Crítica: Amor sin control

Amor sin control Mark Tim

Shame (Steve McQueen, 2011) era la historia de un hombre incapaz de controlar su vida sexual y la crónica de su consiguiente descenso a los infiernos. Don Jon (Joseph Gordon-Levitt, 2013) nos hablaba, mediante una inspirada fusión de comedia y drama trascendental, de un adicto al porno y su propia espiral de autodestrucción, con un desenlace mucho más esperanzador que la de McQueen. Amor sin control se aproxima a la misma cuestión, pero en lugar de posicionarse en el fondo del pozo, nos habla desde la luz al final del túnel. Si Shame era una propuesta tétrica, malsana y pesimista, la de Stuart Blumberg (guionista de Los chicos están bien) ofrece un punto de vista más luminoso y amable, y explora la misma enfermedad desde la recuperación de sus protagonistas, ensalzando los valores de la amistad y la familia por encima de todo.

Adam (Mark Ruffalo) es un adicto al sexo que acude todas las semanas a una reunión de adictos anónimos, gracias a la cual lleva cinco años “sobrio”. El grupo de adictos en recuperación incluye a su sponsor Mike (Tim Robbins), cuya situación familiar se complica cuando su hijo drogadicto regresa después de abandonar el hogar, y el recién llegado Neil (Josh Gad), masturbador compulsivo que está allí por orden judicial (su obsesión con el sexo le lleva a acosar constantemente a mujeres en el trabajo, en el metro…) Además de una dramedia sobre las distintas manifestaciones de la adicción, Amor sin control (cuyo título original es el más adecuado Thanks for Sharing) es también una comedia romántica. Cuando Adam conoce a Phoebe (Gwyneth Paltrow), todo cambia para él. Ella es una mujer interesante, vibrante, que a pesar de tener sus propias parafilias y manías que rozan lo enfermizo, rechaza a los adictos y se niega a volver a salir con uno, lo que empuja a Sam a mentirle para no perderla.

Cartel AMOR SIN CONTROLLa irresistible y tortuosa relación de Sam y Phoebe es el centro neurálgico de Amor sin control, y la fuerte química entre Ruffalo y Paltrow (cuidado, Tony Stark, que Bruce y Pepper son tal para cual) una de sus mayores bazas. Pero la película de Blumberg es una obra coral, y tanto el equilibrio entre sus tres tramas centrales como el buen hacer de todo su reparto es lo que la mantiene en pie. Neil es un personaje hecho a la medida del irritante Josh Gad, pero, afortunada y sorprendentemente, ahí está Alecia Moore -más conocida como la cantante Pink-, que hace contrapunto al asqueroso de Gad con grandes dosis de naturalidad, vulnerabilidad y carisma. Moore podría dedicarse a esto a tiempo completo. Por otro lado, Robbins hace un buen trabajo interpretando a un hombre ahogado por su culpabilidad en un entorno familiar de aparente harmonía y heridas sin cicatrizar, y él, junto a su mujer (notable Joely Richardson) y su hijo (Patrick Fugit) es quien protagoniza los pasajes más trágicos de Amor sin control.

El mayor problema de Amor sin control es uno que acecha durante todo el metraje: la indecisión de Blumberg a la hora de establecer un tono adecuado para la película. Si bien es cierto que en todo momento saltan a la vista que las intenciones de la película son honestas, y el tema se trata con el respeto que se merece, Blumberg oscila constantemente entre la comedia romántica y de colegas, el melodrama familiar y la tragedia, saltando sin ton ni son entre escenas inconexas, y navegando desorientado por una historia que acaba descarrilando estrepitosamente en su tramo final -especialmente durante una escena inconsecuente con lo que hemos visto hasta ese momento, que adopta el espíritu Shame llevando el relato a terrenos excesivamente farragosos. Se agradece la función terapéutica de la película, la transparencia con la que nos muestra el proceso de recuperación del adicto, y el hecho de que una enfermedad estigmatizada como la adicción al sexo reciba un tratamiento tan franco. Pero la dificultad de la película para hallar una identidad propia y la confusión tonal hacen que lo que podía haber sido un trabajo importante sobre la adicción quede simplemente en una simpática película de sobremesa.

Valoración: ★★½

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