Mad Men 7.12 “Lost Horizon”

Don Lost Horizon

El extraño

Como sus oficinas vacías atestiguan, los días de Sterling Cooper & Partner quedan oficialmente atrás. Los empleados más rezagados de la agencia se marchan con sus pertenencias a cuestas, los transportistas se llevan las últimas piezas de mobiliario (incluido aquel ordenador que volvió loco a Ginsberg el año pasado), hay papeles por el suelo, volando por los pasillos, cajas sueltas… Ya no queda casi nada, apenas una o dos botellas de licor para el último brindis y la última borrachera en horario laboral. Efectivamente, es el fin de una era. La última función de SC&P ya terminó y las luces se apagan. Es el “sutil” aviso definitivo para los que aun se resisten a aceptarlo y pasar página. Hay que abandonar el edificio.

Llegó la hora de iniciar un nuevo capítulo en McCann-Erickson. Pero cada uno de nuestros personajes necesita hacerlo a su tiempo, a su manera. Como Roger le dice a McCann al final de “Lost Horizon” (título de la novela de James Hilton, Horizontes perdidos), “solo estamos aclimatándonos”. Es verdad hasta cierto punto. Los socios de SC&P están acostumbrados a hacer las cosas de una forma muy particular, a practicar su profesión siendo sus propios jefes, con laxitud, parsimonia y libertad para perder el tiempo y cometer alguna que otra locura. Al fin y al cabo, hasta ahora las cosas han salido bien así, siendo espíritus libres, artistas en una profesión encorsetada. Pero McCann tiene razones para preocuparse (“¿Tenéis pensado trabajar aquí o es esto el timo del siglo?”). Como vimos en “Time & Life“, la incertidumbre eclipsa las supuestas ventajas de trabajar para el gigante publicitario y (casi) todos temen que dejar SC&P les obligue a empezar de nuevo su lucha o peor aun, los deje obsoletos.

Joan parece empezar su nuevo capítulo laboral con más ganas y esfuerzo que cualquiera de los otros socios (no es de extrañar, es sin duda la que más deberá poner de su parte en este sentido). Está encantada con la posibilidad de desarrollarse profesionalmente en un nuevo entorno, y la bienvenida a McCann-Erickson no podría ser más alentadora. En su primer día, las directoras creativas que trabajarán con ella en sus cuentas le dan una cálida bienvenida. Sorprendida por la acogida y por el hecho de que alguien le pida su opinión profesional por una vez, Joan piensa que, después de todo, quizás esté en un lugar donde la valoren por su trabajo y no por su aspecto. Pero la ilusión dura más bien poco.

Joan Lost Horizon

Los hombres a su alrededor, incluso los que están a su cargo, no tardan en mostrar su rostro ante Joan. En una de sus primeras gestiones dentro de su nuevo puesto, esta choca con Dennis, ejecutivo de McCann que se encuentra bajo su supervisión. Dennis menoscaba su autoridad y toma las riendas de la operación, a pesar de que Joan lo tiene todo bajo control. Cuando ella le canta las cuarenta por haber estropeado una llamada de negocios por falta de preparación, Dennis le recuerda que no tiene derecho a enfadarse y le espeta “Creía que serías divertida“. Ese es el papel que todos esperan que desempeñe una mujer como ella (atractiva, femenina, vestida de forma exuberante), pero Joan lleva tiempo luchando por ser tomada en serio por los hombres con los que trabaja, sin renunciar para ello a su identidad. Es justo lo que (hasta cierto punto) consiguió dentro de SC&P. Como estamos viendo esta temporada, los hombres de su antigua agencia han evolucionado y son los únicos que la tratan con deferencia y han llegado a confiar en ella como profesional. Pete se alegra de verla “ahí arriba” y le asegura entusiasmado que luchará por que la pongan en el equipo de Sears; Roger vela por su bienestar, compromiso que siente tras reconocerse responsable de haberlos puesto a todos en la situación actual; y Don le dice en el ascensor (durante una escena que suena a despedida para siempre) que está seguro de sus capacidades para solucionar sola sus entuertos. Como vemos en estos tres personajes, el cambio experimentado por los hombres de SC&P (exceptuando a Harry Crane) supone un pequeño triunfo para el feminismo.

Para pelear por su independencia en la agencia, Joan acude a su superior inmediato, Ferg Donnelly. Sin embargo, no tarda en darse de bruces con la realidad. Ferg apoya a Dennis (“Tiene esposa y tres hijos. ¿Qué va a decirle, que su jefa es una mujer?”) y solo le promete mantener su estatus si ella le ofrece algo a cambio. Las indirectas de Ferg podrían parar un tranvía y confirman que la reputación de Joan le precede en su nuevo trabajo: “Solo espero pasar un buen rato contigo, nada más. De ahora en adelante, nada se interpondrá entre tus negocios y yo” (en inglés “your business” es evidentemente un eufemismo sexual).

Tras esa primera bofetada de realidad, y después de recibir asesoramiento de su nueva pareja, Joan acude al final de la cadena de mando para exigir el respeto que merece. No quiere marcharse a ningún sitio, puesto que “tiene planes para sí misma”, así que da un ultimátum a McCann, que no claudica, alegando que va a tener que acostumbrarse a cómo se hacen las cosas en su agencia. Es entonces cuando Joan se enaltece y da el siguiente paso: el chantaje. Presiona con marcharse y llevarse el dinero que tiene invertido en la empresa, pero no surte efecto, y Joan amenaza con arruinar la reputación de McCann por el trato que ofrece a las mujeres, aprovechándose del poder en la prensa de los nuevos movimientos feministas. McCann, finalmente achantado, le ofrece la mitad de su dinero y la invita a salir de su despacho. Joan cree haber luchado una causa justa, pero en realidad solo ha usado el feminismo como herramienta para sus propios intereses, para su beneficio propio, y por orgullo. Cuando intenta convencer a Roger de que hay motivos más allá del dinero, él le hace ver la realidad: “Se trata únicamente del dinero. No te escondas detrás de la política”. Roger solo tiene razón en parte, pero es cierto que Joan ha elegido la puerta equivocada para adentrarse en una guerra justa, y su marcha de McCann supone un pequeño fracaso para el feminismo y una gran derrota para ella.

Roger Peggy Lost Horizon

Mientras Joan intenta desenvolverse sin éxito en McCann, Peggy y Roger retrasan el momento de mudarse a su nueva empresa. Peggy tiene razones para hacerlo, su despacho en McCann aun no está listo y se niega a empezar a trabajar allí hasta que le den uno (bastante tiene con que le hayan mandado un regalo de bienvenida creyendo que es una de las secretarias). La excusa de Roger es mucho más poética: “Alguien tiene que entregar las llaves”. Roger es el capitán que se hunde con el barco. Sabe que cuando haya desaparecido por completo bajo el mar, él ya no será nadie, dejará de existir. En SC&P era alguien, incluso cuando no aportaba nada se le valoraba, siempre se salía con la suya. Su aportación a la agencia, así como su identidad, era ser divertido. Roger sabe que en McCann no apreciarán esto como en SC&P, que allí solo será una persona más (“Ser divertido no me hizo ningún favor”) y que ya no está a tiempo de cambiar. Su miedo ante el futuro se vuelve patente al despedirse de su secretaria, Shirley, a la que pide que se quede con él, porque si ya es duro empezar en un sitio nuevo, más aun lo es con una persona conocida menos.

Sean más o menos válidas sus excusas, a ambos les aterroriza el mundo que les espera fuera de SC&P. Peggy recorre los pasillos desolados de la agencia después de tirar una taza de café que decide no recoger (es la jefa), cuando descubre a Roger tocando una siniestra melodía al órgano (un gran momento cómico que nos recuerda de nuevo ese componente tan Twilight Zone que ha reinado en las temporadas más avanzadas de la serie). Los dos se atrincheran en SC&P, donde pasan una última velada de confraternización y alcohol que desemboca en un espectáculo musical con demostración de patinaje artístico (qué épico, otra imagen de Mad Men para la historia de la televisión). Pero no adelantemos acontecimientos. Roger necesita público para su última batallita, y resulta que Peggy es la oyente ideal para la historia que tenía reservada para el final. Se trata de una anécdota de la marina, en la que un joven Sterling tenía miedo a saltar desde un barco de dos pisos de altura. La metáfora es sencilla y directa. Roger acabó saltando, pero no sin un pequeño empujón. Y eso es justo lo que hace con Peggy, a la que regala un cuadro japonés de 150 años de antigüedad (El sueño de la mujer del pescador) que pertenecía a Cooper, en el que aparece un “pulpo dando placer oral a una mujer” (Horizontes perdidos trata sobre la búsqueda de la espiritualidad oriental y la sociedad perfecta, idea que conecta esta provocativa xilografía con la trama de Don, que analizaremos a continuación). Peggy no quiere aceptarlo porque “va a incomodar a la gente, no me van a tomar en serio. Ya sabes que tengo que hacer sentir cómodos a los hombres”, a lo que Roger responde, “¿Quién te ha dicho eso?” Es el consejo feminista definitivo, el empujón perfecto para saltar del gran barco que fue SC&P, píldora de sabiduría de parte de un hombre que se retira para dejar el mundo en manos de la mujer que tiene delante. A la mañana siguiente, Peggy hace su entrada triunfal en McCann-Erickson. No podría ser una imagen más icónica: cigarrillo colgando de los labios, gafas para ocultar la resaca, cuadro del pulpo en mano y la cabeza muy alta. No sabemos qué le depara el futuro, pero da igual, lo importante era tirarse del barco, y Peggy lo ha hecho, ha dado su salto mortal.

Peggy Lost Horizon

Por último, la experiencia de Don en McCann es diametralmente opuesta a la de los demás. Don es una estrella de rock, es el hombre que cayó a la tierra, la “ballena blanca” de un cazador que lleva diez años intentando atraparla. Los socios de la nueva empresa lo reciben con adulación y reverencia (ridícula imitación incluida), prometiendo regalos y trato de favor en la ciudad. Incluso han comprado una agencia entera solo para conseguirle la cerveza Miller como cliente. “Soy Don Draper, de McCann-Erickson“. Suena genial en su boca, pero no significa lo mismo para él que para sus nuevos socios. Don es alguien distinto. Todavía no sabe exactamente quién, pero sabe que quiere averiguarlo. Cuando llega a la agencia, lo primero que hace es recordar el nombre de una de sus secretarias, Beverly. A continuación confía en Meredith la decoración de su nuevo apartamento (su secretaria lleva dos episodios brillando con luz propia y revelándose como un pilar imprescindible para Don). Don es un hombre galante, atento, un caballero de los de antes, y ha dejado de ver a la mujer como una pieza más dentro de su escaparate. Pero no es suficiente, él quiere ser algo más para ellas.

La reunión con Miller Beer es el detonante definitivo para que Don inicie su búsqueda final. El creativo encargado de la presentación describe a un hombre americano ideal, una identidad manufacturada por las empresas de publicidad que hace reflexionar a Don. Ese hombre clásico de Wisconsin es él. Don sabe perfectamente lo que significa crear una identidad puramente americana, ya que lo ha hecho para sí mismo. Cuando mira a su alrededor, solo ve hombres de trajes idénticos moviéndose al unísono de manera mecánica. Don tiene ante sus ojos la maquinaria que lo creó. Entonces su mirada se desvía hacia la ventana (por segunda vez en este capítulo), donde observa un avión cruzándose en el cielo con la silueta del Empire State Building. Don es consciente de que tiene un arpón en el costado, de que aunque le prometieron volar a mil y un lugares, es en realidad una presa. Una idéntica a las que se hacinan a su alrededor. Sin pensarlo más, Don se levanta, se libera a sí mismo y abandona la sala de reuniones para emprender su búsqueda en el corazón del país. Como el astronauta Major Tom en “Space Oddity“, la canción de David Bowie que suena al final del episodio, Don decide desobedecer al control terrestre (McCann-Erickson), que solo lo ve como una marca (“The papers want to know whose shirt you wear”), para tomar las riendas de su propio viaje, aun a riesgo de quedarse varado en el espacio.

I’m stepping through the door
And I’m floating in a most peculiar way
And the stars look very different today
For here
Am I floating around a tin can
Far above the world
Planet Earth is blue
And there’s nothing I can do”

Don Betty Lost Horizon

Antes de lanzarse a la carretera, Don hace una visita al hogar de los Francis para despedirse de Sally, pero la niña no está, solo su madre. Betty está leyendo un libro de psicología (concretamente Análisis fragmentario de una histeria: Caso Dora, de Sigmund Freud), preparándose para entrar en la universidad. Según explica a Don, es lo que siempre ha querido hacer, a lo que Don responde con un cariñoso y sincero “Knock ‘em dead, Birdie“. Sea la definitiva o no, es una despedida que deja la complicada relación del ex matrimonio con una preciosa nota de paz y apoyo. Don emprende entonces su viaje en carretera hacia Racine, Wisconsin, hogar de la enigmática camarera Diana. Bien adentrado en la noche, recibe una nueva visita del Más Allá, Bert Cooper, que le recuerda desde el asiento del copiloto que siempre está jugando a ser quien no es, el hombre americano, “un extraño”, y a propósito de esto le dedica a continuación unas oportunas líneas de En el camino de Kerouac: “¿Adónde vas tú, América, por la noche en tu coche reluciente?“. Ni él lo sabe a ciencia cierta, solo está “marchando sobre las vías”, dejando que sus impulsos lo conduzcan a su objetivo. Una vez en Racine, Don se hace pasar por un representante de ventas para obtener el paradero de Diana en casa de su ex marido, pero este destapa el engaño y le advierte que no vaya detrás de ella, ya que suele dejar un rastro de desolación y dolor a su paso.

Es entonces cuando se da cuenta de lo que está buscando. Don quiere salvar a Diana, quiere salvarlas a todas. Pero las mujeres de su vida ya no necesitan su ayuda. Para ellas ya no es el caballero de brillante armadura que un día fue, ya no es el macho alfa americano, es lo más parecido a un extraño. Sally se ha vuelto independiente y ya no necesita a su padre, Betty ha encontrado su vocación y ya no precisa de Don ni para un masaje (cuando este lo inicia ella le dice que no hace falta), Peggy vuela libre, Joan rechaza su ayuda en McCann, y le dice que arreglará sus problemas ella misma. Don (América) ha perdido la razón de ser. Ya que no pudo salvar a Megan (tal y como le recuerda su anillo de boda), necesita salvar a Diana. Pero a ella tampoco puede salvarla, para empezar porque no puede encontrarla, porque es solo una idea. Después de la epifanía y la consiguiente derrota de Racine, Don vuelve a la carretera, esta vez sin propósito, sin destino, sin nadie a quien salvar. En su trayecto se detiene para recoger a un autoestopista, un hombre harapiento y descuidado que parece un personaje salido de la novela de Kerouac. Cuando este le dice que no quiere desviarle de su camino, Don responde “No hay problema”, dejando que el desconocido marque su ruta. Efectivamente, no importa adónde ir, porque ya no hay itinerario, Don ha perdido su destino, su “horizonte“.

Ground control to Major Don.

Lost Horizon

3 pensamientos en “Mad Men 7.12 “Lost Horizon”

  1. Voy con retraso y he visto hoy este capítulo. No dejo de darle vueltas a todo lo que ha pasado con Joan, no sé qué pasará en lo poco que queda y deseo con todas mis fuerzas que encuentre la forma de ganar, pero quería comentar una cosa. Es cierto que Joan solo está preocupada por salirse con la suya pero, por qué Dennis la ningunea? Porque es mujer. Por qué Ferg le hace insinuaciones? Porque es mujer, porque viste como viste y, probablemente, porque ha oído cosas sobre ella. Si ella está en esa situación es por una cuestión de machismo, ¿por qué no va a usar a la prensa feminista como recurso para conseguir lo que quiere?

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