Crítica: Ready Player One

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Desde su publicación en 2011, Ready Player One se ha convertido en una de las novelas de culto más admiradas de los últimos años. El best-seller escrito por Ernest Cline tiene una legión de fans que han caído rendidos a sus pies gracias a su fusión de aventura, ciencia ficción y nostalgia ochentera. Sus detractores, por otro lado, consideran que el libro es literatura basura, llegando incluso a definirlo como “el Cincuenta sombras de Grey para hombres blancos y frikis”. No importa en la categoría que nos encontremos, lo que no se puede negar es que Ready Player One es un libro que desde la primera página a la última pide a gritos una adaptación cinematográfica.

Cline encontró su “huevo de Pascua dorado” cuando el mismísimo Steven Spielberg aceptó este trabajo. El emblemático director de clásicos como E.T.Indiana JonesTiburón agarró las riendas de uno de sus proyectos recientes más ambiciosos y complicados. Trasladar las páginas de Ready Player One, que construye un universo de ciencia ficción inabarcable y lleno de guiños específicos a miles de productos culturales, era una tarea titánica. Pero ya sabemos que a Spielberg, Titán donde los haya, le van los retos, y suele completarlos como si nada (tardó solo nueve meses en terminar su anterior película, Los archivos del Pentágono).

Zak Penn (Los Vengadores) escribe junto al autor de la novela un guion que debe efectuar numerosos y necesarios cambios por cuestiones de licencias, pero que en esencia y estructura se mantiene muy fiel al libro. Para quienes no estéis familiarizados con su historia, Ready Player One vendría a ser una fusión -o un mashup, que sería más apropiado- de Charlie y la fábrica de chocolateAvatar, o actualizando nuestros referentes, San Junipero.

En el año 2045, la humanidad escapa de su oscura realidad pasando el tiempo en el mundo virtual conocido como OASIS, donde no hay límites a la imaginación y cualquier persona puede ser quien quiera. A su muerte, el creador de OASIS, James Halliday (Mark Rylance), deja su inmensa fortuna y el control de su creación a quien gane un concurso en tres fases, diseñado para encontrar a su mejor heredero posible. Cuando el mundo ha desistido de la aparentemente imposible búsqueda, Wade Watts (Tye Sheridan), un chico obsesionado con OASIS y su creador, encuentra la primera llave, con lo que la búsqueda del tesoro comienza de verdad. Junto a la chica de sus sueños, Art3mis (Olivia Cooke), y sus amigos del OASIS, conocidos como los High Five, Wade explorará todos los recovecos del universo de Halliday para salvarlo de las manos de IOI, la malvada corporación que pretende hacerse con él para controlar a la humanidad.

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Vaya por delante que, si uno ha conectado con el libro, tiene muchas posibilidades de salir muy satisfecho de la película. Lo difícil era convencer a los escépticos. Pues bien, se puede decir que, teniendo en cuenta el material de partida, la película es mejor de lo que cabía esperar. Sí, se podía haber hecho más (la idea tenía muchísimo potencial, y seguro que alguien podía haber desarrollado la historia mejor que Cline) y los defectos de fábrica están ahí: el uso facilón de la nostalgia, la acumulación sin ton ni son de referencias (como en The Big Bang Theory, Cline cree que el solo hecho de mencionarlas ya constituye relato), el paso de puntillas por temas interesantes que se quedan sin explorar, los personajes huecos y la trama desarrollada a trompicones. Pero Spielberg los minimiza con su siempre infalible sentido del espectáculo y la aventura, por lo que es más fácil pasarlos por alto y dejarse llevar. Otra cosa no, pero como experiencia inmersiva, Ready Player One funciona, aunque por momentos pueda llegar a saturar y agotar. Verla es efectivamente como adentrarse en primera persona en OASIS, como sumergirse de lleno en un trepidante y estruendoso videojuego.

A sus 71 años, Spielberg demuestra que su sentido del asombro y capacidad para orquestar grandes secuencias de acción siguen intactos. Ready Player One cuenta con potentísimos set pieces, como la vertiginosa y atronadora carrera del primer acto (lo más parecido a realidad virtual sin visor que se ha hecho en cine recientemente), la visita a cierto clásico del cine de terror (que no desvelaremos para mantener el factor sorpresa), probablemente la escena más placentera de la película, o el eficiente clímax. Los efectos visuales son simplemente brutales, la estética está muy cuidada y aunque los personajes digitales se acerquen al “valle inquietante”, su fluidez de movimientos y expresividad es digna de admiración. Otra cosa no, pero Ready Player One supone un auténtico despliegue de pericia visual y excelencia técnica, lo cual no debería sorprendernos. Al fin y al cabo, es Spielberg.

Ahora, donde Ready Player One falla es a la hora de convertir la orgía de cultura pop que la caracteriza en algo más que un amontonamiento de referencias para el gozo del espectador más observador, en una historia más trascendental. Dice mucho que su (indudable) valor de revisionado resida en la necesidad de descubrir todos los guiños y cameos que aparecen en sus abarrotados planos, y no en volver a ver a Parzival y Art3mis (el reparto está muy correcto, pero no es lo más destacable en ningún momento). Y es que, a pesar de los intentos de darle profundidad emocional (en especial a través del personaje de Halliday y la afectada interpretación de Rylance), la película y los personajes no pueden evitar quedarse en la superficie, en el truco de la nostalgia, lo cual resulta especialmente decepcionante teniendo en cuenta que detrás de las cámaras se encuentra un maestro de las emociones y uno de los padres de la actual generación de hipernostálgicos.

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Ready Player One es una celebración de la cultura pop y el mundo gamer que se apoya principalmente en su excelencia técnica y el poder de la intertextualidad. Hay que reconocer que ver al Gigante de Hierro de nuevo en acción o a tantos iconos del cine y los videojuegos reunidos en un mismo lugar tiene su indudable atractivo. Pero más allá del placer de identificar los cameos y asistir a locos crossovers que no creíamos posibles, hace falta alma. Y a Ready Player One le cuesta encontrarla entre su aturdidora vorágine de imágenes y guiños pop.

Pedro J. García

Nota: ★★★

Crítica: El aviso

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Ocurrió un día cualquiera… Esos son los peores. No esperas nunca que en un día cualquiera ocurra ningún acontecimiento. Eso debería estar reservado para los días especiales. Aquellos que están marcados en la agenda con rojo o con mil y una alarmas en el móvil. Pero lo queramos o no, la mayor parte de las cosas pasan los días cualquiera. ‘Shit happens’ que dirían en el Peñón o ‘cést la vie’ que cantaban Encarna y Toñi.

Uno de esos días cualquiera Jon (Raúl Arévalo, La isla mínima) ve cómo disparan a su mejor amigo (Aitor Luna, Mi panadería en Brooklyn) en una gasolinera. Así, de buenas a primeras, un día cualquiera, su vida se va a la mierda. Realmente, si nos ponemos estrictos, la existencia de Jon ya se había visto trastocada anteriormente con un ingreso hospitalario y con la consiguiente fuga de su interés amoroso (Belén Cuesta, La llamada) a los brazos del hombre que actualmente se desangra en el suelo. Pero eso es agua (no tan) pasada, eso fue cosa de otro día cualquiera. El que hoy nos ocupa es el del crimen de la gasolinera. El culmen de la mala leche, del estar en el momento justo en el lugar menos indicado. Casualidades de la vida… o no tan casuales como puedan parecer de primeras. Ese es el potente punto de partida de El aviso, la nueva película de un director cuyo apellido es casi tan potente como sus obras, Daniel Calparsoro.

Cierto sentimiento de culpa y una gran predisposición a la obsesión y a las matemáticas, harán que Jon se dedique a investigar el crimen que tiene la vida de su amigo en jaque. Cual Jughead Jones castizo, Jon pone en marcha mil y una teorías sobre lo que puede haber ocurrido… bueno, realmente solo tiene una sobre muertes a lo largo de los años, que encuentra de chiripa y que parece ser la acertada. Esta irreal situación no es ningún problema, ya que como espectadores avezados de thrillers y demás cintas de género, estamos acostumbrados a dejarnos llevar ante alguna que otra virguería o giro de guión para que todo siga su curso… y eso es lo que hacemos con El aviso. Una y otra vez. Escena a escena, salto temporal a salto temporal… Hasta que nos cansamos. Incluso el espectador más permisivo tiene un tope y El aviso los supera todos.

El aviso intenta ser un sesudo e inteligente tour de force y es esa intensidad la que le hace caer con todo el equipo. Esa gravedad hace que las costuras de su flojísimo guión queden aún más patentes y que las interpretaciones rocen el ridículo. Un mal que aqueja al cine español desde tiempos inmemoriales que parecía haberse resuelto gracias a notables cintas como Que Dios nos perdone de Rodrigo Sorogoyen, La isla mínima de Alberto Rodríguez o Tarde para la ira, del propio Arévalo, pero que de vez en cuando seguía haciendo acto de presencia con horrores infumables como Secuestro de Mar Targarona. Incluso el propio Calparsoro había puesto su granito de arena con su no-tan-genial-como-parece Cien años de perdón, pero con esta El aviso ha caído al lado oscuro.

el-aviso-posterResulta cuanto menos llamativo que un director tan curtido en el género como él (no olvidemos que es el padre de dos de las cintas españolas más potentes de los últimos treinta años: Salto al vacío y Asfalto) no sepa lidiar con ello de manera satisfactoria, no logrando sacar jugo a tres de los actores más en forma del momento. Arévalo salva la papeleta haciendo lo que puede con el sinsentido de su protagonista, pero Aura Garrido (El ministerio del tiempo, Stockholm) naufraga totalmente en su papel, con un acentazo chulesco que aparece y desaparece dependiendo de la escena. Por su parte, Belén Cuesta se dedica a hacer una de las mejores cosas que sabe hacer: llorar. Lo cual no sería ningún problema si hiciese algo más, pero no. Su personaje no tiene mayor profundidad. Ella llora, nada más.

El aviso no solo no hace mérito para luchar en la candidatura de thriller del año, sino que comete un crimen aún más atroz: no entretener al espectador… y eso que casi no supera ni la hora y media de duración.

David Lastra

Nota: ★

Crítica: Tomb Raider

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Tras la aparición del primer juego de la serie Tomb Raider en 1996, Lara Croft se convirtió en un icono para toda una generación. En un universo dominado por los hombres, la arqueóloga británica pasaba a ser una de las heroínas favoritas de los aficionados a los videojuegos, gracias a la combinación de aventura en 3D, puzles y acción que ofrecían sus juegos, y por supuesto, a sus curvas imposibles. En 2001, Angelina Jolie dio vida a Lara Croft en la primera adaptación para el cine de la franquicia, a la que sucedió una secuela dos años después. El personaje se había grabado a fuego en la retina de los espectadores como una mujer de físico explosivo diseñada para satisfacer a la mirada masculina heterosexual, pero los tiempos cambian, y Tomb Raider pedía una actualización. Sucedió en 2013, con el reboot para plataformas que nos presentaba a una nueva Lara, más joven y con proporciones físicas más reales. En esta Lara Croft se basa la nueva reinvención del personaje para el cine, protagonizada por la oscarizada Alicia Vikander.

Titulada simplemente Tomb Raider, la nueva película de la franquicia pulsa el reset para empezar desde el principio y volver a narrarnos los orígenes del personaje. En el film dirigido por Roar Uthaug (La ola) nos encontramos a una Lara más inexperta, una joven de 21 años con un gran potencial, pero mucho que aprender. Siete años después de la misteriosa desaparición de su padre (Dominic West), la chica se niega a aceptar su muerte y tomar las riendas de su multimillonaria empresa para forjar su propio destino, pero en su lugar, vive sin propósito, saliendo a flote a duras penas con un trabajo de mensajera en bicicleta. Todo cambia cuando encuentra una pista de su padre que la lleva a embarcarse junto a un aliado, Lu Ren (Daniel Wu), en una aventura en busca de su último paradero conocido: una isla mítica de la costa de Japón en la que se halla la tumba de la reina chamán conocida como Himiko. Allí, Lara tendrá que enfrentarse a enormes peligros y resolver enigmas imposibles para llegar a la verdad.

La nueva Tomb Raider en realidad tiene poco de nuevo. Pero esto no es necesariamente malo. Se trata de una aventura clásica al más puro estilo Indiana Jones, en la que se puede detectar claramente el espíritu del videojuego en el que se basa, de las acrobáticas escenas de acción a la presencia de numerosos acertijos y puzles que hacen que por momentos sintamos que tenemos el mando de la consola en nuestras manos. La película no se caracteriza por su originalidad o profundidad, pero da lo que promete y cumple como cine escapista. Contra todo pronóstico, Tomb Raider es divertida, tiene escenas de acción muy, pero que muy potentes (destacan la adrenalínica carrera en bici del principio, el espectacular naufragio, la persecución en el puerto o el escape de Lara en el río a su llegada a la isla) y nos presenta a una protagonista terca, independiente y carismática a la que queremos seguir. Sí, su argumento es una amalgama de clichés del cine de aventuras, su villano (Walton Goggins) es el típico megalómano subdesarrollado como personaje, la trama tiene más agujeros que un emmental y la película tiene sus bajones de ritmo. Pero la mayor parte del tiempo entretiene, y mucho, que ya es más de lo que algunos esperábamos.

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Eso sí, la principal razón por la que la nueva Tomb Raider sale a flote es la elección de su protagonista. Alicia Vikander se revela como una Lara Croft ideal. Aunque no es un personaje especialmente complejo o trascendente, la actriz sueca dota de humanidad al personaje, además de estar a la altura del enorme reto físico que supone. Esta Lara Croft es más real y cercana, despierta empatía, se aleja del arquetipo del héroe sobrehumano que esquiva balas como Neo y no se hace ni un rasguño para, en su lugar, sufrir de lo lindo. Lara se hace daño, gruñe, grita, se golpea, se cae, se vuelca en el barro, y se levanta una y otra vez para que le vuelvan a echar encima lo que sea. En definitiva, Lara es humana, a pesar de que acabe protagonizando escenas de acción tan inverosímiles que sea necesario hacer un gran ejercicio de suspensión de la incredulidad. Pero es que ese tipo de set pieces exagerados, esas catástrofes de las que nadie podría salir vivo, esa imposibilidad forma parte del ADN del cine clásico de aventuras, y de las películas de Indiana Jones en concreto, lo que le da un encanto vintage a la cinta que hace más fácil pasarle por alto los defectos y dejarse llevar.

Tomb Raider es más bien genérica, pero también eficiente, cuidada en el aspecto técnico, y si no se le exige demasiado, muy disfrutable. La primera aventura de la nueva Lara Croft deja suficientes cabos por atar para que haya una continuación, y todas las que la taquilla permita. Manteniendo el espíritu de esta entrega y con Vikander en la piel del personaje, la franquicia tiene muchas posibilidades.

Pedro J. García

Nota: ★★★½

Lo mejor: Alicia Vikander, sin duda.

Lo peor: Falta representación femenina. Sí, la película está protagonizada por una mujer fuerte (que además no está hipersexualizada ni objetificada, lo cual es un gran avance), pero el reparto es 98% masculino, un porcentaje inaceptable.

Crítica: Un pliegue en el tiempo

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El clásico literario infantil de los 60 Una arruga en el tiempo (A Wrinkle in Time) tiene reputación de ser imposible de filmar, como ya demostró la TV movie canadiense de 2003 que nadie recuerda. Pero Disney ha decidido volver a intentarlo, haciendo un hueco entre sus mil y un remakes live-action y universos compartidos de Marvel y Star Wars para ofrecer algo que, si bien no es exactamente original, sí es distinto a lo que copa su calendario estos años. El estudio asignó a la prestigiosa Ava DuVernay (Selma13th) la difícil tarea de transformar en imágenes las páginas escritas por Madeleine L’Engle, convirtiéndose así en la primera mujer negra que dirige una superproducción de más de 100 millones de dólares de presupuesto. Sin embargo, el resultado corrobora la idea con la que abre este párrafo.

Meg Murray (Storm Reid) es una adolescente hija de dos prestigiosos físicos que tiene problemas de autoestima y no cree en sí misma, a pesar de ser muy inteligente y poseer un talento extraordinario. Cuando su padre (Chris Pine) desaparece en misteriosas circunstancias, dejando rota a Meg, su hermano, el también superdotado Charles Wallace (Deric McCabe), y su madre (Gugu Mbatha-Raw), tres guías celestiales, la Sra. Cuál (Oprah Winfrey), la Sra. Qué (Reese Witherspoon) y la Sra. Quién (Mindy Kaling), viajan a la Tierra para ayudarla a encontrarlo. Junto a Charles Wallace y su amigo Calvin (Levi Miller), Meg se embarca en una aventura a través del universo, en la que visitarán mundos más allá de su imaginación y se enfrentarán a la poderosa fuerza del mal conocida como ELLO, que amenaza con cubrir el universo de tristeza y oscuridad.

Ante todo, hay que aclarar que Un pliegue en el tiempo está orientada, casi de manera exclusiva, a los niños, concretamente a los de edades comprendidas entre los 8 y los 12 años, tal y como su directora ha expresado. La película, que bebe claramente de clásicos como El mago de OzAlicia en el País de las Maravillas, puede funcionar como distracción escapista para los pequeños gracias a su indudable energía y su despliegue de color e imaginación. Pero más allá de desempeñar esa función, simplemente no se tiene en pie. Un pliegue en el tiempo es un caos absoluto, repleto de ideas sin sentido y decisiones creativas y narrativas difícilmente justificables. Muchas provienen sin duda de un material de referencia en el que la lógica no abunda, otras se pueden achacar a un guion sin pies ni cabeza, un montaje ineficiente, ausencia de ritmo y estructura, un deslavazado tratamiento de lo visual y una realización muy confusa por parte de DuVernay, que salta entre estilos y tonos sin cohesión y abusa inexplicablemente de la cámara en mano.

En el apartado interpretativo, la película sale mejor parada. Dejando a un lado lo chocante (y lógico por otra parte) que resulta ver a Oprah como ser celestial supremo, las tres guías de Meg acaban pasando a segundo plano, a pesar de haber recibido mayor énfasis en la campaña promocional. Y quizá sea mejor así, porque están ahí solo como reclamo y tampoco es que brillen precisamente. Del reparto adulto, son Pine y Mbatha-Raw quienes ofrecen las mejores interpretaciones, pero al final, los que levantan la película son los pequeños, como debe ser, Reid y McCabe, dos jóvenes talentos que superan el reto con creces.

Un pliegue en el tiempo tiene ocasionales destellos de ingenio, desvíos hacia lo oscuro (que la acercan a las fantasías de los 80 como La historia interminable, con la que tiene mucho en común) y momentos extraños y surrealistas (cosas tan psicodélicas como Witherspoon convirtiéndose en una hoja voladora literalmente para nada, escenas absurdas como la de la playa o la desconcertante visita al barrio suburbano) con los que el público más adulto puede disfrutar si no se la toma demasiado en serio. Pero por lo general, falla a la hora de construir un todo coherente y una historia que atrape, lo que hace que la conexión emocional sea más difícil. Salta a la vista que DuVernay está más preocupada de que el mensaje (muy valioso y bienvenido) llegue alto y claro que de hacer una película. Por eso machaca a la audiencia con las ideas que articulan la historia, “Sé una guerrera”, “Cree en ti misma”, el poder del amor… Lecciones subrayadas por el insistente score de Ramin Djawadi y una selección de canciones que interrumpen la acción de la forma más artificial y postiza (no recuerdo un peor uso de la música en una película reciente).

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Por todo esto, Un pliegue en el tiempo parece más una TV movie de Disney Channel que una gran superproducción cinematográfica. EL empachoso CGI y el extravagante vestuario diseñado por Paco Delgado deberían reflejar el dinero que se ha invertido, pero no lo hacen, y el star power de Winfrey, Witherspoon o Pine se diluye en una propuesta que no está a la altura de lo que hoy en día cabe esperar del estudio. Aun con todo, hay que elogiar y agradecer la labor que está llevando a cabo en materia de representación y diversidad (no podemos menoscabar la importancia de tener una producción como esta con una familia multicultural y una niña afroamericana como protagonista), además del mensaje de empoderamiento tan importante que transmite a la audiencia infantil, en especial la femenina (recordemos, el público objetivo).

Un pliegue en el tiempo es una película tremendamente inconsistente y fallida, pero sus buenas intenciones, su corazón y la sinceridad que recorre todo el metraje compensa sus muchos defectos. Dejemos que los más pequeños juzguen si ha cumplido su cometido. Si a ellos les gusta, si su mensaje los inspira, todo lo anterior no importa tanto.

Pedro J. García

Nota: ★★½

Crítica: Gorrión Rojo

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Aunque ya había recibido su primera nominación al Oscar (de cuatro), Jennifer Lawrence fue catapultada a la fama mundial por la saga juvenil Los Juegos del Hambre, convirtiéndose gracias a ella en una de las mayores estrellas de Hollywood de los últimos años. Pero contrario a lo que le ocurrió a Kristen Stewart o Robert Pattinson, que salieron por patas y sin mirar atrás de Crepúsculo, Lawrence no parece tener intención de renegar de su Sinsajo. A lo largo de tres entregas, la actriz desarrolló un estrecho vínculo amistoso y profesional con su director, Francis Lawrence (sin parentesco), con el que vuelve a trabajar en su nueva película, Gorrión Rojo (Red Sparrow), basada en la novela homónima de Jason Matthews. Lawrence (actriz) debe confiar mucho en él, porque hacen falta agallas para protagonizar un film como este.

Gorrión Rojo es una atrevida cinta de espías en la que Lawrence interpreta a una prodigiosa bailarina rusa, Dominika Egorova, que, tras un grave accidente ve truncada su carrera y debe retirarse de los escenarios. Su tío, interpretado por Matthias Schoenaerts, aprovecha esta oportunidad para reclutarla como nuevo miembro de la Academia de Gorriones, servicio secreto de la inteligencia rusa dedicado a entrenar agentes especiales donde se verá obligada a usar su cuerpo y el sexo como arma. Una vez convertida en Gorrión, Dominika recibirá su primera misión, seguir de cerca a un agente de la CIA (Joel Edgerton) para obtener información y descubrir al topo que se encuentra entre los rusos. La misión se complica poniendo en peligro su vida y la seguridad de ambos países.

Lawrence (director) ya demostró en Los Juegos del Hambre una vena sádica y violenta que en Gorrión Rojo desata por completo. La primera hora de la película es simplemente una de las cosas más provocadoras y sórdidas que hemos visto en el cine reciente de Hollywood. El arrojo del realizador da como resultado una cinta extraña e incómoda que entre otras cosas condena la explotación y cosificación femenina, pero acaba incurriendo en lo mismo que critica al no saber articular un mensaje claro. Gorrión Rojo sufre cierta crisis de identidad y no funciona en su totalidad, pero aun así, hay un magnetismo en ella que impide que apartemos la mirada.

Y esa fuerza emana casi enteramente de Jennifer Lawrence, una actriz a la que hemos visto dar vida a personajes límite, excéntricos y excesivos, pero a quien nunca habíamos visto como en esta película, en la que, mediante una interpretación soberbia, construye a un personaje tan difícil como fascinante de descifrar. Tras la horrible violación a su intimidad que sufrió en 2014, Lawrence ha decidido recuperar el control de su cuerpo y utilizarlo bajo sus propios términos. Este ejercicio de empoderamiento queda algo empañado por la naturaleza exploit de la película, como hemos dicho, pero nos muestra a una estrella dispuesta a salirse de su zona de confort y demostrar que es capaz de cualquier cosa. Después de protagonizar madre!, una de las películas más subversivas del Hollywood reciente, Lawrence continúa arriesgando a la hora de escoger papeles, elevándose el listón a sí misma y asumiendo retos que pocas actrices en su posición aceptarían. A pesar de que Gorrión Rojo no termina de cuajar, debemos aplaudir a Lawrence por su valentía.

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Tras su oscurísimo primer acto (algo así como la típica fase de pruebas/entrenamiento de una novela young adult fusionado con una película erótica de los 70), Gorrión Rojo pasa a ser un thriller de espionaje común, en el que tienen cabida todos los clichés del género. La trama llega a complicarse en exceso, con un desarrollo farragoso, giros mareantes y un desenlace de esos que se retuercen tanto que la confusión es inevitable. Todo lo que cabe esperar de una película de espías, vaya. Por otro lado, un aspecto llamativo de Gorrión Rojo es que apenas hay acción. Es decir, no hay persecuciones trepidantes, no hay grandes set pieces o combates acrobáticos cuerpo a cuerpo (eso la distancia de Atomic Blonde, con la que es fácil compararla), sino que Lawrence opta por otra vía para hallar la tensión y el suspense, prescindiendo de la pirotecnia propia de las superproducciones o el cine de acción para adultos.

Gorrión Rojo tiene tantos fallos como virtudes. La violencia y crueldad de la que hace gala, su ritmo pausado y los incómodos temas que toca la convierten en una experiencia desconcertante y algo difícil, en otras palabras, la antítesis del crowd-pleaser. Pero a su vez ofrece alicientes de sobra para al menos intentar seducirnos. Es un trabajo elegantemente burdo (sobresalen la cuidada estética y la banda sonora de James Newton Howard), tiene un reparto de excepción (al trío ya mencionado hay que añadir a unos acertados Charlotte Rampling, Jeremy Irons y Mary-Louise Parker) y su perversidad la aleja de los blockbusters de acción de consumo fácil. Gorrión Rojo no es Misión imposible, de hecho es un proyecto al que Tom Cruise no se acercaría en un millón de años. Y ese riesgo, esa falta de miedo, tanto por parte de su director como de su protagonista, es lo que hace de ella una interesante película fallida.

Pedro J. García

Nota: ★★★