Crítica: Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!)

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Después de la increíble hazaña cinematográfica que supuso Boyhood, Richard Linklater regresa con Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!), una propuesta a priori más ligera y sencilla con la que, en el fondo, se propone (y logra) el mismo objetivo que con aquella magnum opus de tres horas: hallar el sentido de la vida en los momentos más efímeros y atrapar en la pantalla al mismísimo tiempo mutando en sus personajes (solo que en vez de en 12 años, en 3 días). Se dice pronto, pero pocos cineastas son capaces de reflexionar sobre la vida, el paso del tiempo y lo que nos hace crecer y cambiar con la aparente facilidad con la que Linklater lo hace. En Todos queremos algo, “secuela espiritual” de Movida del 76 (Dazed and Confused)el director sigue examinando el comportamiento humano con precisión, capturando en imágenes ese momento escurridizo que tan difícil es de explicar con palabras, el que hace que de repente todo tenga sentido. Y lo hace de forma tan disimulada y recreándose tanto en lo trivial que puede que el carácter tan desenfadado y liviano de la película haga que a muchos se les escape lo que esconde debajo.

Linklater retrata en Todos queremos algo un periodo de transición dentro de otro periodo de transición. El de una sociedad y una cultura cambiante que da la bienvenida a una nueva década (la de los 80) sin saber muy bien qué se encontrará en ella, y el de un equipo de béisbol universitario a cuyos miembros les espera la inevitabilidad de enfrentarse pronto a la decisión de qué hacer con sus vidas. Para plasmar el estado de ánimo de sus personajes en este momento tan concreto (la euforia, la energía, las ganas de vivir, de aprovechar el tiempo que queda), Linklater deja que sus chicos se diviertan a sus anchas durante los tres días anteriores al arranque de las clases, es decir, previos al regreso a la vida real. Tres días de desfase, fiestas universitarias, alcohol, sexo, marihuana, nuevos amigos, amores incipientes y sobre todo, búsqueda, en los que el director indaga en la esencia misma de la juventud. Claro que hay que destacar que los protagonistas no tienen todos la misma edad, hay novatos, hay veteranos, hay incluso alguno que ronda los 30 y se niega a salir de la burbuja que proporciona la vida universitaria para afrontar el mundo exterior. Es la manera que tiene Linklater de decirnos que este momento de cambio, de transición, no tiene por qué llegarnos a todos a la vez.

El reparto de Todos queremos algo no podría estar mejor escogido. Blake Jenner, Ryan Guzman, Wyatt Russell, Temple Baker y Glen Powell están completamente entregados, en sintonía con la visión del director, y forman un grupo muy gracioso y compenetrado (mención aparte merecen la encantadora Zoey Deutch y el explosivo Tyler Hoechlin, robaescenas mayor de la película, con permiso de Powell). Linklater coreografía el caos de la fraternidad con inteligencia y buen ritmo, sacando todo el partido al físico de los actores, dando libertad a sus personajes para que sean ellos mismos, para hacer Todos queremos algopayasadas y a gastar bromas pesadas sin convertirlos en capullos desagradables (se nota que los quiere). Una sensación de afectividad y buen rollo recorre todo el film, y nos invita a seguir con complicidad a los personajes, a involucrarnos en sus conversaciones sobre deporte, pantalones y tías buenas, a interesarnos por sus preocupaciones banales y coquetas, a disfrutar con esas muestras “violentas” de cariño tan de machotes (Linklater se divierte acentuando lo 70s gay porn que es todo sin que sus personajes sean conscientes de ello), a acompañarlos de fiesta en fiesta, degustando diferentes estilos (disco, country, punk…) experimentando y probándose personalidades como disfraces. En definitiva, a pasar un rato genial con ellos mientras se buscan a sí mismos. De este modo, Todos queremos algo funciona primero como una comedia irresistiblemente nostálgica que evoca a las cintas estudiantiles de los 80, un producto ante todo divertido y refrescante que atrae con su carácter revoltoso para desvelar poco a poco una gran sensibilidad e inteligencia con la que nos habla entre otras cosas de la inmadurez y cómo salir de ella (la respuesta está en el mito de Sísifo y nos la proporciona Jake durante la bonita recta final de la película, cuando esta alcanza su máximo nivel de trascendencia).

En Todos queremos algo volvemos a vivir los últimos días del eterno verano cinematográfico. Entre birras, sexo y el Cosmos de Carl Sagan nos hacemos, como el que no quiere la cosa, las grandes preguntas. Quiénes somos, quiénes queremos ser, adónde queremos ir, y sobre todo, qué queremos. Porque todos queremos algo, lo complicado es saber qué exactamente. Lo último de Linklater es camaradería, es optimismo, vitalismo, testosterona rebotando por las paredes, es juerga, música a todo volumen, exploración, un entrañable retrato generacional y una gran celebración de la juventud. Es el tipo de película que nos dice mucho más de lo que parece a simple vista, que, sin que nos demos apenas cuenta, nos convierte en cine.

Pedro J. García

Nota: ★★★★

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