Crítica: Open Windows

Open Windows Elijah Wood

“Nos hemos convertido en una raza de mirones, deberíamos salir y mirar hacia adentro” decía Stella (Thelma Ritter) al comienzo de La ventana indiscreta (Rear Window). Soy consciente de lo predecible y facilón que es comenzar esta crítica con una cita del clásico de Alfred Hitchcock, pero es que no es humanamente posible aproximarse al nuevo trabajo de Nacho Vigalondo, Open Windows, sin invocar al maestro del suspense. El director cántabro se ha propuesto muy deliberadamente filmar una actualización de La ventana indiscreta en forma de thriller tecnológico ambientado en la era de la hipercomunicación. Y lo cierto es que, aunque a medida que avanza el metraje nos damos cuenta de que lo que tiene en mente es más retorcido y va mucho más allá de esa premisa, Vigalondo puede darse por satisfecho con su hazaña, ya que ha logrado que lo comparemos con Hitchcock y no salir escaldado. De hecho, el tito Hitch estaría bastante orgulloso.

Open Windows se adscribe a la selecta categoría de “películas que es mejor ver sabiendo lo menos posible sobre su argumento”. El viaje de Nick Chambers (Elijah Wood) hacia los recovecos más oscuros de Internet es nuestro propio viaje, y desvelar demasiados detalles sobre la trama arruinaría la desasosegante experiencia que propone Vigalondo, que atrapa desde el primer minuto. En sus propias palabras, Open Windows es una película sobre la posibilidad de observar al otro sin que este lo sepa, y también sobre el derecho de la persona observada a no estarlo durante las 24 horas del día. Al convertirnos en espectadores de Open Windows –sobre todo si no sabemos muy bien a qué atenernos-, nosotros mismos pasamos a formar parte de este intrincado juego narrativo en el que las ventanas del ordenador hacen las veces de cajas chinas. Y en los grados de voyeurismo que se pueden asociar a la experiencia de la película, el nuestro es sin duda el más alto.

Vigalondo riza el rizo de lo meta para inquietar, perturbar y en última instancia aturdir con una historia que es a la vez crónica y crítica de nuestro tiempo. Una obra pseudo-distópica de suspense profundamente anclada en nuestra realidad que sin embargo no abusa de adoctrinamientos, sino que prefiere sobresalir más como relato fantástico, sci-fi e incluso whodunit, que como aviso a los navegantes. Aunque claro está que la idea es hacernos reflexionar sobre cómo nos relacionamos con el mundo a través de mil y una pantallas, y también sobre la cosificación de las personas que no conocemos y que no saben de nuestra existencia, aunque nosotros sepamos cuántos lunares tienen. La ex superestrella del porno Sasha Grey personifica ese objeto de deseo otrora inalcanzable que, via nuevas tecnologías, está más cerca que nunca de la masa que la mira, que fantasea con ella, que se masturba viendo su imagen en el ordenador. A través de Grey (aún no del todo convincente en su vertiente dramática), Vigalondo interconecta muy astutamente el universo del voyeur con el del fan, incluso llegando a situarse él mismo en el centro de esta meta-experiencia de realidad virtual desde la que va abriendo las ventanas y los abismos.

Open Windows Sasha Grey

A pesar de que Open Windows nos brinda múltiples puntos de vista, y nos permite situarnos en todos ellos, la mayor parte del tiempo nos movemos -también sin control sobre nuestro cuerpo- con el personaje de Elijah Wood (muy similar a sus recientes papeles en Grand PianoManiac, con las que Open Windows formaría una completísima sesión triple). Sin dejar de ser nosotros mismos en ningún momento, somos él, y miramos con sus ojos. Con Nick Chambers observamos cómo el mundo tecnológico que nos envuelve se va transformando progresivamente en un universo que escapa a la comprensión. Y ahí es donde Vigalondo descuida el control sobre el relato. Al igual que en anteriores películas, el director se acaba perdiendo en sus propios planteamientos, tan provocativos e inteligentes que terminan por superarlo. En su tecnolisérgica y bizarra recta final, Open Windows desafía la suspensión de la incredulidad con giros improbables y algún que otro desliz demagógico -concretamente una escena sacada directamente de Rastro oculto (2008)-, para rematar con un delirante epílogo a lo Cronenberg, o a lo Gilliam, que deja con sensación de no saber muy bien qué hemos visto o qué podemos sacar en claro de todo ello (y no en el sentido lynchiano, o sea, en el bueno).

Efectivamente, Open Windows no es una cinta redonda, pero es algo mejor. Es una obra de suma ambición e inventiva que arriesga tanto que tiene que perder un poco, pero a cambio gana mucho más. Esos inconfundibles impulsos onanistas del director (a ver a cuántos oís decir que la película es “una paja de Vigalondo”), su contagioso entusiasmo y el hecho de que no se autoimponga ningún límite creativo en su trabajo es precisamente lo que necesitamos en nuestro cine, y lo que ha hecho que el director se haya convertido en el referente que es -sin restar mérito a Wood, que también está haciendo una labor encomiable dentro del género, en parte porque tiene la voz y los ojos perfectos para esto. Open Windows es memorable y reivindicable sobre todo porque es una película perfecta para aquellos que aman el cine, que lo ven con seis ojos, buscando todos los secretos escondidos en cada plano. La hiperactividad visual del film -no quiero ni pensar la ardua labor de planificación que hay detrás- contribuye a que nos involucremos con él a un nivel que no nos permiten otros thrillers, y amplifica la sensación de angustia y paranoia. Después de ver Open Windows, más de uno tapará su webcam con esparadrapo, por lo que pudiera pasar, y cerrará el ordenador. Quizás para verla otra vez.

Valoración: ★★★★

Un pensamiento en “Crítica: Open Windows

Responder a Bertoff Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.