, no es nada tan problemático que no pueda solucionarse con una buena ronda de chupitos, una cena y un pedazo de rave disfrazados como si fuesen los peleles de Rondó Veneziano. El problema vendrá la mañana siguiente, cuando comprueben que su noche en plan destroyer no solo les ha dejado a cambio una severa resaca, sino que Venecia se ha cobrado ya su primera víctima.

En Veneciafrenia, De la Iglesia vuelve a hacer gala de su maestría a la hora de rodar terror. En esta ocasión, aceptando las sagradas leyes del slasher a rajatabla. Tenemos jóvenes acuchillados, asesinos casi sobrenaturales, alguna que otra mala decisión que acaba peor, unos investigadores que siempre van un par de pasos atrás y alguna que otra doble cara. Veneciafrenia es una delicatessen para todo amante el género. Gracias a su ritmazo, sus agobiantes atmósferas (la otra cara de esos callejones nocturnos que tanto nos han enamorado en otras ocasiones ahora se convierten en espantosos laberintos gracias en parte a la excelente partitura de Roque Baños que acompaña las persecuciones) y cierto arrojo a la hora de darnos todo lo que esperamos de una historia de este tipo, pero sabiendo sorprendernos igualmente con alguna de sus resoluciones.

Un interesante juego entre asesino, turistas y espectador, en el que nosotros tenemos un poquito más de información que los personajes atacados, un guiño a uno de los grandes géneros italianos por excelencia: el giallo. Fenómeno cinematográfico que reinó durante las décadas de los sesenta y los setenta, gracias a las obras de Dario Argento (Rojo oscuro) o Mario Bava (La muchacha que sabía demasiado) y que, de vez en cuando, resucita con honrosos experimentos como son AmerEl extraño color de las lágrimas de tu cuerpo de Hélène Cattet y Bruno Forzani, y la alocada Call TV de Norberto Ramos del Val. Por su parte, De la Iglesia decide beber de esa crueldad morbosa tan característica del giallo, torturando a sus protagonistas hasta el extremo con estiletes infinitos, algún que otro giro absurdo sacado de la manga que solo aceptamos en este tipo de películas y cuidando la sospechosa figura del comisario (Armando de Razza, el mismísimo profesor Cavan de El día de la bestia), arquetipo fundamental en este género.

Durante nuestra estancia en Venecia, De la Iglesia juguetea con nosotros a lo largo de la investigación de los crímenes como todo giallo, pero nos atiza hostias a diestro y siniestro como un buen slasher. Bueno a nosotros literalmente no, pero no hay ningún miembro de la pandilla que se libre de sufrir la vendetta veneciana. Esa es otra de las bondades de Veneciafrenia, todo el mundo corre peligro, nadie está a salvo. Un carrusel de torturas repleto de referencias a los clásicos y en el que De la Iglesia se muestra algo más cauto de lo normal, aparcando alguna de sus soluciones habituales en su cine cuando la tensión y los acontecimientos van escalando. Ese amor por los referentes y ese desenfreno supuestamente más calmado, benefician notablemente el desarrollo de esta locura con frenos que es Veneciafrenia.

Las interpretaciones del grupo de amigas brilla a la hora de reflejar ese absurdo en el que se han visto metidas. Ingrid García-Jonsson clava el desquicio creciente a medida que va avanzando la trama. Ella no tiene madera de final girl, pero pone todo de su parte, aunque muera en el intento… o no. Pero si alguien roba la función, además de un exageradísimo Cosimo Fusco como el bufón, esa es Silvia Alonso. No es de extrañar que si ella era capaz de brillar en ese pestiño llamado Hacerse mayor y otros problemas, cuando cuenta con un buen personaje, se crezca de lo lindo. Ella es el personaje con el que siempre empatizamos en los slashers y con el que siempre querríamos hacer equipo si nos encontrásemos en una situación extrema como esta. Ella tiene cabeza, humor y sangre fría. Los elementos indispensables para salir viva de las islitas que conforman Venecia… o no.

¿Quién se iba a imaginar que un simple finde largo en Venecia iba a terminar peor que las vacaciones de Evelyn y Tom en Almanzora? Menudo viaje que nos has dado, Álex. Pensaba que éramos amigos.

Nota: ★★★★

Arthur Rambo: Viaje al fin de la noche de Karim D.

David Lastra

Nada más despertarse, antes de salir de la cama siquiera, Arthur Rambo eligió violencia. Poco después, sentado en el váter, la inspiración volvió a él y el lenguaje de la verdad se deslizó por sus dedos a la vez que una parte de su ser desaparecía por la cañería. A Arthur Rambo le da lo mismo 160 que 280 caracteres, su sapiencia no conoce límites. Independientemente de la mayor o menor viralidad de los mismos, sus tweets son certeros dardos de realidad que iluminan nuestras nubladas existencias… o por lo menos eso es lo que piensa él. Aunque su apodo pueda remitir a la traducción fonética del genio francés Arthur Rimbaud, su pluma y su humor son más burdos que las maneras del veterano de Vietnam con el que comparte apellido. Laurent Cantet (La clase), uno de los mejores cronistas de la Francia del siglo XXI, se adentra en los tumultuosos mundos de las redes sociales y la cultura de cancelación en Arthur Rambo.

Karim D. (Rabah Nait Oufella, Crudo) es un blogger de marcado carácter político y social que acaba de publicar su primer libro. ‘Desembarco’ es una autoficción desgarradora que relata las ideas y venidas de su madre como inmigrante argelina en Francia. La crítica especializada se ha rendido a sus pies, alabando de manera unánime su retrato sobre el racismo y el conservadurismo imperante en la sociedad. La segunda edición está ya casi en imprenta y los rumores de una posible adaptación cinematográfica son cada vez más fuertes. De la noche a la mañana, Karim D. se ha convertido en el autor de moda. Todo un icono para las segundas y terceras generaciones que pueblan los suburbios de las grandes ciudades francesas y que ven reflejado en él otro futuro posible. Pero nadie podría imaginar que este rey puesto iba a convertirse en rey muerto con la misma fugacidad que había ascendido a su trono. Karim D. tiene un gran secreto. Ese gran secreto tiene nombres y apellidos: Arthur Rambo. Bajo ese seudónimo, se dedicaba a soltar metaesputos de no más de trescientos caracteres sobre antisemitismo, lgtbifobia, serofobia, islamofobia, apología del terrorismo… Todo un grandes éxitos de los círculos del infierno en que puede llegar a convertirse una red social tan directa como es Twitter. Obviamente, todo ese perfil xenófobo contrasta radicalmente con el compromiso social del joven hasta la fecha. Por lo que no dejan de asaltarnos preguntas ante semejante desaguisado. ¿Estamos ante la enésima campaña de fake news orquestada por la extrema derecha para desgastar la credibilidad de un joven activista o es que existe una explicación lógica ante todo este circo?

Laurent Cantet sigue ahondando en su poliédrico retrato de la juventud francesa como ya hiciera en su generacional La clase, con la que consiguió la Palma de Oro en Cannes, o su más reciente El taller de escritura. En esta ocasión, se centra en la actitud de los jóvenes ante las redes sociales. Tanto en su uso empoderador en la lucha de clases ante la desigualdad, como en la creación y destrucción en serie de ídolos. Una herramienta creada a priori para acercarnos más pero que, en muchas ocasiones, no sirve sino para crear un ambiente completamente polarizado. Para Karim su personalidad tuitera no es otra cosa que un doble maligno, una válvula de escape con la que soltar todo el odio y los malos pensamientos que se pasan por su mente. El problema comienza cuando descubre que no todos conocemos ese contexto en sus creaciones. Puede que su círculo más cercano pueda llegar a entender toda esa ironía y humor, pero los menos allegados y/o no acostumbrados a ese hoyo de podredumbre que suele resultar Twitter, no lo reciben tan bien.

Es en ese momento cuando Arthur Rambo se convierte en una verdadera película de terror para todo aquel que haya emitido a la ligera su opinión más o menos fundada sobre algún tema peliagudo en redes sociales. Tanto que se podría llegar a promocionar de manera comercial y amarillista bajo el tag line de ‘no volverás a tuitear igual después de ver esta película’. No obstante, no podemos olvidar que el libreto firmado por Samuel Doux y Fanny Burdino, tándem detrás del guion de El creyente, y del propio Cantet, se basa libremente en el caso real del escritor y blogger Mehdi Meklat, que a primeros en 2017 vio cómo su popularidad se vio dinamitada al salir a la luz una serie de nefastos tweets firmados por él bajo el seudónimo de Marcelin Deschamps que alimentaban el ya sobrealimentado discurso de odio.

Ante semejante conflicto, Cantet opta por colocarnos en mitad del meollo. A él no le interesa ser el dedo acusador, esa labor nos la deja a nosotros, los espectadores. Y lo que nos gusta. ¿Qué pesa más: la aportación de Karim D. como adalid de la justicia social desde su canal de vídeo, su libro y sus apariciones en televisión o una desbarrada vomitiva for the lols en una red social? ¿Debemos diferenciar al autor de la obra?, ¿al autor de sus tweets? ¡¿Al autor del propio autor?! El director de Recursos humanos nos deja en mitad de todo de manera muy inteligente, privándonos de la esas verdades absolutas tan necesarias y cinematográficas para poder llegar a una solución satisfactoria. Poco a poco vamos viendo cómo esta crisis poco tiene que ver con la tan enarbolada y tergiversada libertad de expresión (resulta genial la reacción ante la única mención que hay en el metraje ante esa argumentación), sino más bien ante los límites del humor, la ironía, la reacción ante los golpes del racismo (¿es lícito combatir el racismo con el racismo?) y, especialmente, ante los ejercicios de superioridad moral en la que se creen en posesión todas y cada una de las partes del conflicto.

Cantet nos empuja ante un marronazo repleto de claroscuros. Una situación sin salida, tremendamente frustrante para nuestras mentes predispuestas a la resolución por A por B de todo problema, pero todo un triunfo para lo que persigue realmente él como creador: provocarnos una reflexión y cierto aprendizaje sobre nuestra forma de expresarnos y de acometer juicios de valor tan a la ligera. Algo que aprende tanto el protagonista de la película, como nosotros mismos. Enfrentándonos simultáneamente a nuestros demonios canceladores de fariseos, a nuestra empatía, tanto ante el ser humano que yerra como ante esa reacción cercana a la ambigüedad que tenemos cuando un intelectual o artista con el que simpatizamos patina de manera estrepitosa ante semejantes temas.

Para dar vida al polémico Karim D., Cantet se reencuentra con Rabah Nait Oufella, uno de sus antiguos alumnos de La clase y que desde entonces ha trabajado con alguno de los grandes nombres del cine francés como Céline Sciamma (Girlhood) o Julia Ducournau (Crudo). Rabah realiza una interpretación inmensa, logrando transmitirnos a la perfección esa odisea desde el subidón del éxito editorial al desasosiego ante de la incomprensión del gran público ante sus machadas, brillando especialmente en las escenas junto a su hermano (Bilel Chegrani, Guapis), en las que descubre el verdadero poder de sus palabras y las repercusiones que tienen las mismas sobre aquellos que le ven como un verdadero héroe.

La pesadilla de Arthur Rambo es otro acertadísimo ejercicio de reflexión de la factoría Cantet y una de las experiencias más agobiantes, enriquecedoras y lúcidas que se han podido experimentar en los últimos años en una sala de cine.

Nota: ★★★★★

El hombre del norte: Una leyenda de la tierra de hielo y fuego

David Lastra

Él vino en un barco, de nombre extranjero. Hace muchas lunas que ya nadie le llama por su nombre. Ya sea por desconocimiento del mismo o porque poco queda ya del niño que vio cómo su tío asesinaba a su padre y se casaba con su madre… Un momento, todo esto me suena de algo. ¿Acaso no se asemeja bastante a un capítulo de Los Simpson, bueno, y a la historia de cierto pusilánime príncipe danés en la que muere hasta el apuntador? Después de La brujaEl faro, Robert Eggers vuelve con nuevo material para alimentar nuestras pesadillasEl hombre del norte (The Northman), adaptación libre de la leyenda medieval escandinava que inspiró a William Shakespeare para escribir su igualmente legendario Hamlet.

Desde el asesinato de su padre en manos de su tío, la existencia de Amleth (Alexander Skarsgård, Melancolía) se ha movido únicamente por el odio. Un sentimiento que se ha ido curtiendo con el paso de los años y ha traducido en una respuesta violencia extrema. Una cualidad que le ha resultado bastante útil para posicionarse como uno de los berserkers más poderosos de su banda de vikingos. Aunque haya logrado canalizar gran parte de esa ira gracias a la espiral desenfrenada de pillajes, incendios y asesinatos de familias enteras, su sed de venganza particular vuelve con más fuerza que nunca tras un encuentro con una bruja/vidente (Björk, Bailar en la oscuridad) que le recordará la única razón de su existencia: vengar a su padre, salvar a su madre y acabar con su tío.

Esas  ansias de sangre le harán cruzar los mares hasta esa mágica tierra de hielo y fuego llamada Islandia, donde su tío Fjölnir (Claes Bang, The Square) y su madre Gudrun (Nicole Kidman, Being the Ricardos), gobiernan el último reducto del que fuera el reino de Aurvandill (Ethan Hawke, Antes del anochecer), el legendario Rey Cuervo. En medio de esas conjuras de palacio campo, el príncipe destronado conocerá el amor de la mano de Olga (Anya Taylor-Joy, La bruja), una esclava eslava con fama de hechicera que pondrá todo de su parte para que la conspiración contra el monarca llegue a buen puerto.

Después de contarnos una leyenda de Nueva Inglaterra (La bruja) y la historia de amor más grande jamás contada (El faro), Robert Eggers se atreve a desempolvar el cine de cine de vikingos, pero no así sus tópicos más rancios. En El hombre del norte no hay espacio para cascos con cuernos, los vikingos de Eggers van semidesnudos, untados en barro y pintura y son aún más brutos y místicos si cabe que los de Valhalla Rising, de Nicolas Winding Refn. Los de Eggers son unos seres animalísticos que aúllan y cargan contra todo aquello que se ponga a su paso. Niños, mujeres, hombres. Todo es arrollado y descuartizado por ellos. Pero los considerados nobles o más privilegiados, tampoco se quedan atrás. Estos privilegiados tienen casi menos escrúpulos a la hora de comportarse con sus propios fieles o peor aún con sus más cercanos familiares.

Ningún personaje que habita este inhóspito universo se podría considerar loable desde una óptica de hoy en día. Eggers no pretende convertir a Amleth en un héroe canónico, porque el personaje no merece una simplificación tan absurda. Él no es un salvador, sino más bien un lobo solitario en plena misión kamikaze. Todo acto de glamourización o canonización de Amleth sería un verdadero insulto y un cierto  menosprecio a nosotros como público. Únicamente llegamos a encontrar algún que otro atisbo de humanidad en sus acercamientos con Olga, aunque tampoco nos dejemos llevar por los enamorados, porque la mayor parte de sus conversaciones se resuman en cómo asesinar al regente y a sus allegados.

Más que los hombres o las deidades, sobre El hombre del norte reina el más puro nihilismo. Nada en sus existencias tiene sentido, o termina por perderlo a golpe de espada en un segundo. Nada, ni nadie sirve a razones. Todo se reduce a la más inmensa de las nadas. Una ignominiosa sensación que enferma a todos y cada uno de los personajes de la película y termina por contagiarnos a nosotros como espectadores. Un desasosiego que lejos de dejarnos completamente abotargados, hace que comprendamos, y puede que hasta justifiquemos, este régimen de violencia que mueve los engranajes de este mundo. Ese vacío moral, unido a esa ultraviolencia sinigual, logra que nos hundamos casi en un trance psicótico semejante al que sentían los propios berserkers cuando se lanzaban al ataque. Un curioso estado de tensión y sobrexcitación que no nos llega a abandonar del todo cuando se encienden las luces del cine. Una sensación semejante a la que sentimos en su día con los dos anteriores largometrajes de Eggers. Tanto los conjuros y bailes de Thomasin, Black Phillip y sus pequeños acólitos en La Bruja, así como las flatulencias y los orgasmos de los Thomas de El faro han calado no solo en nuestra mirada fílmica, sino en lo más hondo de nuestra psique, así que no deberíamos extrañarnos si los aullidos de Amleth o las erres arrastradas de Björk nos quiten el sueño días o meses después de su visionado.

La naturaleza de Amleth poco o nada tiene que ver con su bisnieto shakesperiano. Ante el famoso ser o no ser de turno, por la cabeza del desterrado de El hombre del norte no pasa en ningún momento el montar una obra de teatro a lo Lexi Howard de Euphoria para exponer todos los secretos de su tío, sino que prefiere no dejar pollo sin cabeza de manera literal y liarse a espadazos con todo el que se ponga por delante. Alexander Skarsgård explora sus raíces nórdicas con ese Amleth y vuelve a acertar de pleno entregándonos otra bestia parda para su filmografía, como en su día hiciese con el carismático Erik de True Blood o el deleznable Perry de Big Little Lies. Otro monstruo para la familia Skarsgård. Junto a él encontramos a una notable Anya Taylor-Joy, reencontrándose con Eggers, curiosamente en un papel que guarda alguna que otra similitud con el rol que la convirtió en una estrella y obsesión para una generación como fue el protagónico de La bruja. Contra él, un muy teatral Claes Bang dando vida al que debería ser (y es) el villano del film, y una inmensa Nicole Kidman, clavando a la perfección la locura y el desdén (sus miradas son para enmarcar) que conforman la verdadera naturaleza de la compleja reina Gudrun.

Resulta un verdadero placer ver a Kidman llevar a cabo este tipo de transformaciones tan extremas y asalvajadas, aunque solo sea en unas pocas escenas. Curiosas resultan la participaciones de dos iconos como son Willem Dafoe, que ya trabajó con Eggers en El faro, y que da vida a un peculiar bufón; y Björk, cantante y gran símbolo cultural islandés, como la citada sacerdotisa; ambos con un peso bastante importante en la trama. Especialmente el de la autora de los discos Homogenic Vespertine. Resulta bastante gracioso, comprobar que hasta el mismísimo Amleth, como buen chico atormentado, no puede resistirse al magnetismo de la islandesa y cambie radicalmente su vida tras conocer a Björk, como todos nosotros hicimos hace años en nuestra adolescencia.

Pero, realmente podemos preguntarnos qué hace Björk en pantalla si hace años nos juró y perjuró que nunca más volvería a ponerse delante de una cámara de cine después de su traumática experiencia junto a Lars Von Trier en Bailar en la oscuridad. La ganadora del premio a la mejor actriz en Cannes ha vuelto gracias a su amigo Sjón, el laureado escritor/poeta/dramaturgo islandés, con el que coescribió IsobelBacheloretteJógaOceania, y que firma junto a Eggers el libreto de esta película. Pero Sjón no solo ha aportado la mágica presencia de su amiga Björk a este universo. Puede que estemos acostumbrados a cierta magia en el cine de Eggers hasta la fecha, pero ninguna de sus anteriores obras posee una carga poética y figurativa tan extrema como esta El hombre del norte… y mira que el nivel era bastante alto. Como suele ser habitual en su obra literaria y como hizo hace poco en cine en Lamb, la ópera prima de Váldimar Johannsson con Noomie Rapace y una peculiar ovejita, Sjón aporta al cine de Eggers altas dosis de su habitual realismo mágico. Presentándonos brujas y hechiceros amantes de los ripios y los tocados, profecías de espadas mágicas y visitas guiadas con billete único de ida a los albores del inframundo de Hel y algún que otro atisbo del ansiado Valhalla.

Puede que El hombre del norte parezca más accesible atendiendo a su temática y a los referentes, pero resulta tan enrevesada, sorprendente y enfermiza como nos tiene acostumbrados (o maleducados) Eggers. Con esta epopeya vikinga repleta de nombres conocidos, nos demuestra que los verdaderos genios sí que son capaces de conseguir cumplir ante la propuesta de enfrentarse ante algo más grande, más largo y sin tantos cortes como imaginamos, sin traicionar ni un ápice de su identidad.

Nota: ★★★★½

Ambulance. Plan de huida: Máxima potencia

David Lastra

Michael Bay entró en nuestras vidas como un elefante en una cacharrería. Gracias a sus explosiones, sus movimientos imposibles de cámara y su camaradería en clave bro, logró convertirse en uno de los grandes reyes de la taquilla de finales de los noventa con títulos como Dos policías rebeldesLa rocaArmageddon. La sublimación de su estilo explosivo (sic) llegaría con la saga Transformers. Una exitosa franquicia que también supondría a su vez su jump the shark particular, especialmente tras esos cuarenta y cinco minutos de lucha entre Autobots y Decepticons en la ciudad de Chicago. Una mastodóntica escena de acción que más que emocionar al personal, terminaba por dejarlo completamente agotado.

Llegados a ese punto, y tras otras tres secuelas más (y un spin-off bastante resultón en el que solo participó como productor), ¿qué podía hacer Michael Bay para reinventarse en pleno 2022? Nada, simplemente nada. Porque él es Michael Bay y Michael Bay siempre nos va a dar todo lo que esperamos de Michael Bay: las dichosas explosiones, los movimientos que nos desnucan y relaciones para toda la vida entre bros. En esta nueva creación de la factoría Bay, Ambulance: Plan de huida, a pesar de ser un remake de una cinta danesa, consigue crear un producto propio a la altura de su leyenda. Tanto para lo bueno como para lo malo.

La película tiene un punto de partida dramático tan real como aterrador: el sistema sanitario estadounidense y las abultadas facturas por las operaciones y medicamentos ante las que se tienen que enfrentar las clases medias y bajas. La necesidad de pagar una intervención experimental a su mujer, coloca a Will Sharp (Yahya Abdul-Mateen II, Watchmen) en la tesitura de tener que ayudar a su hermano Danny (Jake Gyllenhaal, Brokeback Mountain) en uno de sus trabajitos. Sin casi tiempo para reaccionar, Will se verá envuelto en un atraco a un banco al más puro estilo Heat. Una accidentada operación en la que todo lo que puede salir mal, sale peor. Rodeados por la mitad del cuerpo de policía de Los Ángeles y alguno de los mejores agentes del FBI, ¿cómo podrán nuestros dos antihéroes salir del callejón sin salida en el que se encuentran? La solución: secuestrando una ambulancia que transporta a un agente herido (Jackson White, La señora Fletcher) y a Cam, una aguerrida paramédica (Eiza González, I Care a Lot)… Es en ese preciso momento, en el que la marca de autor de Michael Bay comienza a pisar el acelerador.

A pesar de contar con un presupuesto más ajustado de lo habitual (que no dejan de ser cuarenta millones de dólares), Michael Bay logra darnos todo lo que esperamos de una película de atracos y persecuciones firmada por él. Ambulance: Plan de huida es una consistente persecución de dos horas en la que la ambulancia conducida por Will provocará destrozos valorados en una cuantía superior al PIB de más de un país europeo; eso sí, durante ese reguero de destrucción casi apocalíptica, veremos casi menos cadáveres que en un episodio de El equipo A. Todo ello rehogado con planos y movimientos imposibles de cámara, con un uso desmesurado de drones. ¿Excesivo? Sí. ¿Inteligente? También.

Puede que en algún que otro momento sintamos cierto vértigo o mareo ante esos picados kamizakes que realiza desde las cornisas de los edificios, pero hey, este es el mundo de Bay. Ya sabíamos a lo que veníamos. Otra de sus huellas de identidad cinematográfica aparece en las decisiones y los mil y un cambios de planes de Danny a la hora de librase de los polis. ¿Acaso habías pensado algo o tu plan de atracar un banco era improvisación pura y dura, Danny? Pese a todo, Bay logra mantenernos entretenidos, no sin antes atentar en todo momento contra todas y cada una de las leyes de la lógica y la inteligencia humana.

Jake Gyllenhaal y Yahya Abdul-Mateen II solventan sus roles arquetípicamente masculinos (el bandido malo malísimo contra el ladrón con el corazón de oro) con más o menos tino. Especialmente el actor de Candyman, porque el que fuera Donnie Darko llega a caer una vez más en ese cierto histrionismo que le aqueja cada vez que se acerca al lado oscuro. Algo que provoca que su interpretación, que no su presencia, chirríe en alguna que otra escena. La gran triunfadora de esta Ambulance: Plan de huida es Eiza González. Demostrándonos una vez más su valía interpretativa, no solo como chica de acción, algo que ya pudimos comprobar en Baby Driver, sino en los momentos más íntimos y emocionales del film.

Realmente, se echa en falta algo de profundidad y valentía en esa sombra de discurso social que planea sobre el film, como son esas veladas críticas al sistema sanitario y a la acuciante epidemia de las adicciones a los fármacos y a los tóxicos en Estados Unidos. Pero bueno, como ya hemos repetido una y otra vez, es una película de Michael Bay y bastante tiene con lograr airear cierto tufillo a lo Crash (la mala, la de Paul Haggis) ante la representación de dichos problemas sociales.

Ambulance: Plan de huida es una experiencia 100% Michael Bay, con todas sus bondades y sus erro… BOOOM!!!

Nota: ★★½

La ciudad perdida: Tras el corazón de Sandra Bullock y Channing Tatum

David Lastra

… En ese mismo momento, la tímida bibliotecaria comenzó a notar cómo sus mejillas empezaban a entrar en calor ante el paulatino acercamiento de los poblados pectorales del fornido investigador académico especialista en desenmascarar avistamientos de monstruos en las lagunas de Escocia. Mientras se acercaba, un susurro se escapó entre los labios del macho: ‘Algunas veces es basura, pero otras tantas son simples penes de ballena macho’. Escuchar esas palabras a su futuro amante, hizo que su timidez habitual abandonase su curvilíneo cuerpo, su respiración se acelerase y comenzase a sentir palpitaciones en su pepi… 

Por mucho que sea objeto habitual de mofa por autores y lectores, la literatura romántica de corte más o menos erótico mueve millones y millones de euros cada año y ha servido como base a fenómenos como la serie televisiva OutlanderAunque puedan parecer bastante mojigatas por las habituales portadas romanticonas de hombres descamisados y mujeres subyugadas poseedoras de arrebatadora belleza, en las páginas de estas novelas tienen cabida escenas tórridas que superan el soft porn y contienen alguna que otra situación que desafía completamente las leyes de la lógica y la elasticidad de los cuerpos humanos.

En La ciudad perdida, somos conscientes de las frustraciones artísticas de Loretta Sage (Sandra Bullock, Gravity), una de las grandes reinas de la novela romántica de aventuras y con cierto corte histórico (sí, a ese nivel de especialización llega el género), ante la gira de presentación de La ciudad perdida de D, la última entrega de su saga de superventas. Para animar un poco las cosas, su agente/publicista/salvadora Beth (Da’Vine Joy Randolph, High Fidelity) ha decidido que Alan (Channing Tatum, Magic Mike), el modelo que aparece en las portadas emulando a Dash, el protagonista masculino de sus libros, le acompañe en los encuentros con el público y así paliar un poco las malas críticas que está recibiendo la novela. El desastre completa su escalada cuando al final del primer acto de presentación, Loretta es secuestrada por los secuaces de Fairfax, (Daniel Radcliffe, Swedish Army Man) un oligarca emperrado en encontrar un tesoro en la mismísima ciudad perdida de D

¿Te parece absurdo? Obviamente, La ciudad perdida es un despiporre completamente consciente de la locura de su premisa… algo que provoca que la cosa no pare de volverse aún más loca a medida que va avanzando su metraje. El secuestro, la operación de rescate con un Brad Pitt (Érase una vez en Hollywood) medio iluminado (o medio fumado), las persecuciones por la jungla con un vestido de lentejuelas y miles de sanguijuelas…

La propuesta de los hermanos Aaron y Adam Nee (encargados del accidentado proyecto de He-Man and the Masters of the Universe) es un soplo refrescante ante mil y un remakes, secuelas y demás refritos pueblan nuestras carteleras. Aunque tampoco hay que engañarse, La ciudad perdida tampoco inventa la pólvora, pero es que ni mucho menos lo pretende. Los Nee, junto a Dana Fox (Cruella), Oren Uziel (Infiltrados en la universidad) y Seth Gordon (Cómo acabar con tu jefe) al guion, abrazan todas y cada una de las bondades de grandes clásicos de la comedia de aventuras como son Tras el corazón verde y Los Rescatadores, así como sus respectivas secuelas, para construir tanto un bonito homenaje al género como un producto fresco. Un hito en este género que en estos últimos años solo había conseguido una sola película en la que, curiosamente, su protagonista también visitaba una ciudad perdida: la injustamente infravalorada Dora y la ciudad perdida, de James Bobin (Los Muppets), con una excelente Isabela Merced (Familia al instante) en el papel de la icónica Dora la Exploradora.

Pero si por algo funciona La ciudad perdida es por la labor de sus dos protagonistas. Sandra Bullock y Channing Tatum son dos de los mejores payasos que hemos podido ver en la gran pantalla. La ganadora de un Oscar (The Blind Side) vuelve a demostrar su inteligencia a la hora de combinar sus excelentes aptitudes para la comedia física y para quedar en ridículo dejando claro que ella es toda una eminencia en esto de ser una patosa, con la de su natural encanto como la chica quirky definitiva. Una poderosa mezcla con la que ya nos enamoró hace años en cintas como Miss Agente EspecialPrácticamente magia. Por su parte, Tatum vuelve a traernos otro gran papel cómico, como en su día ya hiciera en Infiltrados en clase Infiltrados en la universidad, dos de las comedias más redondas de lo que llevamos de siglo, sabiendo reírse a la perfección de sus apariencias físicas, aparcando su papel de ser el héroe de acción definitivo. No obstante, tanto Bullock como Tatum se van intercambiando indistintamente el casi siempre apestoso rol de damisela en apuros a lo largo de toda la película.

La química entre ambos existe y es altamente disfrutable, por lo que la conversión de esta película en una saga es completamente necesaria… aunque eso suponga caer justamente en el mecanismo de la industria que criticaba anteriormente. ¡Pero es que en esta ocasión es justo y necesario! ¡Necesitamos más aventuras de Loretta y Dash! ¡Queremos saber más! Ahora entiendo al público de las novelas románticas de aventuras de corte histórico. Igualmente acertado resulta un histriónico Daniel Radcliffe dando vida al villano de tipo megalomaníaco habitual que puebla este tipo de producciones. Este Fairfax resulta ser otra locura más a su colección de freaks post Harry Potter, como han sido sus protagónicos en Kill Your DarlingsSwiss Army ManGuns Akimbo… un papel el de Fairfax al que esperamos también regrese en futuras posibles entregas.

Puede que Keanu Reeves espetase al personaje de Sandra Bullock en el final de Speed: máxima potencia que las relaciones basadas en experiencias muy intensas nunca resultan, pero nuestro amor a tres con Tatum y la propia Bullock surgido en La ciudad perdida pinta bastante bien… aunque si no funciona, siempre podremos hacer como la propia Bullock le responde y basar lo nuestro únicamente en el sexo. ¡Eso sí que serviría como buen material de partida para una nueva novela de Loretta Sage!

Nota: ★★★½

París, Distrito 13: El Spleen de París en tiempos del Tinder

David Lastra

Encontrar el amor en estos tiempos se ha convertido en una tarea casi más complicada que conseguir un trabajo y una vivienda digna. Puede que la febril irrupción de las innumerables apps de citas y encuentros hayan podido facilitar y/o agilizar a priori el proceso, pero la dificultad para congeniar sigue ahí. Puede que sea por la imposibilidad de compaginar horarios, la precariedad económica en la que nos sumimos o la vorágine de angustia vital que nos devora.

Ya sea por culpa del capitalismo o de nuestra colección de heridas cosechadas en el pasado, el amor brilla por su ausencia en nuestras vidas, tanto que al encontrar algún que otro destello del mismo, nos sintamos como los dos protagonistas de la historia que nos narraron Adam Richard Wiles y Robyn Rihanna Fenty hace más de diez años: hilarantes y realizados tras haber encontrado el amor en un sitio más insospechado. En medio de semejante búsqueda existencial, nos encontramos a los cuatro protagonistas de París, Distrito 13, la nueva epopeya amorosa de Jacques Audiard (Un profeta, Los hermanos Sister).

Les Olympiades, título original de la película, hace referencia a los ocho rascacielos que dominan el Distrito 13 de París. Un proyecto urbanístico que buscaba rejuvenecer ese antiguo barrio obrero con la llegada de jóvenes estudiantes y trabajadores. Émilie (la novel Lucie Zhang) busca realquilar el piso de su abuela para así lograr llegar a fin de mes. Aunque prefiere que su nueva compañera sea una mujer, Camille (Makita SambaAmante por un día), un joven profesor de instituto, consigue convencerla gracias a su carisma y, por qué no decirlo, a un buen polvo. La dinámica habitacional de Émilie y Camille se sustenta en el sexo desacomplejado hasta que él decide empezar a ver a otras mujeres. Es ahí donde empieza el comienzo del fin de la no-relación entre ambos…

Por otro lado, Nora (Noémie MerlantRetrato de una joven en llamas) acaba de realizar su personal éxodo rural a la gran ciudad para poner tierra de por medio a una relación enfermiza. En su nueva realidad como estudiante universitaria, conocerá de manera bastante rocambolesca la figura de Amber Sweet (Jehnny Beth, cantante conocida tanto por su carrera en solitario y como vocalista de Savages, como por ser autora de C.A.L.M. Crimes Against Love Memories, una interesante colección de cuentos eróticos que casan bastante bien con la naturaleza de los pobladores de esta película), una estelar cam girl, con la que emprenderá una bonita relación. Las existencias de estos cuatro personajes se entrecruzarán cual cuento moral de Éric Rohmer en las calles y las camas de los edificios colindantes a esa explanada del Distrito 13, el perfecto símbolo de un futuro pasado de moda en el que nunca llegamos a habitar.

Tomando como punto de partida tres historias de la novela gráfica Intruso de Adrian Tomine, Audiard explora la fluidez de estas intimidades fugaces en las grandes ciudades. Una realidad que diluye los anquilosados roles de amigos, amantes y parejas, y que nos muestra una solución muchísimo más inteligente y satisfactoria: el amor sin trabas pero con absoluto respeto hacia las otras personas inmiscuidas en esta nueva relación. No obstante, el juego de sillas presentado en París, Distrito 13 no deja de ser una visión algo caduca y poco novedosa de estas relaciones, llegando a introducir algún que otro episodio de celos y envidias que podría haber trabado bastante el resultado final, pero que se ve compensado con creces gracias a la entrega y el buen trabajo de sus protagonistas, así como por cierto toque luminoso y optimista bastante agradable, que no buenrollista.

La debutante Lucie Zhang es el alma de París, Distrito 13. Su Émilie es el epítome de toda esa fluidez amorosa inmiscuida tanto en flechazos tan fulminantes que hacen que de latir su corazón se pare como en encuentros coitales con desconocidos a cualquier hora del día. Zhang logra transmitir a la perfección la inocencia y un cierto anarquismo en cada una de sus decisiones, así como su capacidad para sobrevivir al tedio de su existencia ante el fin de la adolescencia y el comienzo de la vida adulta. Igualmente luminosas resultan la mirada de Noémie Merlant o la íntima procacidad virtual de Jehnny Beth. Sus escenas juntas, ya sea en persona o a través de las cámaras de sus ordenadores, resultan una verdadera delicia y un perfecto ejemplo de química en pantalla.

París, Distrito 13 nos muestra lo difícil que es encontrar el amor (y los orgasmos, valga la redundancia) en esos lugares desolados que son las grandes ciudades. Pero lejos de desesperanzarnos ante esa situación, Audiard no duda en mostrarnos un bellísimo prisma de luz multicolor para que sigamos teniendo fe en nuestra búsqueda.

Nota: ★★★½

Sonic 2, la película: Aún más rápido pero menos divertido

David Lastra

Después de años y años de supremacía cinematográfica de Marvel, los videojuegos han comenzado a reclamar su codiciado espacio en nuestras salas de cine y plataformas. Las reacciones ante esta nueva edad de oro de los videojuegos recuerdan a las que vivimos hace un par de décadas ante las producciones de HBO. Momentos en los que se acuñó el célebre y espantoso dicho de ‘eso no es una serie, parece una película’.

Gracias a sagas como The Last Of UsThe Witcher, estamos volviendo a escuchar esa manida y clasista cantinela gracias a la calidad de sus guiones, su cinematografía (aplausos a ese falso plano secuencia que es el God of War), sus ambientaciones y sus equipos de doblaje. Esa calidad, unida a sus ingentes ventas, han provocado que su trasvase cinematográfico fuese casi inevitable. En estos últimos tiempos hemos visto a Ryan Gosling como Pikachu, a Henry Cavill en una bañera y a Tom Holland apuntándose otra saga taquillera en su haber como Nathan Drake; también viviremos la esperada adaptación de las desventuras de Ellie en un mundo repleto de infectados y hasta un largometraje animado de Super Mario para el cine. En medio de toda esa vorágine, resucitó un viejo conocido de nuestra juventud: Sonic.

Sonic, la película llegó a nuestras vidas tras un infame tráiler que rompió internet y las cabezas de algún que otro responsable de diseño de la película. Aunque parecía avecinarse una debacle antológica, la primera entrega de las aventuras del erizo azul que vino del espacio reventó las taquillas prepandémicas y nos ofreció una buena tarde de entretenimiento clásico con un toque teen bastante conseguido. Ese sorprendente éxito en taquilla, ha provocado que el advenimiento de la ineludible secuela haya sido tan rápida como su protagonista. Por esa razón, el equipo en pleno de la primera, repite en esta Sonic 2, la película.

Después de la espídica primera entrega, Sonic (Ben SchwartzParks and Recreation) intenta combinar su apacible vida de nini bajo el techo de sus nuevos padres (James MardsenX-Men; y Tika SumpterGossip Girl) con la de superhéroe profesional. Aunque esto último todavía no lo tiene muy pillado y aterroriza más que salva… algo que le hermana bastante con las meteduras de pata que suelen hacer Batman o Spider-Man. Pero, como es natural, las cosas comienzan a torcerse cuando no uno, sino dos villanos se cruzan en su camino. El primero es el mismísimo Robotnik (Jim CarreyDos tontos muy tontos), que ha logrado escabullirse del planeta de los champiñones donde quedó exiliado al final de Sonic, la película; asociado a un nuevo viejo conocido para los fans de Sega, Knuckles, (con la voz de Idris ElbaCats, en su mejor interpretación en las últimas dos décadas), el equidna más famoso y violento de todos los tiempos. Pero no solo vuelve lo malo, sino que también hace acto de aparición Tails (Coleen O’SaughnessDigimon, la película), el zorro de dos colas que ama a Sonic sobre todas las cosas.

Comienza entonces una serie de catastróficas escenas de acción y lucha entre estos cuatro bichejos, poniéndose las cosas bastante interesantes cuando se centran únicamente en el combate entre la fuerza por rapidez de Sonic y la brutalidad de los nudillos de hierro de Knuckles. Aunque comparte la estructura clásica de su predecesora, esta Sonic 2, la película se pierde en demasía en repeticiones y alguna que otra escena de relleno que pertenecen más a la sección de secuencias eliminadas que a un montaje cinematográfico. Esa acumulación de escenas idénticas y de momentos musicales bastante pasados (Uptown Funk a estas alturas suena más añejo que la mismísima Macarena), terminando por cansar al espectador y provocando que añoremos en todo momento la solvente simplicidad de sus orígenes.

El otro gran problema es la omnipresencia de un Jim Carrey desatado como en los viejos tiempos. Si en la primera, Carrey lograba darnos una exagerada pero acertada interpretación, en esta ocasión, el intérprete de Ace VenturaLa máscara abraza todos y cada uno de los dejes, ruiditos y muecas que le hicieron una de las mayores estrellas de los noventa. Chupa, grita, ríe, hace mohines, escupe… tanto, tanto, tanto, que termina por resultar completamente inaguantable.

El afán de Jeff Fowler por introducir más comedia, más peleas y más cosas grandes que explotan, termina por resultar completamente contraproducente provocando hastío. Esperemos que en su presumible tercera entrega, recupere la esencia y el absurdo de la primera y nos entretenga un poco más.

Nota: ★★

Morbius: El vampiro anémico

David Lastra

Como Spider-Man nunca falla y Marvel no deja de expandirse hasta los últimos confines de todas las tierras existentes, era lógico que el Spiderverso comenzase a crecer alrededor de la figura de Peter Parker, especialmente, a través de sus muy numerosos y pintorescos villanos.

El primero en tener su propia película fue el más icónico de todos: Venom. Su inteligente y sorprendente apuesta por lo camp y su completa falta de pretensiones, convirtieron la primera entrega del antihéroe interpretado por Tom Hardy (Mad Max. Fury Road) en un divertimento de altura. Una sensación que no hizo sino aumentar con su muy disfrutable secuela, Venom. Habrá matanza y su estúpida participación en Spider-Man: No Way Home. Pronto será el turno del Kraven de Aaron Taylor-Johnson (el que ya fuera Quicksilver en la saga de Vengadores), la enigmática Madame Web de Dakota Johnson (Suspiria), y el que llega ahora a nuestra cartelera, el gran vampiro de los cómics de Marvel: Morbius, bajo los mandos de Daniel Espinosa (Life).

El Doctor Michael Morbius (Jared Leto, Dallas Buyers Club), es un huraño científico aquejado de una extraña enfermedad en la sangre, que le mantuvo gran parte de su infancia postrado en cama y que a día de hoy, le obliga a recibir numerosas transfusiones diarias de sangre y a caminar con muletas. El doctor ha construido una exitosa carrera realizando estudios sobre las dolencias relacionadas con la sangre, llegando a desarrollar una versión artificial de la misma que está salvando millones de vidas.

Aunque su verdadero objetivo consiste en el descubrimiento de una cura que le salve de su enfermedad terminal. A él y a su alma gemela, Lucien (Matt Smith, el undécimo Doctor Who y Duque de Edimburgo en The Crown), al que bautizó cariñosamente como Milo cuando se conocieron de pequeños en un hospital, y que ahora se ha convertido en una suerte de patán profesional y habitante censado de los bajos fondos de la ciudad. Esta existencia de premios Nobel y ojeras de oso panda se tuerce completamente cuando, al inyectarse un prototipo de cura, Morbius se convierte en una especie de vampiro desalmado. Extremadamente fuerte, rápido y con una insaciable sed de sangre.

El estreno del proyecto del Universo Spider-Man de Sony capitaneado por el oscarizado Jared Leto lleva dando tumbos desde tiempos prepandémicos y ahora que ha llegado a las salas, ha confirmado todos los malos presagios que teníamos. Morbius es la película relacionada con Marvel que menos alma tiene. Menos humanidad incluso que su protagonista cuando se ciega por el hambre. En ningún momento de la película llegamos a empatizar con él, ni mucho menos conocer cuáles son sus verdaderas motivaciones. No sabemos si quiere curarse (parece que sí), qué peso tiene Adria Arjona (True Detective) en la trama, ni mucho menos qué mueve a Milo para volverse el malo más malo y, lo que es peor, realmente no nos interesa lo más mínimo nada de eso, porque todo es tremendamente aburrido. Otra película fallida de Espinosa después de las muy olvidables LifeEl niño 44.

Y por encima de todo ello, un Jared Leto descafeinado y cuasi piscícola que vuelve a chirriar una vez más como malvado. Un rol en el que suele recalar (Escuadrón suicidaBlade Runner 2049Pequeños detalles), pero ante el cual no suele estar a la altura, cayendo en ciertos dejes histriónicos intensos que rozan la sobreactuación. No llegando a estar nunca a la altura de su gran papel como villano: el de Jordan Catalano en Es mi vida.

Puede que Morbius sea uno de los mayores despropósitos de un producto asociado a la marca Marvel, pero no es el síntoma de que la fórmula del éxito haya comenzado a agotarse, algo que muchos haters esperan. Simplemente es una mala película. Algo que pasa hasta en las mejores familias.

Nota: 

Belle: Metaverso, el musical

David Lastra

Construir un discurso contra las redes sociales a estas alturas de la película resulta completamente contraproducente, por no decir absurdo. Nada aportan ya esas rancias argumentaciones sobre los no tan lejanos tiempos en los que solo nos podíamos relacionar cara a cara con un determinado grupo de personas que nos habían tocado por limitaciones geográficas, sociales y económicas. Esa nostálgica mirada resulta una generalización injusta y, como todo ejercicio de esa índole, distorsionada por el privilegio de algunos. La irrupción de las redes sociales y los primeros chats supusieron una apertura de miras y esperanza para todos aquellos que no encajábamos. El descubrimiento de la existencia de desconocidos con los que compartíamos afinidades, ansias y experiencias. Un espacio en el que podíamos mostrarnos como éramos realmente o reinventarnos detrás de una máscara. Esta válvula de escape terminó convirtiéndose en una de las piezas angulares de nuestra cotidianeidad, así como uno de los principales canales de comunicación hasta para con los que tenemos al lado. El maestro Mamoru Hosoda (Mirai. Mi hermana pequeña) explora esa realidad en Belle, su última extravagancia visual en forma de película.

A Suzu le pasa algo. Desde que su madre murió, es como si estuviese apagada. Ya no canta, ni escribe canciones. Ya casi no se relaciona con nadie, ni medio come. El luto ha fagocitado a su persona. Aunque su círculo más cercano intenta estar al tanto de todo lo que le pasa, la situación parece no mejorar. Preocupada por la situación, una de sus mejores amigas le recomienda darse una vuelta por U, un mundo virtual a medio camino entre el Second LifeMinecraft y la cabalgata sin fin de Paprika de Satoshi Kon. En ese universo, Suzu es Bell, un pecoso avatar que cumple a rajatabla los cánones de la belleza de los anime y los manga. Una belleza que se ve sublimada aún más por su portentosa voz, que le convierte ipso facto en la mayor estrella de U. Poco a poco, la fama de Bell (o Belle, como le llaman sus fans) comienza a reflejarse en la Suzu del mundo real.

Aunque disfrazada de enésima adaptación del cuento de La Bella y la Bestia de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, Belle opta por no centrarse únicamente en la posible trama romántica, que haberlas haylas, sino que nos muestra alguno de los problemas más importantes a los que se enfrentan los jóvenes en su día a día. Desde la popularidad en los centros de estudio, a las presiones estéticas, tanto impuestas como las autoimpuestas, los malos tratos… Diferentes preocupaciones que golpean desde diferentes flancos, provocando la tímida aparición de ese mal endémico a esa franja de edad que es la depresión. Resulta honorable que Hosoda no se corte a la hora de mostrarnos el vacío existencial ante el que se enfrenta Suzu en su día a día. Una bajona que va más allá del supuesto luto, ella está deprimida. Así como los problemas familiares en la vida real del misterioso Dragón, la Bestia de turno.

Una decisión valiente y acertada, como hace un par de años fuese A Silent Voice y su reflexión sobre el aislamiento y el suicidio juvenil. Ese aspecto oscuro y realista engrandece el fondo de Belle y lo entronca con cierta marca de autoría que ya nos mostró especialmente en Wolf Children o Mirai Mi hermana pequeña. Hosoda no teme mostrarnos todos los aspectos naturales de una fábula, incluso los más tristes y educativos. Igual de acertado que es el retrato que hace sobre los mundos virtuales. Mostrándonos tanto su lado bueno, como es su naturaleza como zona de confort, así como sus grandes males, como son la proliferación de las voces disidentes y trolls, así como cierto peligro de censura y autoritarismo. No obstante, esta no es la primera vez que Hosoda se adentra en estos lares. En 2009, ya nos mostró el mundo de los juegos virtuales y los avatares en Summer Wars, aunque de un modo más rayano al del cine de aventuras o fantástico más clásico.

Pero no solo de realidad vive Hosoda y en Belle consigue crear un imaginario visual poderosísimo. Excediendo su propia leyenda. Lo cual no es tema baladí teniendo en cuenta que estamos ante el director de La chica que saltaba a través del tiempo o la citada Summer Wars. Las escenas que ocurren dentro del mundo virtual resultan completamente embriagadoras. Arrebatándonos y dejándonos casi al borde del síndrome Stendhal, especialmente cada vez que Bell actúa ante sus fans. El rompepistas U o la baladas Lend Me Your VoiceA Million Miles Away, interpretada  por la cantante Kaho Nakamura (que también pone voz a Suzu cuando no canta), son alguno de los mejores temas que podrás escuchar este año, tanto dentro como fuera de una sala de cine. Resulta especialmente emocionante la actuación de A Million Miles Away ante la multitud virtual. Su precioso estribillo y ese subidón a lo Sigur Rós en su tramo final hace que las lágrimas proliferen a lo largo de toda la sala de cine. Siendo estos momentos musicales los más memorables y emocionantes, no podemos dejar de pensar sobre lo bien que hubiese funcionado este proyecto si se hubiese llevado a cabo tal y como Hosoda quería en un primer momento, convirtiendo Belle en una película completamente musical.

Con Belle, Hosoda consigue su película más bella, valga la redundancia. Otro tremendo placer esteta, con su regusto amargo y tristón marca de la casa, y engrandecido por una colección de canciones de primera.

Nota: