Crítica: The Purge (La noche de las bestias)

La premisa de The Purge: La noche de las bestias, por muy inverosímil e incoherente que pareciera, se presentaba como mínimo llamativa, inquietante y llena de potencial terrorífico y polémico. Durante una noche al año se celebra en Estados Unidos “la purga”, que básicamente consiste en que durante doce horas, todos los crímenes (incluido el asesinato) son legales. No se puede llamar a la policía, los hospitales no atienden a nadie. Los ciudadanos se las arreglan solos en una noche donde unos salen a desatar sus instintos más violentos y otros se refugian en casas fortificadas con vanguardistas sistemas de seguridad. Según las autoridades y medios de comunicación, la purga ha hecho descender los índices de criminalidad durante los 365 días restantes del año, y además ha impulsado la economía. La sociedad acepta la purga sin hacer preguntas, porque el sistema funciona. Sin embargo, una familia verá las cosas de otra manera cuando un hombre se cuela en su casa durante “la noche de las bestias“.

Y a pesar de lo morboso y emocionante de la propuesta, The Purge pasará a la historia del cine por sacar el menor provecho posible de una idea llena de posibilidades. Para empezar, el argumento no se sostiene en ningún momento, y el contexto socioeconómico en el que se desarrolla la película es simplemente inaceptable. Es imposible suspender del todo la incredulidad (requisito básico en este tipo de películas) cuando no hay esfuerzo por explicar o justificar la iniciativa más allá del martilleo de noticias en la tele y la radio que nos recuerdan constantemente el bien que ha hecho la purga en el país. Los habitantes de la Nueva América quizás no sientan la necesidad de respuestas, pero el espectador sí.

Huelga decir que las aspiraciones de The Purge no pasan por el cine denuncia o el realismo (claro está desde que nos adentramos en ella y claro lo tiene quien esto escribe), y que en el fondo no queremos que se nos aburra con explicaciones. Pero es que ni se esfuerza mínimamente en incitar alguna reflexión a partir de la interesante realidad alternativa utopico-distópica -casi sci-fi- que plantea. No más allá de una inconsistente y raquítica lección moral sobre las diferencias de clase. Como tampoco explora a través de los (planos) personajes una hipótesis que sí es lanzada al comienzo de la historia: Somos todos unos monstruos y necesitamos canalizar nuestra violencia de vez en cuando para contenerla el resto del tiempo.

Todo esto nos daría igual si la película ofreciese emociones fuertes con las que nosotros, como espectadores y voyeurs, pudiéramos dar rienda suelta a nuestras pulsiones más ocultas, las que solemos liberar gracias al (buen) cine de terror. Pero por desgracia no es el caso. La película apenas puede adscribirse a dicho género, y por esto no termina de funcionar como purga para nosotros. Por el contrario, se limita a ser un insulso thriller con un puñado de personajes jugando al ratón y el gato en una casa a oscuras. Una situación de peligro tras otra en las que los miembros de la familia Sandin estarán siempre convenientemente desperdigados para salvarse mutuamente en el último segundo. Estos personajes actúan en todo momento de la manera más inexplicable y absurda, poniendo a prueba la paciencia del espectador. De todos ellos, el hijo menor (que es quien desencadena la acción principal) es el que se lleva el premio al personaje a quien más deseamos gritar improperios de toda la película -al más puro estilo 80s, “¡no vayas por ahí! ¡no bajes al sótano!” Pero no solo ese pequeño ser de encefalograma plano muestra un comportamiento contra natura, contra lógica y sentido común en la película. Ni el pater familias (un Ethan Hawke desorientado), ni la madre coraje (Lena Headey y su maravillosa cara de póker) predican con el ejemplo, comportándose de la manera más disparatada. Esta estupidez que corre en la sangre de los Sandin no es más que una herramienta del relato para dilatar la tensión (en vano) a lo largo de 85 repetitivos y predecibles minutos.

A pesar de un par de ideas estimulantes y provocativas, The Purge opta por el camino más cobarde. En resumen, un absoluto desperdicio de potencial que, con el enfoque adecuado (quizás más riesgo y menos perspectiva americanista patriarcal y condescendiente), y por supuesto un mínimo de esfuerzo en buscar algo de coherencia, habría dado mucho más de sí. Esperemos que para la secuela hayan aprendido que no basta con tener máscaras terroríficas para hacer una película de terror.

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