Crítica: Divergente

DIVERGENT

Han hecho falta cinco o seis inicios frustrados de saga basada en novelas young adult para que Hollywood encuentre otro filón en una franquicia cinematográfica para adolescentes. El éxito de Divergente en su país de origen garantiza la continuación de la saga, y proporciona la tan preciada seguridad para el fan de que la historia no se quedará a medias. Lo más curioso de todo es que, al parecer, lo que el respetable buscaba no era algo precisamente original, sino un calco exacto de Los juegos del hambreque es como se puede describir esta primera entrega de cuatro basada en la trilogía de best-sellers de Veronica Roth (en cuanto se supo la taquilla de la primera parte se anunció que la última se dividiría en dos partes… obviamente).

El argumento de Divergente es intercambiable con el de tantos otros libros YA, y en concreto sospechosamente parecido al de la trilogía de Suzanne Collins: En la futura ciudad de Chicago, tras una guerra, la población es dividida en cinco facciones para garantizar el orden y evitar nuevos conflictos. Los habitantes son agrupados en zonas de la ciudad según las características y valores que manifiestan al crecer. Estos pueden elegir (libremente) una única cualidad que los defina, previa prueba psicológica que determina a qué facción pertenecen, lo que ayuda a mantener la falsa impresión de libre albedrío. Las cinco facciones son Verdad, Erudición, Cordialidad, Osadía y Abnegación, y una vez elegida una de ellas, no hay marcha atrás. Entra nuestra heroína, Beatrice Prior, una chica extraordinaria puesto que manifiesta más de una de estas cualidades a la vez. Este fenómeno extraño (me estoy aguantando la risa) se conoce como divergente, y está perseguido por la autoridad. Beatrice se incorpora a la facción Osadía ocultando su “poder” y será una figura clave para destapar el sistema totalitario y fascista que pretende gobernar la ciudad bajo el mando de Jeanine -una Kate Winslet que se olvida de actuar porque participa en la película únicamente para que sus niños la puedan ver en el cine.

Divergente funciona tal y como cabe esperar de una película de estas características, y con un argumento tan familiar(mente absurdo). Sin embargo, Neil Burger (El ilusionista) amasa con cierta inteligencia y savoir faire los ingredientes habituales del género, de manera que la historia nos mantiene interesados a pesar de la constante sensación de déjà vu y el excesivo metraje (la película acaba veinte veces). La primera hora y media del film consiste básicamente en las pruebas que Beatrice, rebautizada Tris, debe superar -al igual que Katniss en la arena de los juegos del hambre pero sin jugarse (aún) la vida- para incorporarse oficialmente a Osadía y evitar acabar como una vagabunda sin sección (el cáncer de la sociedad).

DIVERGENT

Una sucesión de escenas de acción (en el sentido más YA de la palabra), confraternización y encontronazos con los variopintos habitantes de Osadía -destacan Jai Courtney como rey de los canis y Miles Teller como uno de los actores más irritantes de su generación– y pruebas virtuales planteadas con una falta de originalidad absoluta dan paso en la media hora final a un prolongadísimo clímax que, sorpresa, cierra la historia de manera satisfactoria. Así, a pesar de que es mejorable en muchos aspectos, Divergente funciona perfectamente como primer capítulo dentro de una macroestructura narrativa y también como relato independiente, con principio y final, algo que hoy en día es difícil encontrar en este tipo de cine, y que se agradece. Dejando a su protagonista espacio para crecer como personaje y a la historia asentarse en la memoria colectiva (a corto plazo), la saga podría dar mucho de sí.

No faltan en Divergente las imprescindibles dosis de romance atormentado (que afortunadamente sigue distanciándose del modelo Bella-Edward), con la pareja que forman Tris y Four -al que da “vida” Theo James, una cara bonita y poco más. Tampoco el mensaje denuncia propio de todo relato distópico de ciencia ficción -aunque el de Roth sea bastante anémico-, o la banda sonora a la última: suenan canciones de los solicitados M83, Ellie Goulding o Skrillex, utilizadas con magnífica precisión emocional (véase la adrenalítica escena de la tirolina). Los temazos complementan un estupendo score de Junkie XL y Hans Zimmer, que últimamente ha sabido reinventarse colaborando con lo más granado de la música moderna. Si embargo, la película carece del impacto de Los juegos del hambre, y su protagonista, Shailene Woodley, no posee el carisma de Jennifer Lawrence (por mucho que se empeñen los medios), algo que se pone de manifiesto al verla moverse en la piel de una heroína que nace a rebufo de Katniss Everdeen. Claro que no nos importa que Tris no sea ni la mitad de interesante que la chica de fuego, o que su historia no tenga ni pies ni cabeza, porque su presencia en la gran pantalla es síntoma de que el género va por buen camino rechazando a las Bella Swans para propagar valores mucho más positivos al público objetivo de estos productos.

Valoración: ★★★

3 pensamientos en “Crítica: Divergente

  1. La protagonista no es mas ramdom porque no había otra. Si lo que pretendían era coger a una chica normal deberían haber pensado que es cine, no el Gran Hermano, si pretendían crear a la nueva J.Law… nos reimos todos a la vez no?
    La veré un miércoles que está barato xD

  2. A mí me gustó bastante, aunque vi que le faltó emoción, que la prota tenía carisma cero y que, como dices, es muy irritante que pareciese que iba a terminar treinta veces.

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